martes, 22 de septiembre de 2015

EL "TROLL"



Esperar, lo que se dice esperar… no sé.
Una vez que me dan las coordenadas de un punto y una hora determinaba, allí estoy como un clavo. No me gusta esperar, lo reconozco, y procuro que los demás no lo hagan por mí. Cuando quedo en un lugar y ya están, es porque han llegado antes. Por eso, una vez que me han dado las coordenadas del punto A, al ver que no hay nadie, me desplazo al B y después al C y al D, así recorriendo todo el abecedario, de forma que cuando me canso, ya nunca vuelvo al A. Me quedo parada en cualquier punto, divagando y pensando en lo informal que a veces, es el género humano. La puntualidad, parece ser, es otro defecto de los muchos que tengo. 


Una hora, es una hora y no una hora y cinco, diez o quince. No recuerdo haber esperado más de quince minutos a nadie.
Cuando esto ocurre, y se disculpan preguntándome con una sonrisa, si llevo mucho esperando, siempre contesto, “acabo de llegar”, pero la próxima vez que quedo con esa persona, ya no soy puntual.
Pensaba, en la tarde anterior. Cuando observé desde lejos, sentado en un sillón negro de mimbre sintética, de la terraza, al médico de siempre, a un grupo de mujeres de alguna asociación y a varios jóvenes de los institutos cercanos, que se disponían a pedir, pero habían querido antes asegurarse un sitio, en la terracita de feo césped artificial verde chillón, y grandes yucas en maceteros rellenos de tierra y piedras blancas, de las que de vez en cuando, me llevaba unas pocas, a cambio del vaso de agua que les regalaba a las plantas a menudo. Más que plantas decorativas, eran un peligro para todos. Sus afiladas hojas con formas de espadas medievales y lanzas cortas, quedaban a la altura de los ojos de los que pasaban, tanto dentro de la terraza de feo césped con ocho mesas de cuatro servicios, como de los que transitaban por la acera. Ésta, la terraza, se aislaba de la acera, por medio de unos biombos de tela negra con el logotipo del lugar, lo que le daba al entorno un poco de intimidad, aun estando en la calle, justo enfrente de la gran rotonda y cerca de una comisaría. Era un lugar algo peculiar, donde nos reuníamos personas  muy variadas, en gustos, edades e ideología, pero que ante una taza de café todos éramos iguales. 

Las hojas, se resistían a permanecer en el lugar asignado para ellas y trataban de salir de su ubicación, querían ver algo del mundo, que la naturaleza, por haberlas creado estáticas, les negó. Podrían vivir eternamente, pero sin libertad. Por un instante, pensé: ¡Pobres plantas, para que existir!


Sólo ese día, me sentía liberada de todo.
Lo primero, era un buen desayuno, después todo continuaría.  

Me encaminé a la pequeña puerta abierta, al lado de la principal. Me gustaba, no tenía que empujar la grande y pesada, con gruesos y altos cristales anti todo, que tanto trabajo costaba abrir a todo el mundo. Parecía que su misión, era, que se pidiesen desayunos potentes para poder abrirla al salir. La pequeña, daba acceso al pasillo del bar, que mediante una alta mesa, separaba a los clientes de los camareros, en la cual, se ponían las consumiciones a los que decidíamos que la luz, el sol del exterior y la vida, eran más sanas y daban más alegría, que la iluminación artificial de luz blanca y pequeñas lámparas rojizas del interior del local.
Vi al “troll” y a la camarera de siempre. No me gustaba que el “troll” me preguntase que iba a tomar. Aunque estaba segura, que eso no ocurriría nunca. En más de una ocasión había visto la mala forma que tenía de contestar y como me conozco algo, sabía que si alguna vez me contestaba así, no me quedaría callada e intentaba evitar ese enfrentamiento dialéctico y agresivo. 

Mi impulsividad, ganaría al sentido común, como siempre. Las palabras brotarían directamente de mi sentimiento y del pensamiento, sin ser canalizadas por la razón y aunque después me arrepintiese, lo dicho…dicho quedaba. Es mentira que las palabras se las lleve el viento, siempre quedan flotando en él. 

