En todas las
familias, están los listos, los sabios, los estudiosos, los más torpes, los
quejicas, los incondicionales, los ocurrentes los curiosos y los que a solo les
gusta vivir por vivir. Encuentran un trabajo para subsistir y simplemente
viven, sin más complicaciones.
En este caso
me voy a referir a los que aman la vida. Para mí son las personas, que teniendo
una mente brillante y habiendo podido desempeñar cualquier oficio sin techo
profesional, han preferido algo más simple. Vivir la vida con más plenitud, con
más intensidad, y por lo tanto dedicándose más tiempo a él y a los detalles
pequeños. Vivir para la vida, con tanta fuerza, que podrían ver crecer una
margarita y notar los cambios que la naturaleza produce en ella, día a día.
En este
grupo se encuentra un familiar mío, concretamente un tío. Realmente, no es tío
directo, es el tío de uno de mis padres, el menor, que tan solo tiene unos años
más que mi madre. Pero que desde pequeña, nos dijeron a todos, este es el tío
Anselmo y como tal quedo en la familia. Yo más bien me inclino por la creencia,
de que es un primo segundo o tercero, de esos que hay en todas las familias,
por que cuando he preguntado el parentesco, me hacen remontar a primos de
primos y se aleja eso mucho de mis conocimientos en Genealogía.
Persona
amable donde las haya, detallista y encantador. Buen profesional. Su oficio se
podría definir como “ dedicación completa a la tecnología audiovisual” y el cual se ha ido haciendo
querer a través de los años, integrándose en la vida de todos, en las de uno
más que en las de otros, formando parte de nosotros y participando en los
eventos familiares.
Hace un tiempo y aprovechando una reunión
familiar, donde aun sin avisarlo, siempre se encuentra presente. Y yo siempre
me pregunto “¿cómo se ha enterado?” y nadie, admite nunca haberlo llamado, pero
es igual, su presencia es agradable y no estaríamos completos sin él, en torno
a una mesa.
Pongamos en
marcha la imaginación. Hombre alto, delgado, elegante en el vestir y en las
formas, buen y amplio vocabulario, lo que en lengua anglosajona diríamos un
“gentleman” de los pies a la cabeza. Pero que a su edad aun permanece solo. Su
amor ideal, no ha existido nunca, quizás porque nunca ha pensado que las
mujeres somos de carne y hueso, y a veces deseamos más un beso, que un ramo de
flores.
Yo, desde
joven, le he ido conociendo novia tras novia y cuando todos pensaban que era la
definitiva, ¡paff! ruptura, lo cual hacia que cuando nos presentaba a sus novias, yo al menos, intentaba no
tomarles mucho cariño, porque sabía que mas tarde o más temprano, llagaría la
siguiente.
Anselmo, el
tío eterno de la familia de mis padres y ahora, de la de mi hermano y la mía,
tiene un leve defecto…bueno algo más que leve, pero que a mí personalmente me
hace mucha gracia. Su cabello…su cabello es encrespado. Es curioso, él dice que
es el único defecto que tiene, aunque, aun queriéndolo mucho, reconozco en mi
fuero interno, que tiene muchos más, como todos los tenemos, y yo la primera de
la fila en lo referente a defectos.
Esta pequeña
tara reconocida en él, por él mismo, a veces lo lleva a situaciones muy
curiosas.
Hace tiempo
cuando empezó su alopecia, comenzó a dejarse por los laterales de la cabeza el
cabello más largo, de manera que a la hora de peinarse, subía el lateral
izquierdo hacia el lado derecho de su oreja y el derecho hacia el izquierdo,
formando una especie de cruceta en lo alto de la cúspide craneana, pareciendo
así desde lejos…muy de lejos, que tenia cabello. Así se tapaba la calvicie, que
él decía incipiente, pero que con ojos técnicos era bastante avanzada. Esto me parecía
gracioso e incoherente, “donde no hay…..no hay”. Pero cada uno es dueño de su
cuerpo y si él se veía bien, pues bien estaba. Más tarde, pensó en los injertos
de cabello…y lo hizo, pero se necesitaban demasiados cabellos para tapar tanta
calva y lo dejo. Se hizo trasplante solo en el comienzo de la frente.
