Mañana es
sábado me volví a repetir al bajar del autobús, que bien, saldré a dar un paseo
largo en bici con Goku.
Goku , es mi
perro, el casi-humano más inteligente
que conozco. A veces me parece, que cuando se queda fijo mirándome me está
leyendo el pensamiento, me siento invadida por él, pero no me desagrada es más me gusta compartir con él mis pensamientos. Entonces
le sonrió y viene hacia mi buscando una caricia, que sabe, que la tiene
asegurada.
Mi perro se
ha acostumbrado, bueno él y yo; a esos largos y eternos paseos por un parque
muy grande y conocido de mi ciudad. Esto está bien, pero ya no le gusta que lo
lleve yo de la correa. Antes cuando íbamos a salir él me traía la correa hasta
mis manos, sabe que sin ella no hay calle, pero ahora cuando la trae, se para delante
de mi y sé que es para ir hasta la bicicleta, solo se la puedo poner a él
cuando ya está atada a la bici, de forma que cuando monto formamos un conjunto
algo peculiar: yo, mi perro, la bici y la correa.
Por suerte
donde vivo se puede circular en los carriles propios para estos fines, puedes hacerlo por
toda la ciudad, protegida de los coches. Carriles que solo usamos los que vamos
en bici y los patinadores.
Recuerdo un día
que íbamos siete personas y mi perro. El casi siempre conmigo, siento que
verdaderamente es mi mejor amigo.
Al llegar a
una zona determinada del parque, escuchamos los dos ¡¡¡¡PARKOUR!!!! Nos miramos y creo que nos hicimos la misma
pregunta: ¿que será eso? Lo comenté con las personas con las que íbamos y a
nadie le llamó la atención, pero yo después de haberlo oído tres veces tenía que saber lo que era. Eran gritos de
fuerza, sacados del estómago como una buena patada de karate.
Dije: ¡un
momento, ahora vuelvo!, ¿a dónde vas?- primera pregunta - ¡ahí!, ¡ahí! ¿dónde, es?,
varios de los que iban, saben que mis ¡ahora vuelvo!, pueden tardar un poco,
hasta que mi curiosidad por lo que desee ver quede satisfecha. Volví a
contestar: ¡ahí!
Cuando digo
¡ahí! Suelo hacer un gesto de indicación indeterminado con la mano, de forma
que no sepan exactamente adonde es, no lo hago por confundirlos, lo hago por si
el trayecto de mi ¡ahí! lo modifico, simplemente por eso. Para no crearles ningún
tipo de confusión.
¿Llevas teléfono?
- ¡no! – es sábado y hoy, no hay teléfonos
para mí, lo sabéis. Toma el mío -¡no! -voy solo ¡ahí! Acuérdate de la ultima vez… me dice alguien.
Asiento con la cabeza y digo: ¡vale!
Cuando me
dicen ¡acuérdate de la última vez..!, siempre contesto lo mismo y la verdad es
que no lo recuerdo. Siempre suelo despistarme un poco, porque las cosas que a mí
me parecen más interesantes, para los demás no tienen ningún tipo de interés o
simplemente pasan desapercibidas.
Las personas
con las que suelo ir, nunca llevan nada para guardar sus objetos personales:
gafas, móviles, tabaco y encendedor, cámaras de fotos, llaves del coche,
caramelitos, pañuelos, moneditas sueltas, porque según ellos pesan también, etc.
En fin, todo lo que sueles llevar en algún
tipo de "excursión corta", "escapada breve" o "paseo largo". Siempre llevo una pequeña mochila con mis cosas
y todo me lo dan a mí para guardarlo.
Una vez en
uno de mis ¡ahí! Se despistaron todos de mí y me encontré con mi mochila y con
los móviles de los demás, sin saber a quién llamar para ver por donde se habían
perdido. Se tenían que haber quedado donde los deje, ¡total!, dije que volvería
en un momento.
Desde
entonces, cuando visitamos algún lugar nuevo, decimos: el que se despiste, que
espere en el Ayuntamiento. Afuera se entiende.
Hemos
quedado en diferentes sitios: Puntos de Información y Turismo, no da resultado,
hay muchos - no sirve. También hemos quedado en monumentos y lugares
importantes. Claro que cada uno entiende por importante lo que le gusta a él.
