Era algo más
de las diez de la noche. Las gentes estaban sentadas en las terracitas que
hacía poco habían podido poner los bares. Esas temperaturas dejaban a los
clientes dentro o simplemente no iban.
El calor era
tan agobiante a esa hora, que volvió a mirar hacia arriba. El cielo estaba algo oscuro, pero no por la
hora, que aún había luz. Era el calor y ese polvillo rojizo impalpable que
dejaba en los coches un velo de tierra en los que se podía escribir, a la vez
que hacía que pareciese que nadie tenía la visión nítida, faltaba la luz que
esa tierrecilla del desierto quitaba.
Se le
imaginaron todos los coches aparcados en la larga avenida, folios en los que
poder dejar un mensaje y alegrar la vista de los conductores a la hora de
volverlos a tomar, pero eso no se hacía.
El calor parecía caer desde al menos
un kilómetro desde la vertical en la que se encontraban las dos mujeres y se
expandía desde sus cabezas húmedas al resto de sus cuerpos y a todo su
alrededor. Le dio la impresión de que hasta los árboles grandes tenían calor.
Aun a esa hora se oía el ruido repetitivo, monótono y unísono de las chicharras.
Desde
siempre había relacionado ese “cric-cric” de las chicharras, con el calor de su
tierra. Un calor, capaz de quemarlo todo. Pero a esta tierra no le importa quemarse
por el sol, porque sabe que las primeras aguas harán que en toda ella, en toda Andalucía,
rebrote de nuevo un vergel. Y la mujer, recordaba el Romance de Abenámar y de
éste saltaba a las calles de Granada. Calles por las que nunca se cansaba de
andar y a las que dentro de poco le gustaría volver, porque siempre eran
distintas. Siempre las miraba de distinta forma y siempre se volvía a enamorar
de ellas. Era asombroso lo que un simple “cric-cric” le podía hacer soñar.
¡A ver si iba a ser verdad y era una soñadora!
¡Qué calor!
Dijo una de ellas. Sí, hace bastante. Miró el teléfono y marcaba 32 grados. Lo mejor
hubiese sido no ir, ahora tengo más calor que antes. Ya vamos a llegar, contesté. Nadar a esa hora era agradable, había pocas
gentes y las calles estaban bien divididas.
Has tenido más suerte, continué, tu grupo es mixto (normal, eran todos
jóvenes), en el mío sólo hay cinco hombres, una mujer y yo, y cada vez que voy
a salir me dicen que me espere, que me espere yo, ¿por qué? El primer día lo
dejé pasar, pero sólo el primer día. El
segundo, le dije a uno en especial, “si nadas más rápido que yo no hay
problema, pero si eres más lento, o te echas a un lado o te paso por tu
izquierda, no me vas a dar con los pies en la cara”.
Que te pasen
por la izquierda, es lo que da más coraje, al menos a mí. Te descontrolan los
movimientos, la respiración, el ritmo, la idea de meta, de llegada; en
definitiva te quitan la concentración y ese pensamiento tonto que tenías en la
cabeza y que te hacía avanzar, se esfuma y piensas: “eres un kdjreiumtuvnt, pareces
lkhgfbc, te podías ir a jfiunugda”. Porque básicamente un nadador en el agua, nada
y piensa. Los pensamientos corren por su mente como el agua por su cuerpo.
A mí, al
menos me pone de malhumor. A veces lo hacemos por fastidiar. Yo lo he hecho en
alguna ocasión también. Dejas la distancia reglamentaria de salida y cuando
sales haces un pequeño sprint y pasas por su lado casi rozando su costado, pero
de forma que al dar la brazada del lado derecho tiene que coincidir con que el
fastidiado saque la cabeza para respirar y lo desconciertas del todo, así el
fastidiador se venga por querer salir siempre antes, el fastidiado. Así es como se pasa de fastidiado a fastidiador.
Esa argucia
la he aprendido por las veces que me la han hecho a mí. Es una treta que la he
hecho dos veces este mes en la nocturna (la
llamo así, por la horita de comienzo) y lo digo aquí porque nadie se lo va a
decir a nadie y no me conocen.
Allí hablo
poco y tampoco me interesan mucho las conversaciones que se oyen, total al
final siempre son las mismas. El ex jugador de waterpolo que mientras hacemos los
estiramientos, siempre está planeando un partidito para que veamos lo bueno
que era en lo suyo, y digo “era” porque el hombre ya es mayor, y pienso: “conmigo
que no cuenten para ese partidillo final de senior que está proponiendo, para
que veamos lo “guay” que es él y la de pelotazos en la cara que nos llevamos
los que no sabemos jugar y pensamos, si agarramos la pelota y la lanzamos o nos
ahogamos directamente, porque otro va arremeter contra ti para arrebatártela, o
hay otra opción, dejamos que nos partan la nariz de un pelotazo mientras
nadamos en sentido contrario para esquivar el tiro elíptico que según él le
sale tan bien, mientras se luce como un sirenito. Además los juegos en grupo no
son mi fuerte, tienen demasiadas reglas, y a estas alturas de la vida voy quitándome
reglas a destajo. Prefiero ir a mi aire.
