miércoles, 8 de mayo de 2013

TRAYECTO CORTO



Hoy día completo pero lleno de emoción. Después del trabajo iré a ver un nuevo miembro de la familia, ha nacido la hija de un familiar por parte de mi padre son de esos parientes tan lejanos que casi se pierden en el tiempo, pero que siguiendo la línea generacional les conozco.   
Me parece que soy uno de los únicos de mi familia que siguen esas amistades tan lejanas. Me conocieron hace mucho tiempo en un evento de los que hay que ir por compromiso, de esos que tenemos todos y que si no vas está mal visto.

Desde entonces creé con ellos un lazo de amistad especial y sin saber por qué siempre han contado conmigo para celebraciones y casos especiales y yo encantada de que así sea. Mis familiares cercanos saben de ellos por mí.

Me han invitado al bautizo, pero seguramente no podré ir a la ceremonia religiosa así que prefiero conocerla ya. Estoy impaciente.

Tengo ganas de ver su carita y sus ojos de vida nueva, expectante ante un mundo tan usado. La sensación de tener  a un recién nacido en los brazos es lo más hermoso que jamás he experimentado. Huelen a vida y a esperanza; además, llevará mi segundo nombre y me hace ilusión.

Mi segundo nombre viene por parte de la familia de mi padre, concretamente es de mi abuela y ella lo llevaba por la suya y así… de manera que el nombre se quedó en la familia. A veces pienso que debí haber continuado la tradición, pero por otro lado si una tradición no se corta se convierte en obligación perpetua y quien que no la sigue es “raro”. En este caso soy yo.

Le desearé todo el amor y el bien del mundo y cuando la tenga en mis brazos se quedará ese instante grabado en otro de los muchos rincones que tiene el corazón.
Igual que esos momentos que no se pueden ir de nosotros nunca, porque los hemos vivido tan intensamente que se pegan a ti para siempre y cuando los recuerdas sonríes sin darte cuenta y sin importarte donde estés.

Salí del trabajo y me dirigí a una estación de tren que hay cerca, tomaría un cercanías que me dejaría en la estación principal y allí el A.V.E que en poco más de una hora me llevaba a mi destino.
Lo tenía todo preparado, solo un bolso de mano, únicamente podía estar esa tarde y media mañana y de vuelta a la vida rutinaria.

Llegué a la estación, esperé un poco y llegó puntual como siempre. Al subir me acomodé en uno de los asientos paralelos al vagón de forma que las ventanas quedaban a nuestras espaldas.                           Dije: ¡hola! la mujer y la niña que iban me lanzaron una sonrisa en señal de saludo que correspondí.

Me situé al lado de la madre, pero observaba como la chiquilla me miraba por el cristal de la ventana de enfrente, esperé a que el tren entrase en el túnel para quitarme las gafas de sol, abrí el bolso y saqué un estuche, pero sin dejar de ojear el cristal que al entrar en el túnel se convirtió por arte de magia en un gran espejo. 

Ella no dejaba de mirarme y sin decir nada arqueé un poco las cejas sonriendo levemente y para mi asombro, la pequeña me entendió y me mandó un ¡hola! mudo, que leí en sus labios.

Sabía que yo le producía curiosidad, me miraba una y otra vez, esperaba a que yo mirase algún sitio para seguirlo ella con sus ojos.

Pasé la mano por mi flequillo e hizo lo mismo, me miré las uñas y también me imitó. Ella sola había inventado un juego y me arrastró como a un niño pequeño a continuarlo, era divertido.

Iba haciendo cosas para que yo al igual que ella la emulase, se tocó la frente la seguí, puse la mano en mi cuello lo copió. Pero todo lo hacía con mucho disimulo, como para que nadie pudiese entrar en ese juego tonto e imprevisto. Creo que a las dos nos aburría el tren.

Me fijé y la mayoría de las personas iban mirando al infinito o con los teléfonos, unos mandando mensajes, otros con música los que más tonteando con él. Estaban serios, eran seres “adultos y pensantes” inmersos en  sus propios problemas, ajenos a la vida que fluye a su alrededor. Si alguien se hubiese fijado lo más seguro es que creyese que la niña y yo, éramos insignificantes.

Las dos sabíamos que ese juego se acabaría pronto porque el tren saldría del túnel y al volver el sol el espejo mágico desaparecería, así que esos poco minutos los íbamos a aprovechar.

Cruce las piernas y lo hizo, igual que me imito cuando puse la mano en mi rodilla.

Salió el tren del túnel y comenzamos a reírnos las dos, ella fuerte yo sin poder hacerlo porque soy adulta y se supone que no debo ser natural, si no los “seres pensantes" me mirarían mal, pero en mi interior me reía más que ella.

Llegó mi parada y me bajé, esperé un momento en el andén a ver si miraba por la ventanilla y lo hizo, se reía y me decía adiós, cuando el tren se puso en marcha me lanzó un beso con la mano. Ahí fue cuando ya no pude aguantar la risa y comencé a reír más fuerte, un señor que pasaba por mi lado me miró y hasta volvió la cabeza para ver si seguía riéndome, no sé... que le pasaría por la cabeza, pero no me importó.

Quizá había intentado ese juego con mas personas y nadie la siguió, solo era una niña pequeña… creerían que era un ser “no maduro”. 

Había sido un trayecto de lo más ameno y entretenido.

Tenía que tomar las plataformas deslizantes para cambiar de vía y en ese recorrido, pensé: "prefiero que me recuerden por la alegría de mi risa y no por el llanto de mis penas".

Seguramente y con suerte, esa pequeña cuando creciese no se haría un ser taciturno y obtuso como la mayoría de los de iban en el vagón.

Había tenido la creatividad de inventar un juego y arrastrarme a mí con él. 

Mentalmente en la distancia le devolví el beso y la felicité.

No hay comentarios:

Publicar un comentario