lunes, 21 de octubre de 2013

DEDICATORIAS



Desde joven me ha gustado ir a las presentaciones de libros, siempre que he tenido oportunidad he acudido. Me gustan los libros dedicados, suelo adquirir dos ejemplares, si por referencias, sé que es un buen libro o al menos de los temas que me gustan. El dedicado que guardo y el no dedicado cuando lo leo, lo más seguro es que lo regale. No, no tengo todos los libros dos veces, solo los dedicados a los que puedo ir, cuando los firma el autor y cuando nadie me los pide.

Ahora con el tiempo me he dado cuenta que es una tontería, una firma en un libro no lo hace más interesante, el libro que no vale nada en el contexto, da igual que este dedicado o no, es igual de malo o mejor dicho, poco interesante para mí.

Tengo un familiar en Barcelona, que todos los años por San Jordi, se pone el hombre en colas interminables y me trae hasta mi ciudad un par de novedades firmadas por el autor, a mi nombre y con frases muy bonitas dirigidas a mí, pero que seguramente será como en todas las firmas de libros, el autor pregunta ¿qué quiere que le ponga? y mientras el lector dice algo, él casi sin levantar la cabeza lo escribe. Solo se levanta la cabeza cuando van cámaras de televisión o medios de comunicación para hacer la consabida foto del reportaje del autor, así se termina antes y se venden más libros, la duración de estos eventos si el escritor es famoso, es como mucho dos horas, tiempo parece ser, que para un cerebro creativo es excesivo.

Los mejores libros dedicados son aquellos en los que se puede leer el nombre del autor. Otros hacen una especie de garabato estipulado y si dices que es de tal autor, te pueden decir: “ ¿esa firma la has hecho tu?”, cuando en realidad te has llevado tres horas en una cola.
Cuando llevo un tiempo en la cola esperando a que me firmen un libro, me digo  : “si aun no lo he leído, que necesidad tengo yo de estar aquí”, la mayoría de las veces abandono la espera, pensando que si es bueno, ya tendré ocasión de verlo en una nueva firma y lo volvería a llevar.
De pequeña en edad, porque desde siempre recuerdo haber tenido la misma altura desde que tenía once años, iba con mi padre o mi madre. 

Mi padre tenía más aguante, pero mi madre a la media hora, ya estaba diciéndome : “que si quedaba mucho..si tenía mucho interés…que si el libro era bueno…que la fila no se movía “. Pero yo callaba estoicamente, no pronunciaba ni una sílaba, sabía que al decir, lo que fuese me iba a responder con una pregunta : “ ¿y si en vez de estar aquí…? ” y si mi madre dice : ¿y si…?, lo dice entonando una pregunta, vamos que oyes claramente la interrogación, pero en realidad es una afirmación  : “ y si…” o “vamos a…” Y yo, que se que nos parecemos en carácter, pues no hablaba, así que, mi madre aguantaba todo el tiempo que fuese preciso, cuando con mi silencio notaba la ilusión que tenía en que el autor pusiese mi nombre y una dedicatoria, que casi siempre es la misma : “ para… con cariño “ ó “ con cariño…para ” y su garabato de firma.

Otras veces cuando mis padres no podían por trabajo, me llevaba mi hermano, pero iba todo el camino protestando…¡todo el camino!, decía una y otra vez : ¡esto es una tontería!, ¡vaya pérdida de tiempo!, ¡hay mucha gentes!, ¡esto no se va a acabar nunca!, ¡tengo un partido de futbol con unos amigos dentro de dos horas!, ¡yo no debía estar aquí!, ¡son cosas de niñas chicas como tú!, ¡ tenía planes…! Este “tenía planes” siempre ha sido algo indefinido. En él es lo mismo que decir “voy a la fuerza y porque no me queda más remedio”, pero siempre puedo contar con él para todo lo que necesite igual que él conmigo.

¡Siempre, siempre! Me tenía que recordar que yo era menor que él, ¡siempre!, es algo que sabe que me da aun, coraje. ¿por qué me recuerda tan a menudo esa diferencia de edad?, ¡ por Dios!, pero si aun cuando me llama, dice ¡hola niña!, o ¿cómo estás niña?, para después soltar una carcajada. Lo que más temo es que me lo diga delante de las personas que me conocen en el trabajo y saben mi vida diaria, cosa que por otro lado no ha ocurrido, pero que estoy segura que acabará ocurriendo. Pues bien, mi hermano, hacía que toda la ilusión que llevaba se fuese disipando poco a poco y al final me daba igual que lo firmase el autor o un secretario suyo. Aguantaba allí por amor propio y por no darle el gusto de echarme atrás.

Cuando cumplí doce años, en un centro comercial de mi ciudad, fue a una firma de libros un autor malagueño del cual yo había leído algunos libros, ahora reconozco que quizá no fuesen adecuados a mi edad, pero como mis padres decían “todo lo escrito se puede leer” y en mi casa lo que no faltaban eran libros por todos lados, pues decidí leerlos. Porque me gustaba la forma de expresarse el autor y porque los temas despertaron en mi cierta curiosidad.

Dije en mi casa que quería ir a esa firma y mis padres se miraron, ¿has leído algo de él? - ¡sí ¡, todo lo que he encontrado en las estanterías de arriba, donde papá trabaja, buscaba a Julio Verne y di con él. Los de Julio Verne están todos en tu habitación, - ¡ miré a ver si había alguno arriba ¡ y di con estos. Y enseñé más de seis libros del autor, que mi madre se apresuró a quitármelos de las manos mientras miraba a mi padre.
Los has entendido, dijo mi padre  -  ¡claro que los he entendido, papá!, tengo doce años, ¿ piensas que soy tonta? –( realmente había cosas que no entendí, pero que investigué en otros libros de la biblioteca ). No me hubiera gustado que los cogieras sin preguntar. Pero yo tenía la respuesta pensada, porque sabía que en esos libros, habían temas que mis padres no querían aun que tocase su “pequeña niña” y dije :    “ ¡todos los libros se pueden leer!” y mi madre enfadada contestó : “ ¡ sí, los que tienes en tu habitación! “ Yo no sabía que la frase era solo para los de mi habitación – comenté. ¿hay que tener una edad determinada para leer lo que uno quiera?. Mi padre se enfadó conmigo y me mando a mi cuarto, diciendo  ¡ya hablaremos!

Así es que comprendí que con mi edad podía leer libros de ideas revolucionarías, que hablaban de libertades, de sociedad y del sentir de los pueblos oprimidos, pero que otros temas ni tocarlos.

Por lo tanto lo de la firma del autor, iba a ser… que no, de todas a todas.

Maquiné un plan. A la salida del colegio, iría con algunos compañeros de clase al centro comercial. Estaba próxima la Navidad y decoraban los exteriores con cosas espectaculares. Ellos se quedarían viendo las tonterías navideñas, yo entraría compraría un libro, el último por supuesto y me pondría en la cola, para la firma. Quería ese libro a toda costa firmado y pensaba conseguirlo. Soy tenaz y paciente y como imaginación no me falta, pues creí que estaba solucionado. Debo reconocer que la tenacidad y la paciencia en mí, con los años, se va haciendo más débil.

Mi padre hablo conmigo, sobre algunos temas de los libros que leí y yo le decía papá lo he comprendido todo. Creo que cuando le dije que no me parecían tan fuertes, se llegó a asustar, lo noté porque sin que se diese cuenta, lo vi abrir los ojos de forma exagerada mientras miraba hacia atrás, para llamar a mi madre. Cuando mi padre hablaba conmigo y llamaba a mi madre, era como si pidiese refuerzo, como si mi madre fuese “el Séptimo de Caballería” y pudiese reducir con sus palabras la decisión que yo hubiese tomado.

Esto no ocurría solo con once o doce años, fue la tónica general de ellos siempre. Aun de mayor cuando mi padre veía que no me podía convencer de hacer o no hacer algo, llamaba a mi madre. Su frase era : “ ven, mira lo que está diciendo la niña” y a lo mejor tenía  veinte o veintidós años. Pero para mi padre siempre era su niña, hasta su final, me decía: “ mi niña”. Cuando me llamaba por teléfono,decía,  “¿cómo está mi niña? “ Y aunque hubiese sido un día de los peores esa simple frase hacía que me sintiera bien. 

Pero no había manera de convencerme, yo también llevo los genes de mis abuelos  que eran los dos de “armas tomar” y eso en la familia, crea personas explosivas, rebeldes e inconformistas y mira por donde me tocaron a mí, la mayor parte de ellos.
Debo reconocer que no he sido una niña dócil, conformista ni sumisa. Siempre buscando “tres pies al gato” ( como decía mi abuela ) y soluciones a la sociedad, esto ha hecho que más de una vez, me haya visto en verdaderos apuros. Pero, ¡ mira, aquí estoy!, nadie me ha tenido que sacar nunca de ninguno, me he sabido valer por mi misma…de momento.

