Voy
de camino a mi transporte diario, pensando en mis cosas que son muchas y
variadas. Hoy algo nuevo; tengo que recoger a las siete a la hija de
una buena amiga mía, va a celebrar su aniversario y me ha pedido, como
un favor especial, que me quede con su niña por una noche.
Yo, encantada
– dije - la pequeña es buenísima me confirmó la madre. Y yo la creí.
No
era la primera vez que se quedaba, ya anteriormente por causas
familiares tuvo que dormir dos noches en mi casa; claro que era mucho
más pequeña y yo pensaba que sería lo mismo.
Mis hijos estaban contentos, siempre es agradable ver a un pequeño jugar y reír.
Llegó la hora y me dirigí a recogerla, todo bien, me dio dos besos y se vino conforme.
En
mi casa empecé a notar que preguntaba mucho por su “mami”, intentábamos
distraerla poco a poco, pero algo me hizo sospechar que la noche no
seria fácil, para ninguno de nosotros. Sobre todo para mí.
Ducha,
cena y a dormir, como me dijo su madre. En la cena ya no empezamos
bien, resulta que no le gustaba nada de lo que mi amiga me dijo que
comía, porque quería que se lo diese su madre.Con mil tonterías que les hicimos mis hijos y yo conseguimos que comiera algo.
Lo
peor vino a la hora de dormir, cuando se vio en una habitación
desconocida para ella, sin sus muñecos y sus cosas, todo empeoró de
forma extrema, empezó por los típicos “pucheritos” de los niños con la
boca arrugada, malo me dije a mi misma, esto se puede poner peor aún y
como cuando algo se puede poner peor se pone. Pues se puso. Comenzó a
llorar.
No
sabía que hacer para tranquilizarla, y a mi familia que le hacía tanta
ilusión la visita, de pronto le fueron surgiendo mil excusas de cosas,
que tenían que hacer.
La pequeña lloraba a gritos, llamando a su madre, a su padre y hasta a su abuela con la que no había querido quedarse.
Le
dije que le contaría un cuento y me miró con los ojos llenos de
lagrimas preguntando ¿cuál? El que tú quieras. Hubiera hecho lo
imposible por callarla.
Mis hijos son mayores y no recordaba bien lo persistente y estridente del llanto de un niño enrabietado.
Se calló un poco, le dije que no podía pensar si lloraba.Por Dios que pensaba con todas mis fuerzas, que cuento le contaría para dejarla tranquila.
Hansel y Gretel, no -me dije- bosque, casita de chocolate, bruja. Descartado.
Blancanieves, tampoco, niña guapa perdida en el bosque. ¡Qué locura!
Caperucita, lobo malo, bosque. ¡Vamos, vamos!La bella durmiente, joven bonita y narcóticos. Peor.
La cenicienta, niña pobre explotada. Ni pensarlo.
Los tres cerditos, desahucio climatológico. Fuera.
En
todos o en casi todos los clásicos entraba el bosque de noche, que
creo, que un niño de seis años imaginarse un bosque oscuro a la hora de
apagar la luz para dormir le tiene que dar pavor. A mí me lo da y no
tengo seis años.
No
encontraba ningún cuento infantil clásico con buen comienzo, buen
desarrollo y final feliz. Desde el desarrollo, hasta el final feliz,
pasaban todas las desgracias del mundo entero.
Yo
no recuerdo haberles contado a mis hijos estos cuentos nunca, les
contaba historias como las que me contaba mi abuelo que por su profesión
siempre estuvo cerca del mar.
Las historias de mi abuelo eran increíbles: grandes olas, animales
marinos fantásticos, viajes interminables. El siempre sabía donde había
dejado el final de una historia y si se lo preguntaba a la hora que
fuese la continuaba.
Eran
tan grandes los animales que describía, que durante una época de mi
infancia pensaba que en el mar solo podría haber una ballena, me las
imaginaba tan grandes que creía que no podía haber más de una, o dos
como mucho, además de todos los animales fantásticos, que él me
explicaba cómo eran con todo lujos de detalles.
Claro
que cuando se cansaba de esa historia ponía el punto y final y por
mucho que yo me empeñase en saber algo más de ella, me decía: ahora
otra.
Ahora otra, era mi frase favorita... Ahora otra, quería decir, más mareas, más arena, más mar y por supuesto historias más fantástica y mucho mejores que todas las anterior.
Ensimismada
en estos pensamientos, oigo la voz de la niña que me dice: quiero un
cuento de “Dora la exploradora” ¿cómo?, ¿qué?, ¿y esa quién es?,
pregunté. ¿tú no conoces a Dora la exploradora? No –le dije- no, tengo
el gusto.
Entonces
me señalo un asiento en su cama y empezó a contarme ella un cuento. Yo
la miraba extrañada, ¿si ella sabía cuentos, para qué quería que se lo
contase yo? Se quedó por fin dormida, salí de su habitación, diciéndome:
ahora sí, todo va como tiene que ir.
Pensé- que suerte he tenido, me han contado un cuento después de tantos años y he conocido a la increíble Dora.
Ya podía dormir tranquila.
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