A veces
pienso que sin quererlo, es donante de pelo.
Miles…miles
de veces le he dicho: “ rápate la cabeza, es atractivo para las mujeres” ¡qué
horror! decía…jamás, haré eso. Y yo, para convencerlo y también, todo hay que
decirlo, por la curiosidad de ver si tenía piel, debajo de esa maraña de pelo, volvía
a insistir, diciendo “pues a las mujeres, nos gustan los hombres calvos”, el me
preguntaba, ¿a todas? y como una experta, que no soy en la materia, asentía una
y otra vez diciendo que resaltaría sus ojos verdosos y su altura…en fin lo que
él quería oír. Pero nunca ha habido manera de convencerlo del todo y aun sigue
con su maraña.
Los días de
viento, el tío Anselmo, no sale para nada. El viento es su enemigo.
Una vez, coincidí
con él en la calle, un día que empezó una racha de viento. Él terrible viento
que por fin me dejo ver su lustrosa calva. Se formó un remolino, de esos que
hacen que las mujeres nos agarremos las faldas y los vestidos, y en un
plis-plas, el viento que empieza por el suelo, se elevó hasta su altura,
llegando a su cabeza y haciendo que sus dos tufitos de cabellos laterales, se desplazasen
hacia atrás y mi curiosidad quedó satisfecha. Desde ese momento le di toda la razón,
cada vez que decía “me estoy quedando calvo” yo pensaba: “ no, tío Anselmo, ya
lo estás”. Le regalé una gorra de visera, para que no se perdiese los
maravillosos días de otoño ni invierno.
Jamás se la he visto puesta, lo que me
indica que nunca sale cuando hace viento.
He visto fotografías
de su juventud y realmente era guapo y bastante. La belleza en mi familia viene
de parte de mi madre, dejando para la familia de mi padre la belleza de andar
por casa, que es la que yo he heredado.
Pues, bien…
en una de esas reuniones, en las que, se habla de todo y
todos
hablábamos, unos con otros en un ambiente cálido y agradable, es decir, esas
conversaciones donde todos hablan y pocos escuchan. Él después de servirse un
trozo de carne dijo, “ pues yo llamo mis números”. Fue en ese instante, en ese
preciso momento en el que pronunció esa frase, donde perdí el contacto con los demás
y me centré en lo que había llamado tanto mi atención, ¿tus números? dije mirándolo
a los ojos, así que, deje de oír al resto de los que estaban en la mesa y me
dije, “esto promete ser muy... pero que muy curioso”.
¿Y cómo
puedo saber yo cuales son mis números?, pregunta que hice, queriendo saber más
del tema. Es fácil, todos tenemos números, me afirmo. El más importante, tu
fecha de nacimiento, después tu D.N.I, después el de tu casa y distrito y así
vas formando una serie de números que van dejando rastro en tu vida, lo único
que tienes que hacer es buscar en ellos a personas.
No me lo podía
creer y pensé en algún trastorno leve, o una simple desubicación. pero continuó
hablando:
Yo comencé, preguntándome
quien tendría mi D.N.I por número de teléfono, pero como me faltaban un numero,
añadí el primer número de mi teléfono.
Llegados a
este punto, me hubiese ido con él a otro sitio, para que me lo contase todo, el
resto ya no existía. Me centré en él.
La primera
experiencia, fue extraña, continuó, pero hace un par de años intenté la cadena,
que se corto solo seis números después. Espera, no me líes, empieza por la
primera experiencia, dije tocando su brazo, en señal de calma.
Pues tomé mi
número de carnet de identidad, como me faltaba un número, le puse el seis
delante, que es el número de mi teléfono y hace cuatro años que envío a esa
persona, por Navidad, mis felicitaciones, y te contesta, pregunté asombrada y
pensando: ¿cómo no se me ha ocurrido a mi?
