martes, 13 de agosto de 2013

" ALAS "



Hoy he visto algo que me ha indignado, no he podido intervenir, no era cosa mía. Ni tan siquiera merece que lo comente, pero que ha hecho que se confirmen mis sospechas. 
Nacemos libres como el viento pero poco a poco ese viento nos va arrancando plumas de nuestras “alas” una a una ,sin darnos cuenta, hasta dejarnos como un pájaro recién nacido…totalmente indefensos y sin capacidad de decisión.

Yo fui conquistando mi libertad poco a poco, día a día, con mucho esfuerzo, pero contaba con una gran ayuda… mi perseverancia.

Todo lo que era un poco de libertad, para mi madre era un mundo. No comprendía que me hacía grande, ella lo llamaba “rebeldía” pero yo en mi interior lo llamaba conquista de mi “ego”. Había nacido libre y esa libertad la perdería cuando yo quisiese y nada y nadie me iba a convencer que pensase de una manera distinta.

“Mamá, voy con mis amigas al cine”…yo te llevo. “Mamá, salgo con la bici por aquí, muy cerquita”…tu hermano te acompaña. “Mamá, es el cumpleaños de una amiga y después del colegio nos reunimos en su casa para celebrarlo” ¿qué amiga?, ¿cómo se llama?, ¿dónde vive?, ¿tienes su teléfono?, ¿está en tu curso?, ¿la conozco yo? Si todas estas preguntas tenían una respuesta afirmativa, posiblemente consiguiese ir al cumpleaños, pero el interrogatorio terminaba siempre igual…siempre igual, “ yo te llevo y si papá no puede ir a recogerte lo haré yo, no te muevas de la casa”.

Y yo siempre me decía lo mismo ¿qué pensará mi madre que es un cumpleaños en casa de una amiga con sus padres, sus tíos , sus abuelos y sus hermanos allí? Me daba pena tanta protección porque pensaba que mi madre debía haber ido a muy pocos cumpleaños y además no debía saber que las compañeras de cursos distintos al mío también cumplían años, ¿por qué me preguntaba, si era de mi curso?, nunca lo supe.

Mi hermano ya estaba harto de ser el guardián de la “niña” y cuando él tenía planes con sus amigos o con una chica que le gustaba, pero a mí me lo negaba, me decía: “este fin de semana que no se te ocurran ninguna saliditas de las tuyas, conmigo no cuentes, haber si te haces mayor ya de una vez y me dejas tranquilo…” ¿me estaba echando la culpa de no ser mayor? , ¡eso no era culpa mía era de mis padres!

Me dolió tanto lo que me dijo, que durante un mes no use la bici, ni los patines, ni fui al parque, ni al cine, ni mis amigas cumplían años. Pensaba seguir así toda mi vida hasta que me hiciese mayor o me marchitase de tedio, solo colegio y estudio, solo eso… ese era mi castigo para los que no me dejaban sentirme libre por un rato. 
Claro, que renuncié a todo durante casi un mes pero ellos dejaron de oír mis risas, mis bailes, mis cantos mañaneros y mis tonterías cuando los veía algo apocados. Quería dejar de ser el cascabel que tantas veces decía mi madre que era, pensé que si tomaba esa actitud pensarían que ya era mayor. Pero no fue así.

Mis padres durante esos días me preguntaban ¿qué te pasa? Y yo intentado poner la voz un poco engolada decía : ¿a mí?, ¡nada! Solamente pretendía que notasen que algo me sucedía sin decirlo.

No sabían que cuando estaba en mi habitación, toda la inactividad de la que adolecía delante de ellos se terminaba. Voy a mi cuarto decía, con los ojos algo tristes : “ voy a estudiar “cerraba la puerta me ponía los cascos con la música a todo volumen y empezaba a brincar de un lado a otro sin parar, hasta liberar toda la energía que había dentro de mí y por mi “ estrategia “tenía que contener delante de ellos.

