Dio un salto
de repente y salió de la cama, sin saber porqué, todo había cambiado en su
mente. Se sentía bien y ajena al resto de los problemas del mundo. Se miró en
el espejo del tocador y se sorprendió haciéndose un guiño a ella misma,
mientras pensaba: ¡ Hola guapa!
No recordaba
lo que había soñado, pero lo había hecho, como siempre y ese sueño tuvo que
volver a darle la vida, a quitarle las pesadumbres de los últimos tiempos. Penas,
que por otro lado, ella había sido la única que se las había causado, así que…decidió
perdonarse a sí misma y pasar de nuevo por la vida, saludando al tiempo,
paseando por las horas y disfrutando al máximo de los momentos. Era su carácter
y eso era imposible de cambiar.
Miró por la
ventana. Llovía a cantaros, un día oscuro y hacía frio, pero le pareció un día
precioso, como cada vez que el cielo decidía ponerse a llorar un rato, como un
niño con una rabieta.
No hizo lo
que hacía todos los días desde un tiempo atrás. Ir a sus carpetas y buscar
aquel nombre que había apuntado hacía algún tiempo y que en el transcurso de
una conversación, le dieron. Lo había anotado, pero no lo encontraba, llegó a
una conclusión, si no lo encontraba…por algo sería, era mejor olvidar el
dichoso papel.
Sonriendo,
se dispuso a entrar en la cocina, se prepararía un café fuerte, como los que
tomaba los lunes por la mañana y comenzaría su día de nueve a tres y después
todas las horas restantes del día para ella.
Al pasa por
el espejo del pasillo, volvió a mirarse y se preguntó: ¿tú de qué vas?, soltó
una risa sonora y contesto en voz alta -¿yo? De nada, ¡a preparar un café!
Los rituales
de todos los días y lista, a la calle. Cerró la puerta tras de sí y antes de
abrir el paraguas y bajo el refugio del pequeño porche, se quedó absorta
mirando como caían las gotas de agua sobre los helechos. Le hubiese gustado
tener en las manos una cámara con un potente objetivo y dejar parado ese
momento, o que sus ojos pudiesen ralentizar ese instante para ver como se producía
la corona de agua, al caer la gota sobre una de las hojas, pero eso como otras
muchas cosas era imposible. Era tan bonito ver, como se formaban esas gotas,
eran mundos perfectos, juntos unos a otros, pero jamás unidos. Así que, abrió
el paraguas y salió, cerró la reja y escuchó un siseo que provenía de una de
las ventanas de su vecina, alzó la mano en señal de saludo, pero observó como
la anciana abría una de las hojas, diciendo: ¡hoy, no llegas!, sonrió y omitió
el comentario, más que nada, porque estaba acostumbrada a oírlo casi todos los días,
y si su vecina decía que no llegaba, seguro que si lo hacía y con tiempo de
sobra.
Siempre había pensado que esa mujer de haber nacido varios años antes,
hubiese sido una perfecta secretaria de dirección. Llevaba al dedillo la vida
de todos y los asuntos más triviales, deberían convertirse en su cabeza, en
asuntos de estado. En cierto modo siempre le recordaba a una de sus tías, e
incluso la vecina parecía menos insistente el algunos temas, que ella.
Ambas se conocían,
fueron presentadas hace muchos años y entre las dos podrían investigar
cualquier secreto, si éste estuviese en sus ánimos. Disponían de tiempo e
imaginación, dos factores fundamentales para una buena investigación.
Aceleró el
paso, más de lo debido, sin recordar que varios días antes, se había lastimado
el pie, de una manera tonta, pero él se encargó de recordárselo con una leve
punzada a la altura del tobillo.
Tomó el autobús,
de todos los días y no reconoció al conductor, esta vez era una chica rubia, simpática
y que con una sonrisa le devolvió los buenos días, se sentía feliz. Era la
primera vez que la veía en ese trayecto, por lo que, haciendo sus propias
conjeturas, dedujo que sería su primer trabajo y de ahí venia su felicidad. En un
momento de negatividad por su parte, pensó: cuando lleves veinte años haciendo
lo mismo, seguro que no respondes a los buenos días, ni sonríes.
A ella, que
tanto le gustaba definir cosas, a eso lo llamaba “Proceso cognitivo continuo, adaptado a situación
rudimentaria”, las personas menos soñadoras, lo llaman, en seco, con mucha
frialdad y sin ningún tipo de consideración ni miramientos “Rutina”.
Pero en ese “Proceso
cognitivo continuo…” también hay encanto. El día a día, siempre que pongamos un
poco de corazón y alma en él, también puede ser bonito, depende de cómo cada
cual, se vaya tomando los acontecimientos.
De todas formas,
es lo que nos pasa a todos. La ilusión se esfuma, la paciencia se agota, la
razón entra en dudas y nos bloquea la realidad. ¡Pero esa es la vida…que le
vamos hacer!
El autobús estaba
lleno, pero miró al fondo y le pareció ver un asiento libre al lado de alguien
que leía. Se dirigió a él, más que por el asiento, por el libro, pensó que podría
ver el titulo y podría interesarle. Se sentó y observó que lo llevaba
forrado en un papel marrón, así que intentó ver alguna líneas escritas en él,
pero fue inútil, su dueño lo protegía celosamente entre sus manos.
No quería que
viese lo que estaba leyendo. Se dio cuenta, que se dio cuenta, la cuenta que le
prestaba al libro y terminó por cerrarlo. Así que decidió bajar del autobús,
tan solo quedaban tres paradas para la suya, y le gustaba el día.
Por un
momento se acordó del papel con el nombre, que tanto había buscado y volvió a
pensar donde estaría, pero también recordó que dijo que lo iba a olvidar. Con
el tiempo, el enigma se resolvería solo y entonces, sabría cómo actuar. De
siempre, en su casa le habían dicho que tenía más paciencia que un caracol. No sabía,
como podían saber si un caracol tenía paciencia o no, lo mismo, los pobres
animales son los más nerviosos de la naturaleza y en ese caso, sí se parecería
a ellos, era una persona de nervios internos, lo que hacía que su mente
estuviese en continua ebullición y para sentir una cierta calma, necesitase
sentirse agotada. También sería por eso, que a veces, le decían que agotaba,
esto le solía ocurrir en el trabajo, no lo decían con estas palabras, pero le
comentaban: ¿no te cansas?, o ¿no estás cansada?. Se movía, iba de un lado para
otro, debía tener muy buenas pilas, porque para ella era un problema agotarse.
Llegó cerca
de su trabajo y al pasar por el quiosquillo, saludó a la mujer del hombre que
vendía cupones. Esa mujer si era feliz, se le notaba en la cara, estaba satisfecha
con su vida. No era una vida ni mejor, ni peor, que las demás, pero era la suya
y la agradecía y le gustaba hablar con ella, por eso. Había muy pocas personas de
las que ella conocía, que estuviesen satisfechas con sus vidas. Siempre pedían
más, sin darse cuenta, que con más, no se era más, solo se tenía más, pero se
era igual. Ese más que buscaban, estaba en la actitud y el descaro con el que se
podían afrontar las situaciones diarias.
Subió las
escaleras del trabajo, de un tirón, todas, hasta que llegó a su sitio. Abrió la
puerta y al entrar, le pareció todo tan conocido, que hizo que se sintiera aun
mejor. Estaba en su medio, no podría haber sido más feliz en otro sitio, en
otro lugar, era lo que le gustaba y tenía la gran suerte de poderlo hacer.
Se sentó un
momento, abrió el bolso, sacó el teléfono e hizo dos llamadas. Volvió a sonreír
y se dispuso a trabajar.
El día le ofrecía
muchas oportunidades, entre ellas, la de sentirse bien consigo misma y no iba a
consentir que nada ni nadie, estropease el plan que el Universo había decidido
ese día poner a sus pies.
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