El “troll”, solo se dedicaba a ir de un lado a otro, nada lejos el “uno” del “otro”, para no cansarse. Aunque quiere dar sensación de dinamismo, sus pisadas son lentas, como los niños que juegan a estar en el espacio, pero su lengua es afilada y ágil, la voz fuerte, chillona, brusca y nunca sonríe, su prepotencia se lo impide, piensa que es el dueño del mundo y de todo lo que le rodea. Arrastra su enorme y poco grácil cuerpo, es como… si todo su ser pasease o viviese en un planeta, donde la gravedad, lo atrajese con mucha más fuerza que al resto de los mortales. No me gustaba, nunca me había gustado, y nunca me gustará. No había sentido simpatía por él desde el primer momento en el que lo vi, y pensé que la “empatía”, existía en realidad. Yo misma, sentía esa extraña atracción y simpatía sincronizada por algunas personas, pero por el “troll” jamás la había sentido y estaba muy segura que ese sentimiento jamás lo derrocharía por él, incluso, aunque fuese una buena y adorable persona y seguramente lo sería y mucho mejor que yo. 

Mi sentimiento era de tristeza, pero no por él, sino por la persona que trabajaba a su lado. 

Para el “troll”, la palabra trabajo, era la mínima expresión, de lo que podemos pensar que debe ser un esfuerzo continuado, sistemático y a veces, la mayoría de ellas, monótono, adormecedor, gris y preocupante; con unas pausas de descanso, para desconectar del entorno que nos hace ganar un salario y volver después a él, pero con más ganas, o por lo menos, con las mismas con las que lo habíamos comenzamos.
En repetidas ocasiones, le había oído contar cosas de unos clientes a otros y estaba segura, que yo, estaría en un lugar elevado de sus cotilleos, por supuesto, siempre por debajo del médico, su enfermera favorita, y la anciana que leía el periódico todos los días dentro del local y que tanto le molestaba a ella, decía que  debía ir a leer a otro lado, nunca sabré por qué le molesta que esa mujer lea el diario. 

Mira de forma especial, queriendo escudriñar la vida, saber cosas de los demás, tener algo importante para poder alimentar su mente y cuando sé que me observa a mí, lo miro, sonrío, y vuelve rápidamente la cabeza hacia otro lado. Me da igual, generalmente me importa un “comino” lo que piensan de mí, las personas que no aprecio.

Se acercó la camarera, no me miró con la mirada que hay detrás de los ojos, la que dice la verdad, la que no todo el mundo observa, la miré y vi que estaba llorando con los ojos secos. Preguntó que iba a tomar, pero noté como esquivaban sus ojos el contacto con los míos, se había dado cuenta, que me había dado cuenta, de lo que ocurría.
Miré al “troll” y lo vi limpiando una mesa con su pesada mano, mientras que con la otra, descansaba su cuerpo en la misma. Me fijé bien el sus gestos y no la limpiaba, se apoyaba en ella a través del trapo, lo arrastraba unos treinta centímetros de un lado al otro, siempre casi en el centro y sin llegar a ninguna de las esquinas del cuadrilátero. Cuando había repetido la operación unas cuatro o cinco veces, se paraba y miraba el televisor encendido pero con el volumen apagado. 

Ese aparato siempre está puesto en la cadena de “Noticias Internacionales”,  nadie las mira, más que nada, porque es absurdo mirar una pantalla sin oír lo que dicen. Da igual que sea un accidente o la noticia de algún museo, aunque en todo momento hay puesta música, ese chisme nunca está apagado.

Respiraba un poco y se iba a otra mesa. Esto me hizo pensar, que si ahora era primavera y todos estábamos fuera del recinto, en invierno trabajaría aun menos, estarían las mesas todas ocupadas y seguro que no se limpiaban entre desayuno y desayuno, entonces su lugar de trabajo serían unos pocos pasos detrás de la barra. Lo imaginaba, dando pasos en la misma loseta, uno hacia delante, hacia un lado, atrás y al otro lado, para volver al punto de partida en el último paso.

Volvió la camarera con lo que había pedido, dijo que tuviese cuidado al transportarlo, que el plato no era de la taza y me la quiso dar en la mano, pero no dejé de mirarla a los ojos. Ella, me tenía que mirar, para saber yo, lo que sentía en ese momento y lo hizo. Vi tristeza, indignación y poca voluntad para explotar. Ese trabajo, le era imprescindible. La miré fijamente y comenté: ¿los dos, cobráis lo mismo?, sonrió y sentí que liberaba tensión, alguien lo había notado, no contestó con palabras, lo hizo con su sonrisa.

Yo no podía hacer nada, era su vida y cada uno la lleva como quiere, como puede, o como le dejan las circunstancias. 

Sólo le deseé que tuviese un buen día, me volvió a mirar y al decir “gracias”, bajo los ojos, esa palabra le había salido desde muy dentro.





sábado, 8 de agosto de 2015

DON EUGENIO

Don Eugenio, era un señor, un caballero de los de antes, eso se dice, pero nunca sabemos qué fecha es la de “antes”. De todo sabía y todo lo trataba, en definitiva un tipo bastante curioso…muy curioso.

