martes, 26 de febrero de 2013

EL DÍA "D"



Iba rápido a mi autobús diario, el siguiente llegaría algo más tarde, no lo quería tomar. El otro vendría en unos quince minutos y estaría lleno de esta tribu tan peculiar para mí que es la “juventud”. Sus risas y sus conversaciones, no me dejarían pensar.
Era poco tiempo el que tenia.
No siempre puedo divagar libremente. Me concentro y a veces me olvido que yo también tengo una vida fuera de mi trabajo.

Al día siguiente , por la mañana tendría que hacer una llamada muy importante. Dudaba si tendría el suficiente valor. Pero como me conozco a estas alturas de la vida , algo más que los demás a mí. Sabía que al final la haría.

Era a las nueve, en eso habíamos quedado.

El día transcurrió como un día normal, ante los ojos de los demás. Todo iba como tenía que ser.
Intentaba mostrar mi naturalidad, pero dentro de mi tenia la guerra interna del “si” o el “no”. Era un salto importante en mi vida, nunca lo había hecho, pero era algo que deseaba hacer hace tiempo.

Lo más importante: era libre para decidir.

Estaba contenta, feliz. Pero muy nerviosa.

No pensaré mas en ello, me decía una y otra vez. Cuando llegue la hora veré que hacer. Pero de nuevo me sorprendía a mí misma, al rato, pensando en lo mismo.

Ya está, tema zanjado. Lo haré. No lo pienso más. Decidido.

Fue mi último pensamiento a la hora de acostarme, aunque sabía que a la mañana siguiente cuando se fuese acercando la hora me volvería a hacer las mismas preguntas y volverían las mismas dudas a mi cabeza.

Me levanté bastante temprano. Estaba inquieta. Miraba el reloj cada 10 minutos. A las nueve menos diez llamé.

Saludé y pregunté por el monitor. Me saludó amablemente, diciéndome  preparada: esperaba tu llamada.-Si preparada-. Todo está listo, tu equipo está aquí. Bien –dije- dentro de una hora estoy en el aeródromo.

Había planeado, sin que mi familia lo supiese, algo que hacía tiempo deseaba.Saltar con paracaídas.

Llegué y el monitor que saltaría conmigo; pegado a mi espalda estuvo dándome las indicaciones correctas para que ese, mi primer salto saliese perfecto.

Oía su voz, tranquilizadora. Me relajaba oírle. Me sentía bien. Me inspiraba confianza.

Me ayudo a ponerme el equipo y nos dirigimos a una avioneta. Subimos y sus primeras palabras fueron: relájate, todo saldrá bien.

Nos fuimos elevando. No recordaba la sensación de libertad que proporciona sentirse por encima del suelo.

Más alto, más alto y más alto. Me decía yo. Hasta el final del cielo.

Al llegar a una determinada altura, engancho unos arneses que tenía en su parte delantera con los de la trasera de mi equipo.

Abrió la puerta y el fuerte viento me recordó algo muy especial.

Lo mucho que me gusta la vida y sentir sus emociones.

Ya no podía hablar, solo pensar.

Arrimándose a mi oído, me dijo: ¡salta!

No sé bien si lo hice yo o fue él, el que me ayudo a dar ese salto.

Sentí que volaba, era libre.

Se veía todo tan pequeño y tan insignificante desde esa altura, que por un momento hubiese querido que se parase el tiempo para siempre.
 
Pero no fue así. Se abrieron los paracaídas y el brusco tirón hizo que volviese a la realidad. Estábamos descendiendo y seguiríamos haciéndolo hasta llegar al suelo, donde todo sería como antes.

Fue un salto perfecto, demasiado rápido, me hubiese gustado estar más tiempo arriba. Pero quizá mis ganas y mi percepción del tiempo lo acortase.

Cuando llegamos abajo, se me saltaron las lagrimas.

Miré hacia arriba y pensé: he volado más alto que cualquier pájaro.




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