Está también
el niño rapero con los auriculares, que se pone a mi derecha con el amigo. De
niño no tiene un pelo. Los trenticasicuaren ya no los cumple, con su gorra
inflada de “I Love US”, roja, blanca y azul, con algunas estrellitas del país
en cuestión dispersas. Nunca había visto a nadie hacer estiramientos con gorra,
creo que es para que no se vea su cabeza de cabellos emigrando de una juventud
alejada a una madurez no deseada, pero impuesta por el tiempo.
No sé el
miedo a cumplir años, a veces cumplirlos representa una segunda oportunidad que
nos ofrece la vida.
Cuando se
quita la abultada gorra y esperas ver un cráneo espectacular, tiene
directamente debajo el gorro de natación y una cabeza normal tirando a pequeña.
Y está el amigo que se pone a su lado. Es
mucho más joven que el rapero.
Él, es el que se metió en mi calle y casi se ahoga.
Me asusté lo agarré y lo llevé a las corchas como pude, (el profe se había despistado un segundo hablando con la profe monísima de la calle de al lado) la segunda vez le dije, “si vas
por el centro y no sabes nadar, además de entorpecer, te ahogas, quédate cerca
de las corchas para que te puedas agarrar y le preguntas lo de las pirámides que ha mandado (nos había mandados dos pirámides, mi propósito era hacer una al menos,
pero estaba más pendiente de que el niño no se ahogara, que de contar las
vueltas), creo que no estás para hacer pirámides, primero debes aprender a
nadar medio bien, o al menos a no ahogarte, no tienes ni resistencia". Me preguntó: ¿eso
qué es?, no contesté. ¿Quién te ha metido en esta calle? le dije. Nadie, me he puesto yo,
contestó, ¿el profe no te ha dicho que
en esta no puedes estar?, ¡no! volvió a contestar. ¡Mira!, no puedo parar cada dos por
tres, yo no te voy a vigilar. No me preguntes más que hay que hacer si no
puedes hacer nada de lo que manda, nada solamente, pero creo que lo mejor es que
salgas y hables con él, dile que no puedes seguir el ritmo de esta, seguro que
hay una calle mejor para ti.
En esa quitaron desde el principio las corchas y
unieron dos calles, por lo que si se sigue el ritmo lógico de salida nadas
mejor, porque al final haces un trayecto paralelo al bordillo, y puedes girar
sin tener que parar.
Al muchacho lo cambiaron de calle y lo llevaron con los
del primer cuadrante, eran señoras principiantes. Creo que le dolió más que fuesen mujeres a que fuese una zona de principiantes. Le dieron un palote
para que se mantuviese a flote.
En un giro de vuelta, vi que me miró desde el
otro lado, creo que no estaba muy contento.
Era agobiante pasar por su lado y
oírlo murmurar ¡me ahogo!, ¡me ahogo!, ¡ya no puedo más!, ¡me hundo!
Cuando
salí lo vi en la acera dije ¡adiós! Y no contestó, al parecer que se molestó. Pensé...
¡esta noche ya no duermo!
Sólo esas
menciones, los demás son gentes normales. Bueno…normales…normales, tan normales
como yo, que yo también tengo lo mío. Tengo todos los defectos del mundo, más
los que me busco yo sola. De perfecta nada de nada, no sé ni qué es eso,
vamos no sé ni cómo se escribe perfecta, pesferta, pefreta, pefesta… ¡a saber!
Creo que es una
de las piscinas donde menos hablo, los que me conocen pueden dar fe, de que no
soy una persona callada, soy habladora. Mi amiga, la Doctora Cordones y la niña
de Matrix, dos personas muy queridas por mí, lo saben y saben lo mucho que nos
reímos en la consulta los martes, que en
vez de consulta parece que hacemos risoterapia. No puedo dejar de sonreír
cuando las recuerdo. Seguro que ni se imaginan que las menciono.
Ellas saben
las sangres que convergen en mis venas, de qué sitios de España provienen y
cuál es la dominante en mí, de ahí mi sentido de ver la vida, que no es ni mejor
ni peor, es diferente. La diferencia creo que radica también en creer que
cuando nuestro tiempo limitado termina, lo hace para siempre, no hay prórroga. ¡Ay!
La vida es como un código de barras.
…………………..
Sólo le
decía a mi hija cuando coincidíamos en el bordillo, ¡déjate ir un poco!, ¿vas
bien?, ¡sí¡ y ¿tú?, ¡bien!, respondía yo. Y volvíamos a lo nuestro que era
seguir nadando. La miraba en la salida, me gustaba observarla cuando daba esa
patada potente y se ponía a velocidad de crucero. No estamos en la misma calle,
ella está en la súper-mega-ultra-rápida, yo en la de al lado, en la normal.
Pues a
retomar el tema. Volvíamos a mi casa, cuando oímos unos gritos en forma de
cante, que a ella no le impresionaron, pero a mí sí. Miré hacia un lado de la avenida y fue cuando conocí a
Francisco “El Bigotes”.
Nos miraba
fijamente, nos cantaba a nosotras y escribía en un cuaderno tamaño folio con un
rotulador, lo hacía todo a la vez.
