Viernes, comienza el fin de semana. Es distinto
para todos. Me reúno, con una amiga, donde
sé que me estará esperando al sol. En el borde del gran círculo de piedra, que
da acceso a la plataforma de madera, donde se celebran los eventos importantes
y donde en cualquier celebración ponen música. En el momento de verla, me
alegro y lo refleja mi rostro, no lo controlo, pero se empeña en formar una
amplia sonrisa que desde lejos es correspondida.
A veces, cuando paso por allí,
aun sabiendo que ella no está, porque mi pasada ha sido casual, siempre miro
para ver si la veo. Por muy pronto que me empeñe en llegar, ella siempre lo
hace antes, y también siempre, le pregunto lo mismo, ¿hace mucho que esperas?,
sonríe y dice: más de media hora, y se ríe. Cuando en realidad, sé que sólo
puede llevar esperando un par de minutos. Es un día cualquiera, pero
revoluciona mi rutina.
Nos
dirigimos a nadar. A un kilometro más o menos, nos espera otra amiga, ella vive
cerca del lugar hacia el que nos dirigimos. Aunque esto lo hacemos, varias
veces a la semana, el viernes es especial. Quedamos por la mañana, temprano,
hoy toca café y desayuno completo.
Estamos ya
las tres, y entramos en la cafetería, ¿Dónde nos ponemos?, pregunta simple y
que la podemos omitir, porque siempre nos ponemos en el mismo sitio. Subiendo
la pequeña plataforma, no más elevada de un metro a la que se accede por una
pequeña rampla. Ese es nuestro sitio. Posee una pequeña balconada de madera,
que da al resto de la cafetería, formando un pequeño saloncito, con vistas.
Las paredes,
decoradas con inmensos murales de la Quinta avenida de Nueva York, hace que
tomes café en plena vía, con los transeúntes americanos, que al igual que en la
vida real, van a toda velocidad, y con un coche de policía en primer plano. Van
muy de prisa, como si el tiempo así pasara más rápido, pero, él que nos conoce,
sabe que se va a detener delante de esos tres desayunos y se quedará con
nosotras, escuchando nuestro comentarios, confidencias y proyectos de viajes, a
un lugar u otro y lo que haríamos, si esto…o aquello, fuera así… o de aquella
manera. Para nosotras, no sirve la velocidad que nos quiere indicar esa pared.
Nos da igual el decorado. A veces pienso el contraste entre ellos y las tres
personas del otro lado y no cambiaria ese momento del café con mis amigas, por
nada, no me gustaría encontrarme realmente en esa bulliciosa calle de tiendas
de lujo, no sabría que hacer.
¿Pedimos?, ¡sí!
Lo de siempre, pero con tostadas. ¡Yo pido!, digo siempre, pero también,
siempre se queda una de ellas conmigo, y otra lleva las mochilas a nuestro
sitio ¿Qué va a ser? Pregunta la pequeña camarera. María una joven delgada, no
muy alta y embarazada de siete meses, que se mueve a una velocidad de vértigo.
Cuando la veo trajinar, pienso que tendrá un bebé hiperactivo.
Mientras
desayunamos, hablamos de todo lo divino y lo humano, solucionamos lo problemas
del mudo, sin darnos cuenta que al salir de ahí, el mundo seguirá con sus
mismos problemas, riéndose de nuestras soluciones. Pero por unos momentos,
hemos creado el mundo perfecto. Hablamos de libros, películas, programas
informáticos, escapadas de fin de semana, fotografía, y de todo lo que nos
viene a la mente.
Ese primer
sorbo de café con mis amigas, sabe distinto a los demás cafés del día.
Mientras lo
tomo, observo a las personas, las observo con extremo disimulo y cuidado, sin mala
intención, pero me gusta ver las acciones cotidiana de las personas, sus
costumbre y sus rituales. Todo eso, que hacemos todos, todos los día, sin
darnos cuenta. Hasta que un día entró una persona, que llamo mucho mi atención,
su ritual era de lo más extraño.
Hombre de
mediana edad, ni alto ni bajo, ni feo ni guapo, ni joven ni viejo, pelo oscuro
y raya perfecta a la izquierda, gafas de pasta oscuras, que delatan una leve
miopía y presbicia, solo una persona corriente, pero por eso me fijé en él. Su
ritual era totalmente distinto. Antes de notarlo yo, lo hizo una de mis amigas,
ella fue quien me lo dijo, siempre me ponía de espaldas a él y ahora quiero
tenerlo enfrente, para verlo bien.
Llega adonde
estamos y saluda, coloca su chaqueta con mucho cuidado en el respaldo de la
silla y le pasa la mano por los hombros, repetidas veces, como si la planchase.
Limpia la mesa, ya limpia, con varias servilletas, pero lo hace de forma muy
enérgica, como si pudiese eliminar los pequeños microbios que nos rodean y que
no se quitan con unas simples servilletas de papel. Siempre pide lo mismo, una
entera con mantequilla y mermelada y café con leche.
