Desde hace
unos días recuerdo bastante a Ramón y a Juana, este verano no estan por aqui. Ellos, un matrimonio que conocí
hace mucho tiempo, me enseñaron cosas de las mareas, cosas que he debido
olvidar porque solo sé que suben y bajan y a veces creo que es a su propio
antojo.
Si yo fuese
marea así lo haría, no dejaría que la luna, el sol o el propio giro de la
tierra influyesen en mi. Seguramente, yo como marea sería un caos total es
duro seguir normas establecidas, por eso prefiero ser ola.
Él, alfarero
de Triana, uno de los barrios más populares de mi ciudad.
Sevilla y Triana están divididas por el rio Guadalquivir. Yo he vivido en ambas orillas
y si estás en Triana, dices: subo a Sevilla. Al igual, si estás en el otro lado
dices también subo a Triana. Nunca he sabido por qué se dice “subo” en ambos
lados, cuando en realidad Triana tiene algo más bajo el nivel del terreno que el resto de la ciudad, pero es así.
Este hombre era un
verdadero artista de la alfarería y Juana había dedicado toda su vida al
cuidado de sus cinco hijos. De los cuales, por los amigos, la sociedad, el
mundo y algún que otro consumo nocivo, uno de ellos decidió partir por propia
voluntad.
Esta
historia la supe el mismo día que los conocí.
En la playa
con los pies en el agua y pensando si las olas eran demasiado altas para mí, se
me acercó una mujer y me preguntó la hora – no llevo reloj – dije. Pero me giré
y calculé… las nueve menos veinte, más o menos. ¿cómo lo sabes? – por el sol -
¿sabes calcular la hora por el sol? –¡no!, por la altura del sol.
En realidad
sí calculo la hora por la altura de sol, pero mi truco son tres viejos postes
de madera que están al otro lado de la carretera, cuando el sol roza el extremo
del poste central son la una y media de la tarde aproximadamente. Así fue como aprendí
a calcular la hora, todos los días me fijaba hasta que tuve el control de los
tres postes y sus horas relativas, claro siempre que los mire desde el mismo
sitio.
Esta explicación
no la di, era mi gran secreto científico. Cuando estábamos en la playa, ya
cansados o aburridos mis amigos me decían :¡venga! ¿qué hora es? Y yo con algo
de astucia, me giraba y hacía como… la que se concentraba calculando distancias
estelares, años luz y fórmulas físicas, cuando en realidad lo que hacía era
mirar mis tres postes de madera vieja y agrieteada, que quedaban desapercibidos
para muchos y que hacían tantos años que me conocían.
Al dar el cálculo de la hora los demás se quedaban asombrados y siempre…siempre
preguntaban : ¿cómo lo haces?, me echaba a reír diciendo: “el sol me habla”,
durante varios años nunca revelé mi secreto.
Sé que no se
acercó a preguntarme la hora, estaba a punto de bañarme, ¿cómo iba a llevar un
reloj encima?, con el tiempo me lo dijo. Me vio sola y se acercó, a esa hora en
esa playa no hay nadie y ella necesitaba hablar.
Le dije el cálculo
de la hora aproximado, pero creo que no me escuchó y pasó rápidamente a
comentarme el tamaño de las olas. Son bastante altas ¿no te irás a bañar?, - ¡no,
creo que no! - dije, que incluso a mí me daba miedo ver al hombre que iba con el
rastrillo en la cintura tirando de él, es mi marido – comentó. Siempre vamos
a “ Las Tres Rocas” pero hoy ha querido
venir aquí, a recoger frutos del mar como el lo llama.
Sí, esto
está salvaje – apresuré a decir para irme ya.
¿Eres de
aquí? – ¡no! contesté. Tengo cinco hijos, dijo de pronto, pero están solo
cuatros.
Entonces fue
cuando me di cuenta que me iba a contar una historia bastante triste, pero que
era el momento en el cual esta mujer, sin saber yo como, había decidido hablar
de su dolor y también sin saber yo como había decidido que yo fuera la
receptora de él, quizás porque me vio sola en la playa, sin prisas.
Comenzó a
hablar de su hijo, el que nunca estaría pero siempre estaba. Cada vez que decía
algo de él, acababa la frase con su nombre.
“ Mi Juan “ decía con los ojos llenos de lagrimas. Yo solo la dejaba
hablar y le apoyé la mano en uno de sus hombros, en señal de…” la comprendo”,
pero no era así, no podía imaginar todo el dolor y la rabia que Juana sentía,
hasta que me contó el trasfondo y las consecuencias que la historia de su hijo
tuvo para la familia en general.
