Creo que
desde siempre, desde que tengo memoria he creído en los Reyes Magos. Hasta un
día fatídico en el que descubrí algo. Esto al contrario de lo que se pueda
pensar no ha supuesto para mi ningún trauma infantil. Lo único que hizo fue que
descubrí, que tanta fantasía no podía existir ni durar en un mundo de humanos
por mucho tiempo.
Al principio
cuando tendría… no sé qué edad, creo que creía.
Creía...sí y firmemente durante esos años, de los que yo
recuerde.
Lo típico de
mis padres era llevarnos a ver los Reyes y la Cabalgata de nuestra ciudad, como
todos los padres.
Siempre
pensé que les hacía más ilusión a mis padres que a mi hermano y a mí. Me
jaleaban para ver si así aumentaban mi ilusión, pero no era así. Ellos decían:
estos no son los de verdad, los de verdad vienen de noche, cuando los niños
están dormidos en sus camas, por eso hay que acostarse antes para que cuando
lleguen estén dormidos, si los ven los niños no dejan regalos.
Eso a mí me
daba miedo, pánico, no podía dormir pensando que uno de los tres Desconocidos
de la Ilusión, subiría por el balcón hasta mi habitación y que por arte de
magia, podría entrar en mi dormitorio sin darme yo siquiera cuenta y ¿por qué
tenían que dejarme regalos unos desconocidos?. Esa noche especialmente miraba
los ventanales varias veces, no quería que entrasen. ¿por qué no dejaban lo que
tenían que traer en la puerta de la casa? Como los de paquetería o mensajería.
No solo
miraba el balcón de mi dormitorio, sino las ventanas de toda de toda la casa…
Las
vacaciones estaban divididas entre mis dos abuelas, una parte con una y otra
parte con otra, pero reuniéndonos siempre toda la familia, de forma que
nosotros, mi hermano y yo veíamos a mis padres casi a diario.
A mí
personalmente me gustaba más estar en casa de mi abuela Clara, se estaba bien,
me gustaba estar allí y además estaba mi abuelo que era de mi debilidad. En
cambio, mi hermano cinco años mayor que
yo, prefería estar en casa de mi otra abuela porque habían primos de su edad y
se divertía más. Mientras él estaba con los primos, yo como era la menor de
todos, tocaban largos paseos con mis abuelos.
Así que como
cualquier cosa dividida, un año tocaba la primera etapa en casa de mi abuela Rosa
y al año siguiente en casa de mi abuela Clara.
Pasando el día
2 de Enero, ya íbamos a mi casa de manera que los dos abuelos habían disfrutado
de los nietos y volvíamos al nido familiar de donde yo no tenía sensación de
haber salido, porque veía todos los días a mis padres.
Recuerdo que
en una de esas vueltas, mi madre insistió mucho en que no tocásemos unos
altillos que había en una sala de juego, que además de sala de juego, era
despacho de mi padre, cuarto de los estudios e incluso residencia de una vieja
máquina de coser que tenía mi madre y que siempre había oído que llegó de casa de mi abuela Clara,
quien a su vez la trajo de la casa de su madre.
Era tan
antigua que siendo yo pequeña, cuando pasaba por su lado, siempre la tocaba y
me daba pena de ella solo en pensar la de años que debía tener.
Un tres de
enero y también ante la insistencia de mi hermano de que yo no tocase ese
armario y más concretamente ese altillo. Conseguí quedarme a solas en esa
habitación.
Me aseguré
antes de que mi padre no estaba, mi madre estaba en el patio con las plantas y
mi hermano, bueno mi hermano no sé donde estaría seguramente estudiando como
siempre en su dormitorio.
Hay que
partir de la premisa, de que yo no quería hacer lo que hice, pero la curiosidad
me pudo y me pudo de tal forma como no recuerdo que me haya vuelto a ocurrir
nunca.
Empuje con muchísimo
trabajo la mesa que mi padre utilizaba y puse encima una silla. Lo que venía después
era muy fácil, bastaba subir a la mesa , de ahí a la silla y el altillo aquel quedaría
justo delante de mis ojos y por supuesto dejaría de tener secretos para mí.
Así lo hice,
lo abrí y había paquetes, ¿qué es esto? Fue lo primero que me pregunté. Levanté
un poco el envoltorio de uno de ellos y vi que era un juguete…¡juguete!
...¿juguetes?...¿juguetes que los Reyes de la Ilusión eran los que me los tenían
que traer?
Mi asombro
fue tal, que comencé a sacarlos todos… todos, ya no los quería, ya no me
gustaban. Los fui depositando encima de la mesa, algunos los dejaba caer para
que llegasen al suelo, estaba indignada, me sentía engañada, todo era un
¡fraude!, ¡no existían!, pero me preguntaba: ¿por qué mis padres me habían
engañado, tan vilmente?, lloraba a medida que seguía sacando paquetitos muy
bien envueltos y con nombres puestos. Hasta leí el nombre de mi hermano en uno
de ellos, los tiraba todos al suelo. Yo no quería nada de aquella mentira para mí.
Mi hermano
que debió oír ruidos, acudió a la habitación, lo primero que hizo fue decirme
muy delicadamente que me bajase de la silla, a lo que yo le decía una y otra
vez llorando: ¡no!, ¡no me bajo de aquí hasta que papá no llegue y me diga que
es esto!, él que tiene un gran poder de convicción, no lo utilizo conmigo y me
dijo: ¿o te bajas de la silla o llamo a mamá?, me baje. No por miedo, sino porque
no quería hablar de eso con mi madre.
