Era
temprano, como siempre. A la una de la tarde la playa se acaba para mí, como
mucho a la una y media. Cuando la gente viene, me voy, no soporto más sol y me
he dado todos los baños posibles, hasta las ocho o las nueve de la tarde cuando
suelo volver.
Las ocho y
media mi primer baño. Me dirijo a la playa por la duna alta, me gusta el
esfuerzo que hay que hacer para pasarla, es como un precalentamiento antes del
baño. Me siento cuando llego a lo alto y me quedo no más de cinco minutos, observando.
Más de una
vez, me he sorprendido perdida en la inmensidad del mar sin saber en qué
pensaba, pero hoy al llegar arriba de la duna alta, la nueva, he visto a una
joven sola en la playa. Dibujaba algo con un palito en la arena mojada y me
quedé quieta, muy quieta como si no existiera, tenía miedo de que al verme la
entretuviese de sus pensamientos y permanecí allí sentada, solo miraba.
Era tanta mi
curiosidad por saber que escribía, que intenté entrar en ella, ver por sus
ojos.
Yo, que no
sé nada de meditación y creo que el pensamiento es para que este en continuo
movimiento, por lo menos eso es lo que piensa el mío. Me suele pasar desde
pequeña, cuando te pones con mucha intensidad en el lugar del otro, puedes
sentir cosas, que aun no siendo extrañas, si son distintas a lo que normalmente
puedes sentir tú.
Es una
paradoja que nunca he podido explicar. Solo tienes que pensar lo que crees que
piensa la otra persona y entrar en ella, es fácil. Su pensamiento no lo sabe y
te admite.
Me acordé de
mi abuelo, con él me sentaba muchas veces en la duna nueva y de mi padre con
quien también lo hacía, él fue quien me puso un sobrenombre que en otro idioma
significa “un millón de preguntas”.
Siempre tenía
una pregunta en la boca… siempre. Y aun hoy, a mi edad, a veces siento que se
me puede acabar el tiempo y que de ese millón de preguntas que me hago, muchas
se quedaran sin respuestas y que necesitaría dos vidas por lo menos para
encontrarle significado a todas y esa era una de ellas : ¿por qué puedo sentir
por los demás? Nadie me dio nunca la respuesta.
Mi abuelo se
echaba a reír y me decía: “siempre me preguntas lo mismo y yo no lo sé, ni
siquiera sé lo que me quieres decir o lo que quieres que te explique, no te
entiendo… “ ¡Venga al agua boquerón…que se enfría”. Me decía boquerón por la manía
que tenía mi madre o mi abuela, de que tuviese durante el día el pelo recogido
y de hacerme una o dos trenzas para que en el agua no se me enredase - ¡venga!,
abuelo que se enfría –respondía. Porque sabía que un día más mi pregunta
quedaba sin respuesta. Nos dirigíamos al agua y me repetía : “¡ves, ya está fría!”.
Cuando en
realidad el agua de Atlántico está siempre helada como la nieve.
Mi padre no
se reía, pero me aseguraba que el tiempo me daría la respuesta, que él no las tenía
todas, que nadie tenía todas las respuestas a mis preguntas “el tiempo da la
respuesta a todas las preguntas que nos podamos hacer” -decía. El ya no está,
pero sabe que el tiempo no me ha respondido a nada de eso y que esa pregunta se
irá conmigo.
Dejé de
hacer el ejercicio de entrar en la chica, al fin y al cabo, quien era yo para
intentar saber que escribía y en que pensaba en ese momento y además no tenía
ganas de concentrarme en nada, solo quería bañarme un rato e irme, me esperaban
para desayunar.
Bajé la duna
por el lateral, no quería pasar cerca de ella. Quería que siguiese con sus
pensamientos, además me pareció ver que se paso varias veces la mano por los
ojos, por lo que supuse que estaba llorando.
Entré en el
agua, pero no dejaba de pensar que estaría escribiendo. ¿Por qué no lo olvidaba
ya? Soy curiosa, pero no con tanta insistencia.
Nadé un
poco, ya sin ganas. El tiempo que estuve en la duna me hizo recordar cosas de
mi vida, unas muy agradables y otras no tanto, así que decidí salirme. En ese
momento vi que la chica se alejaba arrastrando el palito por la arena seguida
de un perro que en ningún momento se había separado de su lado.
Fui hasta
donde ella había estado escribiendo y leí lo que había puesto remarcándolo una
y otra vez… solo había escrito: “papá”, entonces comprendí lo que le pasaba, a
mí me ocurrió lo mismo y lo sentí por ella, por lo mal que tenía que estar.
Ahora era yo
la que se limpiaba la cara con la mano.
No quise
subir la duna y tomé la empalizada. Estaba triste por las dos.
Con todo mi corazón
y sin saber siquiera como se llamaba, le dije que todo pasaría y que le quedarían
los recuerdos más dulces del mundo, aunque ahora se sintiese tan mal como yo me
estaba sintiendo.
Crucé y vi
como me levantaban la mano, el café ya estaba listo hacia un rato, me limpié
bien la cara con el pareo y puse la mejor de mis sonrisas, no tenía derecho a
estropearles el día a los demás…
Desde
siempre he querido decir lo que siento y hace mucho tiempo, cuando tenía doce
años, me di cuenta de que solo había para mí dos tipos de “inmunidades”: la
diplomática y la de la pluma.
Como por mi
forma de ser y de pensar nunca podría haber pertenecido a la primera, de joven
opté por la segunda. Esta, hacía libre mi pensamiento y a ella me acogí. Puedes expresar
con sinceridad, lo que sientes, lo que no sientes o lo que quisieras sentir.
Nadie o casi
nadie te preguntará jamás que hay de cierto en un relato o en una novela y si
lo hacen solo tienes que hacer lo que yo hago, me echo a reír y dices: “de todo
un poco”. Pero solo tú sabes lo que lleva de tu realidad.
Quien lee
mucho, es porque tiene mucho que contar y yo soy una incansable lectora. Quizá
tú que lees esto, tengas mucho que contar…
Que nadie
olvide, que es solo un relato y que cualquier parecido con la realidad, puede
llegar a ser mera coincidencia o… no.
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