Al cabo de casi un mes empecé a notar que mis padres se preocupaban por mí, ¡mi hermano no!, él estaba más contento y más tranquilo que nadie, el peso de la “niña” que se había quitado de su espalda lo había hecho bastante feliz e incluso se permitía gastar bromas sobre mi actitud y decía al pasar a mi lado: ¿ tus amigas ya no cumple años? o ¿ se te olvidará montar en bici? o cualquier otra tontería haciendo alusión a mi falta de libertad y que a mí me ponían de un humor insoportable…pero lo disimulaba con una sonrisa irónica y arqueando un poco las cejas, gesto que sé que siempre lo dejaba intrigado, pensando que en ese arqueamiento siempre había un trasfondo que nunca sabría.

Mi estratagema se desvaneció cuando una tarde llamó mi hermano a la puerta de mi habitación y con la música fuerte no lo oí entrar, me sorprendió encima de la cama dando brincos. Le falto tiempo al chivato para ir a contárselo a mis padres.

Pronto noté que mi madre no había tenido ninguna libertad en su adolescencia, no hizo falta que me lo dijese lo deduje yo misma por el miedo que le daba que yo la tuviese.

Como, con mi hermano no podía contar, mi madre quedaba descarta y yo no podía conseguir lo que quería y a lo que creía que tenía derecho, busque la alianza de mi padre. 
Él, hombre liberal donde los hubiese, siempre me hablaba de libertad, de pensamientos revolucionarios, de igualdad, de derechos, de su padre… mi abuelo, al que no pude mucho tiempo conocer y admirar y de su abuelo también que fue uno de los hombres que promovió la  “Gran huelga del corcho en Andalucía”. Mi padre decía siempre que tenía el carácter igual a él, así que no me podría negar la ayuda que le pedía.

Era muy curioso, en mi casa si hacia algo que no agradaba mucho a mi madre decía que tenía el carácter de mi abuelo paterno, rebelde…rebelde, pero cuando le agradaba me parecía a mi abuela materna.

Desde ese momento cada vez que quería ir a algún sitio, se lo insinuaba. Él, me miraba y sonreía porque sabía lo que pretendía, que hablase por mí, él era mi representante ante la autoridad de mi madre. Si me decía :”hablaremos con mamá”, seguro que era un  “si”. Pero en cambio si decía : “ está lejos o es muy tarde” era tema zanjado. Esta situación duró casi dos años, dos interminables años donde veía mis alas crecer y creer que nunca oiría el batir de ellas.

Al cumplir los quince, decidí que las alas ya estaban lo suficientemente fuertes y que necesitaban ejercicios.

Mi gran afición eran los comics y concretamente una clase de ellos, afición que compartía con mi hermano y mi padre. Ese tipo de comics era novedoso cuando llegó a España y a mi padre les gustó, eran líneas delicadas, algo nuevo… distinto, él fue quien nos adentro en ese mundo, por su pasión a la pintura. 
Pensó que a mi corta edad, era un poco pronto para hablarme de los “grandes maestro” y me fue introduciendo poco a poco por la pintura en otras formas. Afición que aun hoy día conservo, además de la pintura, donde de vez en cuando logro hacer mis “pinitos” y los que los ven dicen que tienen “fuerza”, no sé si la tienen o no, yo me divierto, me relaja y me gusta. Casi no los conservo, la familia y algunos amigos los piden y como  tengo cuadros pintados por mi padre por todos lados, pues regalo los míos. De él nunca daré ninguno.

Cuando tenía quince años hubo una muestra de esos comics que tanto me gustaban cerca de mi ciudad, muy cerca. Solo tomar un autobús, era en un pueblo cercano. Mi hermano tenía planeado ir con sus amigos, pero yo quince años y el veinte, ahora era a mí a la que no le parecía correcto ir con ellos. Él iría a su “bola” y yo quería ir a la mía. Él tenía móvil, yo no.

Se lo dije a mi madre, que puso el “grito en el cielo”, ni pensarlo, ni hablar y sola, ni hablar…ni hablar…ni hablar. Lo comenté con mi padre y me dijo lo mismo, mi aliado notaba que la libertad me llevaba cada vez más lejos y creo que se asustó. En el fondo siempre han tenido miedo a perderme, lo que ellos no sabían era que siempre decidiría en mi edad adulta vivir cerca, porque ese mismo miedo lo sentía yo. No poder verlos.