Él, partía de la premisa siguiente: “nadie sabe más que yo mismo”, transformando la premisa en la hipótesis, “ puede ser, que yo sea el más listo” y llegando a la confirmación de su propia hipótesis: “Soy el más inteligente y lo que digo va a misa”. Por lo tanto, era mejor no discutir. Sus razones eran sus razones, dentro de un recinto escolar, pero él, este recinto lo ampliaba a su propia vida familiar, siempre pensé que tenía un puntito de dictador.

De mayor y fuera ya del ámbito académico, lo conocí , era una persona estupenda, nada que ver con el “Don Eugenio” de mi verano fatídico. La nota dictadora, había desaparecido, posiblemente los años hagan que pasemos más de todo y dulcifiquemos el trato con los demás.

De estatura baja, cabello rubio, raya a la derecha y ligero tupé curvado hacia atrás, a veces con gafas y a veces sin ver una “torta”, ojos verdosos-amarillentos, creo. Lo creo, porque casi nunca lo miraba a los ojos, pero un par de veces que lo hice, estoy segura que se los vi amarillos, como los lobos que se precian en serlo de pura raza. Su mirada ladina nunca dejaba saber lo que pensaba, parecía como si leyese en su cerebro o estuviese constantemente buscándole “tres pies al gato”. Las arrugas alrededor de los ojos, que normalmente delatan las risas de la propia vida, las tenía pronunciadas, pero jamás lo vi reír, todo lo más, mostrar una mueca en un intento fallido de sonrisa. No era gordo ni delgado, era “normal”. Tenía un humor ácido y sarcástico, pero siempre su intento de hacer una burla, era dejar a alguien, por lo general a un alumno, en ridículo, decía que así, pasando vergüenza delante de otros, se aprendía más. Él, no pensaba que así lo odiarían aún mas , pero no contaba con la simpatía de ninguno de ellos.

Cuando abandonó por jubilación, su etapa académica, se dejó bigote y eso suavizó su rostro, también hay que decir, que se parecía más a Don Benjamín, llamado por sus alumnos “el zorro del desierto”. Pero ese es otro tema, para Don Benjamín solo tengo palabras de elogio y agradecimiento, una vez me ayudó mucho y me dijo que tenía mucho valor, por hacer algo determinado. Viniendo de él, debe ser cierto que tengo mucho valor.

Ninguno de los dos están ya, pero mientras pensemos a las personas que ya no son visibles, siempre estarán a nuestro lado, los no visibles se recuerdan con el corazón.

Don Eugenio siempre iba con camisas de cuadritos pequeños y pantalones de pinzas, todos en tonos marrones o beige oscuros y una raya a lo largo de esos pantalones, que era perfecta. Su mujer debía pasar mucho tiempo pasando la plancha por esa raya, para dejarla tan señalada, así como las rayas que le hacía en las mangas de las camisas, quizás de un lavado a otro ni se quitasen parecía que le dedicaba mucho tiempo al vestuario habitual de su marido, debía ser ella, Don Eugenio jamás asiría una plancha, ¡por Dios!, eso es cosa de mujeres, hubiese sido su comentario. Creo que pensaba, que las mujeres estábamos un escalafón por debajo del genero opuesto. 
Dios lo bendijo con tres hijas. 
Daba igual que fuese invierno o verano, sus camisas eran casi idénticas, de mangas cortas o largas, sus zapatos eran del mismo modelo todo el año y por supuestos marrones, como el cinturón.

Mi conocimiento de Don Eugenio, fue un verano que no olvidaré jamás.

Era profesor de mi hermano, trataba, “a saber”: matemáticas, física, química y francés. Nada extraño, ya que sabía de todo y todos los campos tocaba a su manera. Su manera era a veces haciendo razonar a los alumnos y cuando estos no comprendían su razonamiento, los hacía comulgar con “ruedas de molinos” Pude comprobar, cómo en una clase de once personas cada cual con una de esas asignaturas, él pasaba rápidamente de una derivada de tercer grado a la transformación isócora de un gas ideal, pasando por un fragmento de “ L’ Étranger ” de Albert Camus, en un perfecto francés.

Llegaba Junio y ya sabía que desenlace iba a tener todo, dos trimestres con matemáticas y física suspendida, me daban a entender que no remontaría esas asignaturas, ya lo tenía todo perdido y como estaba perdido…empecé a hacerles el “cuerpo” a mis padres. Mis comentarios eran los de todos los estudiantes. ¡No sé cómo, voy a hacer los exámenes a este profesor!, ¡Seguro que me tienen manía!, ¡No, mamá, no salgo tengo que estudiar, estoy agobiada!, ¿si me quedan, que pasará con el verano?

