Todo estaba
preparado, pero esta vez yo no podría ir. La aventura comenzaría sin mí, días
más tarde me intentaría incorporar.
Las vi
alejarse, después de nuestra despedida y me quedó en el cuerpo una sensación
extraña, esa sensación que experimentas cuando crees que te pierdes algo
estupendo, sientes tristeza por ti y llegas a preguntarte, ¿para qué sirve lo
que estoy haciendo, aquí y ahora?, pero
les deseaba el mejor de los viajes y sabía que esos días sin ellas, harían las
horas más lánguidas y pesadas y cada vez
que pienso en algo así, recuerdo los relojes de Dalí.
Habían
terminado los exámenes para ellas, y era justo lo que se decidió, antes de
volver a las casas paternas, un viajecito solas.
Nunca. Nunca,
que puedo, renuncio a un viaje, quizás sea verdad lo que dice una amiga y en el
fondo lleve mucho de Billy Fog, pero algo nuevo, es algo nuevo y creo todo lo
nuevo aporta experiencias. Algunas mejores que otras, pero con el paso del
tiempo todas las recordamos.
Así que, me
quedé con mi frustración , mi pena y mis brazos apoyados en el borde la
ventana, mientras las veía alejarse cruzando la enorme plaza y tirando de sus
maletas con sus mochilas colgadas, mientras yo recordaba a Dalí y al mirar al cielo y ver tantas
palomas como hay en esa plaza, pensé: “el tiempo vuela”
Lo tenían
todo planeado, pero el presupuesto como siempre era corto, muy corto, había que
reducir gastos y el gasto más importante era el transporte.
Se dirigieron
a la estación y antes de llegar alguien dijo: ¿y si hacemos autostop? Se
miraron entre ellas, me imagino que con cara de interrogación y después de
dudar un poco, creyeron que era lo mejor.

En una
ciudad, una vez estuve casi media hora a la salida del aeropuerto, intentando
tomar un taxi para llegar a otro aeropuerto, hasta que al final me di cuenta
que había unas barras formando un carril, donde se hacían las colas para los
taxis, no las vi, estaban muy alejadas de los vehículos y eran los propios
taxistas los que recogían a los usuarios y sus maletas, esto encarecía el coste
del transporte.
No es que
vaya tomando taxis por todo el mundo, es que salía el avión que tenía que tomar
de otro aeropuerto y no llegaba a tiempo y con mucha coincidencia y astucia, el
ayuntamiento de la ciudad, nunca prevé esto. No había autobuses de aeropuertos,
ni urbanos, ni metro, ni nada para llegar, solo taxis, así que tuve que pagar a
un taxista que me quería dar la vuelta por todo París, cuando yo, lo que iba
era a un punto determinado y concreto, París no era mi destino.
Ellas abandonaron
la idea de pagar el transporte y se dirigieron
caminando por la larga avenida que llevaba a las afueras de la ciudad. Allí
comenzaría la aventura.
Lo primero
que hablaron fue, que ninguna de las tres se pondrían al lado del conductor, además
tenía que ser un coche amplio para los bártulos, que fuese al lugar exacto de
la costa a la que iban y que no fuese un camión. Dos se quedarían un poco más
atrás y una de ellas, sería la que levantaría la mano, de forma que si paraba
alguien, acudirían las dos y entrarían las tres en el vehículo. Las condiciones
eran, dar poca conversación, no decir nunca donde se alojarían, tiempo que
estarían, ni sus nombres. Dar solo datos inconcretos, difusos y contradictorios.
Después de
esperar mucho tiempo, porque nadie paraba, vieron a lo lejos un coche que tenia
los requisitos que deseaban y pusieron en práctica su plan, con la suerte de que
el buen hombre paro. Rápidamente acudieron las dos restantes.
Se abrió la
puerta delantera y ninguna subió. Gracias atrás vamos más cómodas, dijo una de
ella. Se acomodaron como pudieron con todo el equipaje, en la parte trasera.
Cosa, que al hombre debió extrañarle mucho, pero la idea de este hombre era
hacer un favor a tres jóvenes que muy bien podrían haber sido sus nietas.
Después de
un breve saludo, es lo que me contaron, el hombre encendió un cigarrillo. Ellas
se comunicaban entre sí por medio de codazos y señales visuales, no querían
revelar nada.
Y ¿adónde
vais concretamente? A la costa, dijo una de ellas. Si pero la costa es muy
grande, continuo el hombre, ¿a qué zona? Bueno concretamente a la costa, lo que
es decir a la costa, no vamos. Aun no sabemos por donde nos quedaremos, ni el
tiempo que estaremos, ni donde nos alojaremos, están esperándonos los padres y
los tíos de una amiga que tenemos allí. Con lo que ellas ya daban por
finalizada la conversación y la información que debían transmitir al
desconocido, y pensaban que la misión del conductor era: conducir, callar, no
preguntar nada, estar atento a la carretera y punto.
Después de
más de media hora de viaje, el hombre se había fumado unos dos cigarrillos y
pensó que el olor a tabaco podría ser muy fuerte, no dijo nada, era prudente y
siempre pensando en el bienestar de sus viajeras, bajo las ventanillas durante
unos minutos, las volvió a subir y abrió un compartimento interno del coche
sacando un bote y poniéndolo en el asiento del copiloto, el que ninguna había
querido ocupar.
Aquí, en
este punto, las miradas de reojo y los codazos que continuaban entre ellas, se habían
hecho más fuertes y patentes. Era un dialogo mudo, gesticuloso, que el bote que
había sacado el hombre, lo había acelerado, hasta casi olvidar el tacto con
el que se habían comunicado desde el principio.

El hombre,
se quedo atónito mirándolas, sus ojos se abrieron reflejando incredulidad y sorpresa
y dijo con voz alzada, ¡Es ambientador!, pero ¿qué os habéis creído?, ¡fuera
del coche!, ¡fuera! Las tres saliendo
despavoridas y tomando una bocanada de aire fresco, al llegar al exterior.
Se vieron
sin transporte, con las maletas y solas, en medio de no se sabe qué punto de su
destino.
Se miraron
unas a otras, y con alegría, con la que la juventud acoge cada nueva
experiencia, comenzaron a reír de forma incontrolada, mientras una de ellas,
entre risas entrecortadas, decía: “ era de pino”.
Y yo,
pensando en Dalí y mirando las palomas de la plaza, si saber lo que me iba a
perder.