Voy de
camino hacia mi lugar de siempre, al de todo los días, es decir, al trabajo.
Pero me gusta, es lo que decidí hace muchos años y lo que conseguí, a veces me
enfado como todos cuando tenemos una obligación fija, pero debo reconocer que obtengo
muchas recompensas emocionales y esto me hace feliz.
De pie en el
autobús, observo a un grupo de estudiantes y no puedo dejar de evocar cuando yo
tenía su edad. Siempre con un gran bolso cruzado cargada de apuntes y de cosas
que creía imprescindibles, cuando ese día no podía volver a comer a mi casa y
en el brazo siempre llevaba algo más de lo que no cavia dentro.
Me miro
ahora, a través del tiempo y veo que las cosas no han cambiado tanto para mí.
Sigo yendo cargada. Soy adulta, pero no he perdido la alegría con la que iba a
estudiar.
Claro está
que ahora se mucho más… de todo, pero aun me queda la ilusión del día a día,
cuando la pierda será la hora de dejarlo y buscar un lugar solo para mi, donde
ni me conozcan ni conozca a nadie, excepto a un par de personas y dedicarme a
lo que realmente me gusta y que me roba silenciosamente el tiempo que no le
puedo dedicar.
Abandoné
estos pensamientos, al pasar mi medio de transporte por un centro comercial.
Recordé que
hacia un par de días quedé con dos amigas para comprar un regalo a un amigo.
Una persona que conocemos se casa, es alguien a quien apreciamos mucho y se
decidió que le íbamos hacer un regalo.
Quedamos
temprano, las tres somos muy puntuales.
Antes de
entrar en el comercio, había que tomar un buen desayuno donde yo lo suelo hacer
cuando cojo esa ruta. Les dije que las llevaría y fue un acierto.
Es un bar
muy pequeño, prácticamente la barra y cuatro mesas pero te ponen unos desayunos
magníficos. Cumplida nuestra misión del desayuno, solo teníamos que pasear un poco y llegar al centro
comercial.
Al entrar,
yo que no voy mucho a centros comerciales… solo en contadas ocasiones, para mí
se abrió el mundo mágico de la elegancia y el glamur. Luces, brillos, escaleras
mecánicas, techos sin fin, olores a perfumes…¿cuántas cosas me pierdo mientras
trabajo? – pensé. Iba desorientadas y en estos casos nunca llevo la decisión de
ir la primera, si no de seguir a la más experta.
Yo solo decía
¿y ahora por donde?- contestaba, la guía – ¡por aquí, todo seguido! Seguro que
en solo una hora allí y me hubiese perdido, teniendo que llamar a alguien para
que me indicase la salida.
Una de mis
amigas, decidida como es, fue directa al regalo como una flecha, se decidió
entre dos modelos, pero como siempre pasa en estos casos se eligió el primero.
Tuvimos unos
instantes de duda pero el amable vendedor nos dijo que él en su casa tenia uno
igual y que le iba muy bien.
Esto empezó
a aumentar mi curiosidad, ¿por qué cada vez que estamos indecisos ante una
compra, siempre hay un vendedor que tiene un modelo igual de lo que sea en su
casa?, imagino que las casas de muchas de estas personas deben ser como una
verdadera sala de exposiciones de todos los productos que venden.
Es algo que
se debe comprobar, a mi me ha pasado a menudo. Me siento indecisa ante la
compra de cualquier artículo y el vendedor tiene seguramente uno de estos en su
casa. Él según su interés comercial, te indica uno u otro, pero seguro que lo
tiene desde hace tiempo y siempre añaden la frase “a mí no me ha dado problemas”.
Os confesaré que yo no me lo creo.
Por eso
cuando voy a comprar algo, aunque lo desconozca quiero fingir seguridad y resolución,
no creo que nadie pueda tener siempre lo mismo que vamos a comprar, de la misma
marca, del mismo modelo y desde hace mucho tiempo “sin darle problemas”, aunque
sea un modelo que salió al mercado hace unas semanas y me pregunto: ¿estas
personas están todo el día comprando?
Da igual el
artículo, si es una crema hidratante, la señorita la lleva usando desde “hace
mucho tiempo” y le va fenomenal. Si es un perfume o una colonia de baño, es el
que ella utiliza o la que se usa en su casa…no falla.