El verano, era mi preocupación.

Ella, mi madre, no me consolaba como yo esperaba y decía con voz burlona. “Mujer tu puedes, mira si eres lista, que ya sabes las que te van a quedar”, ¿y si me quedan?, insistía, ¿podré ir a la playa?, ¿qué haréis papá y tú?, muchas preguntas me haces por una “duda” que tienes ¿no? Remarcaba la palabra “duda” de forma especial, con un tono distinto, que yo captaba, ese tono me asustaba, me estaba diciendo: “Espera lo inesperado”. Sonreía y se iba a otro lado. Me di cuenta que esquivaba el problema y comprendí que era mío y debía dar la cara por él.

Ese año aprendí muchas cosas además de matemáticas y física, creo que fue el año en el que maduré y vi que las faldas de mamá, no era el mundo real, el que conocía de mi infancia.

Por supuesto, ésta estrategia era para que se lo fuese diciendo a mi padre, pero no lo hacía, me guardaba un secreto que yo quería que se supiese a voces para no tener que enfrentarme, a la confirmación que esperaba sola y ante él.

Mi colegio, cerraba durante los meses de verano, así que por mi cuenta y riesgo, comencé a buscar academias. Las seleccionaba por: alto nivel de aprobados, cercanía a mi casa, que únicamente pudiese ir un mes por las mañanas, que hubiesen chicos de mi edad (a ser posible guapos), en fin, una serie de requisitos con los cuales pensé, que saldría de ella con un alto nivel de aprendizaje y haciendo el mínimo esfuerzo, lo que me aseguraría, alcanzar los niveles exigidos en mi lugar de estudios con bastante nota. Pero toda ilusión tiene su fin y lo descubrí el 19 de junio de ese mismo año.

En mi casa, oía y escuchaba a mi hermano hablar de Don Eugenio. ¡Es cruel! ,decía, y yo me reía de su suerte y bendecía la mía por no tener que estar con semejante elemento. Este profesor daba niveles avanzados, mi hermano es mayor que yo, así que, con mi edad era imposible, por infinitas vueltas que diese el infinito en un sinfín de universos, que yo tuviese la oportunidad de estar en algunas de sus clases y eso me hacía feliz.

Día 19.

Once y veinte de la mañana, me entregan las notas en una cartulina amarillita tamaño folio, con la marca de agua del centro, y el sello del mismo con tinta  tampón. Todo a ordenador, pero con la leve diferencia que la tinta de la impresora no era de color uniforme, ¡horror!, tuvieron la gran idea de poner los suspensos en rojo, ¡en rojo!, no había forma que mi padre no se fijara en los suspensos, saltaban a la vista.

Mi padre era un encanto y yo su ojito derecho, no me preocupaba su reacción, me preocupaba lastimarlo, sabía que le dolería más por mí, que por la decepción que se iba a llevar. 
Me hubiese gustado decirle, que yo estaba bien, que ya remontaría en Agosto después de un mes en la playa, que no se preocupase por mí, dentro de un año estaría en la Universidad, que lo tenía todo planeado…pero no dije nada.

Con el tiempo comprendí, que nada está planeado según nuestros deseos, son sólo hipótesis como las que Don Eugenio se confirmaba casi a diario.

Mismo día.

Tres y cuarto de la tarde. Llega mi padre, lo escucho aparcar, abre la puerta, sufro por él, saluda a mi madre, habla algo que no logro entender con ella y pregunta por mí. ¡Está arriba!, contesta mi madre. ¡Ya bajo!, grito. Quería que estuviese ella delante, no quería hacer eso sola, pero más o menos a mitad de la escalera me topo con él, quien con una sonrisa y gesto de mano, me indica que suba. Una vez arriba y los dos solos, sin mediar palabra, tiende la mano para recoger el folio de cartón amarillito con la marca de agua y el sello de tinta tampón. Para sorpresa mía, no lo mira, lo dobla ( yo que intenté dárselo intacto) lo mete en un bolsillo, se acerca me da dos besos y me dice: No te preocupes, el día 22 empiezan tus clases. Me quedé perpleja. Era viernes 19, el 22 era lunes, ¿cómo me iba hacer eso mi padre?, necesitaba unos días de descansos y se lo dije. Contestó, ¿no has descansado bastante durante el curso? No dije nada pero la cara se me debió mudar y lo notó. ¿Y adónde voy a ir?, si se puede saber. ¡Por supuesto!, Don Eugenio abrió hace tres mese una academia, ¡ah!, entonces él no estará, seguro que se va de vacaciones.

