Delgada con
ojos inquietos, vi como se dirigía al mostrador de la antesala del complejo
deportivo.
La miré, me llamo la atención estaba algo desorientada, por un
momento pensé preguntarle que buscaba.
Pero permanecí sentada en el lado
opuesto al gran ventanal que daba a la piscina.
Hizo unas gestiones
en la ventanilla y se giró donde yo estaba. Había sitio y se sentó a mi lado. Al instante
le dije ¡hola! Y la miré, sabía que le ocurría algo, pero no adivinaba entonces
que era. Ahora…ya lo sé.
Contestó
desganada y vi en sus ojos angustias y temores. Conocía bien esa forma
de mirar. ¿Qué te pasa?- pregunté. Y una
lágrima resbaló por su cara.
Con ese “nada”,
mirándome. Me lo dijo todo.
Solo le apunté, ¡vamos es hora de entrar!
Nos
levantamos de los asientos y después de pasar la tarjeta de entrada y por el
pasillo de los vestuarios se agarró a mi brazo.
Todos en la
vida aún sin darnos cuenta hemos tenido una segunda oportunidad, de aliviar
dolores y penas.
Estas oportunidades es la misma
vida la que se encarga de dártela aunque no se la pidas, no la aceptes o te de igual.
Pensaba…
pensativa y recreándome en este pensamiento mientras me dirigía a mi transporte
público.
Las segundas
oportunidades no vienen dadas de manos de otras personas, sino de nosotros
mismos. Las personas, los “otros” nos
abren los ojos y sin darnos cuenta nos orientan, nos hacen ver que las cosas no
pudieron ser de otra forma, que en nuestras manos nunca estuvo esa ocasión de
cambiar cualquier hecho fortuito que nos invadió nuestro tiempo.
Es hora de
ir pasando página al pasado y afrontar lo que realmente tenemos en el presente.
Los amigos suelen ser nuestros verdaderos terapeutas.
El pasado no
realizado siempre se idealiza, porque quedo en la distancia. Es pasado está
atrás y le podemos poner mil fines distintos porque no lo hemos vivido como
presente.
Sí yo
hubiese hecho esto…Sí no hubiese ocurrido aquello…Sí hubiese sido yo…
Todos son
frases condicionales. Un “sí “….con una respuesta imaginada por nosotros mismos
que es la que realmente nos hace sufrir,
dudar y dañarnos.
Muchos, casi
todos tenemos marcas en el corazón, algunas más profundas que llegan al alma.
Pero un día sin saber porqué, sientes que es solo “destino” y nunca hemos
tenido el poder de cambiarlo ni de influir en él. Llegamos a aceptarlo con
dolor y lágrimas, pero sin remedio y con resignación.
A partir de
ahí, comienza en nosotros una lenta recuperación.
En el alma
va quedando un dulce recuerdo. El corazón sin darnos cuenta comienza a
cicatrizar y también sin darnos cuenta vemos que ya no sentimos tanto dolor,
tantos recuerdos y no nos hacemos tantas preguntas sin respuestas.
Ya es hora
de que nos levantemos y miremos sin miedo a la vida, de empezar a vivir de
nuevo y de saber que los que realmente nos quieren siguen con nosotros, a
nuestro lado a pesar de haberles hecho tanto daño con nuestros miedos y
nuestras dudas.
Bajé de
aquel autobús.
Jamás había
visto las cosas tan claras.
Recuerda
amiga, todos somos eslabones de una misma cadena, si uno se debilita la cadena
se rompe. Esto es así en todos los ámbitos de la vida.
Tienes mi
apoyo y el día que me digas que no quieres más “gomillas de colores”, me daré
cuenta de que ya estás bien.
Entonces
sabrás como ayudar a otros.
Este relato
es para ti Inma, porque sé que puedo nadar de espalda, con toda la furia del
mundo dentro, mientras miro al cielo a través de la cristalera de la bóveda pensando, en no
sé qué… Y nunca chocaré contigo.
Noto que cuando me ves nadar así, creo que
sabes que algo me pasa y siempre te apartas.
Para: Inma García
Andrade
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