Va a por el
café y vuelve a la mesa, hasta que lo llaman para la tostada y en ese
intermedio, después de echarnos una ojeada y volver a saludar, solo si cruza la
vista con alguna de nosotras, vuelve a tomar unas servilletas y cubre la taza
de café con ella, recreándose en cada uno de los pequeños pliegues que hace a
su alrededor, para que quede como una frágil tapadera de papel, donde no pueda
entrar ni salir nada, como si cortase el mundo interior con el exterior, toma otra
servilleta y limpia la cucharilla, varias veces y la mira y la vuelve a limpiar.
Recoge sus tostadas en el mostrador. Ya en su sitio, limpia el cuchillo y el
tenedor, coloca bien las tostadas en el plato, y reparte milimétricamente la
mantequilla y la mermelada, las cortas en cuadrados perfectos, se levanta a por
un diario, que nunca lee y destapa la taza, dobla muy bien las servilletas que
hacían de tapadera y se dispone a comer las tostadas, con su cuchillo y su tenedor
brillante.
Y yo, que lo
he observado sin que se dé cuenta, saco mis conclusiones.
Es un hombre
soltero, vive solo o con familiares mayores, debe trabajar en algo de
informática y su trabajo debe estar muy cerca de donde estamos. El negocio no
debe ser suyo, por la hora a la que desayuna y debe ser la persona más ordenada
del mundo, del mundo que yo conozco, claro está. Debe ser extremadamente
escrupuloso y meticuloso y debe tener una mente cuadriculada, donde una idea no debe nunca mezclarse con otra, porque están separadas, como en una cárcel. Lo de soltero, lo
he deducido por la forma en la que cuida la chaqueta, seguramente su ropa la
cuida él, porque no hay nadie que lo haga por él y lo de vivir con personas
mayores, también lo he deducido por la chaqueta, no quiere dar trabajo a los
demás.
Sus dedos
son largos y muy finos y como cerca hay oficinas informáticas, pues lo he
ubicado ahí.
Cuando
comienza a comer su tostada, se ausenta mi atención.
Pero la “
atención” que es como un pájaro sin control en su vuelo, se centra ahora en el hombre que viene
vendiendo cupones. Siempre llega hasta donde estamos y nos ofrece, por si
queremos comprar, mientras otros del bar niegan solo con la cabeza, o lo
ignoran, nosotras decimos “no, gracias” y el hombre contesta “gracias a usted”.
Creo que sube hasta donde estamos por oír decir “no, gracias”, una vez, dije “no, gracias, que tenga un buen día “y desde entonces, el
hombre sube y creo que sería feliz si alguna vez, nosotras le comprásemos uno
de esos cupones y que realmente él, desearía que nos tocase. Quizás este
viernes lo haga.
Después está,
la familia que se reúne cerca. Casi todos los miembros, incluidos el abuelo y
el nuevo vástago que apenas tiene un mes, van allí. Se pasan al pequeño de brazos en
brazos. Pero la imagen más tierna que conserva mi retina, es la del abuelo muy
anciano, con el bebé en su regazo, las manos temblorosas del hombre mayor y el
contraste de la piel tersa del bebé. Cuantas cosas pensé en ese momento, el
ciclo de la vida lo recorrí en una sola imagen y note que se me ponían los ojos
brillantes. Una de mis amigas se dio cuenta y cambiamos de tema rápidamente, es
increíble, nos conoce solo mirándonos.
Uno de los
miembros de esa familia, fue alumno mío, hace ya algún tiempo y me mira,
siempre espero que me salude, pero solo me mira y sonríe. He llegado a pensar
que quizás no recuerde mi nombre, pero es imposible, yo sí recuerdo el suyo con
los dos apellidos, y la de muchos alumnos de aquella época mía. Le devuelvo la
sonrisa. No creo que sea por timidez, cuando tenía que pedir o reclamar algo lo
hacía y cuando acabaron los cursos, me regalaron un inmenso ramo de flores, que
fue por su propia iniciativa, pero ahora solo me mira y sonríe. Y pienso que
quizás, aun con esos cursos, no le fueron bien las cosas, cuando los terminó.
Volvemos a
centrar nuestra atención en el desayuno, mientras alguien echa agua fría, sobre
el té rojo.
Y el tiempo,
vuelve a pararse en nosotras, haciéndonos un guiño y prestando atención, a
nuestras cosas e intereses.
Me
sorprendo, de lo rápido que acuden los recuerdos, pero el tiempo, me dijo una
vez, que él ahí no intervenía, que cuando él pasaba hacía que estos se produjesen.
Y vuelvo a
hacerme la misma pregunta de siempre, si todo el mundo es así, como yo los veo,
como somos todos, con los mismos intereses, las mismas manías y costumbres,
¿por qué hay conflictos? , si todos lo que realmente queremos es vivir
tranquilos, que todos los días sean viernes, llevar una vida sencilla y
podernos mirar a la cara, e incluso sonreírnos. ¿Qué fuerza se empeña, en que esto
no pueda ser así?
Pregunto la
hora y nos ponemos de repente las tres de pie, tenemos que darnos prisa, se
hace tarde y el viernes aun debe tener sorpresas escondidas, debe ser interesante ir descubriéndolas.
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