Cuando
quedamos mis amigos y yo, no lo hacemos por facebook y casi nunca por teléfono.
Nos comunicamos por correos electrónicos.
Es más
fácil. Nosotros, nuestro grupo de amigos, todos; tenemos la costumbre de
abrirlos por la noche antes de irnos a dormir. Yo por necesidades de trabajo y
los demás supongo que por lo mismo, sea como fuere los abrimos.
Es más fácil
por correo que en facebook con todas las ventanitas desplegadas. En el correo,
pones lo que necesitas, la idea concisa y estricta le das a enviar a ese grupo
y listo, todos enterados. Al día siguiente, ya se podrá hablar de todo lo que se
quiera.
La palabra
mía clave es : CAFÉ “DER “ BUENO.
Esta clave
ya nos está indicando una reunión. No tienes que esperar ninguna contestación.
Asunto: CAFÉ “ DER “ BUENO.
Texto: en el “Arenal” a tal….hora.
Siempre
quedamos en el “Arenal “ y en el mismo bar.
No importa
que no contesten, sabes que alguien va seguro y si no somos ocho pues seis o
cuatro o tres.
Nunca nos
hemos visto solos allí esperando.
Tampoco le
mandamos este correo a todas las amistades, no sería lógico presentarnos allí
veinte personas a tomar café. Es solo para los amigos y yo como no tengo
muchos, pues me es fácil.
Una vez
dentro, toca, lo que yo pienso que es: marear al señor que nos atiende. De
todos los que vamos nadie toma nada igual, empezamos diciendo: ¿quién toma
café? Nos miramos y decimos: venga yo pido. Hay que hacer una lista.
Café solo en
vaso largo, café con leche que esté fuerte, un manchado, un descafeinado de
sobre, un descafeinado de maquina con leche, un descafeinado de maquina solo,
un té, una menta poleo, un “cortao” para un amigo que solo toma eso y un café
con leche templada. Ese es el mío.
Al terminar
la lista, que más que una lista es un lio, siempre decidimos acercarnos a la
barra y pedirlos.
Nos
esperamos, los van poniendo y cada uno se asegura, que es eso lo que ha pedido.
Unimos
varias mesas y comienza la “toma del
café”. Tenemos tantas cosas de las que hablar…hace una o dos semanas que no nos
reunimos y los acontecimientos se suceden.
Los que nos
reunimos practicamos todos el mismo deporte, por lo que sí es un viernes por la
mañana, vamos con nuestras mochilas o bolsas de deporte con todo dentro.
Yo siempre
voy sin coche, pero tengo tarjetas de todos los medios de transportes de mi
ciudad: bus, metro, tranvía, tren, teléfono de radio-taxi, últimamente uso también
el sistema de bicicletas y sobre todo un par de
pies y piernas que me gusta utilizar. El coche para mí es solo como una
lejana alternativa.
Cuando estábamos
tomando café, alguien dijo: ¡uf! ¡qué pereza, nadar ahora!, ¿porqué no nos
vamos a otro sitio?, empezamos a decir lugares a cual más atractivos. Pero como
siempre, salió la voz de una amiga mía, “la voz de la cordura”, que dijo:
¿vamos a dejar solo a Paco? ¡se va a enfadar!, ¡veremos el próximo día! Miramos el reloj todos por
instinto y pensamos lo mismo: si nos damos prisa llegamos.
La distribución
en los coches fue rápida.
En uno de
ellos íbamos, en la parte de atrás: María, Lisi y yo. Delante Imma conduciendo
y Conchi que la que teníamos que dejar en su coche porque por allí le fue
imposible aparcar.
El coche en
el que nos subimos es un utilitario de ciudad de dos puertas, nos acogió a
todas. Pero yo que fui la tercera en entrar, noté como el asiento me abrazo de
tal forma que sentí por un momento que me encontraba abrazada en un sillón de
astronauta. Estaba un poco hundido, quedé totalmente encajada.
Al subir la
copiloto, advertí que el asiento de delante estaba echado para atrás del todo
y el respaldo del mismo excesivamente reclinado, de forma que no me cabían las
piernas. En ese momento me sentí como un ser de goma y pensé : ¿a ver como
salgo de aquí?
La agilidad
de una persona en esa posición no tenía nada que decir. Estaba acoplada de tal forma a ese hueco, que sentí
que mi cuerpo se hacia un “ocho”. Bueno – pensé- ¡ya llegaremos!
