Seguimos
subiendo la interminable cuesta que nos llevaba al faro, las personas que
venían conmigo hacia un rato que dejaron de seguirme, oí como entre risas dijeron: “¡sigue tu…sigue tu! Y cuando
llegues nos dice que se ve”, se habían rendido ya. Y yo seguí… porque es muy
difícil que me rinda.
Me paré y
abrí la pequeña mochila que siempre llevo conmigo, revisé las cosas y estaban
todas: agua, protección solar de fuerza extrema ,cámara, pilas, otra gorra
además de la que llevaba puesta, coleteros para el cabello… y miré más al
fondo, creí que algo muy importante me lo había dejado atrás, con las protestas
que escuchaba de los demás por lo empinado y accidentado del camino, pero no,
estaban ahí e intactas, eran todas las ilusiones que había puesto en ese viaje
y que por nada del mundo iba a dejar que me lo estropeasen.
Antes de
tomar las vacaciones, todos los que venían conmigo sabían mi itinerario. No es,
que siempre se haga lo que yo digo, es que nunca se hace y desde hace algún
tiempo, ya no intento convencer a nadie para que me acompañe, aunque sé que no
me dejan sola.
Siempre eran
“las vacaciones”, pero por una vez iban a ser
“mis vacaciones”.
Me gustan
los faros, pero los faros…faros. Aquellos que me recuerdan grandes historias,
grandes hechos y aventuras. Ya quedan pocos de aquellos y los que quedan están controlados
por máquinas, ya no hay fareros, bueno …si, pero muy pocos, pero no viven en
ellos tienen una casita muy cerca y desde ahí, los trabajan. Va todo a base de
botones y teclas.
Pero es
igual yo cuando voy a uno y creo que conozco todos o casi todos los que hay por
las costas de este país, me invento mil historias cuando llego a ellos.
Pienso en
piratas, en grandes barcos con la bandera de las dos tibias sobre negro y me
acuerdo, de uno de los primeros libros que leí con algo más de siete años “La
Isla Misteriosa”, todos los libros de Julio Verne los teníamos en mi casa y en
algunos en la contraportada venia una fotografía de él. Y pasaba tiempo mirando
a este hombre, creo que ha sido uno de los pocos ídolos que he tenido.
Que yo
recuerde él, Leonardo da Vinci. Un par de científicos y filósofos y ya está.
Lo miraba y veía
sus ojos claros, su gran barba y lo que más me llamaba la atención era su
frente. Sí, su frente a mi edad pensaba que los pensamientos salían de la
frente, que era el lugar que yo sin saber porqué y con siete años creía que era
donde situaba el concepto etéreo que tenia a esa edad del alma, detrás de la
frente. Y como niña soñadora me imaginaba que todas esas grandes historias venían
del alma de aquel hombre, tan antiguo para mí y llegaba a sentir pena de no
haberlo conocido.
Conocía
tanto su rasgos faciales, que a veces se me hacían familiares y era como si ya
lo hubiese conocido hacia mucho, mucho tiempo pero que no lo recordaba.
Seguí por la
empinada ruta. Había una estrecha carretera que llegaba hasta el faro, pero tenía
cortada el paso al “PÚBLICO NO AUTORIZADO” y como yo no tengo autorización para
casi nada de lo que me gusta, pues decidí que por otro camino llegaba, además
no había prohibiciones por ningún sitio del que yo había escogido, así
que lo interpreté como “VÍA LIBRE”.
Miré hacia
atrás creyendo que alguien me seguiría, pero no fue así y en el fondo me alegré
el espectáculo sería todo y solo para mí. En silencio, no oiría ni a mis
pensamientos. Esto me dio nuevas energías para continuar.
Al cabo de
un cuarto de hora o algo más llegué y ¡Dios Mío! ¡qué maravilla! ¡qué hermoso
es el mundo que nos tocó en el reparto!
La altura
era considerable, pero hacia que el paisaje fuese más espectacular aun. Las
olas chocaban con los acantilados con tanta furia como si el agua quisiera
devorar aquellas milenarias rocas, aun a esa altura se oía el sonido.
Me volví y
me dirigí al faro para tocarlo, siempre lo hago, me pasa como con los arboles,
me gustan tantos que los toco.
Vi una
casita muy pequeña con la puerta abierta y pensé: “la casa del farero y su
familia”, toqué en la puerta, todavía no sé porqué lo hice, pero lo hice y no
contestó nadie así que me dirigí de nuevo a contemplar el paisaje y a hacer
fotos.
No llevaba
allí ni diez minutos cuando vi que dos hombre de uniforme se dirigían hacia mí.
Me preguntaron mi nombre y que como había llegado, dije que a pie y me
contestaron que imposible. ¡Sí! A pie -insistí.
Me pidieron
la documentación y la entregué, pero tampoco sé porqué lo hice. Me di cuenta
que mi pequeña aventura se estaba estropeando, uno de ellos entró en la casa y
el otro se quedó hablando conmigo, haciéndome muchas preguntas que yo las
encontraba sin sentido ¡como echaba de menos a los que no me habían querido
seguir!
