Primavera ¡uf!, calor que viene y época de exámenes para los
estudiantes. Bueno para los estudiantes y para todos, no solo ellos viven los
exámenes sino todos los que estamos a su alrededor.
Ahora comprendo la tensión que producíamos mi hermano y yo
misma, en mis padres durante esta época y porqué todos los días decían que iban
a tomar café a las cuatro y media de la tarde y volvían a las nueve o a las
diez. Siempre durante esta época tenían una salida urgente o alguna reunión por
las tardes, o simplemente salían por salir.
La diferencia de edad con mi hermano, hizo que cuando yo
empezaba a estudiar, él ya estuviese en su último año de carrera y yo pensaba,
incrédula de mi, que en un momento de agobio estudiantil, de esas
desesperaciones que entran a última hora él me las podía aliviar con sus
experiencias, pero nunca fue así.
Cuando se ponía a estudiar era otra persona. Me trataba como
si yo fuese una extraña. Sí, mi hermano, el que siempre me protegía y me daba
los consejos de adulto y yo sabía que nada me podía pasar porque siempre estaba
allí. Él que como mi padre, podrían solucionar todos los problemas del mundo;
pues bien al llegar esta época se volvía insoportable.
No podía entrar en su habitación para preguntarle nada, no
sabía nunca nada, no me podía atender, su frase favorita era: “ No tengo ni
idea”. Además era imposible entrar porque tenía la costumbre de ir estudiando y
poniendo los temas en el suelo estratégicamente repartidos.
Los muy sabidos y que posiblemente iban a caer en el examen
en un lado, los que había que darles otro repaso en otro, los que tenía que
estudiar más a fondo en otro y así hasta ocupar la casi totalidad del suelo, de
forma que cuando decidía salir a estirar las piernas iba andando como si
chocase con las fichas de un “tetris”. Era un desorden muy organizado. Pero a él
le daba y de hecho le dio muy buenos resultados.
Yo en cambio, era algo distinta, mi habitación era una
anarquía del orden en estas fechas. Él las pocas veces que iba para decirme
algo o para saber si íbamos a merendar, se quedaba mirándolo todo y siempre
comentaba lo mismo : “ ¿Tu puedes estudiar así ? ” no me dejaba contestar,
porque seguidamente venia la pregunta: ¿Cómo lo llevas? la cual tampoco me
dejaba contestar, porque acto seguido decía: “Bueno te dejo que sigas”. Siempre
he tenido que estudiar con un folio delante y un bolígrafo negro, lo del color
del bolígrafo reconozco que era una manía y además tenía que ser de los que
para que salga la punta tiene que presionarlos por arriba. El “clic” “clic” de
ruidito hacia que me concentrase. Es una tontería pero era así, me relajaba.
Aun hoy día no he perdido esa costumbre y cuando estoy nerviosa, no
me doy cuenta y lo hago. Porque los nervios son los mismo a distinto nivel.
Yo estudiaba e iba escribiendo
mi resumen y este después se convertía en síntesis de lo que leía, esto en
verdad ha hecho que mi capacidad de síntesis de un texto se haya desarrollado
hasta tal punto que puedo sacar lo esencial de algo leído en varias páginas, en
solo unas líneas, lo demás lo omito con la certeza de que no dejo nada
fundamental atrás.
Mi mayor placer era, que una vez bien visto el tema y sacando
las conclusiones oportunas e importantes, esos folios iban a la izquierda en
una carpeta archivadora que tenia, forrada de increíbles fotos en color sepia
todas hechas por mi y los folios sobrantes, los garabateados con las primeras
impresiones, los arrugaba como una pelota y me entretenía en lanzarlos a una
papelera que anteriormente había puesto encima de mi cama , a modo de canasta,
para ver cuántos entraban en ella. Como soy mala encestadora y la cama estaba
algo alejada de mi mesa, el resultado era que de doce o trece folios encestaba
tres o cuatro , por lo tanto la cama, el suelo y todo lo que había a su
alrededor quedaba lleno de folios arrugados. Los mismos que a la hora de
acostarme, si esa noche decidía dejar de estudiar, tenía que recoger.
Cuando hacia esto y veía los papeles tirados en forma de
pelotas, a veces se me antojaban que era bolas de nieve y en ese punto ya mi
imaginación empezaba a volar.
De bolas de nieve pasaban a ser grandes olas que yo debía sortear
para salir del mar blanco, que era el color de la colcha y llegar a la orilla
que eran aquellos flecos de ella y que tan poco, me gustaban.
Llegada a este punto, yo misma veía que necesitaba un
descanso.
No se puede soñar y estudiar a la vez, es perder el tiempo, ¿aunque
realmente nunca supe que tiempo era el perdido?, el del estudio o el de soñar
con mundos fantásticos y entrar en dimensiones desconocidas donde yo solo veo
cosas que otros no pueden.
Salía de mi habitación y me dirigía a la de mi hermano.
Tocaba a la puerta, siempre lo hacía, una vez me lo dejo bien claro, diciéndome
“que su habitación era su reino”, que debía llamar a la puerta cada vez que
quisiese entrar. Me lo dijo con tanta contundencia que salí de allí dando un
portazo, lo suficientemente fuerte para que él lo oyese y le molestase, pero no
tanto como para que lo oyesen mis padres y me llamasen a mi la atención.
