Ayer llamé a
mis amigas, las que en total, somos cinco. Es “semana santa” y como no voy
hacer nada especial, decidí que pasar un tiempo con ellas, sería algo especial
para todas.
Llamé a las
cuatro, una de ellas, no podía reunirse con nosotras, tenía a su niño chico “malo”.
Le dije que por la tarde me pasaría a verla a ella y al pequeño para ver como
seguían.
Las tres
restantes quedamos a las nueve y media no disponía de mucho tiempo y solo era
para comentar una idea que había tenido.
Como siempre,
a cualquier idea de una de nosotras, las demás, decimos: ¡sí! Y seguidamente
preguntamos ¿es buena?
A mí me
parecía buena, ¡claro era mía!
Este es el tema: mañana libro, nos reunimos a
las diez, tomamos café y planeamos los preparativos para hacer “torrijas”, los
panes fritos estos de semana santa que van con - no sé qué- y miel, mucha miel.
A mi
particularmente no me gustan las cosas dulces, pero la miel sí, creo que es uno
de los alimentos más completos que existen.
¿Tú sabes?,
fue la primera pregunta, ¿yo? No –respondí. Entonces ¿cómo se hacen?, no sé,
pero se lo preguntaré a mi madre seguro, que sí lo sabe.
Después de
enterarme bien y anotar todos los ingredientes, las volví a llamar, me dijeron, que por favor me encargarse yo de todo. Bien, de acuerdo, mañana a las
once en mi casa. Las haremos allí.
Me habían
insistido en que el vino debía ser de muy buena calidad y como yo no sé muchos de
esto. Así como de otras, muchas más cosas en la vida. Creí, que
la calidad iba relacionada con la graduación y cogí uno que ponía 15º, este tiene que
ser bueno –pensé- además era de unas conocidas bodegas de Jerez.
En mi carro
estaban todos los ingredientes, me fui a mi casa, era algo tarde y quería
volver a recordarles lo del día siguiente.
¡Ya está todo!,
les dije, mañana “manos a la obra”.
Bien, contestaban entusiasmadas, ¡qué buena idea has tenido!
Que ese
cumplido venga de mi amiga María, es todo un halago, ya que ella suele ser la
que tiene las ideas más ocurrentes. Trabaja en una agencia de publicidad, debe
ser por eso… digo yo.
Cuando
llegaron, pensé que todo estaba ya preparado, pero no era así.
A lo largo
de todo el mostrador de la cocina, habían empezado a organizar un sinfín de
cacharros: fuentes, cuencos, platos, etc. Todo tenía una finalidad concreta.
La
organización, comenzaba con todos los ingredientes y después de esa
interminable fila de recipientes, estaba la placa de cocinar.
Solo dije: ¡antes
de iros, esto se tiene que quedar como estaba!, ¿eh?, me miraron riendo y
dijeron ¡claro que sí!, yo también reí… pero con dudas.
Aurora, la
administrativa, era la que dirigía la operación. A mí me colocó al principio de
la fila, mi único cometido y según ella , el más importante, ir mojando los
panes cuadrados en ese vino que decían que era tan bueno. Pero los tienes que
dejar que estén empapados, muy empapados.
Yo los sumergía
y cuando acababan de hacer “burbujitas” los volvía a sumergir otra vez, al
sacarlos casi se deshacían, pero siempre según ella, esa era la proporción
idónea que necesitaban.
Roció,
estaba a mi lado. Cantado como siempre. Era la que tenía que rebozarlas en
huevo. Es enfermera y me decía ¿tú no crees que este vino, puede ser muy
fuerte para esto?, ¡qué va! Contestaba, me han insistido en que tiene que ser de muy buena
calidad.
Ella, se las
pasaba a María que las iba escurriendo un poco y por fin llegaban al final de
la cadena, que era Aurora que las iba poniendo en aceite hirviendo. Este
trabajo en cadena me pareció monótono y pregunté: ¿ponemos música?, el “sí” fue:
fuerte, alto, claro y unánime.
Pues,!música
a tope! Al conectarla saltó “Bailar hasta morir”, esa era nuestra canción –
grito de guerra- desde hacía mucho tiempo, desde que nos conocíamos, era como
si al oírla se nos fuese la vida, bailando como “posesas”. Nos miramos las
cuatro y empezamos a reírnos.
La cosa se
fue animando. La cadena, que éramos nosotras, comenzó a bailar al principio
disimuladamente, pero después, yo que era la primera y tenía más tiempo, comencé
a bailar a mi forma, mientras llegaba mi turno de trabajo.
Pronto me di
cuenta que no era la primera ni la única.
Todas estábamos
cantando y bailando, sin dejar que esa cadena se rompiese.
Fue Aurora,
la que dijo: creo que es una tradición comerse las que salen al principio pero
sin miel, ¡pues vamos -contestó- una de nosotras!
Al
probarlas, noté que el vino debía ser de muy buena calidad, porque sabía mucho
a él. No dije nada. Ellas decían ¡que buenas!, cuando tengan la miel estarán
mucho mejor.
Después de
la primera catación, vino la segunda y la tercera de forma que en la bandeja
final solo habían tres panes cuadrados fritos, mucha música y mucho baile.
Me di cuenta
que faltaban ingredientes y me ofrecí voluntaria ir a por ellos, eso me despejaría
un poco. Seguía pensando que ese vino era excesivamente fuerte.
De repente caí
en algo. La graduación del alcohol, es directamente proporcional en su evaporación
a la cantidad de calor recibida por él. En resumidas cuentas, estábamos
haciendo “torrijas borrachas”… pero no de miel.
Me hice con
los ingredientes y volví, dispuesta a
contarles mi deducción, pero ya lo habían notado. Habían hecho café.
Lo
comentamos mientras lo tomábamos en el patio, hacia frio y algo de viento y nos sentó bien a
todas.
Al comenzar,
la hora de las “confidencias” me levanté y decidí que era mejor volver a la
cocina.
Reanudamos
nuestro trabajo, ya sin ganas y sin música para entretenernos menos y
agilizarlo. Cuando acabamos, era algo más de las cuatro de la tarde. Estábamos
cansadas y hartas de la “brillante idea”.
En el fregadero
había una pila interminable de chismes y dos bandejas grande, muy grande, las
mayores que tenía en mi casa, llenas de una inmensa cantidad de “torrijas beodas
“ dispuestas en el otro mostrador.
Comenté que
tocaba limpiarlo todo y me contestaron que a las siete volverían. Son las siete
y veinte y no ha llegado aún nadie. Las
esperaré, no pienso quitarlo todo yo sola. Son mis amigas y confío en ellas.
El año que
viene, creo que mejor las compramos.
¡Vaya!, el
timbre.
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