Viendo que era imposible conseguir la dichosa firma, dejé pasar una semana, aun quedaban dos más para que fuese el escritor a mi ciudad. Poco a poco fui diciendo en mi casa…”que mis amigos del cole iban a ir al centro comercial a ver los decorados de Navidad…otro día decía, lo mucho que me gustaría ir con ellos… que mis amigas se estaban poniendo muy pesadas en que fuese…” y así poco a poco, haciéndome la mártir. Hasta que fue mi propia madre la que me dijo : ¿ y por qué no vas con ellos?, ¡lo había conseguido!, ¡lo había conseguido!, ¡mi madre quería que fuese!. Pero no debía mostrar alegría y comencé a recular : “no sé qué haré...no me gustan…no me gusta la Navidad…hay demasiadas gentes”. Y fue mi padre ¡ todavía no lo puedo creer! El que dijo, ¡claro que sí, ve y verás lo bien que lo pasáis!, ¡bueno! contesté sin dar importancia, ¡ya veré lo que hago!

Mi hermano que estaba en la conversación, porque en mi casa parece que estábamos esperando a la hora de sentarnos a comer, que era cuando se hablaba de todo lo que parecía importante, me miró y con una sonrisa socarrona elevó su dedo pulgar, lo que yo interprete como un “like” o “conseguido, niña… te saliste con la tuya”.

¡Lo había conseguido!, ¡claro que iba a ir! Pero no a ver los adornos navideños que no me importaban los más mínimo, ni todo lo que envuelven a esas fiesta. Yo iba a ver a esa persona que era capaz de escribir esos libros y cuya mente para mí era un misterio. Pensaba que era el único autor de verdad que había leído, me parece que en esa etapa dejé mi infancia y el gran interés que tenia por la lectura se incremento. De este autor pase a otros, sobre temas muy distintos.

A los quince años había leído ya a muchos filósofos. Creo, que sería por lo de la crisis de identidad que todos los adolescentes se suponen deben pasar, yo no recuerdo haber tenido nunca una crisis de esas, los leía porque me interesaban. Así poco a poco, fui conociendo incógnitas de la vida y el pensamiento y a darme cuenta, que lo que yo pensaba solo para mí, ya lo habían pensado otras personas e incluso habían llegado a conclusiones que a mí no se me habían ocurrido, facilitándome de esta forma el camino del entendimiento y la comprensión de lo que es la vida en sí.

Mis padres decían que tenía demasiada prisa por vivir, yo me echaba a reír, pero en el fondo les daba la razón. Todo en mi vida ha ido de forma acelerada, siempre antes del tiempo que le tocaba, como si mis años fueran a ser pocos y tuviera que aprovecharlos al máximo, siempre he notado como la vida me ha ido dando pequeños empujones.
 
Pero la vida es un camino con una sola dirección, las cosas, los hechos que pasan, son zonas por las que debemos transitar, unas gustan más otras menos, unas son con sol y otras con sombras, pero el camino es recto y tiene un solo fin.

Lo aprendí de muy joven.

No es que me tome la vida a la ligera, es que la vida es ligera y corta en sí. Y yo desde siempre la aprovecho al máximo.

Íbamos a ir un quince de diciembre, a una semana de tomar las vacaciones de Navidad. Dije a mis compañeros que iría con ellos, pero sin decir mis verdaderos motivos. Tenía una amiga a la que mi madre le podía sacar en una delicada conversación, todo lo que quisiera y a veces cuando iba a mi casa, hablaba mucho con ella, la cuestión era simple, mi madre preguntaba y la niña lo contaba todo, con pelos y señales. Daba igual que yo la mirase con una ceja levantada o de reojo, lo contestaba todo y sin mentir lo más mínimo, por eso aunque era mi amiga procuraba mantener algunos secretos para mi, que por otra parte, para eso se llaman secretos, porque son “secretos”.

Cuando íbamos a ir algún sitio o llegábamos de alguna excursión, decía mi madre : “he hecho un bizcocho, llama a Irene para que se venga a merendar”. Esta frase me indicaba que la mente de mi madre se había puesto en marcha a muchas revoluciones por minutos, como un motor y que quería saber algo que yo naturalmente si me lo preguntaba no se lo iba a decir. No le mentía, solamente decía : “No lo recuerdo…No me di cuenta .. .No lo sé…No me fijé “ a lo que ella me respondía : “ no sabes nada de nada, parece que habéis estado en sitios distintos”, se daba cuenta, desde que yo era pequeña que siempre habría una parcela de mi vida que no la compartiría con nadie y así ha sido siempre.

