¡Qué bien ¡
acabo de hablar con mi hermano y esto siempre me pone de buen humor. Aunque nos
vemos y nos llamamos muy a menudo; bueno, él me llama más. Siempre tenemos una
conversación muy fluida, como si hiciera tiempo que no nos vemos.
Comenzamos a
hablar y nunca sabemos cómo despedirnos, decimos adiós y surge otro tema, más
adiós, más temas. Así hasta que uno de los dos recuerda que es horario de
trabajo y que lo que estaba haciendo, antes de esa llamada era importante.
Es temprano
pero él sabe que es la forma de poder hablar conmigo tranquilamente y que yo
esté en mi casa. Es una de esas personas en las que se puede poner la vida en
sus manos y nunca defraudaría a nadie.
Después de
esta llamada, vuelvo a la vida real. Es viernes no trabajo.
Por la
mañana desde temprano hasta la una o las dos de la tarde, es mi viernes,
después, es viernes compartido… con familia… café con amigas… compras caseras…
paseo con mi perro… salir entrar… entrar salir…en fin lo que todos hacemos
normalmente y que por ser viernes nos parece tan especial.
Hoy antes de
dedicarme a todo eso por la tarde. Toca compras caseras, por supuesto en
horario de viernes compartido.
Nada
importante. Detergentes, suavizante, yogur y algo más que seguramente cuando
esté en el comercio recordaré.
Paso antes
por los detergentes. ¡No sé!, mi manía de poner en el carro antes lo que más
pesa, pero como es lo que más abulta, me parece que la compra se acabará antes.
Sé que es
necesario, pero me aburre ir a comprar para la casa. ¡Para mí no!
Siempre digo
que el último detergente que compro ha sido, o huele mejor que el anterior,
pero cuando llego al comercio y veo tanta variedad, de tantos colores y esos
envases con etiquetas tan llamativas, me gustaría olerlos todos.
Cosa que a
veces me he propuesto y nunca he conseguido. Me mareo cuando llevo unos seis o
sietes, pero hoy haré una excepción. Lo volveré a intentar con más ímpetu.
Los de
Marsella descartados no me gustan su olor.
Comienzo por
los de tapón azul. Llevo tres y los tres parecen casi iguales.
Ahora por
los verde, un olor algo distinto, mas fuerte.
Los rosas,
bueno no me desagrada, pero….veo unos con tapón blanco. Leo antes que no sea de
Marsella, no olvidaría su olor en días.
¡No, no me
gusta!, vuelvo sobre mis pasos y llego a la estantería de los azules. Tomo dos
envases y al ponerlos en el carro, me doy cuenta que son los que siempre compro
–pienso- ¡qué bien! Eso quiere decir que la primera vez elegí adecuadamente.
Ahora en la
otra calle los suavizantes. ¡Uff! Esto es más complicado, hay muchos más
colores y muchas más marcas.
Rosas, Jazmín,
Zen, Marino, Frescor eterno, Flores del campo… no me atrevo a ir destapando
botes, son líquidos y no geles como el detergente y podría pasar algo sin yo
quererlo. Además ya podía notar el efecto en mí, del olor de los detergentes.
¿Qué le
echaran a esto que “coloca” tanto? -me
pregunté- cuando muy a mi pesar, me sorprendí abriendo un bote de suavizante y oliéndolo.
Bueno había
olido uno y no pasaba nada, a por otro. Solo pude oler cinco, realmente me empecé
a marear. Tapé el ultimo y cogí uno que ponía “Zen” por lo de la relajación y todo eso –pensé-
pero ese, no lo olí.
Ya, daba
igual su olor, mi olfato no distinguiría si era bueno o malo. De todas formas
se lo tomaría la lavadora, y no yo.
Recordé que tenía
que comprar también ambientadores, ardua tarea.
Para mi
tienen que ser súper suaves, como si no hubiese ambientador y por supuesto el
de olor a manzana descartado. Me gusta tanto esa fruta, que me parece una aberración
utilizar su aroma en un mero ambientador.
Destapé un espray,
total había olido ya tanta diversidad que por un olor más no pasaba nada.
Pensaba que
como casi todos los ambientadores, pulverizan por arriba este también lo
haría pero no, me equivoqué.
Quise darle
ese suave toque, que todos hemos dado a algún espray, en un comercio en su día
para saber a que olía.
Salió por el
lateral y directamente a mis ojos, del impacto se me cayó el bote al suelo,
mientras los ojos me quemaban de una manera feroz. Sentí como una de mis
lentillas se separaba de mi y rodaba por mi mejilla hasta el suelo. La otra permaneció
en su sitio, no sin quejarse.
Recogí el espray,
olvidé la lentilla y medio mareada por los olores y no viendo con claridad como
a mí me gusta. Me alejé del lugar.
Me dirigí a
los yogures. Llevaba en mente, unos sabores
determinados que se toman en mi casa, pero me dio lo mismo. Yo lo que quería
era irme ya. Cogí una gran cantidad de los que me parecieron y me fui a una
caja.
En el
aparcamiento, me quite la otra lentilla y la tiré. ¡Total! Estaría también
contaminada.
Me puse unas
gafas de sol y me encaminé hacia mi casa.
Al llegar
preparé café, alguien de mi familia me preguntó: es viernes, ¿no sales un rato
con tus amigas? No –dije- acabo de llegar.
Pensé -
mañana sábado reanudare mis planes. Hoy
he tenido bastante.
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