Mañana viernes, me repetía una y otra
vez, “libraba”. Me dedicaré el día entero, lo necesitaba. Hasta las 10 de la mañana haré lo que quiera, después iré a
desayunar con mis amigas y más tarde, lo que se me ocurra.
Planes perfectos
y bien estructurados porque consistían en hacer lo que me diera la gana.Pero los planes tan perfectos y tan simples son los que más a menudo suelen complicarse, por distintos motivos que siempre son ajenos a nosotros, que somos los que tenemos el “PLAN PERFECTO”.
Viernes 8,30
de la mañana. Suena el teléfono, una de mis amigas con las que iba más tarde a
tomar café, se había caído. Una caída tonta me dijo, sin importancia. Se había
resbalado en la ducha y se apoyó con la palma de la mano.
Voy enseguida
–espérame- le hice saber. Cuando llegué,
ya todas las demás lo sabían y como somos un grupo de cinco, incluida la
accidentada todas estábamos allí. Mirando su muñeca y dando un diagnóstico, más
familiar que profesional. Ponte hielo, decía una, no una cremita, comentaba
otra y hasta cinco diagnósticos incluido el de la propia enferma.
Hay que
hacer unas radiografías, más que nada por seguridad –dije- ella se negaba
diciendo que no le dolía demasiado, insistí tanto, que al final pude
convencerla que era lo mejor.
Le puse un vendaje de presión media y salimos a
la calle, no a desayunar como habíamos quedado, sino a ¡urgencias! un lugar mucho
menos divertido.
Así que
fuimos las cinco al hospital.
El hospital que le correspondía no era muy
conocido por mí. No me gustaba.
La entrada a
urgencias después de pasar la antesala, es un laberinto de líneas de colores,
como en todos los hospitales, que van desde el amarillo hasta el azul, pasando
por el verde, rojo, rosa, etc.
A nosotros
nos interesaba el azul que es el color que lleva directamente a la sala de
espera de traumatología y radiología , al final de la línea azul, como al final
de todas las líneas de colores de los hospitales, hay dolor.
Se sentaron
como pudieron, yo me dirigí al mostrador para los tramites y el papeleo y para intentar
que la viesen antes, imposible me dijo una señorita “muy amablemente y con gran
simpatía”, me hubiese gustado contestarle que imposible no era, que lo sabía,
pero me callé.
Volví con
mis amigas y les dije que daría una vuelta por allí para saber que médico
estaba y si era posible que la vieran. ¡No! Me dijo categóricamente la
accidentada, esperaré mi turno, lo dijo tan segura que lo único que pude hacer
fue sentarme a su lado en un rincón que quedaba libre.
Pasó más de
una hora y todavía no le habían hecho ni una radiografía. Discretamente me
levanté y dije que iba a por un zumo a la máquina de la entrada. Vi a un
enfermero y le comenté el caso, a los cinco minutos la llamaban para las radiografías.
Al salir de
RX, noté que su rostro no era el de antes – algo ocurre – me dije.
Después, más
tiempo esperando, hasta que la vio un traumatólogo, que cosa rara conocía. Yo
la acompañaba y dirigiéndose a mí, me dijo: se ha roto el radio justo por
encima de la muñeca. Me asombré tenía una fractura de “Colles” y decía que no
le dolía, por Dios que dura, que forma de aguantar el dolor.
Volvimos y
pusimos al día a las demás. Ya eran las 2,30 de la tarde, dos de las
acompañantes se fueron, tenían algo que hacer y yo que todos piensan y creen
que nunca tengo prisas, me quede con ella y con otra amiga.
Después tendría
que pasar a quirófano, algo simple. Anestesia local, tracción de cuatro dedos y
colocación los fragmentos de hueso en su sitio. Se ponen unos anclajes (clavos uniendo
la epífisis con la diáfisis) y nada mas muñeca nueva a los 45 días.Eran las 5 de la tarde cuando le pusieron un analgésico con algo de antiinflamatorio.
Todavía no entraba en quirófano, a esperar
como ella quería, nada de preguntar ni nada de privilegios a aguantar el chaparrón.
A las 6 y
algo se fue la otra amiga, no podía esperar más.
A las 7
entró en quirófano, eran las 8,15 y no había salido, Dios mío que estará
pasando – me preguntaba - si en treinta o cuarenta minutos más o menos está
todo listo, salió a la 8,45 salió con la escayola puesta, vi al cirujano. Por
fin un cirujano guapo – pensé. Hay pocos.
Sabía que
era yo la acompañante, mi amiga ya lo habría puesto en antecedentes en el quirófano,
con todo lo que tardaron le habría dado tiempo a contar su vida, la mía y la de
los demás y conociéndola, no me extrañó.
Esperamos
para las posteriores radiografías que hay que hacer después de la intervención,
que no me explico como fueron seguidas y sin nada de esperas. Todavía nos quedaba
el informe definitivo del cirujano, que muy amablemente nos atendió en su
despacho, dando un informe excesivamente detallado y largo con conversación extra
profesional incluida.
Por fin
salimos, eran las casi las 10 de la noche, la llevé a su casa y me dirigí a la mía.
Llegue sobre
las 10,30. Cansada de esperar turnos, con ganas de comer y harta del día tan
entretenido que había tenido.
Por el
camino pensaba: el próximo día que libre no lo sabrá nadie. Ese será el “plan
perfecto”
Eso y sólo
eso es lo que hay al final de las líneas de colores, de los hospitales por
urgencias, personas que esperan su turno sin saber cuando les tocará.
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