Yo no sabía nada de la academia. El infinito y sus vueltas en los infinitos universos, habían hecho que yo pudiese coincidir con él.

Comenté, que él no estaría, para saber algo más sobre mi incierto futuro. ¡Sí!, tiene profesores auxiliares para clases de apoyo, pero has tenido la “gran suerte”, que tus dos asignaturas las da él mismo, ¡es estupendo! ¿verdad?  Bueno, un mes pasa volando, dije. Me sonaba a venganza, lo sabía todo y los tres incluyendo a mi hermano sabían mi destino. ¡No!, son dos meses y medio, la semanita que falta de Junio, Julio, Agosto y hasta que te examines en Septiembre. Con cara de pocos amigos, pregunté, ¿se puede saber el horario?, ¡claro que sí!, empiezas el día 22 de Junio a las 4 de la tarde. No me importa, me gusta el calor, en mi interior lloraba de rabia, de impotencia, ¡mi padre!, ¡mi amigo!, ¡mi referente, en la vida!, ¡mi mentor!, ¡mi protector!, ¡mi progenitor!, ¡mi profesor de ajedrez! yo no quería hacerlo sufrir y él lo tenía todo planeado. No había tenido en cuenta mi opinión.

La verdad, aprendí muchísimo ese verano, era la mejor de los torpes de la academia de Don Eugenio, e incluso mejor que la chica rubia de enormes ojos azules y leve acné, que se sentó a mi lado durante la primera semana y por la que todos los tontos de la clase babeaban, haciendo que me sintiese como el patito feo del aula. Yo no soy rubia y mis ojos no han sido ni jamás podrán ser azules, pero le ganaba en altura, eso era un punto a mi favor. 
Ella durante la primera semana, me preguntaba, ¿cuántas te han quedado?, respondí tres días, como a la barbie  solo le había quedado francés, pues al cuarto decidí que debía tener un buen aprendizaje forzoso y todo, todo lo que me preguntaba se lo contestaba en ese idioma, se reía y decía con voz fina y flojito: “ no te entiendo “Al poco tiempo dejo de preguntarme y ya no contestaba ni el “hola”, creo que se debió molestar, pero no me importó. 
A la semana un chico morenote dijo, que si él tenia las mismas asignaturas que yo, lo lógico era que estuviésemos sentados juntos, cosa que agradecí enormemente, además de guapo, casi no hablaba y eso a las cuatro de la tarde en agosto y con problemas de matemáticas o física delante, era un alivio.

Todos los días de aquel cruel verano, a las tres y pico de la tarde, bajo un sol abrazador y con la botellita de agua, que mi madre me ponía por la mañana en el frigorífico, salía de mi casa buscando sombra en la calle hasta la dichosa academia, pero a esas horas ni la sombra salía, creo que solo salíamos, los alumnos, los profesores auxiliares y por supuesto Don Eugenio, que por cierto, nunca lo oí decir “hace frío o calor”. El resto de los mortales estaban en sus casas a buen recaudo.

La academia era nueva y parece ser, que el instalador de aires acondicionados dejó el trabajo para más adelante “para no molestar en las clases”, eso se oía comentar. Dos enormes ventiladores nos recibían, pero allí hacía calor. Tenía que estar de cuatro a ocho, una eternidad.
Mi venganza era, que cuando mis padres me preguntaban como llevaba las clases, solo respondía ¡bien!, me gustan mucho y ya no daba más explicaciones.

Aprobé.

Pero ese mismo año aprendí, por otros motivos, que no se pueden hacer planes a largo plazo. Los castillos de arena, se acaban cayendo.









viernes, 23 de enero de 2015

EL MENDIGO



Fue la primera vez que lo vio. La primera impresión que tuvo de él.

Agachado, viejo, con sombrero. Debió ser alto en su juventud, pero la vida, también le había cobrado lo suyo en altura.
Ya le habían hablado de él, pero jamás pensó , que esas fuesen sus condiciones normales de vida.

Lo miró desde lejos y vio algo más que un bulto, con la frente tan cerca del suelo, que creyó que se caería. Recogía colillas, esas colillas que tenemos prohibido tirar, pero que lo seguimos haciendo, pensado que una sola más, no perjudicará el entorno y que a él le servían para continuar un poco más con su vida de fumador.

Vio sus manos y sus tres abrigos puestos como capas de cebolla y miró su cara intentando ver sus ojos. Pensó en él con ternura. Como debió ser cuando era joven, las personas que lo habrían querido. Cuando era niño, cuando reía y cuando pensaba en su futuro, sus primeras ilusiones y logros y pensó en sus padres, en la alegría de tener un hijo y desear lo mejor del mundo para él.

