lunes, 13 de enero de 2014

LA CORONA DE AGUA



Dio un salto de repente y salió de la cama, sin saber porqué, todo había cambiado en su mente. Se sentía bien y ajena al resto de los problemas del mundo. Se miró en el espejo del tocador y se sorprendió haciéndose un guiño a ella misma, mientras pensaba: ¡ Hola guapa!

No recordaba lo que había soñado, pero lo había hecho, como siempre y ese sueño tuvo que volver a darle la vida, a quitarle las pesadumbres de los últimos tiempos. Penas, que por otro lado, ella había sido la única que se las había causado, así que…decidió perdonarse a sí misma y pasar de nuevo por la vida, saludando al tiempo, paseando por las horas y disfrutando al máximo de los momentos. Era su carácter y eso era imposible de cambiar.

Miró por la ventana. Llovía a cantaros, un día oscuro y hacía frio, pero le pareció un día precioso, como cada vez que el cielo decidía ponerse a llorar un rato, como un niño con una rabieta.
No hizo lo que hacía todos los días desde un tiempo atrás. Ir a sus carpetas y buscar aquel nombre que había apuntado hacía algún tiempo y que en el transcurso de una conversación, le dieron. Lo había anotado, pero no lo encontraba, llegó a una conclusión, si no lo encontraba…por algo sería, era mejor olvidar el dichoso papel.
Sonriendo, se dispuso a entrar en la cocina, se prepararía un café fuerte, como los que tomaba los lunes por la mañana y comenzaría su día de nueve a tres y después todas las horas restantes del día para ella.
Al pasa por el espejo del pasillo, volvió a mirarse y se preguntó: ¿tú de qué vas?, soltó una risa sonora y contesto en voz alta -¿yo? De nada, ¡a preparar un café!

Los rituales de todos los días y lista, a la calle. Cerró la puerta tras de sí y antes de abrir el paraguas y bajo el refugio del pequeño porche, se quedó absorta mirando como caían las gotas de agua sobre los helechos. Le hubiese gustado tener en las manos una cámara con un potente objetivo y dejar parado ese momento, o que sus ojos pudiesen ralentizar ese instante para ver como se producía la corona de agua, al caer la gota sobre una de las hojas, pero eso como otras muchas cosas era imposible. Era tan bonito ver, como se formaban esas gotas, eran mundos perfectos, juntos unos a otros, pero jamás unidos. Así que, abrió el paraguas y salió, cerró la reja y escuchó un siseo que provenía de una de las ventanas de su vecina, alzó la mano en señal de saludo, pero observó como la anciana abría una de las hojas, diciendo: ¡hoy, no llegas!, sonrió y omitió el comentario, más que nada, porque estaba acostumbrada a oírlo casi todos los días, y si su vecina decía que no llegaba, seguro que si lo hacía y con tiempo de sobra.

Siempre había pensado que esa mujer de haber nacido varios años antes, hubiese sido una perfecta secretaria de dirección. Llevaba al dedillo la vida de todos y los asuntos más triviales, deberían convertirse en su cabeza, en asuntos de estado. En cierto modo siempre le recordaba a una de sus tías, e incluso la vecina parecía menos insistente el algunos temas, que ella.
Ambas se conocían, fueron presentadas hace muchos años y entre las dos podrían investigar cualquier secreto, si éste estuviese en sus ánimos. Disponían de tiempo e imaginación, dos factores fundamentales para una buena investigación.

Aceleró el paso, más de lo debido, sin recordar que varios días antes, se había lastimado el pie, de una manera tonta, pero él se encargó de recordárselo con una leve punzada a la altura del tobillo.
Tomó el autobús, de todos los días y no reconoció al conductor, esta vez era una chica rubia, simpática y que con una sonrisa le devolvió los buenos días, se sentía feliz. Era la primera vez que la veía en ese trayecto, por lo que, haciendo sus propias conjeturas, dedujo que sería su primer trabajo y de ahí venia su felicidad. En un momento de negatividad por su parte, pensó: cuando lleves veinte años haciendo lo mismo, seguro que no respondes a los buenos días, ni sonríes.

