Hoy he visto
algo que me ha indignado, no he podido intervenir, no era cosa mía. Ni tan
siquiera merece que lo comente, pero que ha hecho que se confirmen mis
sospechas.
Nacemos libres como el viento pero poco a poco ese viento nos va
arrancando plumas de nuestras “alas” una a una ,sin darnos cuenta, hasta
dejarnos como un pájaro recién nacido…totalmente indefensos y sin capacidad de decisión.
Yo fui
conquistando mi libertad poco a poco, día a día, con mucho esfuerzo, pero
contaba con una gran ayuda… mi perseverancia.
Todo lo que
era un poco de libertad, para mi madre era un mundo. No comprendía que me hacía
grande, ella lo llamaba “rebeldía” pero yo en mi interior lo llamaba conquista
de mi “ego”. Había nacido libre y esa libertad la perdería cuando yo quisiese y
nada y nadie me iba a convencer que pensase de una manera distinta.
“Mamá, voy
con mis amigas al cine”…yo te llevo. “Mamá, salgo con la bici por aquí, muy
cerquita”…tu hermano te acompaña. “Mamá, es el cumpleaños de una amiga y después
del colegio nos reunimos en su casa para celebrarlo” ¿qué amiga?, ¿cómo se
llama?, ¿dónde vive?, ¿tienes su teléfono?, ¿está en tu curso?, ¿la conozco yo?
Si todas estas preguntas tenían una respuesta afirmativa, posiblemente
consiguiese ir al cumpleaños, pero el interrogatorio terminaba siempre
igual…siempre igual, “ yo te llevo y si papá no puede ir a recogerte lo haré
yo, no te muevas de la casa”.
Y yo siempre me decía lo mismo ¿qué pensará mi
madre que es un cumpleaños en casa de una amiga con sus padres, sus tíos , sus
abuelos y sus hermanos allí? Me daba pena tanta protección porque pensaba que
mi madre debía haber ido a muy pocos cumpleaños y además no debía saber que las
compañeras de cursos distintos al mío también cumplían años, ¿por qué me
preguntaba, si era de mi curso?, nunca lo supe.
Mi hermano
ya estaba harto de ser el guardián de la “niña” y cuando él tenía planes con
sus amigos o con una chica que le gustaba, pero a mí me lo negaba, me decía:
“este fin de semana que no se te ocurran ninguna saliditas de las tuyas, conmigo
no cuentes, haber si te haces mayor ya de una vez y me dejas tranquilo…” ¿me
estaba echando la culpa de no ser mayor? , ¡eso no era culpa mía era de mis
padres!
Me dolió
tanto lo que me dijo, que durante un mes no use la bici, ni los patines, ni fui
al parque, ni al cine, ni mis amigas cumplían años. Pensaba seguir así toda mi
vida hasta que me hiciese mayor o me marchitase de tedio, solo colegio y
estudio, solo eso… ese era mi castigo para los que no me dejaban sentirme libre
por un rato.
Claro, que renuncié a todo durante casi un mes pero ellos dejaron
de oír mis risas, mis bailes, mis cantos mañaneros y mis tonterías cuando los
veía algo apocados. Quería dejar de ser el cascabel que tantas veces decía mi
madre que era, pensé que si tomaba esa actitud pensarían que ya era mayor. Pero
no fue así.
Mis padres
durante esos días me preguntaban ¿qué te pasa? Y yo intentado poner la voz un
poco engolada decía : ¿a mí?, ¡nada! Solamente pretendía que notasen que algo
me sucedía sin decirlo.
No sabían
que cuando estaba en mi habitación, toda la inactividad de la que adolecía
delante de ellos se terminaba. Voy a mi cuarto decía, con los ojos algo tristes
: “ voy a estudiar “cerraba la puerta me ponía los cascos con la música a todo
volumen y empezaba a brincar de un lado a otro sin parar, hasta liberar toda la
energía que había dentro de mí y por mi “ estrategia “tenía que contener
delante de ellos.