De pronto, se acordó del fondo de los soportales de la calle de Correos, donde cada vez que pasaba había cartones y olor a orines, donde aquella vez, acompañada, dejaron una gruesa manta y comida en una bolsa de plástico y de la avidez con la que devoró otra  vez, alguien parecido a él un bocadillo, que dio con tristeza y mano temblorosa, porque el nudo que tenía en la garganta no la dejaba tragar saliva.

La mujer, sintió mucha vergüenza por su vida, por la de ella misma. Pensaba, ¿qué había en el destino, para no ser ella la que dormía bajo cartones o esperando algo de otros? Eran dos seres humanos iguales, ¿por qué esa diferencia?
¿que había hecho uno de bueno y otro de malo, para estar así?

Y sintió una pena profunda y muy grande, más grande que una pena normal de esas que hacen llorar. Esa no limpiaba los ojos, ni mojaba la cara, esa partía el alma. Era tan fuerte, que no se podía llorar.

Pensó en los políticos, putos avaros podridos y corruptos que no tenían alma, ni ojos, ni dignidad para dejar que la pobreza y la miseria tocaran su país. Pensó en ellos como sombras dirigidas, marionetas sin caras. Como las sombras de los teatros chinos antiguos iluminadas con velas. Volvió a sentirse inundada de pena, pero no por ellos, para todo el que consentía esto, sentía odio y un asco atroz.

Pasó al lado del hombre que seguía recogiendo colillas y sin que él se diera cuenta ni lo notase quien iba con ella, lo abrazó muy fuerte y lloró en su hombro.

Al cabo de unos días, lo volvió a ver, iba con sus capas de cebolla , su mugre y su sombreo, empujando una bicicleta llena de bolsas, llevaba tantas que le era casi imposible mantenerla en equilibrio. Más allá, en la larga calle llena de gentes, un viejo con un acordeón tocaba una canción de Matt Monro “Que tiempo tan feliz”. 

Todo le pareció, una paradoja ridícula.


 
Dedicado a alguien, que jamás lo leerá.

sábado, 3 de enero de 2015

EL HOMBRE QUE LLAMABA A SUS NÚMEROS



En todas las familias, están los listos, los sabios, los estudiosos, los más torpes, los quejicas, los incondicionales, los ocurrentes los curiosos y los que a solo les gusta vivir por vivir. Encuentran un trabajo para subsistir y simplemente viven, sin más complicaciones.

En este caso me voy a referir a los que aman la vida. Para mí son las personas, que teniendo una mente brillante y habiendo podido desempeñar cualquier oficio sin techo profesional, han preferido algo más simple. Vivir la vida con más plenitud, con más intensidad, y por lo tanto dedicándose más tiempo a él y a los detalles pequeños. Vivir para la vida, con tanta fuerza, que podrían ver crecer una margarita y notar los cambios que la naturaleza produce en ella, día a día.

En este grupo se encuentra un familiar mío, concretamente un tío. Realmente, no es tío directo, es el tío de uno de mis padres, el menor, que tan solo tiene unos años más que mi madre. Pero que desde pequeña, nos dijeron a todos, este es el tío Anselmo y como tal quedo en la familia. Yo más bien me inclino por la creencia, de que es un primo segundo o tercero, de esos que hay en todas las familias, por que cuando he preguntado el parentesco, me hacen remontar a primos de primos y se aleja eso mucho de mis conocimientos en Genealogía.

Persona amable donde las haya, detallista y encantador. Buen profesional. Su oficio se podría definir como “ dedicación completa a la tecnología  audiovisual” y el cual se ha ido haciendo querer a través de los años, integrándose en la vida de todos, en las de uno más que en las de otros, formando parte de nosotros y participando en los eventos familiares.

Hace  un tiempo y aprovechando una reunión familiar, donde aun sin avisarlo, siempre se encuentra presente. Y yo siempre me pregunto “¿cómo se ha enterado?” y nadie, admite nunca haberlo llamado, pero es igual, su presencia es agradable y no estaríamos completos sin él, en torno a una mesa.

Pongamos en marcha la imaginación. Hombre alto, delgado, elegante en el vestir y en las formas, buen y amplio vocabulario, lo que en lengua anglosajona diríamos un “gentleman” de los pies a la cabeza. Pero que a su edad aun permanece solo. Su amor ideal, no ha existido nunca, quizás porque nunca ha pensado que las mujeres somos de carne y hueso, y a veces deseamos más un beso, que un ramo de flores.
Yo, desde joven, le he ido conociendo novia tras novia y cuando todos pensaban que era la definitiva, ¡paff! ruptura, lo cual hacia que cuando nos presentaba  a sus novias, yo al menos, intentaba no tomarles mucho cariño, porque sabía que mas tarde o más temprano, llagaría la siguiente.

