sábado, 22 de diciembre de 2012

19 DE DICIEMBRE: COMIDA DE EMPRESA


Como cada  día a las 7,10 tomo mi transporte público, aunque  suelo empezar a las 8,30 me gusta irme antes para estar bien informada de las decisiones que  normalmente se toman.
Hoy mis sujetos de estudios los centraré en mis propios compañeros de trabajo.

Tenemos comida de Navidad.
En el trabajo era el tema del día, como si nunca hubiésemos comido en Navidad. Algunos compañeros se fueron bastante antes e intentaron convencerme para hacer lo mismo. No, dije, tengo tiempo.
Las chicas tenían que ir a la peluquería y a “chapa y pintura” como ellas lo llaman. Cosa que por otro lado no comprendo. Tener que arreglarse tanto para una comida, cuando allí nos veíamos todos los días con uniformes blancos o azules, según el caso. Terminé mi turno y me fui a mi casa.

Ducha rápida y reparadora, tenía tiempo. Mire mi cabello en el espejo y ¡oh! ¡ Que desastre!. Cada folículo piloso de mi cuero cabelludo, hacía mucho tiempo que había decidido crecer en libertad, cada uno por su lado, no atendiendo a las reglas de la igualdad: todos para el mismo sitio. Tome el secador y lo sequé enérgicamente, de todas formas seguirían  igual, cada uno a su historia.
Me puse unas botas de tacón alto, demasiado para mi gusto. Me coloqué en un vestido gris oscuro y fui al dormitorio de mi hija a por la chaqueta roja, corta y de cuero que dos años antes me había comprado YO, con tanta ilusión, en Holanda en la plaza Dam de Ámsterdam, y que tenía opción de usarla cuando ella decidía no ponérsela con algún vestido, pantalón o falda. De paso tome un foulard que hacia juego y algo que me colgué al cuello.

De nuevo miré mi cabello en el espejo de su dormitorio ¡ qué desastre! Volví a pensar.
Apresé un bote de laca que ponía “ fijación extrafuerte” la solución creí, intenté que mi flequillo quedase como todos los flequillos del universo, para un lado, misión imposible. Eché más producto y parece que lo doblegue un poco. Durará una media hora en su sitio, perfecto. Puse algo de maquillaje, para no hacer honor a mi nombre, algo de brillo en los labios y listo.

Estaba perfecta, como siempre. Creía.

Esta vez, cogí mi coche, casi era la hora.

Cuando llegué ¡oh! mundo mágico del disfraz ¿ dónde estaban los compañeros de trabajo? No los conocía, aunque ellos a mi sí, porque los hombres se apresuraron a saludarme con un beso y un abrazo  incluido. Las chicas solo levantaron la mano desde su sitio.

Nos sentamos a la mesa. ¿Aquí habrá, algo que yo coma? Pensé. Como siempre acabé tomando en un Brasador pincho de tortilla de patatas y algo que preferí no preguntar lo que era.
La conversación siento decirlo no era amena. Trabajo, trabajo y más trabajo. Me excusé pronto, no quería estar allí y no estaba a gusto, me sentía desubicada y me fui.

 Al llegar a mi casa me metí en la ducha para quitar la porquería que había puesto en mi pelo, que por cierto, de poco sirvió. De nuevo le di libertad a mi cabello para que hiciese lo más conveniente. Me embadurné el rostro y el escote con protección del  50 para mantener a raya mis pecas. Como una buena amiga dermatóloga me aconsejo.
 Me puse unos zapatos planos y un pantalón. Y con la misma firmeza que sientes cuando sabes lo que quieres. Llamé por teléfono a mi marido, lo recogería en media hora. El resto de la tarde lo dedicaría a lo que más me gustaba. Pasear con él.


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