Todo
planeado, el viaje a Roma tenía que ser perfecto. Al principio íbamos solo, mi
hermana y yo, pero… vino con nosotras una amiga de mi hermana, persona
encantadora y dispuesta para cualquier diversión.
El viaje fue
ameno, divertido y musical. Cantábamos a gritos dentro del coche con las
ventanas subidas, reíamos y hacíamos bromas. Hasta como en todas las canciones
tocaron las de los recuerdos y decidimos por unanimidad quitarlas, cada vez que
empezaba una canción algo romántica, decíamos las tres, ¡¡esta, fueraaa!! Era mejor cantar “ París sur en vélo”, más divertida y donde
siempre me quedaba en el estribillo.
Un Toyota
con solo cuatro asientos, pero de una capacidad para siete u ocho personas,
pensé que estaba tuneado por su dueña, era imposible tanta capacidad para solo
cuatro pasajeros. Pero nosotras con nuestras cosas lo llenábamos. No pregunté,
se iba demasiado cómodo para pedir una descripción del modelo original.
¡Mira a la
izquierda!, ¡ a la derecha!,¡ allí…allí!, ¡ fotos!, ¡fotos! Me decían a mí. Y a
mí que no hace falta que me lo digan, porque la cámara es una prolongación de
mi cuerpo, pues hacia aun más.
Cargada con
mi cámara, mis objetivos, mis pilas y mis tarjetas de memoria, más que un viaje
me disponía a hacer un safari fotográfico mientras pasábamos por Valais.
Montañas sin
fin, cielo, nubes, caídas de agua. Era necesario atravesar todas las montañas
para llegar a Italia en coche.
Al bajar la
última montaña, la verdad es que me sentí algo mareada, pero contenta. En todo
momento, había notado como la conductora tomaba las curvas demasiado cerradas
para unos caminos donde hay un ensanchamiento, cada pocos metros para que un
coche pueda parar cuando viene uno de frente, porque dos no caben. Ellas no lo
saben, pero estuve todo el tiempo frenando, con un freno inexistente e
imaginario en mi asiento de atrás.
Por fin
llegamos a un trozo de vía que nos incorporaría a una autopista.
¿Tienes
internet en el móvil? – preguntaron. No
lo anulé en el avión. Querían internet para configurar el odioso G.P.S que hace
que no nos perdamos y no disfrutemos del placer de saber que estamos perdidos,
ni de la agradable sensación de esos momentos de incertidumbre que te hacen
pensar, ¿dónde estoy?, ¿cómo he llegado hasta aquí?
Hay personas
que no ven el encanto que tiene perderse y lo primero que pierden son los
nervios. Yo me lo tomo con tranquilidad, disfruto de los que tengo delante,
intento orientarme… sin conseguirlo y cuando he hecho esto, comienzan mis
preguntas mentales : ¿y si tiro por allí?, ¿me parece que vine por el otro
lado?, ¿esto no me suena...?
Solo he
tenido la sensación de estar realmente perdida una vez en mi vida y fue en un
aeropuerto, tarde y casi vacío. Deambulaba de un lugar para otro intentando encontrar
el cartel informativo sobre el vuelo y la compañía con la que viajaba. Yo que
la palabra miedo, no sé el amplio significado que puede llegar a tener por
considerarme una persona algo osada, sentí pavor al ver que todos los paneles
estaban apagados y no se anunciaban vuelos entrantes ni salientes, fue una de
las pocas veces en mi vida que no supe que hacer, me quede perpleja y asustada
y lo único que se me vino a la mente, fue una película que vi, muy mala por
cierto, de un hombre que se pierde en un aeropuerto y se queda a vivir allí.
Sentí tanta incertidumbre, que hasta los ojos se me llenaron de lágrimas por
unos segundos, pero rápidamente reaccioné y sonreí al ver que un alemán, estaba
en esos momentos igual que yo, así que, opté por preguntarle a él. El hombre
sentía la misma angustia y yo haciéndome la valiente, dije: “no se preocupe
será un fallo de los paneles”, no fue un fallo, era el comienzo de una huelga y
pronto estuvimos muchos en la misma situación, descubrí que no estaba perdida
solo desorientada y no era culpa mía.
Fue lo
primero que me dijo un señor que venía sentado a mi lado en el avión, en un
perfecto inglés. Supuse que su inglés era perfecto, porque lo entendía a medias
y sus “genitivos sajones” eran todos perfectos. Dijo: “abróchese fuerte el
cinturón, quite internet antes de apagar el teléfono, si no se lo cobraran como
si lo hubiese usado”. Seguí sus ordenes para su tranquilidad, pero es lo que
pensaba hacer y lo lógico. Después comenzó a hablarme sobre uno de sus hijos que
vivía en España y sobre su gato, al que había tenido que dejar al cuidado de
una vecina, porque era viudo desde hacia algo más de un año.