Al cabo de
casi un mes empecé a notar que mis padres se preocupaban por mí, ¡mi hermano no!,
él estaba más contento y más tranquilo que nadie, el peso de la “niña” que se
había quitado de su espalda lo había hecho bastante feliz e incluso se permitía
gastar bromas sobre mi actitud y decía al pasar a mi lado: ¿ tus amigas ya no
cumple años? o ¿ se te olvidará montar en bici? o cualquier otra tontería
haciendo alusión a mi falta de libertad y que a mí me ponían de un humor
insoportable…pero lo disimulaba con una sonrisa irónica y arqueando un poco las
cejas, gesto que sé que siempre lo dejaba intrigado, pensando que en ese
arqueamiento siempre había un trasfondo que nunca sabría.
Mi
estratagema se desvaneció cuando una tarde llamó mi hermano a la puerta de mi
habitación y con la música fuerte no lo oí entrar, me sorprendió encima de la
cama dando brincos. Le falto tiempo al chivato para ir a contárselo a mis
padres.
Pronto noté
que mi madre no había tenido ninguna libertad en su adolescencia, no hizo falta
que me lo dijese lo deduje yo misma por el miedo que le daba que yo la tuviese.
Como, con mi
hermano no podía contar, mi madre quedaba descarta y yo no podía conseguir lo
que quería y a lo que creía que tenía derecho, busque la alianza de mi padre.
Él, hombre liberal donde los hubiese, siempre me hablaba de libertad, de
pensamientos revolucionarios, de igualdad, de derechos, de su padre… mi abuelo,
al que no pude mucho tiempo conocer y admirar y de su abuelo también que fue
uno de los hombres que promovió la “Gran
huelga del corcho en Andalucía”. Mi padre decía siempre que tenía el carácter
igual a él, así que no me podría negar la ayuda que le pedía.
Era muy
curioso, en mi casa si hacia algo que no agradaba mucho a mi madre decía que tenía
el carácter de mi abuelo paterno, rebelde…rebelde, pero cuando le agradaba me
parecía a mi abuela materna.
Desde ese
momento cada vez que quería ir a algún sitio, se lo insinuaba. Él, me miraba y
sonreía porque sabía lo que pretendía, que hablase por mí, él era mi
representante ante la autoridad de mi madre. Si me decía :”hablaremos con
mamá”, seguro que era un “si”. Pero en
cambio si decía : “ está lejos o es muy tarde” era tema zanjado. Esta situación
duró casi dos años, dos interminables años donde veía mis alas crecer y creer
que nunca oiría el batir de ellas.
Al cumplir
los quince, decidí que las alas ya estaban lo suficientemente fuertes y que
necesitaban ejercicios.
Mi gran afición
eran los comics y concretamente una clase de ellos, afición que compartía con
mi hermano y mi padre. Ese tipo de comics era novedoso cuando llegó a España y
a mi padre les gustó, eran líneas delicadas, algo nuevo… distinto, él fue quien
nos adentro en ese mundo, por su pasión a la pintura.
Pensó que a mi corta
edad, era un poco pronto para hablarme de los “grandes maestro” y me fue
introduciendo poco a poco por la pintura en otras formas. Afición que aun hoy
día conservo, además de la pintura, donde de vez en cuando logro hacer mis
“pinitos” y los que los ven dicen que tienen “fuerza”, no sé si la tienen o no,
yo me divierto, me relaja y me gusta. Casi no los conservo, la familia y algunos
amigos los piden y como tengo cuadros
pintados por mi padre por todos lados, pues regalo los míos. De él nunca daré
ninguno.
Cuando tenía
quince años hubo una muestra de esos comics que tanto me gustaban cerca de mi
ciudad, muy cerca. Solo tomar un autobús, era en un pueblo cercano. Mi hermano
tenía planeado ir con sus amigos, pero yo quince años y el veinte, ahora era a
mí a la que no le parecía correcto ir con ellos. Él iría a su “bola” y yo
quería ir a la mía. Él tenía móvil, yo no.
Se lo dije a
mi madre, que puso el “grito en el cielo”, ni pensarlo, ni hablar y sola, ni
hablar…ni hablar…ni hablar. Lo comenté con mi padre y me dijo lo mismo, mi
aliado notaba que la libertad me llevaba cada vez más lejos y creo que se
asustó. En el fondo siempre han tenido miedo a perderme, lo que ellos no sabían
era que siempre decidiría en mi edad adulta vivir cerca, porque ese mismo miedo
lo sentía yo. No poder verlos.
