Voy de
camino a mi trabajo como todos los días. Hoy no voy a decir cómo me siento , he
llagado a pensar que esto es irrelevante para un relato ¿y qué más da, como me
sienta yo? Lo importante es sentirse a uno mismo sea como sea. El ánimo cambia pero la conciencia de nuestro
“yo individual” no.
Me bajo hoy
en mi parada, la que me corresponde. La de las “no divagaciones” que por otra
parte sería, en la que me tendría que bajar todos los días.
Como cada
día paso, antes de entrar en mi edificio, delante de un quiosco de prensa y
chucherías y muy, muy cerca hay un pequeño puesto de venta de sorteos. De esos
que hacen todos los días a las diez de la noche y que yo siempre digo:¡ un día
compraré! pero que nunca lo hago.
Desde hace
mucho tiempo me quedo mirando al chico que se dedica a este tipo de ventas.
Cada vez que lo miro invento una historia distinta para él. Me intriga.
Pero en
todas le deseo suerte y un final feliz. Como a todos mis sujetos observados.
Siempre
había pensado que tenía una minusvalía y que era visual.
¡Por
supuesto!, ¡claro, que la culpa era de él!, siempre llevaba unas gafas negras
muy negras , de protección total. Incluso en los días más oscuros, de pleno
invierno.
Pasaba y me
quedaba mirándolo fijamente, tan fijamente como cuando miras a alguien que sabe
que no te puede devolver la mirada y que nunca sabrás que lo has mirado.
Así un día,
otro, otro... Todos los días desde hace casi un año.
Hace unas
semanas, ocurrió algo muy extraño para mí.
Como cada
día, al pasar delante de su puesto y observarlo como de costumbre.
Por un
instante, me pareció notar que a través de sus cristales oscuros me seguía con
la mirada . No le di importancia y seguí mi camino. Será coincidencia –dije-
mañana lo observaré mejor.
Al día
siguiente, estaba deseando verlo, por la curiosidad que me producía intentar
adivinar su mirada y efectivamente me quede más fija que nunca mirándolo.
Pasé delante
de él a propósito y observándolo detenidamente, con descaro, premeditación,
alevosía y no digo nocturnidad, porque ya el día había clareado.
Él, parecía
que me estaba esperando, de pronto se quito las gafas . Y vi los ojos más
marrones y más bonitos que nunca había podido imaginar detrás de esas gafas tan
negras.
Se quedó mirándome
tan descaradamente, como yo lo había hecho durante todo ese tiempo. Sentí una
vergüenza inmensa. No sabía adónde mirar y de repente me dijo: ¿ya es hora que,
por lo menos, me des los “buenos días”?...¿No?
Me sentí
mal, di los “buenos días” y aceleré el paso, exactamente, acelerar no era la
palabra, lo más correcto sería definirlo como- correr sutil y elegantemente- y
por supuesto sin mirar nunca atrás.
Estuve todo
el día pensando en lo ocurrido.
Llegué a
decidir cambiar mi recorrido diario, pero creí que lo mejor era afrontar la
realidad. Sentía la necesidad de dar al chico una explicación de mi insistente
curiosidad. Aunque por otra parte no sabría como empezar.
Por más que
pensaba, no sabía que podía decirle, como iba a comenzar… Todos los comienzos
me parecían excusas tontas, inútiles y propias de un crio si razonamiento.
Tomaría un autobús
anterior. En él procuraría encontrar la forma idónea de disculparme.
Estos puesto
abren pronto. Está cerca de un hospital y hacen mucha venta.
Llegue al
suyo, le di los “buenos días” y lo siguiente era… comenzar a disculparme por ese
tiempo de descaro y mala educación.
No hicieron
faltas palabras, en el momento de comenzar mis disculpas, se quito las gafas y comenzó
a reír a carcajadas sonoras. Yo lo miraba con perplejidad sin saber que hacer,
ni que decir, espere a que acabase de reír sin dejar de mirarlo.
Tuvo que
adivinar una pregunta en mi mirada, porque acto seguido, me volvió a sorprender
–diciendo- llevo observándote todo este tiempo. Volvió a reír.
Al principio
no sabía que mirabas. Después me di cuenta que intentabas ver mis ojos y por
eso cada vez que te veo venir me pongo las gafas, aunque llueva y esté el día
muy oscuro.
Comencé a reírme.
No era yo la observadora, era la observada, ¡Yo era la victima de mi propia
observación! ¡Era su sujeto de su estudio!
Le di los “buenos
días “y me presenté. Me alargó la mano e
igualmente se presentó y me dijo: ¿amigos?
Amigos –contesté.
Desde
entonces se ha convertido en un amigo entrañable, es amable, simpático y cuando
lo veo se levanta las gafas si las lleva puesta para saludarme.
A veces
cuando es algo temprano para mí, me detengo y charlamos un rato sobre cualquier
tontería.
Menos los lunes que él no abre el puesto lo hace un hermano suyo, al
que ni siquiera miro a la cara.
No quiero caer otra vez en una de mis propias
observaciones.
Nos deseamos
“buenos días” y siempre decimos, “hasta mañana”.
No sin decirme el todos los días: ¿no llevas para el sorteo de hoy? Y siempre
le contesto : ¡no voy a esperar, otro año!
Dentro de
poco se casa con la chica más guapa de los alrededores, con unos preciosos ojos
azules. Ella a veces está con él en el puestecillo. Sabe la historia y cuando
la recordamos nos reímos las dos.
En una cosa
no me equivoqué le deseé toda la suerte del mundo y un final feliz. Me siento
bien por ellos se ven enamorados y son mis amigos.
Ahora paso
con orgullo y sin ningún tipo de vergüenza delante del puesto. Y cuando hace
sol y los dos o los tres llevamos gafas, las levantamos para saludarnos.
Me siento
bien sabiendo que tengo dos amigos que me esperan casi todas las mañanas para
darnos un saludo.
Pienso que
si hubiésemos hablado hace un año, quizá no hubiese existido la magia de la
intriga.
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