sábado, 6 de abril de 2013

" PARKOUR "



Mañana es sábado me volví a repetir al bajar del autobús, que bien, saldré a dar un paseo largo en bici con Goku.

Goku , es mi perro, el casi-humano  más inteligente que conozco. A veces me parece, que cuando se queda fijo mirándome me está leyendo el pensamiento, me siento invadida por él, pero no me desagrada es más me gusta compartir con él mis pensamientos. Entonces le sonrió y viene hacia mi buscando una caricia, que sabe, que la tiene asegurada.

Mi perro se ha acostumbrado, bueno él y yo; a esos largos y eternos paseos por un parque muy grande y conocido de mi ciudad. Esto está bien, pero ya no le gusta que lo lleve yo de la correa. Antes cuando íbamos a salir él me traía la correa hasta mis manos, sabe que sin ella no hay calle, pero ahora cuando la trae, se para delante de mi y sé que es para ir hasta la bicicleta, solo se la puedo poner a él cuando ya está atada a la bici, de forma que cuando monto formamos un conjunto algo peculiar: yo, mi perro, la bici y la correa.

Por suerte donde vivo se puede circular en los carriles  propios para estos fines, puedes hacerlo por toda la ciudad, protegida de los coches. Carriles que solo usamos los que vamos en bici y los patinadores.
Recuerdo un día que íbamos siete personas y mi perro. El casi siempre conmigo, siento que verdaderamente es mi mejor amigo.

Al llegar a una zona determinada del parque, escuchamos los dos ¡¡¡¡PARKOUR!!!!  Nos miramos y creo que nos hicimos la misma pregunta: ¿que será eso? Lo comenté con las personas con las que íbamos y a nadie le llamó la atención, pero yo después de haberlo oído tres veces  tenía que saber lo que era. Eran gritos de fuerza, sacados del estómago como una buena patada de karate.

Dije: ¡un momento, ahora vuelvo!, ¿a dónde vas?- primera pregunta - ¡ahí!, ¡ahí! ¿dónde, es?, varios de los que iban, saben que mis ¡ahora vuelvo!, pueden tardar un poco, hasta que mi curiosidad por lo que desee ver quede satisfecha. Volví a contestar: ¡ahí!

Cuando digo ¡ahí! Suelo hacer un gesto de indicación indeterminado con la mano, de forma que no sepan exactamente adonde es, no lo hago por confundirlos, lo hago por si el trayecto de mi ¡ahí! lo modifico, simplemente por eso. Para no crearles ningún tipo de confusión.

¿Llevas teléfono? - ¡no! – es sábado y hoy,  no hay teléfonos para mí, lo sabéis. Toma el mío -¡no! -voy solo ¡ahí!  Acuérdate de la ultima vez… me dice alguien. Asiento con la cabeza y digo: ¡vale!

Cuando me dicen ¡acuérdate de la última vez..!, siempre contesto lo mismo y la verdad es que no lo recuerdo. Siempre suelo despistarme un poco, porque las cosas que a mí me parecen más interesantes, para los demás no tienen ningún tipo de interés o simplemente pasan desapercibidas.

Las personas con las que suelo ir, nunca llevan nada para guardar sus objetos personales: gafas, móviles, tabaco y encendedor, cámaras de fotos, llaves del coche, caramelitos, pañuelos, moneditas sueltas, porque según ellos pesan también, etc.  En fin, todo lo que sueles llevar en algún tipo de "excursión corta", "escapada breve" o "paseo largo".  Siempre llevo una pequeña mochila con mis cosas y todo me lo dan a mí para guardarlo. 

Una vez en uno de mis ¡ahí! Se despistaron todos de mí y me encontré con mi mochila y con los móviles de los demás, sin saber a quién llamar para ver por donde se habían perdido. Se tenían que haber quedado donde los deje, ¡total!, dije que volvería en un momento.

Desde entonces, cuando visitamos algún lugar nuevo, decimos: el que se despiste, que espere en el Ayuntamiento. Afuera se entiende.

Hemos quedado en diferentes sitios: Puntos de Información y Turismo, no da resultado, hay muchos - no sirve. También hemos quedado en monumentos y lugares importantes. Claro que cada uno entiende por importante lo que le gusta a él.

