Hoy es de
esos días que todo te da lo mismo. Es Miércoles y aun en la cama, empiezo a
memorizar todas las cosas que tengo que hacer. Pero hoy no sé porqué todo me da
igual.
Me daría lo
mismo llegar tarde como no llegar o en lugar de ir al trabajo ir a otro sitio.
Me siento como un robot programado día a día para las mismas cosas.
Esto no es
normal en mí. Cuando me levanto lo hago con energías y nunca pienso eso, ¿qué
me ocurre?
El tedio, la apatía y la desgana no son aptitudes que me habiten.
Vuelvo a dar
la vuelta en la cama, me abrazo aun mas fuerte a la almohada y vuelvo a pensar:
¿y si dejo pasar el tiempo, aquí donde estoy ahora?, ¿qué pasaría? Solo se
formaría el lógico revuelo al ver, que yo tan puntual no llego al trabajo.
Después vendría la llamada de mi compañero agobiado por no saber donde están:
unos papeles, unas llaves, por no saber la clave de algo, en fin…asuntos de
trabajo, que él tendría que saber tan bien como yo o mejor, es su
responsabilidad.
Me vuelvo a
girar y miro hacia el techo… y vuelvo a pensar en lo mismo ¿qué me pasa?
Es increíble
no tengo ganas de levantarme, anoche me acosté antes. Eso me volvió a extrañar.
Yo, ave nocturna, me gusta la noche, aumenta mi creatividad, despierta mis sentidos.
Soy de poco dormir desde siempre, pero de mucho soñar, quizá demasiado. Eso es
lo que me extraña.
Me siento en
la cama y en ese gesto tan peculiar que creo que hacemos todos al levantarnos,
que es ponerse de pie y estirarse al máximo, cuando lo hago noto que me duelen
los hombros y el cuello. Lo repito y siento el mismo dolor.
Con las
manos intento ir tocando la espalda, desde la nuca hasta el final de las
dorsales. Pensé que sería una contractura, pero no, no lo es, no hay rigidez.
Tomo mi cuello con las dos manos y por Dios
me duele, lo mismo hago en los hombros.
Una ducha
caliente me sentará bien – creo.
No la ducha
no me ha sentado bien estoy igual o peor. Bueno... “veremos como acaba el
día”.
Me paso la
mano por la frente para alejar el pelo de mi cara y estoy ardiendo. Por eso sentía
tanto frio, aun estando el agua caliente a mí que me gusta casi fría.
Me dolía la
cabeza.
¡No!, ¡No
puede ser!, ¡¡¡ GRIPE !!!
Preparo café
y tomo un analgésico. Ahora ya sabía lo que tenia, pero esto no hacia que me sintiera mejor.
Por un
momento pensé que el “me da igual de todo “ había llegado a mi vida, pero era
imposible, es una frase que nunca pronuncio, me parece tan “fuerte”. No
recuerdo cosas que me “hayan dado igual” nunca. En todo lo que me pasa a mí o a
las personas que quiero suelo implicarme, a veces demasiado, pero no me
arrepiento.
Ya vestida y
con todo preparado, salgo de la casa para ir al autobús. Busco el teléfono en
el bolso ¡uf! ¡dos llamadas, ya! No las contesto y observo solo la hora.
No era tarde
y si era algo importante ya volverían a llamar, no eran llamadas de mi familia.
Como ¡no!, del trabajo.
Mi parada
esta cerca de un colegio y me gusta ver a los padres como de la mano, llevan a
sus hijos.
Los niños a
veces, la mayoría de las veces o mejor dicho, siempre. Van haciendo preguntas y
noto como los mayores no las contestan, solo dicen: ¡vamos que se hace tarde!,
o dan un ¡Sí!, o un ¡No! Por toda contestación. Si realmente pensásemos esas
preguntas, podríamos razonar de otra forma, con más lógica, creo que hasta con más
sentido común. Son preguntas simples y profundas al mismo tiempo, ellos son los
verdaderos genios de la vida.
Me gusta ese
bullicio tan peculiar de los niños. Me produce alegría oírlos, son increíblemente
sabios en su inocencia, a menudo hacen preguntas y dan respuestas que si las hiciésemos
los mayores todo iría mucho mejor en el mundo. Sería todo más simple.
Lo que
ocurre es que nosotros, los mayores…los listos… los sabios…los inteligentes…los
dueños de la sabiduría por excelencia…los que tenemos todas las preguntas y
todas las respuestas , el entorno, la sociedad que le hemos creado y las pautas
de comportamiento que hacemos que asimilen y cumplan. Hacen que al final sean
como nosotros mismos, los hacemos a nuestra imagen y semejanza y esa sabiduría innata
de los inocentes se va perdiendo poco a poco.
Solo me
gusta oírlos, no los miro se cohíben al ver que un extraño oye las preguntas
que no van dirigidas a él.
Por un
momento pensé: son como “esponjas” asimilando datos y conocimientos en cada
mirada que echan a su alrededor.
Es bonito ver como un mundo tan viejo, tan
usado y tan desgastado, es observado por unos ojos limpios y nuevos.
Subí al autobús.
Volví a retirar mi flequillo de la cara y note que la fiebre no había
disminuido, me sentía arder unas veces y tenia frio otras. Quería estar
pendiente, esta vez tenía que bajarme en mi parada, no tenía ganas de caminar
mucho.
Yo con ¡gripe!,
pero ¡si me vacuné… soy de uno de los grupos de riesgo…si estamos en primavera… nadie
coge la gripe en primavera! Todos estos razonamientos, me daban una misma
respuesta: ¡Sí…tú tienes gripe!
Bajé del
autobús de mala gana. Me hubiese quedado allí hasta la última parada, pasando
varias veces por la primera.
Al pasar por
el quiosquito de mi amigo, algo debió notar, me dio: los “Buenos días” – le
contesté –y cuando me había separado ya algo del lugar, alzó la voz –diciendo-
mi nombre – me giré y me quedé mirándolo, esperando una respuesta a su llamada. Con una media sonrisa y
levantando un poco las cejas, me dijo: “el día pasa pronto”.
Le sonreí y
volvió a devolverme la sonrisa que yo le acababa de mandar.
La sonrisa
es como un código de silencio. Si tu sonríes, siempre te la devuelven, como si
no quisieran que la perdieras nunca.
Asentí con
la cabeza, sabiendo que él sabía que algo me pasaba y seguí mi camino.
Al subir las
escaleras de mi trabajo, me di cuenta que no podría con las horas del día. Di
cuatro indicaciones tontas que se hubiesen dado solas y llamé a un taxi, me fui a
mi casa, de donde no tenía que haber salido.
Me metí en
la cama, volví a abrazar a la almohada. Pensé algo…no se qué. Y creo que me dormí.
Sí, seguro
que me quedé dormida, porque no recuerdo haber soñado.
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