A ella, que tanto le gustaba definir cosas, a eso lo llamaba  “Proceso cognitivo continuo, adaptado a situación rudimentaria”, las personas menos soñadoras, lo llaman, en seco, con mucha frialdad y sin ningún tipo de consideración ni miramientos “Rutina”.
Pero en ese “Proceso cognitivo continuo…” también hay encanto. El día a día, siempre que pongamos un poco de corazón y alma en él, también puede ser bonito, depende de cómo cada cual, se vaya tomando los acontecimientos.

De todas formas, es lo que nos pasa a todos. La ilusión se esfuma, la paciencia se agota, la razón entra en dudas y nos bloquea la realidad. ¡Pero esa es la vida…que le vamos hacer!

El autobús estaba lleno, pero miró al fondo y le pareció ver un asiento libre al lado de alguien que leía. Se dirigió a él, más que por el asiento, por el libro, pensó que podría ver el titulo y podría interesarle. Se sentó y observó que lo llevaba forrado en un papel marrón, así que intentó ver alguna líneas escritas en él, pero fue inútil, su dueño lo protegía celosamente entre sus manos.
No quería que viese lo que estaba leyendo. Se dio cuenta, que se dio cuenta, la cuenta que le prestaba al libro y terminó por cerrarlo. Así que decidió bajar del autobús, tan solo quedaban tres paradas para la suya, y le gustaba el día.

Por un momento se acordó del papel con el nombre, que tanto había buscado y volvió a pensar donde estaría, pero también recordó que dijo que lo iba a olvidar. Con el tiempo, el enigma se resolvería solo y entonces, sabría cómo actuar. De siempre, en su casa le habían dicho que tenía más paciencia que un caracol. No sabía, como podían saber si un caracol tenía paciencia o no, lo mismo, los pobres animales son los más nerviosos de la naturaleza y en ese caso, sí se parecería a ellos, era una persona de nervios internos, lo que hacía que su mente estuviese en continua ebullición y para sentir una cierta calma, necesitase sentirse agotada. También sería por eso, que a veces, le decían que agotaba, esto le solía ocurrir en el trabajo, no lo decían con estas palabras, pero le comentaban: ¿no te cansas?, o ¿no estás cansada?. Se movía, iba de un lado para otro, debía tener muy buenas pilas, porque para ella era un problema agotarse.

Llegó cerca de su trabajo y al pasar por el quiosquillo, saludó a la mujer del hombre que vendía cupones. Esa mujer si era feliz, se le notaba en la cara, estaba satisfecha con su vida. No era una vida ni mejor, ni peor, que las demás, pero era la suya y la agradecía y le gustaba hablar con ella, por eso. Había muy pocas personas de las que ella conocía, que estuviesen satisfechas con sus vidas. Siempre pedían más, sin darse cuenta, que con más, no se era más, solo se tenía más, pero se era igual. Ese más que buscaban, estaba en la actitud y el descaro con el que se podían afrontar las situaciones diarias.
Subió las escaleras del trabajo, de un tirón, todas, hasta que llegó a su sitio. Abrió la puerta y al entrar, le pareció todo tan conocido, que hizo que se sintiera aun mejor. Estaba en su medio, no podría haber sido más feliz en otro sitio, en otro lugar, era lo que le gustaba y tenía la gran suerte de poderlo hacer.

Se sentó un momento, abrió el bolso, sacó el teléfono e hizo dos llamadas. Volvió a sonreír y se dispuso a trabajar.

El día le ofrecía muchas oportunidades, entre ellas, la de sentirse bien consigo misma y no iba a consentir que nada ni nadie, estropease el plan que el Universo había decidido ese día poner a sus pies.








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