Hoy por fin
he decidido poner la casa de “primavera”, ya va haciendo calor y como la
mayoría de la gentes hacen en sus casas, cambiamos las ropas de invierno, no
por las de primavera que sería lo más lógico sino por las de verano
directamente. El cambio climatico creo que ha suprimido la primavera como tal.
Pensaba esto
cuando iba hacia mi trabajo.
Todo estaba
pensado, lo haría por la tarde cuando llegase a casa.
No tendría
problema, cada cosa iría en su sitio igual que el año pasado. Pero recordando
algo… creo que el año pasado, ¿ no cabían...o si?
Cuando saco
las cosas de invierno, veo los roperos y los sitios casi vacios, ya que las de
verano ocupan menos espacio y siempre digo: “hay que ver la de sitio que tengo
para guardar” y me alegro. Todos los años lo mismo. Pero cuando el cambio es al
revés, me pregunto: ¿pero donde tenía yo esto puesto… si cabía antes?
Este año me
ha pasado lo mismo, mantas, colchas, edredones, chaquetas, pantalones de pana y
todo lo que abulta, no entraban en ningún armario.
Mi casa que
no es pequeña, por lógica debería tener más espacio pero no es así. Creo que
las cosas crecen o las paredes con el tiempo se van acercando unas a otras como
si por un motivo desconocido para mí, se echasen de menos o se extrañasen.
Ya me
empiezo a desesperar… voy con la escalera de un cuarto a otro, como si transportase
una grúa y una vez que llego a la habitación elegida voy trayendo las bolsas
poco a poco para intentar encajarlas en los huecos. Pero no hay manera.
Por Dios, ¿dónde
estaba esto antes?, siempre digo: ¡pero si es imposible!, ¡si antes cabía!
Cuando llego a ese punto, ya no me importa que estén bien colocadas o no, lo
que quiero es que entren aunque sea a empujones y es lo que intento empujarlas,
pero es imposible…no caben y no caben.
De nuevo
traslado la escalera que pesa un quintal, porque cuando la compré quería que
fuese: fuerte, resistente, segura y alta.
Los techos
son altos, pero la verdad es que nunca he conseguido subir a los tres últimos
escalones, porque el techo me choca en la cabeza, bueno una vez logré con mucho
trabajo llegar al antepenúltimo y solo por una apuesta que hice conmigo misma…”ese
escalón lo tenía que estrenar como fuera” era cuestión de amor propio. Tuve que
doblar mucho el cuello porque el techo me impedía estar erguida, pero lo conseguí.
Creo que me
pasé en la compra, era excesivamente robusta para una casa, es tan fuerte como
si alguno fuésemos a estar todo el día subido en ella.
La adquirí
en una tienda de estas donde te venden todo por separado. Es increíble la
tienda… tienen de todo. Las maderitas por un lado, los tornillitos del mismo
mueble por otro, las puertecitas, sus cajones, los tiradores de los cajoncitos
por otro, los taponcitos para tapar las cabezas de los tornillos y que por
cierto nunca encajan y acabas diciendo: “bueno sin los taponcitos, tampoco está
mal”.
Una vez casi
logré “yo sola” montar una especie de estantería que iba a quedar monísima en
mi despachito. Mi fallo fue que la quería con dos cajones y fue imposible
conseguir armarla. Esa también está en la cochera pero en uno de los largueros están
pegadas con cinta adhesiva las bolsitas con sus tornillitos y las instrucciones
de montaje con los numeritos, por si alguien de mi casa, decide alguna vez
hacer un puzle complicado.
A esas
tiendas vas a las 10 de la mañana, tempranito para no tardar mucho, a por un
roperito o una mesa auxiliar y sales a las 10 de la noche con un montón de tablas
y de paquetitos de tornillos, eso sí..¡eh! Todo muy bien envasado. Es como si
el tiempo se paralizase y pasásemos a una dimensión desconocida donde éste y el
espacio son un único punto fijo y estático.
Si os fijáis
en los grandes comercios no hay relojes, “ellos” no quieren que sepamos el
tiempo real que estamos dentro, es como una conspiración entre los artículos
que hay que vender y los propietarios de las grandes cadenas. Cuando hay
relojes,¡ atentos!, nunca están en su hora. Es una maravilla lo mismo tienen
unos las 7, otros las 11 o la hora que sea. Juegan a la “ley del despiste”.
Al llegar a
tu casa empiezas a sacar piezas, esas
que veías tan claramente donde iban encajadas en el comercio y sabías donde tenía
que ir cada una y lo realmente espectacular que iba a quedar montado.
A medidas
que vas sacando cosas, te vas preguntando: ¿este trozo de dónde será?
Pues ahí
compre la escalera, pero ya venía montada, es decir de una sola pieza, quizá
sean de las pocas cosa que venden enteras. Digo yo que será por seguridad.
Yo tengo un
vecino que una vez montó un ropero de estos ¡¡ solo!! Se supo por los alrededores, por eso me entere.
Ya me he
cansado de ir con la escalera y las bolsas de un lugar a otro.
Lo dejo todo
en una habitación, se acabó. Llevo más de tres horas de un lado para otro y lo
que quería cuando llegué a mi casa era tomarme un café.
Son las
siete y media de la tarde y aún es de día. Me preparo el café, me voy a la
azotea y me siento en el suelo, siempre me siento en el suelo cuando tomo café allí,
me gusta.
Me quedo
fija viendo las pinzas de la ropa que han quedado en uno de los tendederos y
pienso: ¡parecen pájaros mirándome! Miro al cielo y lo veo todavía tan azul que
me da pereza tener que volver a entrar en la casa, me gustaría parar ese
instante todo el tiempo que yo quisiese, pero sé que es imposible, solo puedo
estar un rato.
Apuro la
taza y me despido de esos pájaros imaginarios, sin saber donde volaran cuando
cierre la puerta. Quizá, solo quizá lleguen en unos segundo a Méjico y saluden
igual que a mí, a mis amigos de allí.
Al entrar
creí que ya no eran horas de seguir, lo dejé todo como estaba.
Salí al
patio y al verme mi perro me dijo mirándome que saliéramos y lo hicimos.
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