¿Quién es?
Francisco “El Bigotes”, no lo conoces. ¡No! Noté la cara de extrañeza de mi
hija ¡No lo he visto nunca! Dicen que les hace poesías a las personas que
llaman su atención y dicen que para que las personas se queden quietas mientras
él escribe, les canta, me dijo. ¡Ah! ¿Y qué hacemos ahora?, ¿nos vamos?,
¡claro!, él nos seguirá hasta que termine la poesía y después se irá a buscar a
otro. Cuando termina de escribir, ya nadie tiene su interés deja de mirarlo da
la vuelta y se va. Pensé en muchos
nombres de trastornos que podía tener
ese hombre y al final decidí que solamente era diferente.
“El Bigotes”,
no tenía bigote ni barba, pero si unas cejas superpobladas. Era de estatura media.
Delgado. Con una prominente nuez y casi carente de barbilla. En la boca tenía
una pronunciada “diastema” entre las paletas superiores. Ojijunto. Con un blog
en una mano. Risueño, ruidoso y con un rotulador en la otra. Vestido con una
camiseta roja, larga como la de los jugadores de baloncesto, un pantalón tipo
deporte ancho y rojo también, que le acababa justo a mitad de las rodillas. Pelo
hacia atrás, pero ralo, escaso, lacio. Le echaba unos cuarenta o cuarenta y
cinco años, aunque vaya usted a saber si habré acertado. Articulaciones
huesudas, pensé que debía tener algo de reuma. Mirada fija, descarada, oculta
tras su trastorno. Su cara expresaba un toque de intuitiva conciencia de lo
absurdo, pero que a su vez le importaba un pepino un pimiento o como se diga en
cada país. Daba como pequeñas patadas en el suelo, cantaba algo incomprensible
y garabateaba todo a la vez. Parecía un niño maleducado, consentido, mimado y
al mismo tiempo un adulto parado en el tiempo, en esa época en la que dejó de
ser él y siguió viviendo sin la conciencia de su propio yo, de su propia
entidad. Estoy segura que él si sabía lo que escribía, era un ritual callado
que el mismo inventó y que él solo entendía. Calcetines blancos hasta media
pierna. Deportivas blancas. Gafas de gruesos cristales, que ya habían sido
reducidos.
Cruzamos,
quería verlo más de cerca, creo que también soy curiosa.
Me fijé bien
en sus ojos. Él, escribía garabatos pero mantenía los ojos fijos en nosotras.
Me pareció ver que tenía los ojos amarillos. Nunca había visto ese color de
iris. También es posible que se debiese a la alta graduación o a la reducción
de los cristales. Su cara la adornaba una gran nariz con caballete y unas
orejas que es su parte superior se inclinaban hacia la cara. Descrito así se
podría pensar en alguien feo, pero en conjunto cada pequeño detalle de su cara,
se amoldaba a él y no era feo, era él.
Lo observé
bien. No me da pudor fijarme en las personas, observarlas, sé que a mí también
me observan. Los observadores tenemos ese no sé qué número de
sentido…llamémosle “octavo sentido”, no sé si después del sexto habrá alguno más,
porque lo del séptimo creo que es arte, ¡ah! Sí, el cine. Bueno lo de “octavo”
me ha gustado. Pues como narraba, los observadores sabemos cuándo estamos siendo observados y a
mí no me importa. De todas formas si ves que alguien te observa, lo más que
puedes decir es: ¿qué miras? O ¿te gusta lo que ves?, más de eso no se puede
hacer nada.
Pensé en
Dios. Y en la frase “El hombre está hecho a imagen y semejanza de Dios”.
¿Quién
la diría? ¿Quién la pronunciaría por primera vez? Quizás personas como el “Bigotes”
lo creasen y de nuevo me adentré en la paradoja…
“Dios creó
al hombre y el hombre creó a Dios”. Esa controversia me había rondado la mente,
desde que me reconocí como persona pensante. ¿Tanto se necesitaban mutuamente?
Dios necesita al hombre para existir y el hombre necesita a Dios para no dejar
de existir. Parecía una dependencia nociva, dañina y un pulso entre ambos.
Sí,
ese fue mi pensamiento en ese punto justo de ese día de mi vida.
Pero ¿quién
tenía más libertad, más poder? Los dos eran creadores y a su vez habían sido
creados por el otro. Y si tan simple era todo, ¿por qué yo no veía tal
simplicidad?
Volvimos a
cruzar y apreté el paso, hacía mucho calor y quería llegar pronto, aún quedaba
un trayecto largo y a pie. ¡Mamá no corras!...¡vamos!, ¡vamos! Dije. Seguro que
ya ha terminado la poesía, ha dejado de cantar.
La verdad es
que cuando cruzamos, el hombre seguía mirándonos, pero ya no cantaba, ni
escribía, sólo nos observaba, estaba claro que él también era un observador. Volví
la cabeza varias veces y seguía allí, clavado con sus pies en el mismo trozo de
suelo. Ya no distinguía su cara, pero creía que sus ojos estarían mirándonos
hasta que nos perdiésemos por la avenida.