Me quedé fuera unos segundo, esperando sus disculpas como
casi siempre hacía, pero esta vez no salió, esto me indicaba que hablaba
bastante en serio. Por eso cuando decidí volver a entrar ¡llamando a la puerta,
por supuesto! Solo dije : “ lo mismo te digo “ y salí y volví a esperar unos
segundo su llamada, pero no lo hizo. Entonces comprendí del todo que ya había
empezado a hablarme y a tratarme como a una adulta.
Desde ese momento, cuando llamaba a su puerta creía que me
iba a recibir un lacayo vestido con ropas de la época de Luis XVI haciéndome
una reverencia y anunciándome a su señor. Pero siempre oía su voz amable
diciendo mi nombre y continuando con, ¡anda, pasa!
Una vez me dijo: ¿qué quieres?, ¡estas agobiada!, ¿no? –si-
contesté. Y en vez de darme palabras de ánimos, que es lo que yo estaba
buscando, me miró como si no fuera yo y continuó muy serio: ¡pues eso es lo que
te queda y no has hecho más que empezar!, así que: “aplícate el cuento, ¡es lo
que hay! ” giró la cara y continuó estudiando, “cierra la puerta cuando
salgas”- me dijo. En esos momentos pensé que era cruel, pero con el tiempo me
di cuenta que nunca fue cruel… solo era realista.
Ese no era mi hermano. Mi hermano era el que se chivaba a mis
padres cuando en la playa me gustaba que me llegase el agua por los hombros y
me ponía de rodillas para engañarlo, el que me ayudaba a subir a las moreras
más bajas para coger moras, el que siempre que comía carne se ponía delante mía
porque sabía que no la soporto, era el que me enseño a tirar con
tirachinas. Ese era un adulto extraño diciéndome
que solo estaba en la orilla que me tendría que ir más adentro pero con
cuidado de que las olas no me rompiesen en la cara.
En ese instante comprendí que la vida… mi vida, era cosa mía
y de nadie más. Y la realidad "no se me fue entre los dedos como agüita", como
dijo Julio Cortázar, se me quedo pegada entre ellos. Me sentí sola.
Me fui a mi habitación casi llorando pero con la dignidad de
que no quería que me cayese ni una sola lágrima por el camino. Cerré la puerta,
siempre esperando que viniese a explicarse… pero tampoco lo hizo.
Me llevé un día entero sin hablarle ¡un día! algo que los que
me conocen no pueden ni imaginar, ¡ah! y sin reírme. Quería que viese todo el daño
que me habían hecho esas pocas palabras.
Al día siguiente habló conmigo, me puso las cosas muy claras
y los pies en el suelo, me dijo que lo que yo había comenzado no era
precisamente un “camino de rosas”, esa frase está aun en mi cabeza y la
recuerdo a menudo.
Los años posteriores fueron muchos más duros, en todos los
sentidos, él ya no vivía en mi casa y durante los tres primeros años yo
tampoco, pero era igual lo llamaba por teléfono y siempre sabía lo que me
pasaba.
Algunas veces, he pensado que mi hermano tiene un sexto
sentido para mis problemas, aun hoy día presiento que sabe las cosas que me
pasan, porque cuando estoy más agobiada suena el teléfono y es él. También es
cierto que me llama todos los días y todos los días no estoy agobiada ni mucho
menos, entonces cabe la duda de que sea coincidencia. Es una posibilidad que no
hay que dejar de contemplar.
Él durante esta época, respetaba su horario de sueño o dormía
más. Sus ocho o nueve horas de descanso eran sagradas, siempre he envidiado la
capacidad de desconectar que tenía. En eso éramos muy diferentes, yo pasaba las
noches con un enorme termo de café, con mis bolígrafos de “clic” “clic” , mis
papeles arrugados y con mi colcha blanca llena de enormes olas de folios.
Echaba de menos tocar en la puerta de su reino y oír su voz diciéndome:
¡anda, pasa!
En cambio ponía la radio y la oía un rato. Era un programa
donde las personas contaban sus problemas, cuando había oído un par de
problemas, me daba cuenta, que lo mío al lado de lo que acababa de oír no era
nada. Me ponía otro café, la apagaba y seguía estudiando.
Por cierto creo que ese programa sigue todavía, pienso que
los guionistas no han evolucionado aún y que su creatividad ha quedado anclada
en los problemas de los demás.
Eran otros tiempos, no mejores ni peores, solo distintos.
Pero por esta época siempre los recuerdo, cuando veo a los estudiantes repasar algún
tema sobre algo, que realmente para la vida diaria, la que te hace tener los pies en el suelo y la cabeza firme y fría
sobre los hombros, de poco les va a servir.
Y yo… sin quererlo, me transporto a mi habitación llena de
folios arrugados, a mi colcha blanca de inmensas olas y a mi termo azul con café,
el más bueno del mundo porque lo hacia mi madre para mí.
Imagino que para los estudiantes no habrán cambiado muchos
las cosas, pero… que no se preocupen.
Pasan las horas y todo llega y pasa y vuelve
a llegar y… vuelve a pasar y nos quedan los recuerdos que con el tiempo siempre
se hacen agradables, porque sin darnos cuenta vamos quitando lo malo de ellos,
vamos dejando en nuestra memoria un lugar donde volver cuando queramos ser otra
vez nosotros mismos.
Aunque no lo crean recordaran esta época con cariño y con añoranza, al final a
todos nos pasa lo mismo.
Echamos de menos lo que ya no tenemos.
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