Se puso unas
gafas negras, se acercó a mí y me dio dos besos pidiéndome perdón por el tiempo
que me había hecho perder. No pasa nada “dos no pierden el tiempo si uno no
quiere” dije sonriendo, para aliviar un poco la tensión del momento. Le aseguré
que me había encantado conocerla y así había sido.
Ese día y
empezar una gran amistad fue todo seguido.
Llegué a
conocer la vida de Juan tan bien y con tantos pormenores que dejó de producirme
curiosidad. Mi curiosidad se dirigía hacia la vida de Juana, ella era realmente
la protagonista de la historia, ella y sus sentimientos.
Ramón,
hombre de espíritu fuerte y firme donde los hubiese, me daba a entender a
veces, que el dolor de una madre supera al de los hombres. En ningún momento
estuve de acuerdo con él, pero nunca se lo hice saber, era su dolor y tenía
derecho a pensar lo que quisiese para aliviarlo.
Me enseñó muchas
cosas del mar y de la alfarería y en algunas ocasiones lo sentía como un
sustituto de mi abuelo. Sabía que al llegar a la playa estarían y cada día me
iba un poco antes y siempre los veía, ella por la orilla y el recogiendo los
frutos del mar. Me alegraba, hablaba con ellos unos veinte minutos y decían : “
ya no te entretenemos más… ve al agua “, pero cuidado que la marea está
subiendo, siempre me decía lo mismo Ramón, me ofrecía ese espíritu protector
del que yo había huido desde pequeña.
Y me iba pero tambien siempre intrigada, Juana tenía
la costumbre de terminar las conversaciones con “puntos suspensivos”, lo que hacía
que al siguiente día tuviese más ganas de verla. Era como en el cuento de las “Mil
y una noche”, donde Sherezade esperaba el próximo día para continuar narrando
una historia y así el sultán no la hiciera desaparecer como a todas las
candidatas.
Cuando tuve
suficiente confianza con la mujer se lo comenté y se rió con tantas ganas como hacía
dos años, desde que lo hizo por última vez, me alegré por las dos, al fin había
conseguido que por un solo instante olvidase su dolor.
Así fue como
noté que no era tan mayor y que solo rozaba los sesenta años como mucho.
La conversación
favorita de Ramón era… ¿que haría si fuese rico?, él se compraría un barquito
blanco y rojo, ¿y qué harías tu?, preguntaba - ¿yo?, nada, nunca seré rica. Y
en eso acerté de pleno, nunca he sido rica de dinero, pero tengo muchas cosas
que no se pueden comprar.
Al salir el hombre
del agua, siempre me hacía un gesto con la mano para que me acercase, sabía lo
mucho que me gustaba ver lo que extraía del mar y se reía cuando me veía
apartar diciendo… que esto o aquello era muy pequeño y había que devolverlo.
“ Mal
marinero serías”, yo empezaba liberando a los más pequeños y después a los más
grandes, mientras con voz alzada exclamaba, ¡esos no, esos no! - ¡sí¡, tienen
que cuidar de los pequeños ¡anda, anda!, que no ibas a pasar tu hambre buscando
comida en el mar, ¡que los grandes, no!, pero sin oírlo seguía haciéndolo hasta
el último - ¿si no quieres que los libere, por qué me llamas?, te veo hacerlo
cuando pasas las rocas del final – ¡yo tiro lo que no sirve, eso solo! Pero no
era así, los dejaba a todos y se lo dije. Me miró a los ojos y giró la cabeza, ese gesto no se me olvidará nunca porque imagino lo que pensó en ese momento, me arrepentí al decirlo, creo que me llamaba para que lo devolviese al mar todo.
No lo sabían, pero los veía de vuelta sin nada en
las manos, solo ese rastrillo y el gastado cinturón ancho de cuero marrón que
lo unía a él por la cintura.
Al terminar
las vacaciones me despedí de ellos y casi quise adivinar un atisbo de lagrimas
en los ojos de Juana y me di cuenta que me mintió cuando aseguró que ya no le
quedaban lagrimas para llorar ninguna despedida.
Nos vemos a
veces en la ciudad otras en la playa, son buenos amigos míos.
Cuando Ramón
me quiere enseñar algo del mar, dice : ¡niña, ven! No me llama por mi nombre.
Lo que indica que me consideran de su familia y eso me gusta.
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