Entonces
decidí que no teniendo conexión y no pudiendo salir a la calle por el viento,
me quedaban otras alternativas, leer, escribir o aprender a jugar a las cartas,
algo que siempre he querido aprender pero que nunca he tenido el suficiente tiempo
para hacerlo, pero este verano de Levante sin igual me ofrecía todo lo que
otros años me había negado, porque mi mayor prioridad era el agua. Desde el
primer momento sabía que optaría por la primera.
No siempre puedo escribir, no
siempre tengo algo que decir y hacia algún tiempo que mi pensamiento parecía
que se había quedado mudo. No pensaba, no tenía nada importante que decirme,
solo me indicaba: esperaba el verano, “ ¡diviértete, olvida el invierno!, es
imposible olvidar el invierno, pero yo me dejaba llevar y le hacía caso”.
Tomé el
libro que me había recomendado mi amigo, el bibliotecario de todos los años. Me
gustaba ir por las mañanas porque estaba él y así podía comentar algunas
novedades literarias, este hombre sabe mucho de libros y se conoce todas las
novedades…todas.
Por la tarde había una mujer que siempre está leyendo algo de historia
y poca cuenta le hace a los usuarios de la biblioteca. A veces cuando le
preguntas algo siempre te manda a la ultima estantería y como no está
distribuida por temas, pues toca buscar por autor, claro está si a “Camila Lackberg”
la ponen por Camila en lugar de por Lackberg, es imposible encontrarla. La
biblioteca no es muy grande pero no es pequeña para el lugar, de todas formas
creo que en verano es cuando tiene algo más de público.
Los jóvenes
del lugar, al ser un sitio pequeño, estudian fuera del pueblo y la biblioteca
en las tarde de Enero a las cinco está muerta, como dice la mujer. Así que toma
los libros más voluminosos de historia que hay y como creo que en el pueblo
solo los lee ella, se permite poner anotaciones a lápiz o bolígrafo y rotular
frase en color amarillo.
Una vez dije
que las bibliotecas no están muertas que tienen ciento de historias de todo
tipo y ella parece que esperaba mi comentario, porque rápidamente dijo: “sí,
pero están calladas”, eso me hizo pensar, que realmente una historia, un libro está
muerto, mientras no haya nadie que lo lea y le ponga voz en su pensamiento.
Tomé el
libro y volví a leer el título “ Las brujas de Esmirna” es una costumbre, siempre leo el título antes de continuar
leyendo, aunque sea el único que tenga entre manos en ese momento.
Lo abrí y
leí : “el soldado se sacó un papel del bolsillo y se lo dio al otro, que se lo
metió en el pecho después de mirar a uno y otro lado..."
Miré al
cielo, vi algo blanco volar y creí que era una “gaviota desafiante del viento”,
quise entrar a coger una cámara o un teléfono con el que hacer una foto, pero
me paré, no era una gaviota, era una bolsa de plástico que el viento alzaba por
los aires. Como las cometas que yo hacía cuando era niña.
Una simple
bolsa de plástico con un cordel y corría lo más rápido que podía por la playa
para que se elevase y podía imaginar lo que vería ella desde esa altura y
pensaba que si la bolsa pudiese pensar, estaría feliz porque nadie la había
elevado nunca tanto y yo había hecho que viese un mundo distinto al de las demás
bolsas, cuando en realidad era yo la que veía esos otros mundos a través de
ella.
Me asomé un
poco a la ventana que daba a la playa y noté como el aire corría y levantaba la
arena. No había nadie en ella…nadie. Así era como me gustaba verla, sola,
descansada, con su viento y su agua solo para ella, para su disfrute. Aunque
todos los días la incomodara yo, con mi presencia.
Volví a la
mesa que tenía en esa habitación y continué leyendo : “ si pudiera conseguir
ese papelito…”
Imposible,
no conseguía concentrar mi atención en ese libro, seguramente sería un buen
libro pero no podía esa tarde leer tres líneas seguidas.
Entonces
pensé en hacer una cometa con una bolsa.
Bajé y me
dirigí a la cocina, al cajón que estaba lleno de bolsas. Tomé una azul y busqué
un cordel bastante largo para que volase más alto que ninguna bolsa azul de
plástico lo hubiese hecho antes. Volví a subir corriendo las escaleras, como si
el aire se fuese a enterar y pensase en retirarse. No recordé que el aire siempre
tiene prisa y es sordo, solo se oye a sí mismo por eso nuca se para a pensar.
Até el
cordel a las dos asas y la lancé por la ventana…y voló alto muy alto, daba
pequeños tirones para que el aire no dejara de entrar en su interior. Dobló la
esquina de la casa y la perdí, pero seguía estando unida a mi por el fino
cordel, podía notar como tiraba el
viento, pero en ningún momento iba a dejar que me la arrebatase de las manos.
De pronto oí
un grito agudo y lejano y me asusté, el mismo aire lo había traído hasta mí no
sabía de donde y tiré con fuerza de la cuerda, recuperando la bolsa. Me
apresuré a recogerla como si alguien me estuviese viendo en ese momento y la
guardé en el cajón de la izquierda de la mesa, donde guardo todo lo que escribo
y que se que nunca saldrá de ese cajón.
Allí hay
cosas escritas desde hace bastantes años, pero que no merecen la pena ser
leídas por nadie. Solo yo, a veces cuando estoy allí en invierno, me voy a esa
habitación donde puedo pasar horas enteras y donde suelo perder la noción del
tiempo. Abro mi cajón, leo y me rio o lloro, son cosas personales y demasiado
antiguas y seguirán ahí para siempre hasta el fin de los días, solo para el cajón
de la izquierda y para mí.
Esta mañana
cuando he salido un vecino me ha dicho “ ¡que viento!, ¡como el de ayer no se
conocía por aquí! ”. Decía que había sido tan fuerte la tarde anterior, que
incluso una bolsa de plástico entró por su ventana, pero que el mismo aire hizo
algo muy extrañó, tal como entró en su casa, la sacó de pronto bruscamente y
llegó a pensar que se estaba formando un pequeño remolinos de esos que son
frecuentes por estos lugares. Pero que había notado como estaba unida a una
cuerda.
Son tus
vecinos de al lado-dijo. ¡Esos niños no se cansan de jugar! – ¡claro!, son
niños y a mí me gusta oírlos reír, llorar y pelearse y además la de la bolsa
fui yo. ¿Tú? - ¡Sí! Fui yo. Me miró con expectación creo que toda la admiración y consideración
que tenía mi vecino Antonio hacia mi persona, se esfumó al saber que era capaz
de pensar además de en cosas importantes, en atar un cordel a una bolsa para
que volase con el viento. Lo noté cuando se despidió porque no me dijo “hasta luego
“como siempre, me dijo “adiós”. Mientras se despedía – comenté: “Sí, hizo
mucho viento, vi como levantaba la arena en remolinos”.
No podía creer que yo, sin ninguna mala intención le
hubiese dado a este amable hombre un susto como el que me había descrito, me
sentí avergonzada pero a la vez y en el fondo estaba feliz de que mi bolsa azul
hubiese volado tanto y que encontrase una ventana por la que entrar a
refugiarse, había doblado ¡hasta la esquina del naranjo!, y lo había tenido que
pasar por muchos metros.
Me acordé
del cajón de la izquierda de los pensamientos que guardaba y que ella estaba
allí como un secreto más, en ese lugar estaba segura, la dejaría ahí y cuando
hiciese viento si estaba yo allí, la haría volar.
Son las seis
de la tarde, salgo a tomar algo sobre las once y he pensado que en las horas
que me quedan, intentaré que vuele otro rato.
Acabo de
comprar fruta y me dirijo a mi casa, al entrar dije: ¡hola!, ¡subo, voy a ver
algo!, dejé la compra en la cocina y fui corriendo a mi cajón izquierdo, miré
la bolsa con ilusión. Me paré a pensar y me pareció tan infantil lo que iba
hacer que lo cerré y recordé una frase de Paulo Coelho : “por miedo de llorar después
perdemos la voluntad de sonreír ahora”. Hoy no la haré volar pero mañana… será
otro día – pensé.
Tomé el
libro, volví a leer el título y continué leyendo: “ ese papelito…¡ y a mí qué más
me da! por mí como si se… “
¡Que no, que
es imposible leer!, tengo la bolsa y su color en el pensamiento, como cuando
tienes una idea fija o una canción que no te sale de la cabeza.
Me levanto
de golpe y me dirijo al cajón, me acuerdo otra vez de la frase de Coelho y digo
para mí: “prefiero sonreír ahora”.
Lanzo la
bolsa por la ventana que rápidamente coge una velocidad de vértigo y tiro y
tiro de la cuerda y ella sube como si me estuviese diciendo: déjame, suéltame
quiero ir más alto aun, mas lejos. De pronto dejo de notar la tirantez del
cordel y veo que ya vuela libremente, se había roto y le había tomado la libertad
que yo le negaba.
Creía que la
hacía libre por ayudarla a volar, sin darme cuenta que era mi prisionera por no
dejarla volar sola.
Me quedé mirándola
por la ventana que da a la playa y me sentí feliz.
Mañana leeré
con más interés, pensé.
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