Me dijo su
edad, donde vivía, a lo que se dedicaba y como vio que solo correspondía con
una sonrisa y con un ¡ah!, ocasional, acabó aburriéndose y me dediqué a lo que
más me gusta en un avión, a mirar por la ventanita.
Algo más de
una hora estuvo el hombre callado. Hasta que preguntó mi nombre y el motivo de
mi viaje. Se lo dije, sonreí de nuevo y volví a mirar por la ventana. Creo que
estaba nervioso, al principio había comentado que los aviones no le gustaban,
pero era el medio de transporte más rápido. Lo siento por el caballero, pero yo
solo quería disfrutar de mi soledad y de la ventana, no tenía ganas de hablar.
La
conductora y la copiloto, diferían de la ruta que deberíamos tomar para llegar
al “Lago Mayor” en Italia y de ahí al hotel.
Marie, que
era copiloto, mantenía un enorme plano, bien plegado sobre la ruta a seguir y
yo hacía fotos sin prestar mucha atención a las diferencias de tomar un camino
u otro. Me daba igual si nos perdíamos, solo sabía que el camino correcto sería
el de Milán. Para mí era simple, seguir la ruta y antes de llegar a Milán
pararnos, tomar café, hacer más fotos y estudiar bien sobre el plano el
seguimiento y las desviaciones que tendríamos que hacer. Pero en lugar de eso
dije: ¡dame el mapa!, en el momento de decirlo me arrepentí…porque me lo dieron
a instante. Creo que era lo que esperaban que dijese. También es cierto, que mi
hermana que me conoce bien, continuó… ¡no lo abras mucho!
Estaba muy
bien doblado por la zona a seguir, pero como siempre, lo abrí un poco más, solo
para ver si la carretera continuaba o tenia algunos desvíos.
No sé que tienen
los mapas que una vez que los despliegas, los dobleces ya no coinciden, deben
ser las maquinas que los doblan, que no van bien. Ves por donde estaban
doblados, pero eres, o yo al menos, soy incapaz de volver a ponerlos por el
sitio idóneo y al final, siempre digo: “esto parece…que venía mal doblado” y
termino doblándolo por donde creo que ajusta más, haciendo como es natural la
correspondiente presión sobre él.
Dejé la
cámara en el asiento contiguo al mío, aparte sombreros, paraguas, chaquetas,
botellas de agua..en fin todo lo que llevan tres exploradoras, y me dispuse a
leer el mapa. Lo primero que dije fue, ¿estás segura que lo leías bien? - ¡sí!,
pero nos hemos perdido,- ¿cómo nos vamos a perder, si por aquí pasan coches? –
comenté. Siempre he tenido la sensación de que perderse, es cuando estás en un
sitio donde no ves a nadie, pero si hay coches hay gentes y no todos vamos a
estar perdidos.
Lo abrí casi
entero, para situarme bien, porque tampoco se, porqué la carretera que buscamos
cae en un piquito del doblez y después de leer un par de rutas lo arrojé al
suelo del vehículo, estaba perdiendo
unas fotografías espectaculares y se iba haciendo de noche. Se volvieron las
dos a la vez y me miraron, no tenían una sonrisa en sus labios, y dije: “es
todo seguido, creo…estoy segura” - ¿crees o estás segura? – preguntó la
conductora.
¡Para ahí!, baje del coche y continué haciendo fotos, creí que sabían
que era para hacer esas fotos, pero oí desde el coche : ¡Clara, por Dios!, ¡que
estamos perdidas y es de noche! Subí de nuevo y noté que estaban algo
agobiadas, pensé: llamamos al hotel, decimos dónde estamos y nos dirán por
donde llegar.
Así lo
hicimos y al saber la ruta a seguir, nos reímos, no me había equivocado esta
vez, era todo seguido, en el próximo desvío.
Un hotel
encantador, con apariencia de los años 1930. Cansadas, pero había que planear
la visita al Lago Mayor y a la isla de la familia Borromeo, para el día
siguiente.
Tendríamos
que alquilar un barquito y Marie conocía desde hacía mucho tiempo al capitán
Adamo. Lo encontramos con su barquito dispuesto para un viaje a la isla.
Parecía que nos estaba esperando. Éramos las únicas pasajeras, solo un barco
para tres, todo un lujo. Gracias capitán, por su amabilidad con nosotras y por
tener tanta curiosidad por mi nombre y le confirmo que no soy italiana.
Después de
la visita a la isla, un poco de descanso en un banco cerca del lago y más tarde
a patear los alrededores. Llevábamos un mapa, había que estudiar las rutas para
el día siguiente, pero yo me alejé de ellas dando un paseo, seria de poca
utilidad que me quedase, además tenía que hacer fotos.
Me daban igual las carreteras a seguir, solo quería disfrutar de ese momento.
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