Después de
hacer la compra y alejarnos del lugar. Una de las amigas tenía que comprar un
café determinado y fuimos “AL SALÓN DEL GOURMET” , más lujo y glamur. Filas
inmensas de bombones de nombres rarísimos y carísimos y cafés colocados en estanterías
como si fuese libros, no me extrañaría que estuviesen colocados por orden
alfabético.
Cuando
volvimos a salir de este abrumador salón y subimos, llamó mi atención un libro,
que estaba expuesto. Era de una escritora muy conocida por mi y aun teniendo la
posibilidad de no tenerlo que comprar, no pude resistir el placer de hacerlo y
lo hice.
Solo quedaba
ver el presupuesto de una pantalla de un “Ipod” que se le había roto a una de
mis amigas y quería saber el coste del arreglo.
Aquí fue cuando
mi curiosidad se desbordo.
Preguntamos
a un amable vendedor, de esos que tiene de todo lo que venden en sus casa y nos
indico el lugar.
¡Al fondo a
la izquierda!, no sabía yo donde estaba el fondo en ese gran comercio, pero
dimos con él. Realmente estaba al fondo, del fondo o sea al final.
Desde muy
lejos leí “CLÍNICA INFORMATICA” me quedé
confusa, conozco muchos tipos de clínicas como:
Clínicas
Dentales. Clínicas del Pie. Clínicas Médicas. Clínicas del Dolor. Clínicas veterinarias….pero ¿Informáticas?, pues nunca
la había escuchado y me alegró tener la ocasión de ver una.
Una de mis
amigas me miró, me conoce bien y sabe que ya el nombre había despertado mi interés,
sonrió sabiendo lo que pensaba en ese momento, a la vez que yo decía : ¡Qué
curioso!, aceleré un poco el paso, pero siempre siguiendo a mi otra amiga que
realmente se mueve por allí como pez en el agua. Yo no, me aturdo ante tanto
lujo y pienso que más de la mitad de las cosas que hay allí no sirven para nada
o yo no sabría como mejorar mi calidad de vida con ellas.
Llegamos a
un lugar muy blanco, un larguísimo mostrador en forma de “L” y a un hombre de
edad mediana. Para mí la edad “mediana” no es ni mucha ni poca, es la edad que
yo no soy capaz de identificar.
Alto,
delgado, moreno, de ojos pequeños y marrones, con gafas de monturas negra, raya
en el cabello a un lado y un ligero tupés a los años 60 , ¡ah! y una bata
blanca, como los médicos.
Lo primero
que pensé fue: ¿le lavaran la bata en el comercio, como a los médicos en los
hospitales?
Mi amiga
hablaba con él y yo lo miraba, no muy descaradamente pero lo observaba. Era
amable y realmente hablaba con propiedad. Yo no me enteré de nada, pero mentalmente
lo comparaba con los dos únicos informáticos que conozco.
Uno de ellos
lleva el cabello casi por la cintura, recogido en una coleta y el otro una gran
melena rizada con una felpa en la cabeza y pensé: ellos nunca podrían trabajar
aquí, tendrían que renunciar a su identidad como personas y seguro que hasta en
su forma de pensar.
Por un
momento en el transcurso de la conversación sobre el aparato estropeado, me pareció
ver un halo de tristeza y resignación en los ojos de ese hombre de edad mediana
e indeterminada, que hizo que lo volviese a mirar con ternura.
Quizá el
tuvo que renunciar también a una parte de su identidad, por estar ahí, detrás
de ese insulso mostrador con ese cartel tan simpático, al fondo de aquel gran comercio.
Noté que en ese sitio, la fantasía y el lujo del centro comercial habían
desaparecido para dar paso, a lo que intentaron poner como un laboratorio sin
tubos de ensayos, ni máquina de análisis.
Y sin que
nadie se diese cuenta, casi ni yo misma, porque lo pensé muy intensamente pero
muy bajito, desde el fondo de algún
rincón mío, le deseé fuerza interior para que aquel trabajo aburrido y
solitario no acabase destruyendo el joven que aun debía tener dentro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario