Viernes 11
son las 4,35 es decir noche cerrada.
He decidido
levantarme aunque hoy no trabajo.
No puedo dormir.
El resfriado no me deja
descansar, ni a mi marido, ni a mí. Ha decidido levantarse conmigo, pero
a los cinco minutos se ha quedado en trance nocturno aquí a mi lado, en un sofá. Lo miro y
pienso, ¿cómo puede una persona dormirse tan rápido?
Es algo que
siempre he envidiado. No sé, será por mi inquietud, me cuesta conciliar el
sueño y aún, sin tener preocupaciones mi cabeza piensa y piensa en miles de
cosas.
Va de unos
pensamientos a otros, creo yo, que sin llegar a conclusiones definidas. Sólo
pensar por pensar.
Anoche bien
tarde estuve viendo unas fotos que me manda un amigo y aunque esa no es su profesión
creo que hace las mejores fotos del mundo. En ellas siempre está el cielo, la
tierra, el mar…el mar… el mar y pienso.
Tenía yo
apenas 16 años , cuando mis padres decidieron ese verano cambiar el lugar de
vacaciones.
Nos fuimos a
una playa diferente a la de todos los años.
Era la playa
de la “Jara” pertenece a un pueblo del Sur. Un lugar de ensueño, donde he visto las mareas más bajas que jamás podríais
imaginar. Puedes andar mar adentro lejos muy lejos y el agua solo llega a cubrirte
por las rodillas.
Lo malo era cuando miraba a la orilla, veía al menos seis brazos indicándote que ya estaba
bien, que volvieses. Los brazos como podéis suponer eran los de mis padres
y mi hermano “el responsable”.
Yo hacía
como si respondiese a sus saludos, aunque tenía muy claro lo que querían y continuaba
un poco más adentro y un poco más, siempre con la esperanza de llegar al final.
Nunca sabía
adonde quería llegar, pero pensaba que al final habría algún desnivel brusco y
ese sería para mí el final de la playa y comenzaría el mar adentro. Pero nunca
llegué.
A partir de la segunda semana mi hermano se
encargaba, creo yo por orden de mis padres,de acompañarme y cuando él me decía:
hasta aquí, cualquiera daba un paso más.
Así que pasé
el resto de las vacaciones con mi hermano y sus amigos.
Un amigo de él que era tan arriesgado como yo, siempre pensaba cosas nuevas y fantásticas.
Ahora de
mayor, se dedica a la ciencia y esa creatividad le ha servido para cosechar
algunos premios en esta rama.
Uno de los días que estaba más aburrida, le
dije ¿y si cruzamos en barca de pedales hasta “el coto de Doñana”?
Tu hermano
me mata y tus padres más, me respondió. No se tienen por qué enterar. Y urdí mi
plan. Al fin y al cabo, solo necesitaba alguien que me acompañase.
A las cuatro y media
alquilabamos la barca. Estaba cerca creíamos. Antes de las cinco estaríamos allí.
Varios baños y de vuelta antes que el
sol intentara inclinarse.
No le pareció
mala idea, era tan curioso como yo.
Le dije a
mis padres que íbamos a dar una vuelta en las barquitas de pedales y lo primero
que me dijo mi madres fue ¿hasta dónde?
Mientras mi pensamiento decía hasta un
lugar inexplorado, mi boca se equivocó y dijo ¡por la orilla, mamá!
Miró a mi
acompañante que asintió con la cabeza.
Así que nos
dispusimos a alquilar la bici-barca.
La primera indicación
del bici-barquero. Fue, no ir al “coto” la corriente es muy fuerte. Claro que
no – dije – yo. Muy resuelta.
Estaba deseando montarme. Noté que mi compañero
de aventuras había empezado a dudar de la hazaña.
Tenéis una
hora, todo lo que pase de esa hora se paga el doble, bien conteste.
Nos montamos
y lo mas difícil fue remontar las primeras olas. Después, pan comido, solo había
que pedalear.
La verdad,
es que cuando llevábamos algo más de media hora pedaleando, él me dijo:
Clara, esto
está mas lejos de lo que yo pensaba, ¿nos volvemos? ni pensarlo, contesté,
tenemos hecho más de medio camino. Él se volvía y decía. Yo creo que
estamos más cerca de la orilla que del “coto”.
¡No!, ¡no!, insistía yo, tenemos que seguir, vamos a pisar
una tierra que nadie la ha pisado antes. Eso pensaba.
Cuando
llegamos el sol ya había comenzado a inclinarse, así que un baño rápido y
vuelta.
Pero como
todo llama mi atención, me entretuve mirando conchitas y solo le decía mira ¡que
arena más blanca!.
El empezó a ponerse nervioso y me dijo con voz firme ¡a la
barca, nos vamos!
Subí de mala
gana, pensando que la elección para mi aventura no había sido la correcta.
Al
rato de
ir pedaleando. Ninguno de los dos hablábamos. Yo estaba enfadada por el
poco
tiempo que había podido disfrutar mi odisea y el preocupado, por estar
ya oscureciendo. Va y me dice: se me han montado los gemelos, no puedo
pedalear con el pie derecho.
No importa contesté, pedaleo por los dos.
Sabiendo yo,
muy poco de barcos, barquitas y bici-barcas, noté como al no seguir él, dábamos
vueltas casi en círculos , a lo que le dije, pedalea como puedas y rápido se
hace de noche y me van a matar, vamos a mí y a ti que eres el responsable.
Me miró con
los ojos más abierto que jamás había visto, se enfadó y empezó a discutir
conmigo, diciéndome que la culpa era mía, que a mí era la que le gustaba
explorar, que él lo había hecho para no dejarme sola.
Para no
dejarme sola…. Como si eso me importase. Lo que pasa es que la bicicleta esa,
era para dos y no se la alquilaban a uno solo. Mejor hubiese ido sola.
Se hizo de
noche y la noche es más oscura y más fría en el mar.
A lo lejos vimos unas luces y aunque estábamos enfadados, intentamos mirarnos
los dos con cara de interrogante, claro sin vernos. Que pasará le dije- no sé, habrá ocurrido
algo. En la playa no hay paseo marítimo y nunca hay luz.
Vimos también
como unas barcas con luces se iban acercando a nuestro punto.
Él sólo repetía,
tus padres me matan… me matan y tu hermano me desintegra.
A mí aunque me producía risa la situación, intentaba controlarme. Él estaba preocupado de verdad.
La barca se
aproximó a nosotros y después de decirnos uno de los hombre, cosas que una
señorita no repite, ni olvida, nos invito a subir. Cuando mi acompañante iba a hacerlo, yo
dije: no ya estamos cerca, llegaremos como hemos salido.
El amigo de mi
hermano, se sentó con dignidad y como si ya se hubiese recuperado su gemelo, comenzó
a pedalear con más fuerzas que antes.
Lo que ocurrió
cuando llegamos os lo podéis imaginar.
No sé lo que
recordará él de la llegada.
Yo solo recuerdo el abrazo de mis madre llorando y
yo preguntándome ¿porqué tanto alboroto?.
Ahora somos
buenos amigos. El ha cambiado. Yo no.
El resto de
las vacaciones sin nada interesante que contar, no me dejaban alejarme de ellos
a más de treinta o cuarenta metros.
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