Le dije a mi
hermano que si podía irme con ellos, allí nos separaríamos y la vuelta la
haríamos juntos, e incluso prometí que sería invisible para él. Dijo que no,
que era mucha responsabilidad, que si me habían dicho los dos que no…
Volví a
insistir a mi madre, no había maneras. Entonces recordé que mi hermano fue solo
a mi edad y le pregunté ¿por qué él sí y yo no? Me contestó : es distinto, él
es un hombre.
Noté como la
sangre se aceleraba por todo mi cuerpo a la vez que los ojos se me llenaban de
lágrimas. El corazón trabajaba a tantas revoluciones que creí que me iba
explotar. Tenía tantas palabras por decir y todas a la vez, que me quedé muda.
Yo que tenia respuestas agiles en cada momento…me quedé muda.
Fui a mi
cuarto, me hinche de llorar era un llanto tan triste como nunca recordaba
haberlo tenido. Era rabia, impotencia, me sentía indefensa, me sentí inferior.
¿por el hecho de ser mujer yo era diferente? ¿qué culpa tenía yo de ser mujer?
¿era un delito y se castigaba con la privación de libertad? ¡no hay derecho!
¡no hay derecho! Me repetía una y otra vez, mientras derramaba lágrimas amargas.
Desplegué un
folio con los horarios que había copiado mientras mi hermano se los decía a los
amigos por teléfono, me iría en un autobús que salía mas tarde que el suyo y
llegaría en uno anterior. Me daba igual lo que pasase después, pero pensaba ir
y ¡ sola ¡ y así lo hice.
Aproveché
que mis padres salían algunas tardes a ver a mis abuelos y esa tarde iban. Lo
tenía todo planeado. Iría aunque fuese lo último que hiciese en mi vida, me
daba igual todo, su preocupación, sus pensamientos, su intranquilidad… ir, iba
a ir fuese como fuese.
Dejé una
nota en el frigorífico, pegado con el imán que era una onza de chocolate y puse: “ lo siento, he decidido que voy a verla “.
Llegaré antes que mi hermano ¡¡¡que es un hombre!!! No llevo teléfono ¡¡¡ no
tengo!!! Os quiero.
Lo de “os
quiero” lo puse para suavizar mi llegada a la vuelta.
Lo pasé bien
a ratos, realmente los dibujos no me interesaban ya tanto como para ir, era una
demostración de poder. Estaba más preocupada por ellos que ellos por mí,
seguro. Me conocían bien y sabían que no me pasaría nada.
Vi a mi
hermano, pasé a su lado adrede y dije “adiós”, contestó “adiós” sin prestar
atención pero cuando recapacitó y miró atrás pronunció mi nombre tan fuerte y
tan claro, que creo que retumbo todo y todo el mundo supo en ese momento como
me llamaba. Se acercó a mi diciendo : ¡de mi lado ni te muevas!, ¡no te separes
ni un centímetro de mí!, ¡como si fueras mi sombra! ¿lo saben en casa? – ¡claro!,
he dejado una nota - ¡¡una nota!! -¡sí!, debajo del imán del chocolate. ¡Madre mía, que valor tienes! ¡Pero niña, te
la has cargado! ¡cuando llegues no te dejará mamá salir sola, en tu vida! ¡ No
quiera por nada del mundo estar en tu piel!– bueno me voy, mi autobús sale
dentro de un rato –dije, dándome importancia
- ¡tú no te mueves de mi lado! ¡aquí
conmigo, como si estuvieras cosida a mi sudadera! ¡vamos ni respires ni
parpadees ni pienses! - ¿ cómo que no?, si he sido capaz de dejarle a mamá una
nota, no me vas a retener tu, “adiós” y me fui mientras me llamaba, pero lo
hice rápido y esquivando a las gentes. Mi gran triunfo sería volver sola, después
de haberlo visto y que él me viese allí.
Cuando
llegué a mi casa noté que el “os quiero” no había suavizado nada. Mis padres
estaban avisados por mi hermano. Me reservo la conversación que tuvieron conmigo, realmente no fue una conversación
fue un monólogo de mi padre hacia mí.
Pero la
sensación que sentí la primera vez que desplegué mis alas no me la pudo quitar
nadie.
Aun hoy día
me acuerdo de aquella primera vez, me toco los hombros y noto que aun tengo mis
alas y que las plumas que le faltan son a las que yo he ido renunciando
voluntariamente y con agrado por el camino.
Pero nunca
he consentido que me las arrancase nadie.
Para Annia.
Así es como crecemos...
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