viernes, 18 de julio de 2014

ERA DE PINO



Todo estaba preparado, pero esta vez yo no podría ir. La aventura comenzaría sin mí, días más tarde me intentaría incorporar.
 
Las vi alejarse, después de nuestra despedida y me quedó en el cuerpo una sensación extraña, esa sensación que experimentas cuando crees que te pierdes algo estupendo, sientes tristeza por ti y llegas a preguntarte, ¿para qué sirve lo que  estoy haciendo, aquí y ahora?, pero les deseaba el mejor de los viajes y sabía que esos días sin ellas, harían las horas más lánguidas y pesadas  y cada vez que pienso en algo así, recuerdo los relojes de Dalí.
 
Habían terminado los exámenes para ellas, y era justo lo que se decidió, antes de volver a las casas paternas, un viajecito solas.

Nunca. Nunca, que puedo, renuncio a un viaje, quizás sea verdad lo que dice una amiga y en el fondo lleve mucho de Billy Fog, pero algo nuevo, es algo nuevo y creo todo lo nuevo aporta experiencias. Algunas mejores que otras, pero con el paso del tiempo todas las recordamos. 

Así que, me quedé con mi frustración , mi pena y mis brazos apoyados en el borde la ventana, mientras las veía alejarse cruzando la enorme plaza y tirando de sus maletas con sus mochilas colgadas, mientras yo recordaba  a Dalí y al mirar al cielo y ver tantas palomas como hay en esa plaza, pensé: “el tiempo vuela”

Lo tenían todo planeado, pero el presupuesto como siempre era corto, muy corto, había que reducir gastos y el gasto más importante era el transporte.
Se dirigieron a la estación y antes de llegar alguien dijo: ¿y si hacemos autostop? Se miraron entre ellas, me imagino que con cara de interrogación y después de dudar un poco, creyeron que era lo mejor.

Si yo hubiese ido, esto no hubiese pasado. Me da vergüenza incluso levantar la mano para llamar un taxi y siempre miro el pilotito a ver si está en verde o rojo y cuando hay dos filas de taxis a la salida de un aeropuerto o una estación, me acerco al que creo que es el primero y mire usted por dónde, siempre es el del lado contrario, en la fila de enfrente.
En una ciudad, una vez estuve casi media hora a la salida del aeropuerto, intentando tomar un taxi para llegar a otro aeropuerto, hasta que al final me di cuenta que había unas barras formando un carril, donde se hacían las colas para los taxis, no las vi, estaban muy alejadas de los vehículos y eran los propios taxistas los que recogían a los usuarios y sus maletas, esto encarecía el coste del transporte.
No es que vaya tomando taxis por todo el mundo, es que salía el avión que tenía que tomar de otro aeropuerto y no llegaba a tiempo y con mucha coincidencia y astucia, el ayuntamiento de la ciudad, nunca prevé esto. No había autobuses de aeropuertos, ni urbanos, ni metro, ni nada para llegar, solo taxis, así que tuve que pagar a un taxista que me quería dar la vuelta por todo París, cuando yo, lo que iba era a un punto determinado y concreto, París no era mi destino.

Ellas abandonaron la idea de pagar el transporte y se dirigieron  caminando por la larga avenida que llevaba a las afueras de la ciudad. Allí comenzaría la aventura.

Lo primero que hablaron fue, que ninguna de las tres se pondrían al lado del conductor, además tenía que ser un coche amplio para los bártulos, que fuese al lugar exacto de la costa a la que iban y que no fuese un camión. Dos se quedarían un poco más atrás y una de ellas, sería la que levantaría la mano, de forma que si paraba alguien, acudirían las dos y entrarían las tres en el vehículo. Las condiciones eran, dar poca conversación, no decir nunca donde se alojarían, tiempo que estarían, ni sus nombres. Dar solo datos inconcretos, difusos y contradictorios.
 
Después de esperar mucho tiempo, porque nadie paraba, vieron a lo lejos un coche que tenia los requisitos que deseaban y pusieron en práctica su plan, con la suerte de que el buen hombre paro. Rápidamente acudieron las dos restantes.
Se abrió la puerta delantera y ninguna subió. Gracias atrás vamos más cómodas, dijo una de ella. Se acomodaron como pudieron con todo el equipaje, en la parte trasera. Cosa, que al hombre debió extrañarle mucho, pero la idea de este hombre era hacer un favor a tres jóvenes que muy bien podrían haber sido sus nietas.
Después de un breve saludo, es lo que me contaron, el hombre encendió un cigarrillo. Ellas se comunicaban entre sí por medio de codazos y señales visuales, no querían revelar nada.

Y ¿adónde vais concretamente? A la costa, dijo una de ellas. Si pero la costa es muy grande, continuo el hombre, ¿a qué zona? Bueno concretamente a la costa, lo que es decir a la costa, no vamos. Aun no sabemos por donde nos quedaremos, ni el tiempo que estaremos, ni donde nos alojaremos, están esperándonos los padres y los tíos de una amiga que tenemos allí. Con lo que ellas ya daban por finalizada la conversación y la información que debían transmitir al desconocido, y pensaban que la misión del conductor era: conducir, callar, no preguntar nada, estar atento a la carretera y punto.

Después de más de media hora de viaje, el hombre se había fumado unos dos cigarrillos y pensó que el olor a tabaco podría ser muy fuerte, no dijo nada, era prudente y siempre pensando en el bienestar de sus viajeras, bajo las ventanillas durante unos minutos, las volvió a subir y abrió un compartimento interno del coche sacando un bote y poniéndolo en el asiento del copiloto, el que ninguna había querido ocupar.
Aquí, en este punto, las miradas de reojo y los codazos que continuaban entre ellas, se habían hecho más fuertes y patentes. Era un dialogo mudo, gesticuloso, que el bote que había sacado el hombre, lo había acelerado, hasta casi olvidar el tacto con el que se habían comunicado desde el principio.

El conductor se fue desviando hasta parar en el arcén, tomó el bote se giró levemente y presionó el espray, mientras las miraba con una sonrisa y haciendo un leve guiño con un ojo, al mismo tiempo que una de ellas decía a gritos: “ ¡No respirar, es droga, nos quiere drogar! ”, las tres al unísono se taparon la boca con las dos manos, dejando atrás cualquier tipo de disimulo, pero antes de hacerlo imagino que tendrían que tomar aire, por lo que la droga de ser así, hubiese llegado antes a sus pulmones, además el hombre hubiese tomado su propia dosis también, estaban todos en el mismo coche.
El hombre, se quedo atónito mirándolas, sus ojos se abrieron reflejando incredulidad y sorpresa y dijo con voz alzada, ¡Es ambientador!, pero ¿qué os habéis creído?, ¡fuera del coche!, ¡fuera!  Las tres saliendo despavoridas y tomando una bocanada de aire fresco, al llegar al exterior.
Se vieron sin transporte, con las maletas y solas, en medio de no se sabe qué punto de su destino.
Se miraron unas a otras, y con alegría, con la que la juventud acoge cada nueva experiencia, comenzaron a reír de forma incontrolada, mientras una de ellas, entre risas entrecortadas, decía: “ era de pino”.

Y yo, pensando en Dalí y mirando las palomas de la plaza, si saber lo que me iba a perder.