Estaba delante
del fregadero absorta. Miraba algo que
aunque hubiese sido cotidiano y normal, en esos momentos me pareció un prodigio
de la física.
Veía la
fuente que se formaba como una perfecta simbiosis, entre el chorro del agua
rebotando en la cucharilla de café que acababa de dejar. Era una unión perfecta,
me asombraba . Imaginé que podría pasar, si ese efecto se multiplicase por mil.
Me hice
varias preguntas, sobre la última llamada de teléfono que había recibido. No
podía dejar de pensar en ella.
Temí cerrar
el grifo porque dejaría de ver aquella maravilla. Tan simple y tan perfecta.
Hubiese pasado así horas, me relajaba. Podía mirar al infinito a través del
agua y seguía viendo el efecto.
Pensaba esto
cuando salí de mi casa hacia mi transporte de todos los días.
Subí y el
asiento reservado por mi amigo, para mí, como siempre estaba disponible. Ya no
nos saludábamos, nos mirábamos y sonreíamos, eso era suficiente, no teníamos
que hablar, los dos sabíamos lo que significaba esa sonrisa, éramos tan amigos
que las palabras no decían nada nuevo. Algo que en esos momentos agradecí.
Como una
cosa tan simple había podido llamar tanto mi atención, hasta el punto de hacer
que escriba sobre ello.
Hacía mucho
tiempo que no me fijaba en esos detalles tan pequeños que son los más
asombrosos y los más grandes, para mí.
Abrí mi
bolso y estaba allí , mi cámara de fotos, nunca salgo sin ella.
Soy muy
aficionada a la fotografía, pero no, como casi todos los amigos que tengo. Hacen
muy buenas fotos del cielo, la luna el sol… a mí lo que realmente me gusta, es
fotografiar cosas pequeñas, en las cuales veo que se esconde el verdadero
universo. La vida.
Ver como la
naturaleza, siempre vuelve a resurgir, aunque la maltratemos y la neguemos.
Mi motivo
favorito para hacer una buena foto son las pequeñas briznas de hierbas que
crecen justo donde el asfalto termina y comienza el bordillo de la acera.
Me parece increíble
que a la temperatura que va el alquitrán para formar el firme de la carretera,
pueda dejar algo para que nazca una nueva vida.
En las
aceras también lo veo a menudo, entre las lozas. A pesar del cemento que las
une, hay vida, se ve el verdor. Esto me reconforta. Me gusta. Me da esperanzas.
Siempre he creído
que para ver el universo no hay que mirar hacia arriba, solo centrarnos en
lo que tenemos a nuestro alrededor.
No tenía
ganas de seguir en el autobús. Algo bueno tendría que haber en las calles.
Miré a mi amigo y supo sin decir nada que algo
pasaba por mi mente, me sonrió sabiendo que me bajaba tres paradas antes.
Comencé a
andar, recordando la fuente fortuita y de pronto vino a mi memoria las increíbles
pompas de jabón que me enseñó a hacer mi padre cuando era pequeña.
Me sentía
bien. La llamada no consiguió hacer
mella en mi ánimo.
Note que la
gente me miraba.
Sin darme
cuenta iba sonriendo sola.
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