No, no
contesta, pero una vez logré oír su voz. Mi curiosidad iba aumentando, ¡había oído
la voz de la persona desconocida!
Rápidamente,
las preguntas se agolpaban en mi boca, eran tantas, que no se cual fue la
primera. Él me miró, se echo a reír y acerco más su silla a la mía, como si me
fuese hacer una confesión, como un acto secreto.
La llamé, en navidades hace cuatro años, y no descolgó el teléfono, pensé que sería una
chica guapísima y que estaría en una fiesta espectacular y no lo había oído. ¿No
pensaste que podría ser un hombre?, en ningún momento se me ocurrió, siempre
pensé en una mujer, una modelo idealizada por mi y que podría convertirse en el
gran amor de mi vida (tuvo varias experiencias amorosas, todas fallidas y sigue
viviendo en el celibato, quizás por ser tan exigentes con el resto del mundo,
como con el mismo).
Más tarde lo
intenté por las fechas de los reyes magos, por semana santa y por la feria de
abril, pero el día de mi cumpleaños, creí que tendría suerte y así fue ( yo, ya
no hablaba, ni preguntaba, no quería distraerlo y me convertí en una oreja
gigante, para que ninguna de sus palabras se me escapasen), ella descolgó el teléfono,
él se quedo callado y entonces pregunté ¿y qué tal? Continuó, diciendo: sentí
como si mi corazón, hubiese pasado por una maquina de triturar carne, ¿de emoción?,
claro que fue de emoción, pero era una emoción decepcionante, ¿era una mujer?,
sí, era la voz de una mujer, que tendría unos setenta años y que con una voz
grave, tosca, desagradable, y casi a gritos, me dijo un “¿diga?”, que fue el que
trituró mi corazón. Ya no quería saber más, lo noté decepcionado, pero él
continuó… creí que más que ser, el gran amor de mi vida, podría ser mi cómplice,
en la búsqueda de números que me había propuesto. Ahí le di toda la razón, el
amor se puede llegar a romper, por muchos motivos, pero la complicidad jamás.
ser cómplices con otra persona, es algo parecido a la amistad, pero varios
peldaños superiores.
Un cómplice
se siente libre ante el otro, porque los dos comparten un mismo interés, un
mismo secreto.
¿Llegaste a
saber cómo se llamaba la mujer?, no, pero pregunté por María, ¿y qué te dijo?
Él se echó a reír con todas sus fuerzas, tanto, que pensé que me había tomado el
pelo, con toda esa historia. Pero prosiguió. Ella contestó con la voz mas masculina
que jamás oí a una mujer, y dijo: “ aquí no vive ninguna María, yo soy Elena” y
me colgó.
Entonces se
levantó y se dirigió a un sillón donde estaba su chaqueta, sacó su móvil, volvió
a sentarse a mi lado y comenzó a demostrar que toda su historia era verídica. Me
enseñó su carnet de identidad, para que viese el número y todos los mensajes
mandados por él. Todo era cierto. Pero vi una serie continuada de mensajes cambiando
solo su último número de carnet, ¿y esto?, él me había contado la historia y yo
me creí con derecho a preguntar. Estos son las series, ¿las series?, sí, solo
hay que cambiar el último número, mandas una felicitación por Navidad, diciendo
que tu número de carnet es parecido a su número de teléfono y que te gustaría
saber de donde es, solo la ciudad. He llegado hasta cinco números, me los
enseñó vi las ciudades de procedencia y era cierto, ¡era todo cierto! y además,
¡habían contestado!
Hoy hace un día
de mucho viento y me he acordado de él. He tomado en mi mano el teléfono para
llamarlo, pero no lo he hecho.
Me hizo
soñar, mientras me contaba la historia, me veía de pequeña, introduciendo en
las botellas que iba guardando en mi casa durante todo el año, esos mensajes
que en verano tiraba al mar.
relato entretenido y divertido
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