Anselmo, el tío eterno de la familia de mis padres y ahora, de la de mi hermano y la mía, tiene un leve defecto…bueno algo más que leve, pero que a mí personalmente me hace mucha gracia. Su cabello…su cabello es encrespado. Es curioso, él dice que es el único defecto que tiene, aunque, aun queriéndolo mucho, reconozco en mi fuero interno, que tiene muchos más, como todos los tenemos, y yo la primera de la fila en lo referente a defectos.
Esta pequeña tara reconocida en él, por él mismo, a veces lo lleva a situaciones muy curiosas.

Hace tiempo cuando empezó su alopecia, comenzó a dejarse por los laterales de la cabeza el cabello más largo, de manera que a la hora de peinarse, subía el lateral izquierdo hacia el lado derecho de su oreja y el derecho hacia el izquierdo, formando una especie de cruceta en lo alto de la cúspide craneana, pareciendo así desde lejos…muy de lejos, que tenia cabello. Así se tapaba la calvicie, que él decía incipiente, pero que con ojos técnicos era bastante avanzada. Esto me parecía gracioso e incoherente, “donde no hay…..no hay”. Pero cada uno es dueño de su cuerpo y si él se veía bien, pues bien estaba. Más tarde, pensó en los injertos de cabello…y lo hizo, pero se necesitaban demasiados cabellos para tapar tanta calva y lo dejo. Se hizo trasplante solo en el comienzo de la frente.

A veces pienso que sin quererlo, es donante de pelo.

Miles…miles de veces le he dicho: “ rápate la cabeza, es atractivo para las mujeres” ¡qué horror! decía…jamás, haré eso. Y yo, para convencerlo y también, todo hay que decirlo, por la curiosidad de ver si tenía piel, debajo de esa maraña de pelo, volvía a insistir, diciendo “pues a las mujeres, nos gustan los hombres calvos”, el me preguntaba, ¿a todas? y como una experta, que no soy en la materia, asentía una y otra vez diciendo que resaltaría sus ojos verdosos y su altura…en fin lo que él quería oír. Pero nunca ha habido manera de convencerlo del todo y aun sigue con su maraña.

Los días de viento, el tío Anselmo, no sale para nada. El viento es su enemigo.
Una vez, coincidí con él en la calle, un día que empezó una racha de viento. Él terrible viento que por fin me dejo ver su lustrosa calva. Se formó un remolino, de esos que hacen que las mujeres nos agarremos las faldas y los vestidos, y en un plis-plas, el viento que empieza por el suelo, se elevó hasta su altura, llegando a su cabeza y haciendo que sus dos tufitos de cabellos laterales, se desplazasen hacia atrás y mi curiosidad quedó satisfecha. Desde ese momento le di toda la razón, cada vez que decía “me estoy quedando calvo” yo pensaba: “ no, tío Anselmo, ya lo estás”. Le regalé una gorra de visera, para que no se perdiese los maravillosos días de otoño ni invierno.

Jamás se la he visto puesta, lo que me indica que nunca sale cuando hace viento.

He visto fotografías de su juventud y realmente era guapo y bastante. La belleza en mi familia viene de parte de mi madre, dejando para la familia de mi padre la belleza de andar por casa, que es la que yo he heredado.

Pues, bien… en una de esas reuniones, en las que, se habla de todo y                        
todos hablábamos, unos con otros en un ambiente cálido y agradable, es decir, esas conversaciones donde todos hablan y pocos escuchan. Él después de servirse un trozo de carne dijo, “ pues yo llamo mis números”. Fue en ese instante, en ese preciso momento en el que pronunció esa frase, donde perdí el contacto con los demás y me centré en lo que había llamado tanto mi atención, ¿tus números? dije mirándolo a los ojos, así que, deje de oír al resto de los que estaban en la mesa y me dije, “esto promete ser muy... pero que muy curioso”.

¿Y cómo puedo saber yo cuales son mis números?, pregunta que hice, queriendo saber más del tema. Es fácil, todos tenemos números, me afirmo. El más importante, tu fecha de nacimiento, después tu D.N.I, después el de tu casa y distrito y así vas formando una serie de números que van dejando rastro en tu vida, lo único que tienes que hacer es buscar en ellos a personas.

No me lo podía creer y pensé en algún trastorno leve, o una simple desubicación. pero continuó hablando:
Yo comencé, preguntándome quien tendría mi D.N.I por número de teléfono, pero como me faltaban un numero, añadí el primer número de mi teléfono.
Llegados a este punto, me hubiese ido con él a otro sitio, para que me lo contase todo, el resto ya no existía. Me centré en él.

