domingo, 29 de septiembre de 2013

PSICOLOGÍA MÉDICA



Recuerdo estas fechas, ahora con una sonrisa en los labios, pero hace algunos años lo hacía aun con temor.

Vivía yo en Cádiz, fue mi segundo año allí y después de tener la experiencia de estar viviendo en el Colegio de Médico, decidimos dos amigas y yo alquilarnos un piso.
La búsqueda de él, supuso una tarea ardua. Éramos tres de carreras distintas, Lola estudiaba químicas en Puerto Real, que era donde estaba entonces esta facultad en Cádiz, Carmen magisterio en el mismo Cádiz capital y yo que estudiaba medicina a cuatro pasos de la facultad.

Un día en mi habitación del colegio médico, donde viví una etapa muy bonita de mi vida y donde nos reuníamos a charlar o a tomar café y que era el punto de referencia para tratar temas importantes, sobre todo asuntos de la sociedad en general. Decidí proponerlo. Era caro para un estudiante vivir allí, yo no quería pedir más dinero a mis padres al igual que ellas y los fines de mes, aun estirando el dinero, eran “fines de mes” en el amplio sentido de la palabra. Siempre nos estábamos pidiendonos dinero unas a otras, esperando a que el ingreso nos llegara, de nuestros padres, o a cobrar las clases extras que dábamos.

Carmen a niños con apoyo escolar después de las clases, Lola daba clases a niños de un nivel superior que ya tenían química en sus colegios y no iban bien y yo como no podía dar clases de Anatomía, Fisiología, ni nada de esos, daba clases de idiomas a grupos reducidos. Pero todas eran clases dadas por estudiantes y por lo tanto mal pagadas. Ahora desde la distancia, veo que fuimos, tres explotadas en nuestros conocimientos, por padres con niños vagos, flojos y consentidos, que querían que todo se lo diesen hecho y servido en bandeja, pero en aquella época ese dinerillo “extra” nos venía muy bien a las tres.

Creo que de ahí viene mi afición a las manzanas, de la cantidad de ellas que tuvimos que comer. Era una fruta barata entonces y además yo conocía en la facultad a un chico, que su padre tenía un campo y siempre me llevaba manzanas, no para mi, que no era yo la que le interesaba, las llevaba para Lola, y todos los días traía una bolsa con seis o siete que yo me encargaba de dárselas a ella y las compartía con nosotras, porque no le gustaban demasiado, vamos, no le gustaban ni las manzanas ni el chico, hasta que un día que habían quedado se lo dijo claramente y se acabó el chollo de las manzanas, pero ya éramos adictas a ellas. Carmen y yo y tuvimos que empezar a comprarlas en el puesto de Enrique, en el mercado de abastos, donde ella iba todos los días, porque tenía que pasar por allí para llegar a su facultad.
El hombre se tuvo que dar cuenta de nuestra adicción a esta fruta. Algunas veces los viernes que yo no solía tener clases , solo practicas y entraba a las diez de la mañana, era yo la que iba. No me preguntaba que quería y cuando tocaba el turno para despacharme, ponía en una bolsa ocho o nueve manzanas de las mejores y más grandes y sin pesarlas y haciendo un leve guiño con su ojo izquierdo, decía : “esto es, lo de ustedes”, siempre nos cobraba un kilo, aunque a veces había dos.
Después de mucho tiempo lo volví a ver en ocasiones, pero la última vez él ya no estaba. Enrique nos solucionó las cenas de “final de mes”, más veces de las que el hombre pueda imaginar.

Pues haciendo cuentas en mi habitación del colegio médico, llegamos a la conclusión de que, con lo que pagábamos allí, por la habitación, almuerzo y cena. Podíamos vivir como reinas, en un piso que alquilaríamos solo las tres. Debía ser grande, cerca de dos facultades, la de medicina y magisterio, porque químicas estaba afuera , en un pueblo.
Nos pusimos manos a la obra y vimos bastantes, pero lo queríamos grande y …dimos con él.
En plena plaza San Antonio, seis habitaciones, dos salones, dos cuartos de baño y uno de aseo, una cocina inmensa y una despensa, como yo nunca había visto, era más grande que la de mi abuela, que creía que era la mujer con la despensa más grande del mundo. Además tenía unos techos altísimos, lo que hacía que aun tuviese más sensación de amplitud.
Esa misma tarde, nos volvimos a reunir. El piso costaba de alquiler, lo que solo una de nosotras pagábamos en la residencia de estudiantes y decidimos tomarlo.

Pero como todas las “gangas” tenía una dificultad. Debajo había un “pub”. Que con el tiempo fue el centro de reuniones con nuestras amistades, ya que la casa, era nuestro templo. 

Era un tercero sin ascensor y todos los vecinos, gentes estupenda y mayores, lo primero que nos dijeron fue :
Que no querían ruidos, ni peleas, ni gritos, ni guitarras, ni música después de las diez de la noche, ni que se tendiera en los patios interiores, que no se tiraran chicles por las escaleras ¿?, que intentásemos estar en la casa antes de las diez de la noche, ¿tendremos llaves? – dije -¡sí! – contestó mirándome a los ojos, el “presi” de la comunidad. A la vez que recibía un suave codazo de una de mis amigas, (era la hora a la que cerraban la puerta de la calle y tenía un pestillo que echaban por dentro  y todos los inquilinos estaban seguros en sus refugios), que no subiésemos las escaleras corriendo (retumbarían nuestros pasos en sus casas), que no se gastara mucha agua (era comunitaria), que no tendríamos acceso a la azotea, que no diésemos carreras en el piso (decían que molestaríamos a los del segundo e incluso a los del primero), después de tantos “que no…”, pregunté, ¿y respirar podemos? La respuesta me la dio Lola con un nuevo codazo en el costado, para que me callase, que fue lo primero que me dijeron, cuando supe que el presidente de la comunidad nos quería conocer, para darnos las normas de convivencia en ese regio bloque de tres pisos, de respetables personas mayores.