Cierta vez después de visitar una Catedral, un Museo Arqueológico, una muy buena Exposición de Pinturas y unos jardines maravillosos, se despistaron de mí y pasé más de una hora esperando en el lugar que creí mas importante, en el Museo. Cada uno entendió que sus gustos eran los más importantes y se formaron dos grupos. Los que creyeron importante la Catedral y mi grupo, formado solo por mí.

Así que decidí ir a buscarlos para ver por donde se habían perdido esta vez y mis sospechas se confirmaron: estaban todos perdidos en la puerta de la Catedral. Desde entonces el punto de reunión para los que se extravíen es el Ayuntamiento, porque siguen dándome a mi todas sus pertenencias.

Acepté de mala gana el teléfono y nos dirigimos mi perro y yo, a las llamadas tan interesantes de esas voces. No sin antes tener que oír varias indicaciones: ¡no tardes mucho!… ¡te esperamos por aquí!…¿vamos contigo?, después de negar una vez con la cabeza, afirmar una y volver a negar otra vez, por fin nos pudimos ir.

Realmente no estaban muy lejos los dueños de esos curiosos gritos.

Era un grupo de jóvenes, saltando y haciendo unos equilibrios impresionantes con sus propios cuerpos, con una agilidad , una fuerza y una soltura que no la podría describir con mis parcas palabras.

Yo, que reconozco, que pregunto y no me importa admitirlo. Le dije, al joven que me pareció que era el más experimentado del grupo, lo supe por ser él, el que daba las explicaciones a los demás: ¿qué hacéis? – PARKOUR - ¡ah!, ¡ya! y ¿qué es eso? –pregunté.

El chico en un francés perfecto me dijo: “l´art du desplácement”, no hacía falta decírmelo en francés con solo decirme: “ el arte del desplazamiento” hubiese sido suficiente -¡ah!- contesté. Y decidí irme para no molestar más, pero el joven se ve, que necesitaba que alguien preguntase para dar toda la información que tenia, así que me la dio a mí.

Empezó a contarme que la propia palabra  “PARKOUR “ venia del francés “traceurs” que significa “trazador”. Vamos algo así como “el que decide el recorrido”.

Me comentó que el objetivo de este tipo de entrenamiento era formar a personas físicas y mentalmente fuertes para responder a las emergencias y ser útiles a la sociedad. Yo no sé porqué en ese momento –pensé- en el “Cuerpo de Bomberos”. Después de las muchas y buenas explicaciones que me dio, deduje que me perdí entre la palabra “Yamakasi” japonesa y la palabra “Ya-makási” del lingana, lengua africana.

Cuando miré el reloj había pasado algo más de una hora, Dios mío, si iba a ser solo un momento. Apresuradamente cogí el teléfono para avisar que estaría allí enseguida. “No te preocupes estamos en el bar… “me dieron un nombre. Tomando café. ¡ah, vale! –respondí. Dentro de quince minutos estoy ahí.
Me marché del parque pensando: ¡qué deporte más extraño!

Por un momento lo comparé con uno que de muy pequeña y ya algo más mayor llegué a jugar en el colegio y en casa de algunos amigos cuando estábamos todos aburridos.
Era:“Un, dos, tres…pollito inglés”. Le encontré cierta similitud.

Uno se ponía mirando hacia una pared y al decir la “ingeniosa frase” los demás a su espalda se iban moviendo, de forma que cuando se giraba el que estaba de espaldas a ellos, tenía que ver que todos habían avanzado y ninguno se movía. 

Nunca supe quien era el “pollito” ni quién era  el “inglés”. Llegué a pensar que el “pollo” era el que se quedaba y los “ingleses” eran todos los demás. 

Lo pregunté en su momento, como todo. Pero cada cual me daba su versión. Yo creo que ellos tampoco lo sabían, así que he llegado a mi edad sin poder desenmascarar ese misterio.

Cuando llegué al bar, me estaban esperando afuera. 

Al volver a mi casa, liberé a mi perro de su correa. Nos miramos los dos asimilando todo lo aprendido.

Paseé suavemente mi mano varias veces por su cabeza y me puse a escribir. 

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