¿Sabes que
la carretera está cortada al público? Sí –dije. Pero yo no vine por la
carretera, he ido buscando un camino para llegar, quería ver el mar desde esta
altura. Cuando una carretera está cerrada se supone que los alrededores también
lo están –dijo- el hombre. No lo entendí así –continúe. ¡pues así es! -¡ah,
vale!, lo siento. No ha sido mi atención infligir ninguna regla. Fue lo que dije a continuación.
Pensé que ya
que estaba allí, pero algo asustada -aunque no es la primera vez que me piden
la documentación – intentaría conseguir algo más de información de aquel faro y
entonces comencé yo a hacer preguntas.
Al principio
el hombre estaba algo reacio a contestar pero comencé a darle una serie de datos
sobre el faro que el desconocía y me di cuenta como se iba interesando poco a
poco. Creo que no sabía ni la mitad de lo que había ocurrido allí, las
preguntas se convirtieron en poco tiempo en una conversación fluida, sobre hechos
y anécdotas del lugar.
Al rato
largo salió el otro hombre y me devolvió mi carnet sin decir nada, pero su
compañero se encargó de introducirlo en la conversación y entró en ella.
Creo que tenían
ya más curiosidad por lo que yo les podía contar que el hecho en sí de haber
encontrado a una “intrusa” en los dominios de su reino.
Una de las
preguntas en las que mentí fue cuando mirándome con ojos inquisidores dijeron :
¿y por qué te gustan tanto y sabes tanto de los faros? No podía decirles que de
pequeña yo quería ser farera y encender por la noche el faro para que los
barcos no se perdieran, que a mi edad no sabía que era el ron y creía que
era algo mágico que le daba energías a los bucaneros para ser valientes.
Me gusta el
mar, porque lo temo.
Tampoco les
podía decir, que me refugiaba en mi abuelo llorando, cuando alguien me decía
que eso era imposible, que las mujeres nunca podían serlo que era una profesión
de hombres y entonces yo creía que las mejores profesiones eran la de los
hombres, que las mujeres debíamos conformarnos con lo que la sociedad hubiese
decidido que no era para ellos, los restos serían para nosotras y que con eso
tendríamos que conformarnos y ya de niña se revelaba mi interior y me dolía
pensar así.
Pero
entonces mi abuelo o mi padre me consolaban diciendo: “cuando seas mayor podrás
ser lo que quieras” no hay trabajos de hombres ni de mujeres y así ha sido, de
mayor fui lo que quise, no farera, pero conseguí lo que quería y es cierto no
hay profesiones de hombres ni de mujeres, solo de personas.
Como esto a
mi edad, siendo una adulta, sería impropio contarlo solo dije: ¡no sé! Desde siempre me han llamado
la atención.
Al final se
presentaron, me dieron la mano y me dijeron que me bajarían por la carretera,
contesté que no, que volvería a pie me esperaban a mitad de camino, ¿pero sois
muchos? -seis – ¿por qué no han subido? – estaban cansados. Rieron y decidieron
llevarme a mitad de la estrecha carretera, cuando divisé a los demás –dije:
¡ahí están!, avanzaron algo más y pararon el cuatro por cuatro enorme que conducían.
Las personas
que se suponen que debían subir conmigo se quedaron asombrados al verme salir
de un coche de la Guardia Civil.
Con los ojos
antes de llegar a ellos notaba como me preguntaban: ¿qué ha pasado?, ¿qué has
hecho... esta vez? Y yo también con la mirada arqueando un poco las cejas
contestaba ¡nada!
Hice las
presentaciones oportunas pero sin ningún tipo de entusiasmo y nos invitaron a todos a subir al vehículo. Durante
el trayecto seguía notando sus miradas, las de los cinco clavadas en mí,
intentando preguntar sin hablar solo haciendo gestos, pero mi rostro permanecía
impenetrable, no quería hablar allí y no lo haría.
Estos, los
guardias, fueron amables y nos dejaron en el centro de una zona civilizada, no
sin antes darme una serie de indicaciones de lo que "yo" podría ver o no ver en
un futuro, seria los miraba y asentía sin pronunciar palabra. Quería que mi
boca estuviese cerrada, no sé qué podrían decir mis pensamientos sin mi
consentimiento al traducirlos en
palabras.
Las cientos
de preguntas que vinieron después por parte de los demás que debían subir también
fueron todas seguidas y a la vez y yo solo contesté: ¡no sabéis el espectáculo
que os habéis perdido!
Estas vacaciones
que comienzo dentro de unos días, entre otras muchas cosa voy a ver un faro,
pero esta vez iré con más cuidado…pero iré.
Dicen que subirán
conmigo, creo que les hace más ilusión que alguien nos pare arriba que lo que
realmente van a ver. Pero es igual me acompañaran y una vez que estén arriba lo
olvidaran todo cuando vean el maravilloso mar, rugiendo entre olas para saludar
a todo el que quiera mirarlo desde lo alto.
Sé que cuando esté en lo más alto, una vez más como siempre, me asombraré de lo maravilloso que es mi mundo.
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