¿Adónde has
dejado el coche? – debajo del puente - respondió.
¡Ah! Sí,
dijo alguien. Yo pensé que nunca lo había dejado allí, ni sabía que hubiesen
aparcamientos, pero bueno todo se aprende.
Tienes que seguir
recta, girar a la derecha, después todo seguido, giras a la izquierda tomas la
segunda bocacalle, sigues recto doblas la primera a la derecha y llegamos. Eso
lo dijo una de mis amigas. Todo seguido, de un tirón, casi sin respirar, con
confianza en sus palabras y con más certeza que un G.P.S.
Una vez
hecho esto, no llegamos a ningún aparcamiento. Donde estábamos habían dos
puentes y que yo recordara no se podía aparcar. Son paseos a orillas del rio, o
al menos nunca pensé que hubiese allí un aparcamiento grande.
Por aquí no
lo he dejado –dijo. Es por el otro puente. ¿pues tu me dirás como llegamos?,
¡yo por aquí, no sé! -¡ah!, ¡ya! Dijo la misma persona, ¡no, no es por aquí! Da la vuelta.
Dimos la vuelta pero como no es tan fácil dar la vuelta con un coche, empezamos
a pasar por rotondas y hay muchas. Una vez que casi llegamos al punto de
partida, había que buscar el otro puente.
Diligente mi
amiga G.P.S. dio las nuevas indicaciones con rapidez. Yo le preguntaba ¿estás
segura?, ella hizo un movimiento de hombros que yo lo interpreté como: ¡creo
que sí! o ¡me parece! o en última instancia ¡no tengo ni idea!
Por ahí no
era. De nuevo ruta errónea.
A lo que
ella llamó bajos del puente, son unos aparcamientos que están muy cerca de la
biblioteca pública “ Infanta Elena” y ésta, está cerca de un famoso puente de esta ciudad.
Después de
muchas vueltas la dejamos en su coche.
Yo debía
pasar delante como copiloto y vino el problema.
Sabía desde
el primer momento que estaba empotrada en un sitio, con las rodillas rozándome
la barbilla, de lado y reclinada sobre mí misma.
Intenté
salir, por Dios que lo intentaba, pero a los comentarios de las demás, empecé a
reírme y eso es malo en mí... muy malo. Si me rio mi cuerpo pierde fuerzas, no responden
mis intentos de movimientos, lo intento con ahínco pero no puedo.
Mis piernas
que no son cortas, casi no se podían desplegar. Intentaba separar mi cuerpo del asiento, pero si me reía
era imposible, oía decir ¡¡chiquilla pero no te rías más, que no llegamos!!,
¡¡como empiece a reírse no para, ¡¡dejadla, dejadla, ya se le pasará!! Decía María.
Lo mejor fue
una idea que tuvo una de mis amigas: ¡das un
salto con las dos piernas y sales¡ Al oír esto, yo que no podía parar de reír
, mi risa me dejo aun más floja. ¡Pero si no me podía mover! ¿cómo quería que
saltase con las dos piernas a la vez?, la oía decir: “mialá y que no para de reírse
” ¡¡¡chiquilla!!!, me decían más fuerte ¡¡
te “quiés” salir ya, que se hace tarde!!, ¡ pero si es muy fácil, sacas los dos
pies y saltas!, ¡¡“cucha” que no
llegamos!!, ¡vamos, vamos, que no te rías, que así no puedes! Me dolían los músculos del estómago de reírme tanto. Como podía decía
entre risas, ¡si es que no puedo!, ¡me ha atrapado!
Por fin, yo
sola, intenté tranquilizarme y pude sacar una pierna, pero la otra se resistía
a seguirla, estuve un rato con una pierna afuera y la otra adentro de aquel vehículo
“atrapa- personas”, riéndome a más no poder. Ya no solo me reía por mi
situación sino también lo hacía por la desesperación de ellas que querían que
dejase de reírme y yo no podía. Cuando me tranquilicé algo más y me liberé un poco de esa risa tonta, mis músculos obedecieron a
mi cerebro salí.
Nadamos,
pero cada vez que nos cruzábamos y me acordaba tenía que parar. A mí, me es
imposible nadar y reírme a la vez.
Cuando
salimos llovía tanto que me vine con Lisi y con Manuel en su coche, pero esta vez
iba cómoda.
No hay comentarios:
Publicar un comentario