La primera experiencia, fue extraña, continuó, pero hace un par de años intenté la cadena, que se corto solo seis números después. Espera, no me líes, empieza por la primera experiencia, dije tocando su brazo, en señal de calma.
Pues tomé mi número de carnet de identidad, como me faltaba un número, le puse el seis delante, que es el número de mi teléfono y hace cuatro años que envío a esa persona, por Navidad, mis felicitaciones, y te contesta, pregunté asombrada y pensando: ¿cómo no se me ha ocurrido a mi?
No, no contesta, pero una vez logré oír su voz. Mi curiosidad iba aumentando, ¡había oído la voz de la persona desconocida!
Rápidamente, las preguntas se agolpaban en mi boca, eran tantas, que no se cual fue la primera. Él me miró, se echo a reír y acerco más su silla a la mía, como si me fuese hacer una confesión, como un acto secreto.
La llamé, en navidades hace cuatro años, y no descolgó el teléfono, pensé que sería una chica guapísima y que estaría en una fiesta espectacular y no lo había oído. ¿No pensaste que podría ser un hombre?, en ningún momento se me ocurrió, siempre pensé en una mujer, una modelo idealizada por mi y que podría convertirse en el gran amor de mi vida (tuvo varias experiencias amorosas, todas fallidas y sigue viviendo en el celibato, quizás por ser tan exigentes con el resto del mundo, como con el mismo).
Más tarde lo intenté por las fechas de los reyes magos, por semana santa y por la feria de abril, pero el día de mi cumpleaños, creí que tendría suerte y así fue ( yo, ya no hablaba, ni preguntaba, no quería distraerlo y me convertí en una oreja gigante, para que ninguna de sus palabras se me escapasen), ella descolgó el teléfono, él se quedo callado y entonces pregunté ¿y qué tal? Continuó, diciendo: sentí como si mi corazón, hubiese pasado por una maquina de triturar carne, ¿de emoción?, claro que fue de emoción, pero era una emoción decepcionante, ¿era una mujer?, sí, era la voz de una mujer, que tendría unos setenta años y que con una voz grave, tosca, desagradable, y casi a gritos, me dijo un “¿diga?”, que fue el que trituró mi corazón. Ya no quería saber más, lo noté decepcionado, pero él continuó… creí que más que ser, el gran amor de mi vida, podría ser mi cómplice, en la búsqueda de números que me había propuesto. Ahí le di toda la razón, el amor se puede llegar a romper, por muchos motivos, pero la complicidad jamás. ser cómplices con otra persona, es algo parecido a la amistad, pero varios peldaños superiores.
Un cómplice se siente libre ante el otro, porque los dos comparten un mismo interés, un mismo secreto.
¿Llegaste a saber cómo se llamaba la mujer?, no, pero pregunté por María, ¿y qué te dijo? Él se echó a reír con todas sus fuerzas, tanto, que pensé que me había tomado el pelo, con toda esa historia. Pero prosiguió. Ella contestó con la voz mas masculina que jamás oí a una mujer, y dijo: “ aquí no vive ninguna María, yo soy Elena” y me colgó.

Entonces se levantó y se dirigió a un sillón donde estaba su chaqueta, sacó su móvil, volvió a sentarse a mi lado y comenzó a demostrar que toda su historia era verídica. Me enseñó su carnet de identidad, para que viese el número y todos los mensajes mandados por él. Todo era cierto. Pero vi una serie continuada de mensajes cambiando solo su último número de carnet, ¿y esto?, él me había contado la historia y yo me creí con derecho a preguntar. Estos son las series, ¿las series?, sí, solo hay que cambiar el último número, mandas una felicitación por Navidad, diciendo que tu número de carnet es parecido a su número de teléfono y que te gustaría saber de donde es, solo la ciudad. He llegado hasta cinco números, me los enseñó vi las ciudades de procedencia y era cierto, ¡era todo cierto! y además, ¡habían contestado!

Hoy hace un día de mucho viento y me he acordado de él. He tomado en mi mano el teléfono para llamarlo, pero no lo he hecho.

Me gusta la idea, quizás la haga…la hago, ahora estoy metiendo mi número de tarjeta de identidad, no sé lo que encontraré, pero siempre estoy a tiempo de dar un paso atrás.

Me hizo soñar, mientras me contaba la historia, me veía de pequeña, introduciendo en las botellas que iba guardando en mi casa durante todo el año, esos mensajes que en verano tiraba al mar.