El día “X”
se ponen a la venta. Era lo que se habló ese viernes, mientras tomábamos café.
Las tres deseábamos desde hacía tiempo, ese artilugio fantástico, que
prácticamente hacía desde una cortina renacentista hasta un minúsculo traje de
baño. Yo, por supuesto, también quería una. Hacía todo lo que yo normalmente no
hago y por lo tanto me hacía falta…mucha falta ¿cómo había podido yo vivir sin
ese aparato? Respirar, dormir, salir, entrar, pensar….todo, sin tener ese
aparato fantástico.
El día que
se ponían a la venta, teníamos que estar muy temprano, se suponían unas colas
interminables y como cada vez que tenemos que hacer una cola… nosotras debemos
ser de las primeras.
Primero las
remalladoras y después las demás tonterías como el desayuno para quitarse del
frio. Pero lo primero …era lo primero.
Al dejar el
coche en los aparcamiento, una de nosotras, no recuerdo quien fue, dijo: “ ¡mirad,
ya hay gentes! ”, era muy temprano, pero aun así las calles ya estaban puestas.
Nos dispusimos a ponernos al final siempre preguntado quien era el último de la
fila. No era cuestión que se colara nadie, era mercancía limitada y ya no
volverían a traerla hasta el siguiente año y de esas piezas tres, tenían que
ser para nosotras.
Vimos que la
fila en la parte delantera era algo difusa, poco definida, por lo que
sospechamos que al cabo de un tiempo, alguien diría: “detrás de mía viene una señora
que no ha podido venir”, esto es frecuente, siempre está la amiga de la amiga
de la vecina, que tomó sitio para varias y al final, si van diez delante de
tuya se convierten en treinta. Pero esto no iba a suceder, yo estaba allí, y si
soy la décima en una fila, entro la décima como sea.
Lo advertí a
mis amigas y ellas me dijeron, ¡no, mujer, eso no va a suceder! pero las cosas
del destino... Sucedió.
Poco antes
de abrir el comercio, una mujer que se hallaba casi al principio, vino hacia
nosotras con otra señora y dijo: “esta mujer va delante de ustedes, no ha
podido venir antes, estaba en el médico”. Miré la hora y vi que era imposible
que hubiese tenido una cita con el médico. La primera cita en cabecera es a las
nueve y eran menos cuarto. Así que no me lo creí.
Talla media,
cabello corto, castaño muy claro, unos sesenta y dos años, y calculo que un
metro sesenta y poco de altura. Cejas pintadas, ojos maquillados labios rojos
rebosados, fondo de maquillaje y rouge en las mejillas. Este detalle del
maquillaje, es muy importante para lo que después voy a explicar. Chaleco verde
con rayas negras, pantalón negro y bolso a la grupa. Sus zapatos no llamaron mi
atención.
La analicé y
la miré, no con disimulo, sino fijamente y sin saber por qué, mis labios
comenzaron a moverse, mediante un impulso incontrolado que mando mi corazón a
mi boca y esta dijo :” usted no entra antes que yo”, no sé cómo se atrevió a
decir eso, pero era justamente lo que estaba pensando yo.
Yo estoy
aquí, dijo. ¡no, usted acaba de llegar!, volvieron a decir mis labios. Llevamos
más de una hora en la fila, pasando frio, sin desayunar, no estamos maquilladas
y yo especialmente tengo cosas importantes que hacer y míreme esperando como
todos. Mi boca no se callaba, porque el corazón seguía mandándole impulsos muy
indignado, por la forma en la que se quería colar la señora.
Así que…dejé
que los impulsos se liberasen y dijesen todo lo que tenían que decir. “Usted
esta recién levantada, desayunada, lo del médico es mentira, se ha maquillado,
se ha pintado hasta las cejas, los labios y viene descansada y delante mía no
entra usted y punto pelota”.
Cuando dije
esto sentí una tranquilidad enorme. Mis amigas me miraban, no estoy segura que
conociesen esas reacciones mías. A veces creo que las desconcierto.
La mujer volvió
a insistir, “yo entro antes”, dijo. La señora no me conocía y por lo tanto no sabía
que el tesón es una de mis principales características y armas secretas. No hay
nada que me canse, si se que llevo razón.
¡No!, dije.
Usted entrará detrás mía, yo estoy antes. Eso era ya, cuestión de amor propio,
y por supuesto mis amigas sea como fuere, iban a entrar delante de ella, por
justicia estábamos antes y antes íbamos a entrar.
Una de ellas
dijo, déjalo, es igual. ¡No!, no es igual, antes entramos nosotras.
De las tres
soy la más alta, así que …cuando abriese el comercio, daría un leve empujón a
una de ellas para colocarla delante, yo iría en medio y la otra iría detrás. La
intención mía, era usar la táctica romana de ataque llamada “la tortuga”, para
ello me aferré a los brazos de las dos, yo tiraría de ellas y así protegidas,
se ejercería más fuerza bruta.
Me preparé,
quedaban dos minutos para abrir el comercio. Giré la cabeza y vi que unos de
los comerciales, estaba haciendo fotos. Miré a mis amigas, dije, ¡No mirad, nos
están haciendo fotos!, daros la vuelta. Dicho y hecho, giro de 180 grados, nada
de fotos para la publicidad del comercio. Entonces fue cuando vi la enorme cola
que salía de los aparcamientos y pensé : “ ¿todas estas personas hemos podido
vivir, sin esa máquina? “. Lo que me reforzó la idea. Teníamos que conseguir
tres como fuese.
Apertura del
comercio y formación de “tortuga” hecha. Era importante llevar los codos en ángulos
agudos. La señora no iba a entrar antes que nosotras.
Se formó
cierto barullo en la entrada, y ante el desconcierto, intentó entrar, pero se
lo volví a repetir: "antes, entraran todos los del final, pero usted no entra
antes que nosotras". Empujé a la amiga que iba delante y tiré de la que estaba
detrás. Crucé la puerta antes que ella, pero una de mis amigas, la que quedó más
atrás, tuvo que mantener un pulso de fuerza con la mujer, pero… tenía que
entrar, yo no iba a soltar su brazo, así que entraba o lo perdía, optó por entrar,
pero al pasar delante de la mujer, esta señora la insultó de muy mala manera.
Lo supe después, si lo hubiese sabido en ese momento, no me hubiese importado
nada la dichosa maquina. Hubiese aclarado las cosas con la mujer de las cejas
mal dibujadas. El cariño y el respeto por mis amigos, supera a cualquier
maquina por mucha tecnología alemana que posea.
La gente corría
por los pasillos. Esto es cómico y extraño, pensé. Pero me vi dando una carrera
de zancadas enormes por un pasillo extraño, lleno de estanterías y repleto de
alimentos y adelantando a muchos de los compradores, de forma que llegué muy
pronto a mi destino. Tomé una, me volví y ya estaban allí, mientras oía..¡otra,
otra!, tome las tres y me aparte.
Jamás había
visto tantas personas en ese comercio luchando por un mismo producto.
Yo no quería
comprar nada más, así que me quedé aparcada y custodiando los tres enormes
bultos apilados, mientras ellas iban a por otras cosas de su interés.
Vi a la
mujer llegar al sitio y me miró, yo estaba en el mismo pasillo. Miró las cajas
y mi gran triunfo fue que cuando ella llegó, ya no quedaban. Me volvió a mirar
con una especie de mirada en la que leí : “ te mando… mucha ira “, pero yo le devolví
la mejor de mis sonrisas y otra vez sin saber por qué, mi corazón mando a mi ojo
derecho una especie de guiño que mi mirada le dirigió a ella.
Conseguimos
las máquinas. Yo la tengo guarda en una banqueta a modo de arcón que me
hicieron. A veces levanto la tapa, la miro y le digo ¡eres mía! Ya veré todas
las posibilidades que me ofreces. Solo tengo que esperar a unas vacaciones y
descubrir todos los secretos que escondes.
Poco tiempo después,
cuando nos disponíamos a ponernos en otra cola para adquirir unas entradas para
un concierto, nos cruzamos con ella, dio los buenos días y una de mis amigas
los contestó. Yo, ni siquiera la oí. Pero después dijo : ¿de qué conozco yo a
esa mujer?, al poco tiempo, cayó en la cuenta “es la que me insultó, ¿y le he
contestado los “buenos días?”.
En la cola
para las entradas al concierto, pensaba : a veces somos como niños.
Debo tener
una seria conversación con mi corazón y decirle que antes de mandar los
impulsos a mi boca, consulte con mi cerebro. A veces hablar con el corazón,
puede hacer mucho daño a los demás e incluso a nosotros mismos. Él tiene que
aprender cual es el momento justo para hablar o callar.
A veces los
conocidos, de los conocidos, de nuestros amigos, nos pueden llegar a poner en
un verdadero apuro.
Personalmente,
me acoplo a lo que hay sin más tonterías y
si un día voy a un lugar invitada y
me ofrecen algo que no me gusta, siempre intento probarlo, pero, si mi paladar
no lo sabe apreciar, la excusa va seguida del primer elogio que le haga a dicho
manjar. Por ejemplo, está buenísimo pero no estoy acostumbrada a tantas especias,
tanta azúcar o tanto pique. Que a mí no me guste, no quiere decir en ningún
momento que no esté delicioso, y si me hubiese criado en esa cultura, quizás
fuese uno de mis platos preferidos.
Llegó el
gran día en el cual esos conocidos, de unos amigos, de unos amigos míos,
sabiendo que había ido a visitarlos, decidieron hacer el último día una cena.
Hacía tiempo que sentían cierta curiosidad en el conocimiento de mi persona, y
yo como persona curiosa, la tenía por conocerlos a ellos, quizá por las rarezas
que me habían contando de esa familia y que se alejaba mucho de mi mundo
habitual. Y con mucho gusto acepté, esa cena-reto.
Sabía que
los ojos estarían clavados en mi, éramos cuatro mujeres y seis hombre.
Habían dos
varones solteros, cuyas madres, en la época moza de estos, no los pudieron
colocar con las hijas de ninguna de sus conocidas y este comentario al entrar por
mis oídos y ser procesado en mi cerebro, empezó a crearme cierta curiosidad.
Me parecía
extraño, intentar colocar a un hijo con alguien para el resto de la vida, y me
pregunté, ¿y el amor?, rápidamente recordé que eran personas de una posición
muy bien acomodada en esa sociedad y que el amor siempre era algo que quedaba
en un segundo plano. Sería impensable, descender un peldaño por amor, como si en
la vida diaria no contasen los besos y abrazos de verdad y se pudiesen pagar
con dinero o posesiones. Pero en fin, “cada uno es como es, cada quien es cada
cual y baja las escaleras como quiere” como canta Joan Manuel Serrat. Pero
creo, que si las escaleras las bajamos con amor o al menos con ilusión, el
recorrido será mucho más agradable porque podremos llevar a alguien de la mano
y si un escalón es más alto que otro, esa mano nos sostendrá o seremos nosotros,
la que tengamos que sostenerla, pero serán dos manos.
Volviendo a
lo anterior, uno de estos varones bastante maduros, sabía hacer una especialidad
culinaria, cuyo secreto había permanecido en su familia desde siempre. El
nombre de dicho manjar era “Tarte aux prunes à la crème sure”, rápidamente me
imaginé una tarta de ciruelas y pensé: debe estar buena, pero él, la había
mejorado con “glace vanille”, que no es otra cosa que helado de vainilla.
Algo que me
llamó la atención, fue el esquema horario que este hombre hizo para la presentación
de la tarta, primero irían las bebidas, ensaladas, platos fuerte, quesos y por
fin su tarta y planificó el tiempo de la cena. Esta preparación, era porque
dicha tarta había que comerla muy caliente, no sabía por qué, pero estaba a
punto de descubrirlo solo dos días después.
Como buena
invitada, decidí que lo mejor sería llevar dos botellas de vino y un detalle para
su señora madre, así que, el día anterior por la tarde me fui a buscarlas.
Entre las
cosas que desconozco que son muchísimas, y cada día, con lo poco que evolución son
más, está la de elegir un vino. No entiendo nada de vinos ni de maridajes con
las comidas y pido disculpas a los etnólogos y catadores por mi falta de
conocimiento, pero esto es otra de las cosas que en mí, ya no tienen remedio.
Oí decir que los anfitriones comían mucho pato, pues pensé que el vino rojo
seria el adecuado. Mi conocimiento llega a saber que las carnes van con el
rojo, o al menos eso creo. De todas formas éramos más y seguro que llevarían
vinos de todos los colores.
Dentro del
comercio me dirigí a los vinos y me paré en los más caros, siempre pienso que
un vino caro debe ser bueno a la fuerza, tome dos botellas, no de las más
caras, pero eran tan bonitas que me cautivaron. Tenían una altura, que creí excesiva
y el cuello de la botella, llevaba el grabado de un pato, así que me dije, si lleva
un pato.. será vino para comer con la carne de pato y sin más las compré. A la
madre la obsequié con un bouquet de flores, que después de ver, el día de la
comida, el inmenso jardín que tenían me pareció una tontería mi elección.
Intenté
arreglarme lo más que pude. Vestido, por supuesto, zapatos de tacón, cabello
arreglado, es decir lo que llamamos las mujeres, repaso de “chapa y pintura”,
que después de un día duro pateando la parte de la Suiza alemana, me costó un
verdadero esfuerzo, montarme en unos tacones, pero lo conseguí. No debía
olvidar llevarme mi sonrisa, cosa que no me costó trabajo porque intento
llevarla siempre puesta y veo las cosas de otro color.
Llegamos a
la casa, que más que una casa era una especie de mansión, donde yo, seguro,
estando unas horas sola me hubiese perdido sin encontrar la salida en mucho
tiempo.
Después de
los tres besos reglamentarios a los que nos encontramos allí, y de mantener
unas palabras amables con la señora de la casa, nos invitaron a todos a pasar
al salón. Desde ese momento se ha quedado en mi mente bien definido el concepto
de salón, saloncito, sala de estar y salita. Una mesa espectacular muy bien
preparada y llena de botellas raras, donde las dos botellas con los grabados de
pato iban a quedar inmersas en el lujo. Había muchas copas, cada una para algo
distinto. Bueno, pensé, como yo no tengo que servir nada ya sabrán ellos lo que va en cada una.
Allí la tradición
es, no tomar nada de alcohol frio, todo a temperatura ambiente, parece ser, que
es como hay que beber, pero a mí que me lo den todo frio.
El hacedor
de la tarta era un hombre alto, corpulento, canoso, con barba abundante y una
tez clara como sus ojos, era muy amable, lo único que él quería era que nos sintiésemos cómodos, pero
yo, ante tanto lujo y grandeza, olvidé llevarme la comodidad. No sé por qué
pensaba en Papá Noel, cuando el hombre me hablaba.
Empezaron a
servir vinos y licores de yerbas con los aperitivos, intentaba ver la graduación
de los vinos discretamente, pues a pesar de que no acostumbro a beber, quería
probar algunos y creí que con los aperitivos mi estomago lo soportaría, pero
los aperitivos eran, olivas, tomates enanos, ajos pelados y pistachos, y en los
pistachos vi mi salvación.
La dueña de
la casa, también hacia su propio licor de ciruelas y yo había tenido el honor
de ser sentada a su lado. Era agradable hablar con ella, aunque su francés-alemán
era muy difícil de entender, fue ella quien me sirvió en una copa pequeñísima
el licor que ella misma fabricaba y viendo como miraba, los pistachos, me preguntó
que si los comía en mi país y dije: si, los tomo muchos. Me acercó un pequeño
cuenco, algo que agradecí, no podía beber con el estomago vacio. La mujer se
quedó esperando a que levantase la copa de la mesa y ella hizo lo mismo
diciendo algo que no entendí pero que leí en sus ojos que era algo bueno y
agradable sobre mí, me hizo un ademán para que lo probase y dije que los demás
no habían brindado, se río y dijo: pero nosotras si, así que bebí un pequeño
sorbo de un liquido rojo intenso, espeso y acido y cuya concentración de
alcohol jamás sabré, porque era artesanal, pero tenía alcohol y mucho.
No me
hubiese gustado estar al lado de ella, me hubiese gustado integrarme en el
grupo, pero se conoce que le caí simpática a la mujer y cualquier intento de integración
por mi parte en la conversación de los demás, lo cortaba ella con alguna
pregunta referente a mi o empezaba a contarme algo sobre la historia de la casa
que yo no entendía. Lo que si supe, es que su marido era alemán, que era viuda desde
hacía diez años. Señaló una pequeña mesita que había cerca, con una foto de su
marido, así comprendí, porqué me recordaba el hijo a Papá Noel, el hombre de la
foto iba vestido de tirolés y tenía un gran parecido con el repartidor de los
regalos navideños. Parecido que había heredado su hijo. Comentó que a ella le
gustaba cuidar el jardín de atrás, en el que solo tenían ciruelos, algunos
manzanos y varios perales.
La cena
continuó, era un ambiente agradable, pero me sentía acaparada por la señora.
El plato
fuerte era pato asado y una inmensa fuente de verduras, no dije que no tomaba
carne y me serví bastante verdura, la mujer que se dio cuenta, me preguntó y
dije que no tomaba carne, ella quería que me preparasen algo, a lo que no accedí,
la verdura estaba muy buena y todo estaba bien. Me sirvió otra copita de jarabe
de ciruelas, este detalle, no me desagradó, así evitaba tomar vino. Los demás
me miraban y sé que en su interior se reían, ellos me conocen y saben que me
gusta la participación en un grupo, pero lo que no sabían era lo que yo estaba
disfrutando con esa señora. Era una persona muy interesante, con una vida llena
de sucesos que ella disfrutaba contándome y pasé de sentirme acaparada a
sentirme apreciada por ella.
Se acabaron
los quesos y llegó la tarta, que era en un principio el motivo de nuestra reunión.
Era enorme,
no sé en qué tipo de horno se puede hacer una tarta tan grande, en el mío no
cabe ni la mitad, ocupando todo el espacio. La sirvieron, y encima pusieron una
bola de helado de vainilla que rápidamente se derritió encima de la tarta, el
plato iba acompañado de una pequeña cucharilla. Nos dispusimos a comerla, después
de hacerle los honores al cocinero y él humildemente dijo: rápido que se
enfría.
Al clavar la
cucharilla en mi trozo, noté que estaba demasiado hecho el hojaldre y me
costaba trabajo sepárala, así que, como había un trozo de la pasta algo
chamuscado que sobresalía por un extremo, empecé a utilizarlo de separador ayudándome
de la cucharilla.
Era muy
acida, debía ser la crema agria y por Dios que no me la podía comer, pero tenía
que hacerlo. Con buena cara, fui mordiendo poco a poco el trozo que utilizaba
para separar, racionándolo para que no se terminase y me ayudase a aliviar la
acidez en la boca, si ese trozo se terminaba, tendría que tomar la tarta con
mis propias manos, algo que sería inusual en esos aposentos. La minúscula
cucharilla no servía de nada, al final pensé que era de adorno. Notaba como a
cada bocado me miraba alguien y yo sonreía, pero ese sabor tan…tan especial, lo
recordará siempre mi cerebro.
Imaginé a
los ancestros del Medioevo de la familia, en una inmensa cocina de algún
castillo a orillas del Rhin haciendo tartas a diestro y siniestro hasta dar con
la receta exacta que yo había tenido el honor esa noche de probar.
Pero en un
descuido de mis pensamientos y por aliviar la acidez de tan delicioso manjar,
terminé el trozo de tarta quemado que me servía de ayuda para separar el resto,
así que me vi con un plato casi lleno de algo que no me gustaba y que además no
sabía cómo me lo iba a comer y que me lo tenía que comer fuese como fuese.
Por un
momento creí que si hubiese llevado ese plato unas pequeñas bengalitas de
fiesta, hubiese sido un bosque de otoño con un rio desbordante de vainilla.
Comencé a
hablar más con la anfitriona, pensando que la vainilla al final acabaría
poniendo la masa más blanda y podría separar la tarta con la diminuta cuchara,
pero esto no ocurría, el hojaldre estaba hecho a conciencia.
La mujer me
indicó si quería mas licor y acepté, todo era válido para olvidar el sabor del
plato estrella, éramos las dos únicas personas que tomábamos ese licor. Una
amiga me dijo muy discretamente, “ten cuidado es muy fuerte” y yo reí, pero reí
con ganas inusuales, estaba desesperada ante la situación. El licor, la señora,
la casa, la tarta, pero ¿quién me obligaba a mí a estar ahí?, además los
zapatos me molestaban, sentía la necesidad de apoyar los pies en un sitio plano.
De buena gana me hubiese puesto de pie, hubiese dado las gracias por todo y me
hubiese ido, pero recordé que no sabía por donde había entrado. Hice lo que creí
oportuno, tenía que terminar ese trozo como fuese, era como un trabajo duro que
hay que realizar y al final de tanto esfuerzo te sientes bien por haberlo
dominado y haber podido tu más que las dificultades. Tomé un cuchillo que desde
un principio no sabía para que era, y utilizando la cucharilla enana de tenedor
comencé a cortas la tarta y a pasar el trago lo más rápidamente posible
acompañando cada trozo con un sorbo del licor rojo espeso.
Sentí que me
miraron, pero vi como algunos comenzaron a hacer lo mismo. Creo que todos esperábamos
al valiente de turno que se atreviese y en esta ocasión fui yo. Controlé bien
cada bocado con cada sorbo de la copa y por fin terminé.
No creo que
vuelva a tomar ciruelas en mucho tiempo.
Después de
una corta sobremesa, basada toda la conversación acerca de la tarta y loas al
autor, creí que era la hora justa de la despedida y separé un poco la silla levantándome
lentamente y los otros hicieron lo mismo. No sé si estuvo bien, pero fue un
impulso y una vez separada la silla de la mesa, lo único que podía hacer era
levantarme. La señora se levantó y me dio los tres besos correspondientes,
diciendo varias palabras de elogio que agradecí enormemente y prometiéndole que
si el año próximo vuelvo, iré a visitarla y tomaremos té o café, la mujer pasó
suavemente su mano huesa por mi brazo a la vez que asentía con la cabeza y se le
escapaba una sonrisa por la comisura de los labios.
Cuando me
puse de pie noté que realmente el licor tenía mucho alcohol. Con pasos lentos y
acompasados, nos dirigimos a la puerta, al ver la salida certifiqué que no
hubiese salido de ese lugar sola en mi vida.
De camino al
coche, me iban preguntando que había hablado con ella, que la señora tenía fama
de poco habladora y por que sonreía tanto la dama, dije que hablábamos de las
ciruelas y de la Navidad.
Me quité los
zapatos, el frío en los pies me recordó que mi mundo es otro.
Todo estaba
preparado, pero esta vez yo no podría ir. La aventura comenzaría sin mí, días
más tarde me intentaría incorporar.
Las vi
alejarse, después de nuestra despedida y me quedó en el cuerpo una sensación
extraña, esa sensación que experimentas cuando crees que te pierdes algo
estupendo, sientes tristeza por ti y llegas a preguntarte, ¿para qué sirve lo
queestoy haciendo, aquí y ahora?, pero
les deseaba el mejor de los viajes y sabía que esos días sin ellas, harían las
horas más lánguidas y pesadasy cada vez
que pienso en algo así, recuerdo los relojes de Dalí.
Habían
terminado los exámenes para ellas, y era justo lo que se decidió, antes de
volver a las casas paternas, un viajecito solas.
Nunca. Nunca,
que puedo, renuncio a un viaje, quizás sea verdad lo que dice una amiga y en el
fondo lleve mucho de Billy Fog, pero algo nuevo, es algo nuevo y creo todo lo
nuevo aporta experiencias. Algunas mejores que otras, pero con el paso del
tiempo todas las recordamos.
Así que, me
quedé con mi frustración , mi pena y mis brazos apoyados en el borde la
ventana, mientras las veía alejarse cruzando la enorme plaza y tirando de sus
maletas con sus mochilas colgadas, mientras yo recordabaa Dalí y al mirar al cielo y ver tantas
palomas como hay en esa plaza, pensé: “el tiempo vuela”
Lo tenían
todo planeado, pero el presupuesto como siempre era corto, muy corto, había que
reducir gastos y el gasto más importante era el transporte.
Se dirigieron
a la estación y antes de llegar alguien dijo: ¿y si hacemos autostop? Se
miraron entre ellas, me imagino que con cara de interrogación y después de
dudar un poco, creyeron que era lo mejor.
Si yo
hubiese ido, esto no hubiese pasado. Me da vergüenza incluso levantar la mano
para llamar un taxi y siempre miro el pilotito a ver si está en verde o rojo y
cuando hay dos filas de taxis a la salida de un aeropuerto o una estación, me
acerco al que creo que es el primero y mire usted por dónde, siempre es el del
lado contrario, en la fila de enfrente.
En una
ciudad, una vez estuve casi media hora a la salida del aeropuerto, intentando
tomar un taxi para llegar a otro aeropuerto, hasta que al final me di cuenta
que había unas barras formando un carril, donde se hacían las colas para los
taxis, no las vi, estaban muy alejadas de los vehículos y eran los propios
taxistas los que recogían a los usuarios y sus maletas, esto encarecía el coste
del transporte.
No es que
vaya tomando taxis por todo el mundo, es que salía el avión que tenía que tomar
de otro aeropuerto y no llegaba a tiempo y con mucha coincidencia y astucia, el
ayuntamiento de la ciudad, nunca prevé esto. No había autobuses de aeropuertos,
ni urbanos, ni metro, ni nada para llegar, solo taxis, así que tuve que pagar a
un taxista que me quería dar la vuelta por todo París, cuando yo, lo que iba
era a un punto determinado y concreto, París no era mi destino.
Ellas abandonaron
la idea de pagar el transporte y se dirigieroncaminando por la larga avenida que llevaba a las afueras de la ciudad. Allí
comenzaría la aventura.
Lo primero
que hablaron fue, que ninguna de las tres se pondrían al lado del conductor, además
tenía que ser un coche amplio para los bártulos, que fuese al lugar exacto de
la costa a la que iban y que no fuese un camión. Dos se quedarían un poco más
atrás y una de ellas, sería la que levantaría la mano, de forma que si paraba
alguien, acudirían las dos y entrarían las tres en el vehículo. Las condiciones
eran, dar poca conversación, no decir nunca donde se alojarían, tiempo que
estarían, ni sus nombres. Dar solo datos inconcretos, difusos y contradictorios.
Después de
esperar mucho tiempo, porque nadie paraba, vieron a lo lejos un coche que tenia
los requisitos que deseaban y pusieron en práctica su plan, con la suerte de que
el buen hombre paro. Rápidamente acudieron las dos restantes.
Se abrió la
puerta delantera y ninguna subió. Gracias atrás vamos más cómodas, dijo una de
ella. Se acomodaron como pudieron con todo el equipaje, en la parte trasera.
Cosa, que al hombre debió extrañarle mucho, pero la idea de este hombre era
hacer un favor a tres jóvenes que muy bien podrían haber sido sus nietas.
Después de
un breve saludo, es lo que me contaron, el hombre encendió un cigarrillo. Ellas
se comunicaban entre sí por medio de codazos y señales visuales, no querían
revelar nada.
Y ¿adónde
vais concretamente? A la costa, dijo una de ellas. Si pero la costa es muy
grande, continuo el hombre, ¿a qué zona? Bueno concretamente a la costa, lo que
es decir a la costa, no vamos. Aun no sabemos por donde nos quedaremos, ni el
tiempo que estaremos, ni donde nos alojaremos, están esperándonos los padres y
los tíos de una amiga que tenemos allí. Con lo que ellas ya daban por
finalizada la conversación y la información que debían transmitir al
desconocido, y pensaban que la misión del conductor era: conducir, callar, no
preguntar nada, estar atento a la carretera y punto.
Después de
más de media hora de viaje, el hombre se había fumado unos dos cigarrillos y
pensó que el olor a tabaco podría ser muy fuerte, no dijo nada, era prudente y
siempre pensando en el bienestar de sus viajeras, bajo las ventanillas durante
unos minutos, las volvió a subir y abrió un compartimento interno del coche
sacando un bote y poniéndolo en el asiento del copiloto, el que ninguna había
querido ocupar.
Aquí, en
este punto, las miradas de reojo y los codazos que continuaban entre ellas, se habían
hecho más fuertes y patentes. Era un dialogo mudo, gesticuloso, que el bote que
había sacado el hombre, lo había acelerado, hasta casi olvidar el tacto con
el que se habían comunicado desde el principio.
El conductor
se fue desviando hasta parar en el arcén, tomó el bote se giró levemente y
presionó el espray, mientras las miraba con una sonrisa y haciendo un leve
guiño con un ojo, al mismo tiempo que una de ellas decía a gritos: “ ¡No respirar,
es droga, nos quiere drogar! ”, las tres al unísono se taparon la boca con las
dos manos, dejando atrás cualquier tipo de disimulo, pero antes de hacerlo
imagino que tendrían que tomar aire, por lo que la droga de ser así, hubiese
llegado antes a sus pulmones, además el hombre hubiese tomado su propia dosis también,
estaban todos en el mismo coche.
El hombre,
se quedo atónito mirándolas, sus ojos se abrieron reflejando incredulidad y sorpresa
y dijo con voz alzada, ¡Es ambientador!, pero ¿qué os habéis creído?, ¡fuera
del coche!, ¡fuera!Las tres saliendo
despavoridas y tomando una bocanada de aire fresco, al llegar al exterior.
Se vieron
sin transporte, con las maletas y solas, en medio de no se sabe qué punto de su
destino.
Se miraron
unas a otras, y con alegría, con la que la juventud acoge cada nueva
experiencia, comenzaron a reír de forma incontrolada, mientras una de ellas,
entre risas entrecortadas, decía: “ era de pino”.
Y yo,
pensando en Dalí y mirando las palomas de la plaza, si saber lo que me iba a
perder.