Llegué
tarde, bastante, no porque me hubiese entretenido, solo llegué tarde.
Al entrar
dije ¡hola!, ¡ahora vuelvo!, tomé la cámara de fotos y subí corriendo las dos
escaleras que me separaban de la azotea, mientras subía, pensaba a cada salto de
escalón: ¡no llego! Recordé que la luz de la azotea se había fundido hacia unas
semanas, de nuevo bajé corriendo y tomé una enorme linterna que nunca supe cómo
llegó a mi casa, pero que por arte de magia siempre tenía pilas de repuesto, en
un cajón del mueble de la entrada. Volví a subir esta vez con más prisas que
antes, mientras intentaba colocar las pilas sin que se cayesen.
Al abrir la
puerta, casi me encuentro con el espectáculo, no había comenzado aunque ya se
divisaba algo, faltaban unos minutos para que la obscuridad fuese total, solo
la luz de la Luna su brillo y la alineación de esos planetas, era lo que
necesitaba para hacer esas fotos tan magnificas que iba a tomar.
Preparé la
cámara a oscura y conecté el flash.
Es una
cámara buena y sabía que haría las mejores fotografías, después algunas las
mandaría a mis amistades, pero siempre hay otras que creo que son más
especiales, no mejores, solo más especiales y las guardo para mí.
Me quedé
absorta mirando al cielo, ya estaba oscuro, pero seguía tan distante,
misterioso y sabio como siempre que lo miro. Respiré profundamente, pensando
que podría olerlo.
Enfoqué con
la cámara, pero la volví a bajar, ¿y si todo ocurría mientras yo hacia las
fotos?, me lo perdería en directo y no es igual ver por un objetivo que con tus
propios ojos, tenía interés en un solo momento de la alineación, duraría en
esa posición…unos escasos dos o tres minutos.
Si la vida y
la naturaleza decidieran que en un momento dado de mi existencia, ya no puedo
recordar, ¿para qué quería las fotos?, si ya habría olvidado el momento, ese
preciso instante. No recordaría nada de él y no sabría porqué las hice.
Noté como
entraron en la azotea y me pusieron un brazo por encima de los hombros haciendo
una leve presión con la mano, sin hablar. Sabían que ese momento era importante
para mí y que estaba dentro de mis cosas tontas importantes. Advertí, como sin
decir nada y siempre en silencio se descolgaba la cámara de mi cuello y acto
seguido saltaron varios flash, mientras yo disfrutaba de aquel hermoso espectáculo.
No sé cuánto
tiempo permanecí así. Hasta que me dijeron, hace frio: ¿vamos adentro?, claro –
contesté.
Me sentí
infinitamente pequeña después de lo que había visto. Yo era menos que la
partícula más insignificante y pequeña del universo y sin embargo podía admirar
su belleza y formaba parte de él.
Por unos
instantes pensé: “Qué poderosas energías se habrían podido reunir para dar paso
a algo tan bello como la vida”. Seguramente nuestra existencia nos preparé para
volver de dónde venimos y realmente solo seamos visitantes de este espacio-tiempo.
Lo leí una vez, pero ahora lo comprendía.
Me sentí
feliz de estar allí y ver lo que acababa de observar.
Entramos en
la casa, pensaba que la belleza que acababa de contemplar en el cielo tan
negro no podría tener fin nunca. Y sin ningún motivo me acordé de una canción
que llevo en el teléfono con otras muchas que escucho cuando decido irme en
coche por algún motivo y que hace que baile cuando estoy contenta y ahora lo
estaba, me puse los cascos los conecté a mi música y empecé a oírla y como dice
la canción : “ha sido divertido lo repetiría otra vez…” Yo repetiría una y mil
veces la aventura de la vida, con los mismos errores, porque fueron elegidos
por mí y nadie me empujó a que los cometiera. Aunque la vida en su baile me
volviese a pisar los pies las mismas veces.
Comenzaba la
canción cuando me dirigía a la cocina seguida de mi perro. Era hora de preparar
algo para la cena.
Los
problemas cotidianos, en esos momentos perdieron toda su importancia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario