No estoy en
mi trayecto, ni en el trabajo, ni haciendo ninguna actividad que me gusta.
Estoy en la cocina tratando de hacer un bizcocho. No sé qué cosa se va a
celebrar.
Acudo a
veces a un taller de literatura y hace dos días recibí un correo de uno de los
asistentes diciéndome que había una celebración el viernes por la mañana.
Algo
informal y que le gustaría que asistiera.
Me gusta por
la afinidad en los gustos literarios que tenemos, es fácil hablar con él, del
tipo de literatura que sea, creo que este hombre ha leído todos los libros del
mundo. Es imposible mencionar uno que no lo haya leído o conozca.
Te dice el
autor, la editorial, te destripa el libro y además agrega como anécdota suya el
número de páginas que tiene.
Esto lo
aprendí hace algún tiempo, cuando al preguntarme que leía, cometí el error de decírselo.
Me arruinó
un libro que tenía ganas de leer, e interpretar desde mi punto de vista. Me lo
contó enterito.
Ya no lo
leí.
Así que
cuando nos reunimos y me pregunta, aunque tenga uno entre manos, siempre le
digo lo mismo.
Estoy indecisa.
Es el mayor
de los asistentes, pero creo que también es el más amable con todos nosotros.
Pues bien
aquí me encuentro haciendo un bizcocho para el evento. No sé como saldrá, pero
si no me gusta el aspecto haré lo que siempre hago, compraré uno, lo pondré
como casero y le echaré por encima más azúcar glas y listo.
Esto hacia
yo. Mientras pensaba en la mas increíble historia de amor que nunca me hayan
contado.
Es la
historia de una mujer de mi familia.
Solo me
habla a mí de ella y si mientras hablamos llega alguien cambiamos el tema, como
si fuese un código establecido y nunca dicho entre las dos.
Tuvo un
novio durante muchos años, era un amor de los de antes. Ella dice de los de verdad.
Como si la forma de amar cambiase con los tiempos.
Por motivos
y diferencias de las familias, asunto que no viene al caso, acabaron rompiendo
en contra de ambas voluntades aquella relación.
Suelo tomar café con ella y cada vez que puedo paso a verla.
Cuando
estamos solas o nos quedamos a solas, sé que me sacará el tema, siempre me
habla de él. De lo mucho que se querían.
Siempre la
misma historia y con las mismas palabras, a veces llego a sentir una especie de
rebeldía en mi interior que se mezcla con la tristeza que me produce oírla
añorar tanto aquel amor.
Cientos de
preguntas desde hace treinta años que conozco la historia, me vienen a la
mente, se agolpan en mí y me ponen triste y siempre también acabo diciendo lo
mismo una vez y otra. Siempre lo mismo: ¿por qué no lo seguiste? Entonces ella,
calla un momento y me contesta “eran otros tiempos”.
Yo, que
estudié los tres primeros años de mi carrera fuera de mi ciudad natal. Coincidió
por un casual de la vida que él era de donde yo estaba estudiando, algo que sabía
desde que tenía trece años. Que fue la primera vez que mi tía me sorprendió con
esta historia.
Tambien siempre creí,
cuando me la contó, que estaba deseando que creciese para que yo la conociera.
Ella con la
escusa de que su sobrina favorita estudiaba allí, fue en una ocasión a verme.
De nuevo y una vez más salió el tema, mientras desayunábamos en un bar en la
Plaza de las Flores.
Lo primero
que se me ocurrió fue decirle. ¿Si supieras donde vive podíamos ir a verle? No podía imaginar la respuesta que me dio. Yo sé donde vive, en la misma casa donde
Vivian sus padres. ¿Está lejos de aquí? –pregunté- desde aquí no sé cómo llegar
- me dijo.
Conocía y conozco esa ciudad como la palma de mi mano
y algún día acabaré perdiéndome en ella.
Vamos a ir –dije-
¡no, estás loca!, como me presento yo allí. No te preocupes nosotras vamos y
cuando lleguemos ya veremos que hacemos.
Esta cerca
es en la plaza de San Juan, me dijo al momento.
Vi sus ojos
brillar de alegría disimulada y me gusto.
Cuando llegábamos,
noté su nerviosismo porque sus pasos se hacían más lentos . Me aferré a su
brazo y estando ya delante de la puerta le dije vamos… ¡a ver que pasa! En ese
momento salía un hombre apuesto de edad madura y se nos quedo mirando, más a
ella que a mí.
No sé porque
adiviné que era él. Quizá porque sentí como el corazón de ella comenzó a latir
de forma incontrolada.
Se miraron y
sin decir nada se abrazaron.
A mí se me
saltaron las lágrimas. No hubo palabras entre ellos, solo miradas y yo me
excusé diciendo que tenía una clase muy importante y que llegaba tarde, que a
las cinco la recogería en el bar donde habíamos desayunado.
Siempre,
siempre, me recuerda esa cita improvisada. Nunca pregunté, nunca comenté nada
sobre ella, solo pasó y ya está. Es el recuerdo más reciente que tiene de él.
El día
quince hace tiempo que lo espero para mí. Voy a un evento que me gusta todos
los años. Pero el otro día volvió a contarme la historia. Sé que hablan por teléfono,
que él vive en un pueblo cerca de donde voy y he decidido decirle que
me acompañe. Ha dicho que si.
Creo que en
el fondo sabe donde la quiero llevar es muy intuitiva. Como yo. Son mayores los
dos, no sé cuantas citas más tendrán. Pero quiero que recuerden la última como
la primera.
Cuando
vuelva a recogerla sin que me diga nada, sentiré su alegría y cuando la mire de
reojo veré en sus labios esa sonrisa que tanto me gusta de ella.
No se
enfadará. Ella actuaría igual que yo.
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