Hoy es más
temprano y decido ir a pie a mi trabajo, en cuarenta minutos llego, claro a mi
ritmo.
Decido ir
por otras calles. Cruzo un parque donde a esa hora hay gentes corriendo y a las
que envidio, por no poderlo hacer yo y tenerme que dedicar durante la mañana a
algo mucho menos agradable.
El trayecto
es simple, pero tengo que estar pendiente, cualquier cosa me distrae y me quedo
ensimismada. Es todo tan bonito. Tengo que estar alerta y no entretenerme
demasiado, se me haría tarde.
Empiezo a
recordar y a centrar mi atención en mi sentido de la orientación.
Decir “MI” es
mucho decir, porque es algo de lo que carezco. Este sentido es totalmente nulo
en mí. Yo no lo tengo.
Recuerdo
cuando era niña, lo mucho que me gustaba el campo y como a todos los niños les
gusta ir con una brújula, la cantimplora con agua que sabe a plástico y sus
prismáticos.
Las brújulas que he tenido, que no han sido
pocas a cual mejor, todas tenían algún fallo,según yo. No funcionaban.
Mis padres
se encargaban de abastecerme de ellas. Creo que era para ver si este sentido se
desarrollaba en mi.
Cuando iba
al campo, siempre me decían: te tienes que orientar, saber dónde estás, sigue un
trayecto y después la misma brújula te dice como volver. Yo sintiéndolo mucho,
no soy como todas esas personas que se orientan como las aves mirando al sol.
Nunca me ha hablado ninguna brújula, ni de las baratas ni de las caras, y si lo
han hecho nunca he aprendido su idioma.
Para mí el
idioma de las brújulas es como el del motor de un coche, por mucho que me digan:
el mismo motor te indica la velocidad que debes poner. Yo no lo oigo.Y pongo la que creo que debe decirme el coche, en ese momento.
Con mi brújula
en la mano y al no encontrar el camino de vuelta, siempre pensaba que había
dado con un campo magnético extraño, que antes nadie había descubierto y que yo
por azar acerté a dar con él y por eso mi brújula no me hablaba.
Realmente
tampoco he puesto nunca mucho interés en esto de la orientación.
No saben las
de cosas interesantes que se pierden, todas las personas que van por la vida con una brújula
en sus pensamientos.
Lo mejor de todo, es que estás ante un paraje conocido y como se supone que estas
desorientado lo ves con nuevos ojos, las cosa parecen distintas, todo es
más emocionante.
Mi padre
ante la sensación de angustia que me producía a mí este hecho, siempre acababa diciéndome:
Clara, no te preocupes, lo importante es llegar, no cuanto tardes ni las
vueltas que des. El trayecto con más vueltas te enseña más.
Para mí era
mejor ir viendo mi alrededor, los arboles, los bichitos, las plantas, la
tierra. Cualquier cosa era más interesante que ir mirando la brújula, me
cansaba de ver moverse la agujita y a veces, las más. Daba vueltas sobre mi
misma sólo para saber si funcionaba y sí la agujita se movía, pero no recordaba
donde tenía que estar para volver.
Por suerte nunca me perdí. Mi hermano que es
mayor que yo siempre controlaba la situación y por supuesto mis padres no me perdían
de vista.
Pero lo
mejor de todo es cuando voy de viaje. Como no me gusta conducir demasiado
siempre intento ir de copiloto, doy buena conversación y amena.
Eso sí, nada de
G.P.S, un mapa y si es más grande mejor.Me lo dan doblado por la indicación de
la autopista por la que circulamos, para que yo vaya viendo la salida de turno
hacia donde nos dirigimos.
A mí me
gusta avanzar. Sigo con la mirada, las rayitas de colores y los distintos
colores, llaman tanto mi atención, que intento desdoblar un trocito más y un
poco más y más. Cuando me doy cuenta tengo todo el mapa desdoblado como una
manta, invadiendo incluso el espacio del conductor. He perdido el punto de referencia y al preguntarme ¿queda
mucho? Siempre digo: no la próxima. Creo.
Me mira de
reojo y me dice: ¿estás segura? A lo que respondo : he dicho creo, quizá hayan
cambiado la indicaciones o el mapa sea antiguo. Cuando hace solo unas hora que lo
hemos comprado en una gasolinera.
Al final nos
perdemos, no todos se lo toman como yo, a mi no me importa perderme.
Sé que más
tarde o más temprano volveré a encontrarme de nuevo.
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