Cierta vez después
de visitar una Catedral, un Museo Arqueológico, una muy buena Exposición de Pinturas
y unos jardines maravillosos, se despistaron de mí y pasé más de una hora
esperando en el lugar que creí mas importante, en el Museo. Cada uno entendió
que sus gustos eran los más importantes y se formaron dos grupos. Los que
creyeron importante la Catedral y mi grupo, formado solo por mí.
Así que decidí
ir a buscarlos para ver por donde se habían perdido esta vez y mis sospechas se
confirmaron: estaban todos perdidos en la puerta de la Catedral. Desde entonces
el punto de reunión para los que se extravíen es el Ayuntamiento, porque siguen
dándome a mi todas sus pertenencias.
Acepté de mala gana el teléfono y nos dirigimos mi perro y yo, a las llamadas
tan interesantes de esas voces. No sin antes tener que oír varias indicaciones:
¡no tardes mucho!… ¡te esperamos por aquí!…¿vamos contigo?, después de negar
una vez con la cabeza, afirmar una y volver a negar otra vez, por fin nos
pudimos ir.
Realmente no
estaban muy lejos los dueños de esos curiosos gritos.
Era un grupo
de jóvenes, saltando y haciendo unos equilibrios impresionantes con sus propios
cuerpos, con una agilidad , una fuerza y una soltura que no la podría describir
con mis parcas palabras.
Yo, que
reconozco, que pregunto y no me importa admitirlo. Le dije, al joven que me pareció
que era el más experimentado del grupo, lo supe por ser él, el que daba las explicaciones
a los demás: ¿qué hacéis? – PARKOUR - ¡ah!, ¡ya! y ¿qué es eso? –pregunté.
El chico en
un francés perfecto me dijo: “l´art du desplácement”, no hacía falta decírmelo
en francés con solo decirme: “ el arte del desplazamiento” hubiese sido
suficiente -¡ah!- contesté. Y decidí irme para no molestar más, pero el joven
se ve, que necesitaba que alguien preguntase para dar toda la información que
tenia, así que me la dio a mí.
Empezó a
contarme que la propia palabra “PARKOUR “
venia del francés “traceurs” que significa “trazador”. Vamos algo así como “el
que decide el recorrido”.
Me comentó
que el objetivo de este tipo de entrenamiento era formar a personas físicas y
mentalmente fuertes para responder a las emergencias y ser útiles a la
sociedad. Yo no sé porqué en ese momento –pensé- en el “Cuerpo de Bomberos”. Después
de las muchas y buenas explicaciones que me dio, deduje que me perdí entre la
palabra “Yamakasi” japonesa y la palabra “Ya-makási” del lingana, lengua
africana.
Cuando miré
el reloj había pasado algo más de una hora, Dios mío, si iba a ser solo un
momento. Apresuradamente cogí el teléfono para avisar que estaría allí
enseguida. “No te preocupes estamos en el bar… “me dieron un nombre. Tomando
café. ¡ah, vale! –respondí. Dentro de quince minutos estoy ahí.
Me marché
del parque pensando: ¡qué deporte más extraño!
Por un momento
lo comparé con uno que de muy pequeña y ya algo más mayor llegué a jugar en el
colegio y en casa de algunos amigos cuando estábamos todos aburridos.
Era:“Un,
dos, tres…pollito inglés”. Le encontré cierta similitud.
Uno se ponía
mirando hacia una pared y al decir la “ingeniosa frase” los demás a su espalda
se iban moviendo, de forma que cuando se giraba el que estaba de espaldas a
ellos, tenía que ver que todos habían avanzado y ninguno se movía.
Nunca supe quien
era el “pollito” ni quién era el “inglés”.
Llegué a pensar que el “pollo” era el que se quedaba y los “ingleses” eran
todos los demás.
Lo pregunté
en su momento, como todo. Pero cada cual me daba su versión. Yo creo que ellos
tampoco lo sabían, así que he llegado a mi edad sin poder desenmascarar ese
misterio.
Cuando
llegué al bar, me estaban esperando afuera.
Al volver a
mi casa, liberé a mi perro de su correa. Nos miramos los dos asimilando todo lo
aprendido.
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