Las personas que me quieren y comparten mi vida, saben que hay un trozo mío solo, quizá sea egoísmo pero creo que tengo derecho a esa parte de privacidad en mi vida. No es secreta. Es mía. Por eso me parece, que a veces dicen que es difícil vivir conmigo. He intentado cambiar cientos de veces, pero algo en mi interior se rebela y vuelvo a ser libre solo si tengo esa pequeña parcela, solo para mí.

Volviendo a la firma de mi autor. El día antes, estaba nerviosa. Preparé la ropa que me iba a poner por la noche, con la retahíla que me habían dado mis padres, quería parecer mayor. Seria fácil, la estatura la tenia, llevaría unos vaqueros un chaleco y una cazadora de imitación a cuero, marrón, que me regaló mi madre hacia dos años, decía que era del color de mi pelo y que a mí, no me gustaba nada, porque cuando me la ponía y me dejaba el pelo suelto, como todas las chicas de mi edad, por la espalda la melena y la cazadora eran un todo del mismo color.

A la salida del colegio, cada uno volvimos a casa a cambiarnos de ropa. Como siempre estábamos con los uniformes, el salir algunos juntos con ropa de calle, ya era una fiesta para ellos, a mi me daba igual, pero ese día era especial, iba a conocer a la “mente”.

Llegamos al centro comercial y miré por encima los adornos de tantas bombillitas y brillos por todos lados y dije : “ vuelvo en un momento”, me dirigí al stand de los libro y compré el último, el que quería tener firmado, me enteré de la hora de la firma, salí y le dije a Esteban mi idea y dijo ¡vale!. Esteban era un chico en el que yo podía confiar, era como un hermano para mi, aunque muchos años después me dijo que yo no era como una hermana. Pues bien un ¡vale ¡ de Esteban, encerraba todo un ¡no te preocupes, te cubro las espaldas, ve tranquila, ya se me ocurrirá que decirle a los demás, tu a lo tuyo, te esperaré aunque ellos se vayan…etc.”

Me puse en la fila era la cuarta, llegué bastante antes. En la cola me estiraba todo lo que podía para parecer aun más alta, además tomé unas botas de mi madre de unos cinco centímetros de tacón lo que hacía que superase el metro setenta, por la altura no había problema, pero la cara delataría mi edad. ¡Incrédula de mi!, pensaba que me iba a mirar. Llegó el autor, los consabidos aplausos y ya casi me iba a tocar, solo uno delante y Esteban mirando desde lejos con una sonrisa en los labios, porque se sentía cómplice de mi hazaña.
Y me tocó el turno… dije ¡hola! Y no me miró, volví a decir mi nombre y no me miró, se lo repetí, quería que la dedicatoria fuese personalizada como la hacen la mayoría de los autores, pero sin hablar puso: “ Con afecto”  y un garabato como firma, que no era ni la firma reconocida que tenía yo en una portada de uno de sus libros.

Sin levantar la vista de la mesa, me lo entregó y alargo la mano para tomar el siguiente. Me llevé tal decepción, que se me abrieron los ojos ante las “mentes espectaculares”, no podía creer que ese hombre autómata pudiese pensar las cosas que yo había leído en sus libros. ¡Con la ilusión que había ido a conocerlo! Y ni siquiera había visto el color de sus ojos.
Algunas amigas me esperaron y de vuelta a mi casa, me preguntaron que había hecho - ¡nada!- contesté, porque realmente no había hecho nada.

Deje de leer sus libros, al leerlos pensaba que era una persona humilde, amigable, pero me había confundido era prepotente con el ego más alto que su fama y lo que realmente le preocupaba era firmar cuantos más libros mejor.

Ahora algunas veces voy a presentaciones poco importantes o de algún escritor novel de barrio. Tienen tanta humildad y tanto corazón, que no les importa pararse un rato, preguntan para quien es el libro, te miran a la cara, te sonríen y te preguntan tu nombre.

Solo espero que estos genios de la pluma mantengan los pies en el suelo y que no olviden que posiblemente ellos estuvieron también con mi edad en una cola esperando a que su ídolo los mirase a la cara.
  
Hay que tener cuidado y no subirse en una nube, por regla general cuando la nube pesa mucho acaba lloviendo y ésta desaparece.

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