Sábado por
la mañana, mi trayecto va de mi casa a la piscina y de la piscina a mi casa, cuando es un sábado normal. Cosa
simple, sin más complicación.
La
complicación viene cuando los demás intervienen. Mi marido tenía que ir a recoger unos papeles, uno de mis hijos decidió acompañarlo y de paso
me dejarían a mí en mi destino, más que nada por la lluvia, como si eso me
importase, pero sonreí y lo agradecí.La vuelta sería fácil, el tiempo de recoger los papeles y a las dos horas y algo más, me estarían esperando a la salida, todo perfecto y calculado. No podía salir nada mal.
La complicación vino, cuando al salir me encuentro a mi hijo en la moto y un casco para mí en la mano. Con asombro le pregunto, ¿qué ha pasado? me dice que lo habían llamado diciendo que tardarían más y él para que no me mojara, estaba lloviznando, había pensado recogerme.
¡Madre
mía!-pensé, con lo bien que me iría yo andando, además llevaba un paraguas de
los chinos en la mochila.
Se reía,
sobre todo porque sabe que no quiero ir en moto.
Miró el
casco, diciendo: yo te lo pongo, hay que ponerlo fuerte. Por Dios, que lo apretó
tanto, que sentí que la mandíbula superior y sobre todo los huesos malares me iban
a sacar los ojos, se lo hice saber y dijo que era por mi seguridad.
¡ Sube,
mami! Me encaramé en esa moto tan grande
y antes de subir él me miró a los ojos, repitiendo varias veces ¡agárrate fuerte! Esto sobraba,
claro que me iba a agarrar y con todas mis fuerzas.
No sé porqué
un trayecto que hago yo andando en 40
minutos tranquila relajada y contemplando mi alrededor, lo tenía que hacer en
10 con el alma en vilo.
Iba tan
agarrada a él, que creí que me iba a fundir con su cazadora. Cerré los ojos, pegue
la cabeza a su espalda y me dije-¡que sea lo que Dios quiera!. Y arranco.
Nunca había
contado todas las rotondas que existían
desde mi casa, adonde iba todos los días. Pero os aseguro que desde el sábado
pasado las cuento una a una.
Me aferraba
tanto a él que pensé que tendría que mirarle las costillas flotantes para ver si le había
roto algo.
Cuando
llegamos a casa, dijo, ¡ ya estamos! Me tome mi tiempo para bajarme y quitarme
el casco que comprimía todas mis ideas. En el momento que me liberé de él, comenté,¡
no vengas más a recogerme me gusta llegar andando!.
Me miró, se
rió y me dio un beso, diciéndome ,¿ves como no pasa nada?.
Os aseguro
que nunca he comprendido lo de la velocidad. Si tengo que estar en un sitio a
una hora determinada ,salgo antes y punto ¿de qué me sirve hacer un trayecto
que dura una hora y media a cien, hacerlo a cientos veintitantos, solo para
ganar como mucho veinte minutos? para mí, no merece la pena.
Se lo dije
así. Pero él con su juventud se volvió a
reír y me volvió a abrazar.Por eso pienso que la única cura de la juventud es dejar pasar el tiempo.
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