jueves, 28 de marzo de 2013

" EL HOMBRE DE LOS LIBROS "



Esta tarde tengo que llegarme a una librería, tengo que recoger un encargo de algo muy especial que pedí y ayer a la hora de cerrar me llamaron y me dijeron que ya había llegado.

Pensaba- al mirar la hora en el teléfono. El autobús se retrasaba bastante y decidí comenzar a andar, el trayecto que hacía, era el del propio transporte y si veía venir alguno lo tomaría.

Las librerías para mi tienen un encanto especial. Cada vez que entro en alguna , cosa que es muy frecuente. Siempre pienso, ¿sería yo capaz de leer todos estos libros, me daría tiempo leerlos todos?, al final llego a la conclusión que sería imposible ¡hay tantos! Y el tiempo es tan limitado.

Esto no me produce tristeza porque creo que todos los que yo no lea, vendrán otras personas con las mismas o mas inquietudes que yo y acabaran leyéndolos.

Esto me hizo recordar que:

Durante mi pre-adolescencia, como todos creo, tuve una época muy rebelde y mis padres decidieron que lo mejor era que el “clero” me hiciese cambiar las ideas que tenia y que todavía tengo. Las de ahora aún más afianzadas.

Me faltaba un año para hacer el bachiller así que de unánime acuerdo entre ellos sin contar conmigo para nada . Me matricularon en un colegio de “monjas-no-monjas” que estaba situado en la calle Arguijo, una bocacalle de la calle Laraña.

A decir verdad, allí pase los tres mejores años de mi venidera adolescencia, hice los mejores amigos de los cuales aún conservo algunos y los profesores eran bastantes buenos, excesivamente estrictos pero supieron saciar casi toda mi curiosidad intelectual.

Después acabé cursando allí el bachiller.

Lo que más me gustaba era que no habían clases solo las llamadas “puestas en común”, que con el tiempo deduje que eran peor que las propias clases. Todo el mundo debía participar en el tema tanto si era de químicas, matemáticas, latín, filosofía, etc. Además tu organizabas tu propio trabajo, si un día querías hacías química o matemáticas o francés o ingles…pero sabias que había dos horas de “puestas en común” por la mañana y tres por la tarde que eran obligatorias y que los lunes y jueves debías entregar todos los temas y los trabajos desarrollados con las bibliografías que te daban.

Esto me agradaba, me hacía sentir que yo era mi propia jefe.

Lo que más me gustaban eran las clases de “química-práctica” que realizábamos en el laboratorio.
Dicho laboratorio, muy completo por cierto, daba al lateral del desaparecido teatro Álvarez Quintero y mientras esperaba que las reacciones químicas hicieran su trabajo, yo miraba por la gran ventana de gruesos barrotes de hierro y veía entrar y salir a los actores, me quedaba embobada mirando. Cuando era primavera por el calor se nos permitía abrir un poco. Los miraba tan ensimismada que muchos me decían adiós con la mano.

Para mí todo el que entraba o salía era un importante actor, como ¡no conocía ese mundillo!, pues todo él, o la que pasaba por aquella puerta con gafas oscuras para mí era un actor o una actriz importantísima.
A lo cual se formaba el revuelo lógico entre todos, yo llamaba a mis compañeros, venían a verlos y decía: ¡ aquel!, ¡aquel!, es el que me ha dicho adiós. 

Con el tiempo me di cuenta que un famoso es tan normal como cualquier persona.

Siempre el mismo compañero me preguntaba y ¿ese quién es?, ¡ha! No se –contestaba- pero me ha dicho adiós. Y como sabes que es un actor –no, lo sé…bueno, es igual me ha dicho adiós.

Cuando esto ocurría, Beatriz nuestra profesora de químicas, persona liberal donde las haya y por la cual, sentí y siento un profundo respeto y cariño, decidía cerrar el gran ventanal y nos moríamos todos de calor y de tedio mirando las reacciones de los tubitos de ensayo y el goteo de los embudos en los matraces.

Notaba como mis compañeros me miraban de reojo y podía adivinar sus pensamientos: ¡otra vez Clara!, ¡siempre hace lo mismo!, ¡a fastidiar otra vez! Pero yo me sentía feliz, para mí, había visto a un actor importante y me había dicho ¡¡adiós!!

Las ideas que mis padres creyeron que se irían de mi cabeza, sobre el clero, se afianzaron más aún, al conocerlo todo desde dentro.

Aparté todas las ideas clericales y dejé solo la parte de la ciencia que era la que realmente me interesaba.
 
Fue una época muy buena en mi vida. Pienso que ese tiempo me preparo para después. 

Las clases eran por la mañana y por la tarde y los sábados por la mañana tenias la opción de ir, si tu trabajo estaba retrasado para el lunes siguiente. Yo nunca fui un sábado, mi sentido de la responsabilidad no llegaba a tanto, de forma que al lunes siguiente si uno de mis compañeros me preguntaba, ¿no viniste el sábado? Decía ¡no!, mi trabajo acaba en viernes.

El viernes por la tarde a las siete y poco, era mi hora preferida, deseaba salir. A algunas amigas las esperaban sus “novietes”. Que por otro lado ninguno valía nada, pero, cada uno es feliz a su manera.

Mi amigo, uno que yo lo llamaba “el preguntón”, siempre me decía: te acompaño a tu casa –¡no!- respondía, vienen a por mí.

Ahora después del tiempo, se por qué me lo preguntaba, pero mis ideas en esa época eran otras. 

Intentaba estudiar, saciar esa curiosidad que siempre he sentido dentro por todas las cosas, quería ser libre e independiente. 

Pero nunca sabré que hubiese ocurrido si algún viernes por la tarde le hubiese dicho ¡sí!

Era mi padre el que venía a recogerme, íbamos casi todos los viernes a un sitio muy especial.

Ese sitio especial era la librería “Antonio Machado” muy cerca del Alcázar de Sevilla en la calle Miguel de Mañara. Para mí era un sitio mágico, allí me dejaban leer autores por aquella época casi prohibidos en España aún, por sus ideales políticos. Nunca sentí represión en ese sentido por partes de mis padres, ellos decían: “Todo lo que está escrito, se puede leer”. Así que, siendo muy joven tenia acceso a cualquier tipo de literatura y así comencé a conocer a nuestros escritores exiliados. En esa librería.

Mi padre era muy amigo del dueño y había una pequeña trastienda, donde se reunían algunos amigos a tomar café, mientras yo deambulaba por el paraíso de los libros.

Cogía uno leía algo, lo dejaba, cogía otro y así hasta que uno llamaba mi atención tanto que al final le decía a mi padre: ¡quiero este! El dueño y su mujer siempre acababan regalándomelo, muchas veces decía que no había visto nada que me interesaba, porque sabía que me lo regalarían y sentía un poco de vergüenza.

Nunca supe cómo se enteraban pero el viernes siguiente me regalaban el libro que me había interesado.

Era una librería muy peculiar, regalaban libros y además te aconsejaban lecturas que podías elegir o no. Me gustaba estar allí y me gustaba ese ambiente, me sentía bien.

Después ese negocio se traslado a la calle Álvarez Quinteros y entre eso, otras cosas y que me fui a estudiar a otra ciudad, perdí el contacto con ellos.

Muchas veces hablábamos mi padre y yo de esa época y de esas ideas y yo volvía a sentir la misma libertad, de poder escoger libremente, los libros que más me llamaban la atención durante la post- censura. Que no solo ocupó la época que sabemos todos, unos por lo vivido y otros por lo relatado en nuestras familias, sino que siguió años después.

Lo que no cuadraba en mi mente, es que siendo mi padre un hombre tan liberal, ¿como quería que cambiase mis ideas sobre el clero? Un día en una conversación, se lo pregunté y me dijo: "nosotros no queríamos que cambiases tus ideas, solo queríamos que lo conocieses desde dentro, para que eligieses con libertad, sin que nadie pudiese influir en ti".

Entonces supe porqué casi todos los viernes íbamos a esa librería. Él quería que comparase dos mundos distintos.

A ese dueño y a su mujer los recuerdo con cariño. Ese dueño tiene un nombre.


Pero para mí siempre fue y será : “El hombre de los libros”.

Llegué a mi trabajo casi sin darme cuenta.


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