Era un tema que quería que me lo
explicase mi padre. Mi madre se limitaría a abrazarme para que no llorase más y
no iba a saciar todas esas preguntas que se hacían como una pelota negra cada
vez más grande en mi cabeza.
Bajé de la
silla y de la mesa. Subió mi hermano a la mesa e hizo que le fuese entregando
paquete a paquete hasta que todo estuvo recogido.
Se puso todo
en su sitio como si no hubiese ocurrido nada. Pero cuando fui a salir de la habitación
me dijo : ¡Clara, ven!, me cogió por los hombros, diciéndome: de esto ni una
palabra a ¡nadie!, ¡me oyes! ,me lo repitió alzándome bastante más la voz y
deletreándomelo como a cámara lenta, ¡a n
a d i e!
Lo miré con
los ojos aun más llenos de lagrimas y solo le dije ¡TRAIDOR! Tu también lo sabías.
No supo que contestarme, pero sé que con la palabra “TRAIDOR” le había hecho el
daño que yo pretendía hacerle.
Cuando llegó
mi padre, no fui corriendo a darle un beso como todos los días, quería que él
solo notase que me pasaba algo. Se dio cuenta en el momento en el que entro. Lo
siguiente a su entrada eran mis carreras por las escaleras para darle un beso.
Esa tarde me quedé en mi habitación, con mi indignación y mi pena.
Que no
existiesen los Reyes Magos me daba lo mismo. Eran personas a las que nunca había
conocido. Pero que mis padres me engañasen de esa forma era algo que creí que
nunca en la vida les podría perdonar y esto se agravaba con la “traición” de mi
hermano. Mi hermano que era mi referente en muchas cosas me había “traicionado”
era increíble…mi hermano.
Subió mi
padre a mi habitación y como mi “referente” me dijo que no se lo dijese a
¡nadie! Pues callé.
Cuando mi
padre me pregunto dándome un beso: ¿qué te pasa Clara?, quise tener la misma
sangre fría que ellos habían tenido mintiéndome, pero como soy de naturaleza
impulsiva, me gustan las cosa claras y soy bastante lanzada para el dialogo, se
lo conté todo. Iba notando, aunque él lo intentaba disimulas, que su cara
cambiaba a cada reproche mío.
Creí que me
iba a dar una explicación, para convencerme de que si existían pero no hizo
eso. A una niña de pocos años le preguntó: ¿ y tú qué piensas?, esa niña que
era yo, se quedo muda en ese momento, no sabía que decirle, noté su preocupación
por mi descubrimiento y solo se me ocurrió decir: ¿si me habéis dicho que los
reyes existe y no es así, como voy a poder creer otras cosa que me contéis?
Empecé a
llorar y me abrace a él, solo me decía ¡ay Clara!, ¡ay Clara!, hija es por la ilusión
que os hace a todos los niños, cuando vienen los Reyes Magos. ¡a mí, no!, ¡a mí,
no! Respondía llorando.
Papá, le
dije: a mí los reyes magos, me dan miedo, no quiero que entren en casa mientras
dormimos, nos los conocemos de nada y no quiero nada de ellos.
Mi padre se
echo a reír y seguí preguntando: ¿por eso nos teníamos que acostar antes?, ¡si
para poder poner los regalos! Le hice muchas, muchas preguntas pero la que más interés
tenía en saber, era esta : ¿mi hermano lo sabía?, ¡sí!, él es mayor que tú lo
sabe desde hace algún tiempo.
No salía de
mi asombro, ¡mi hermano me había engañado!... ¡mi hermano!... ¡a mí! Y mi madre
¡encubridora de toda la trama! Aunque parezca una tontería me sentí, estafada, engañada, desilusionada,
timada y no sé cuantas cosas más.
Mira si te
parece bien hacemos una cosa. Aquí no ha pasado nada, el día de los reyes vamos
a verlos y cuando volvamos lo hablamos con mamá, ¿qué te parece? A mí me parecía
mal, muy mal, yo quería que el mudo entero se enterase de la infamia mentira de
la yo había sido objeto. Pero la forma con la que mi padre me lo pidió, mirándome
a los ojos, no tuve más remedio que decir, que sí.
Fuimos a ver
los Reyes, mi padre siempre me cogía en brazos, pero durante todo el tiempo en
mi mente solo bailaban los reproches que le iba hacer a mi madre.
Miraba a mi
madre desde la altura de los brazos de mi padre y sentía como se divertía y me cogía
la mano diciéndome ¡mira el rey negro! ¡llámalo! ¡llámalo! A lo que yo decía: ¡Baltasar!,
¡Baltasar!, me sentía tonta sabía que ese hombre no miraba porque no se llamaba
Baltasar.
Al llegar a
mi casa me dijo mi padre, hablamos ahora con mamá. Vi a mi madre con mi hermano
contando los caramelos que nos habían tirado los supuestos Reyes Magos.
Miré a mi
padre y le dije: no, papá, déjalo. Pero prométeme que nunca más me vais a
engañar.
Me lo prometió
y estoy segura que siempre cumplió su promesa.
Sabía que mi
madre lo tuvo que saber todo desde el principio, no tenían secretos.
Solo le pedí
una cosa y aceptó. Quería que el próximo año me regalara un pianito electrónico,
pero que no me lo trajesen los reyes, quería disfrutarlo desde el primer día de
vacaciones. Se rió fuerte como él lo hacía.
El siguiente
año cuando me dieron las vacaciones de Navidad, me estaban esperado mis padres
en la puerta del colegio con un paquete.
Desde
entonces supe que ya no me engañarían más.
Este relato
es para las personas que me leen y viven en:
Palo Alto
(California) en el Condado de Santa Clara.
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