Viernes, un
día que me gusta, bueno como a casi todos. Lo que ocurre es que al tener las horas de trabajo repartidas durante la
semana, ese día libro desde hace unos meses.
Cuando me
levanto, todos los miembros de mi familia han comenzado ya su día, su rutina.
Estoy sola con toda la mañana y a veces todo el día para mi, hasta la noche
donde ya todos nos reunimos.
Me preparo
ese primer café reparador y siempre lo tomo en el mismo sitio, sea la época del
año que sea.
En una
habitación, delante de una ventana abierta, que da al patio. Siempre con la luz
apagada, aún en invierno que es de noche.
Sin ver nada
más que la oscuridad. Me gusta adivinar lo que veré cuando salga el sol o haya
luz.
Hace un
tiempo encima de la tapia que está cerca del limonero, vi unos ojos brillar,
enseguida note que era el brillo inconfundible de los ojos de un gato.
Desde ese
momento y aún sin conocernos paso a ser mi gato.
Me retiré de
la ventana, sabía que no me vería pero no quería arriesgarme a que se asustara.
No quería
que se fuera, quería que siguiera su recorrido hasta la ventana y pensé
quedarme muy quieta, como si no existiera. Con la taza de café entre las dos
manos, sin querer llevármela a los labios para no moverme.
Tenía miedo
de que se alejara como a esos amigos nuevos a los que de pronto les cuentas
toda tu vida y temes que te juzguen, aún sin haber estado en ella.
Siguió
caminando y se paró justo delante de ella, por el brillo de sus ojos sabía que
me estaba viendo, me veía igual que yo lo veía a él.
Comencé a
tomarme el café, mirándolo tan fijamente como él a mí, noté que era así, porque
ninguno de los dos parpadeábamos.
Solo con
haber alargado un poco la mano a través de la reja, lo hubiese tocado. Pero no
me atreví, volví a temer que se fuese.
Esto ocurrió
hace unas semanas y desde entonces, cuando tomo este café los viernes voy
corriendo hacia la ventana. Yo soy puntual en mi cita, no quiero que un día
llegue y yo no esté, tendría miedo de que pudiese ocurrir que no me viera y
dejase de acudir.
Nunca he osado
alargar la mano y él siempre se ha mantenido a la misma distancia, nuestro
encuentro dura lo mismo que mi café.
Después
cierro la ventana y ya sabe que es la hora en la que se tiene que retirar, ya
no nos veremos hasta el siguiente viernes.
Creo que al
igual que yo lo miro y pienso en muchas cosas, el hará lo mismo, nunca sabremos
lo que nos decimos, pero seguramente nos sentará bien a los dos si no, no
estaríamos ahí mirándonos.
Con toda
seguridad creo que este recorrido por encima de la tapia que está cerca del
limonero, lo hará casi a diario, pero a mí me gusta pensar que solo lo hace los
viernes para verme a mí.
Por eso
cuando lo veo llegar siempre pienso: ya viene "mi gato".
Nos miramos
y comenzamos a hablar.
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