sábado, 13 de abril de 2013

EL PARQUE DE LOS PERDIGONES



Muchas tardes, ahora en primavera  me relaja dar largas caminatas. Bueno como todo el año.
Todo, todo el año me gusta dar largas caminatas, muy largas. Me gusta caminar hasta sentir que solo puedo pensar en dar más pasos.

Suelo tomar una larga avenida, creo que excesivamente larga, porque cuando alguien me acompaña, siempre me dice: ¿nos volvemos? - ¡No! - respondo. Ahora continuamos por la “Avenida de la Palmera”, hasta el final. Protestan, pero nunca se vuelven.

El olor a azahar de esta época, todo lleno de arboles, la luz y la conversación que procuro que siempre sea amena, para hacerle a quien decida acompañarme la caminata más agradable, hace que nunca se hayan vuelto.
Pero también hace que la próxima vez que me ven ponerme unos deportes, me pregunten: ¿vas muy lejos?, siempre digo- ¡hasta el final!
 
Esto que a otras personas podría llegar a agobiar, a mí me relaja, me gusta y lo disfruto.
De vuelta a mi casa, hay un parque y siempre me siento un rato a descansar o entro en él para dar un par de vueltas más.

Cuando mis piernas me piden por favor que pare y escojo un banco para sentarme, siempre elijo alguno donde haya sentado una persona mayor, bastante mayor que yo. De la edad que a mí me gustaría poder llegar a tener algún día.

Las personas mayores suelen sentarse en los bancos solos, nunca o casi nunca comparten bancos en los parques, es muy raro. No sé por qué lo hacen. Eso nunca lo he preguntado.

Me gusta hablar con ellos. Te cuentan cosas vividas que tienen para ellos y que por alguna rara cualidad o defecto que deben ver en mí, deciden que soy yo la que debe poseer esa experiencia de sus vidas.
El procedimiento es fácil: te sientas y te quedas mirando a la nada, solo hay que estar quieto y callado, ellos son los que comienzan a hablar. Si te dicen: ¡parece que ya hace calor!, ¡ya está aquí el verano! o ¿tienes hora? … o cualquier otra cosa tonta que no admite ningún tipo de dialogo, ya te está indicando que quieren hablar de algo, de lo que sea o que simplemente necesitan hablar.

Si contestas -¡Sí! o ¡No! La comunicación se corta. Hay que decir: “parece que este año va hacer mas… o menos calor” o ¡no! “no tengo hora, pero calculo que por la luz deben ser… tal hora”. Hay comienza la comunicación.

Empiezan a hablarte de que el clima  ha cambiado… que cuando ellos eran jóvenes las estaciones se notaban mas…que aun hay mucha luz para la hora que es, etc.
Una cosa lleva a la otra y acaban contándome episodios de sus vidas, que yo agradezco. Realmente me interesan sus vidas, me gusta saber de las vidas de las personas, pienso que tienen tantas experiencias que transmitir y tan poca gente que las quieran oír, que siento que soy una privilegiada. Nunca he sabido por qué, pero me siento bien hablando con ellos y creo que ellos también conmigo.

Más que una conversación es un monólogo, ellos hablan y yo me quedo callada pero muy atenta, mirándolos a los ojos, no quiero que dejen de hablar, de vez en cuando intervengo, pero lo mínimo. Son ellos los que me dan el conocimiento a mí, son los que saben de la vida.
De todo lo que me cuentan, me siento como una pobre aprendiz y con muy poca idea de lo que puede llegar a ser una vida entera y larga.

Cuando acaban de pasarme ese conocimiento de sus vidas, entonces solo entonces me pregunta algo de mí: “de donde vengo… si estoy cansada… a que me dedico...” Ahí es cuando sé, que ellos mismos son los que han decidido dar por terminada la conversación. Les respondo a lo que me preguntan y dicen: “con lo bien que estoy aquí y ya me tengo que ir”, esto viene siempre con una pregunta que casi nunca falla: ¿vienes a menudo por aquí?, ¿mañana vienes? - ¡Sí, si tengo tiempo seguro que vengo! Me dicen su nombre yo les digo el mío y casi siempre salimos del parque juntos.

Así he hecho verdaderos y entrañables amigos, pero amigos de los de verdad, de los del alma, de esos en los que notas como sus ojos se alegran cuando te ven venir, se elevan sus mejillas porque te sonríen  y te están dando un abrazo antes de llegar porque lo sientes.

El alma debe tener tanta capacidad como infinitos universos. Debe ser por eso por lo que podemos guardar en ella tantos sentimientos y sensaciones.

Cuando voy por la calle con alguien y los veo y nos saludamos, me suele preguntar la persona con la que voy: ¿quién es?, orgullosa, digo: un amigo o una amiga, según.

No siempre tengo tiempo para esas caminatas. Pero a veces estoy en mi casa y pienso que alguno de ellos puede estar esperando, voy solo al parque para estar un rato. Nunca digo que estaba en mi casa, siempre digo que vengo de otro lado, no quiero que piensen que puede ser algo especial que hago por ellos, cuando en realidad es algo que ellos hacen por mí.

Con el tiempo he conseguido que poco a poco se vayan conociendo unos y otros.
Me gusta pensar que cuando yo no puedo ir, están reunidos y que hablan, que intercambian ideas.
Hace poco llegué y vi que había tres de ellos hablando en un banco de ese parque, no llegué hasta donde estaban, me volví. Sabía que lo que estaban hablando, en ese momento era lo más interesante del mundo. Sentí que yo allí no pintaba nada.

Me fui a mi casa alegre, con la seguridad de que dentro de unos días alguno me lo contaría todo o me lo contarían los tres, uno a uno a medida que me los fuese encontrando.
Algunos cuando hablan conmigo, como tenemos ya confianza llegan a cogerme la mano y si es una confidencia que le cuesta contar o algo de su pasado que les dolió mucho, en el temblor, en el tono de su voz y la fuerza que noto que hacen con su mano sobre la mía, sé que todo lo que me dicen es verdad y llego a sentir su alivio al contarlo.

Son lecciones de vida que no se dan en ningún sitio, no son asignaturas que se puedan estudiar, pero que son muy fáciles conseguirlas.

Solo sentarse, callar y oír con el corazón.




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