Le dije a mi hermano que si podía irme con ellos, allí nos separaríamos y la vuelta la haríamos juntos, e incluso prometí que sería invisible para él. Dijo que no, que era mucha responsabilidad, que si me habían dicho los dos que no…
Volví a insistir a mi madre, no había maneras. Entonces recordé que mi hermano fue solo a mi edad y le pregunté ¿por qué él sí y yo no? Me contestó : es distinto, él es un hombre.

Noté como la sangre se aceleraba por todo mi cuerpo a la vez que los ojos se me llenaban de lágrimas. El corazón trabajaba a tantas revoluciones que creí que me iba explotar. Tenía tantas palabras por decir y todas a la vez, que me quedé muda. Yo que tenia respuestas agiles en cada momento…me quedé muda.

Fui a mi cuarto, me hinche de llorar era un llanto tan triste como nunca recordaba haberlo tenido. Era rabia, impotencia, me sentía indefensa, me sentí inferior. ¿por el hecho de ser mujer yo era diferente? ¿qué culpa tenía yo de ser mujer? ¿era un delito y se castigaba con la privación de libertad? ¡no hay derecho! ¡no hay derecho! Me repetía una y otra vez, mientras derramaba lágrimas amargas.

Desplegué un folio con los horarios que había copiado mientras mi hermano se los decía a los amigos por teléfono, me iría en un autobús que salía mas tarde que el suyo y llegaría en uno anterior. Me daba igual lo que pasase después, pero pensaba ir y ¡ sola ¡ y así lo hice.

Aproveché que mis padres salían algunas tardes a ver a mis abuelos y esa tarde iban. Lo tenía todo planeado. Iría aunque fuese lo último que hiciese en mi vida, me daba igual todo, su preocupación, sus pensamientos, su intranquilidad… ir, iba a ir fuese como fuese.

Dejé una nota en el frigorífico, pegado con el imán que era una onza de chocolate y puse:  “ lo siento, he decidido que voy a verla “. Llegaré antes que mi hermano ¡¡¡que es un hombre!!! No llevo teléfono ¡¡¡ no tengo!!! Os quiero.

Lo de “os quiero” lo puse para suavizar mi llegada a la vuelta.

Lo pasé bien a ratos, realmente los dibujos no me interesaban ya tanto como para ir, era una demostración de poder. Estaba más preocupada por ellos que ellos por mí, seguro. Me conocían bien y sabían que no me pasaría nada.

Vi a mi hermano, pasé a su lado adrede y dije “adiós”, contestó “adiós” sin prestar atención pero cuando recapacitó y miró atrás pronunció mi nombre tan fuerte y tan claro, que creo que retumbo todo y todo el mundo supo en ese momento como me llamaba. Se acercó a mi diciendo : ¡de mi lado ni te muevas!, ¡no te separes ni un centímetro de mí!, ¡como si fueras mi sombra! ¿lo saben en casa? – ¡claro!, he dejado una nota - ¡¡una nota!! -¡sí!, debajo del imán del chocolate.  ¡Madre mía, que valor tienes! ¡Pero niña, te la has cargado! ¡cuando llegues no te dejará mamá salir sola, en tu vida! ¡ No quiera por nada del mundo estar en tu piel!– bueno me voy, mi autobús sale dentro de un rato –dije, dándome  importancia -  ¡tú no te mueves de mi lado! ¡aquí conmigo, como si estuvieras cosida a mi sudadera! ¡vamos ni respires ni parpadees ni pienses! - ¿ cómo que no?, si he sido capaz de dejarle a mamá una nota, no me vas a retener tu, “adiós” y me fui mientras me llamaba, pero lo hice rápido y esquivando a las gentes. Mi gran triunfo sería volver sola, después de haberlo visto y que él me viese allí.

Cuando llegué a mi casa noté que el “os quiero” no había suavizado nada. Mis padres estaban avisados por mi hermano. Me reservo la conversación que tuvieron  conmigo, realmente no fue una conversación fue un monólogo de mi padre hacia mí.

Pero la sensación que sentí la primera vez que desplegué mis alas no me la pudo quitar nadie.

Aun hoy día me acuerdo de aquella primera vez, me toco los hombros y noto que aun tengo mis alas y que las plumas que le faltan son a las que yo he ido renunciando voluntariamente y con agrado por el camino.

Pero nunca he consentido que me las arrancase nadie.

Para Annia.






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