Me dijeron: “esta tarde a las ocho, tenemos una cita con el presidente de la comunidad. ¿para qué?- pregunté –quiere conocernos. ¿para qué? Volví a preguntar.-dice que tienen unas normas básicas para vivir allí. ¿por qué? - insistí. ¡mira, tu vienes te presentas, dices buenas noches o buenas tardes si hay sol y no abras la boca para nada!, que como empieces a hacerle preguntas, nos quedamos sin piso. Dices a todo que sí,  sonriendo y ya está.

Me comía por dentro con tantas reglas, normas y tontería del señor Félix, como el mismo se presento. Me sentó tan mal que me dijese : yo soy “el señor Félix”, que yo respondí: y yo “la señorita … le di mis dos nombres, que muy pocas personas conocen y mis dos apellidos”, en ese momento me pareció mi nombre de “pilas” completo, el título de una novela por entregas. Mis amigas mirándome se limitaron a decir su nombre, sin poner el tratamiento de señorita delante.

Comenzó la convivencia entre las tres y todo perfecto, nos llevábamos bastante bien, disponíamos cada una de dos habitaciones y las tareas domésticas compartidas no eran un problema. Fue una época estupenda en mi vida.
Un día de los que casualmente, que eran todos, me encontré al señor Félix en las escaleras, le comenté que por favor no echase el pestillo de la puerta a las diez, acabábamos de tener exámenes, era viernes y esa noche íbamos a salir. ¿a qué hora pensáis volver? - ¡no lo sé!, pero más o menos ¿a qué hora? – insistía. Pero, si no es que no lo quiera decir, señor Félix, es que no lo sé. ¿Lo saben vuestros padres? – me quedé anonadada. Tenía veinte años, estudiaba fuera de mi casa, hacia dos, me sentía independiente, responsable, libre y adulta y ese hombre que yo no conocía de nada me preguntaba, ¿que si lo sabían mis padres? - ¡naturalmente!- dije. Aunque mis padres no sabían nada, me conocían, me habían educados ellos y no tenía que da cuenta de cada uno de mis pasos a nadie.
El hombre nos hizo el favor de no cerrar por dentro, pero cuando volvimos a las cuatro y media de la madrugada y llegamos al tercero, cansadas de tanto bailar y reírnos, escuchamos como salió de su casa para controlar la puerta.

Las cuestiones de la ropa entre las tres era otra cosa. Mi ropa, les estaban bien a las dos y decían que la parte de arriba las rellenaban más que yo, y era cierto, tenían más…como decirlo… más… ”desarrollo personal anatómico” y por eso a veces cuando quería una camisa mía, tenía que ir a los armarios de ellas, pero no importaba, eran mis amigas y la casa era común.

Yo arrastraba una asignatura de primero de carrera una “maría” como se le suele decir, era fácil, pero a mí se me atravesó la asignatura, el aula y el profesor y me pasaba la hora y cuarto mirando por la ventana, observando el drago que había afuera y deseando que pasase pronto el tiempo. Así que me vi en mi última convocatoria de esa asignatura, con todo el miedo del mundo y pidiendo al infinito que ese hombre tuviese algún tipo de accidente, no grave por supuesto, pero que tuviese que ser sustituido por otro, porque si no, no aprobaba ni con un milagro.

Al cabo de unos meses, dejo de dar clases y me asusté por su ausencia. En su lugar vino un recién graduado guapísimo y rubio como un nórdico y todas las chicas, nos quedábamos embobadas en clase, hasta que un día lo recogió su pareja y le estampó un beso tan apasionado en la boca y en las puertas de la facultad, que los que salíamos en ese momento estuvimos asombrados más de dos días, más que nada, porque su pareja era otro chico tan nórdico como él.
El profesor anterior dejo de dar clases porque había sido padres y tomó una baja voluntaria para disfrutar de su pequeño retoño, heredero de sus apellidos y genes.

El examen de mi última convocatoria en esa asignatura, lo harían un jueves, nos presentaríamos solo cuatro, los demás habían decidido dejarla para septiembre, pero yo me la quería quitar de en medio como fuera y decidí presentarme. Esta asignatura pendiente, no me dejaba disfrutar de las que realmente me gustaban y a las que no me costaba trabajo dedicarles todo el tiempo que fuese necesario.

Dije : Lola, si te pones una chaqueta mía, ponte la amarilla, mañana tengo el examen gordo de Psicología Médica y me quiero poner la vaquera que me trae suerte. No te preocupes, tu tranquila no la cogeré. Fue su única contestación – y la creí.
Por las mañanas hacia frio, aunque a las tres de la tarde la chaqueta sobraba. El examen empezaba a las nueve, pero yo iría antes de las ocho, más que nada para repasar las dudas de última hora y necesitaba una “chaquetita”, además la vaquera me traía suerte.
Cuando me dispongo a vestirme, no la encuentro por ningún lado, miraba el reloj y cada vez estaba más nerviosa, no la encontraba. La llamé por teléfono y dijo que no se acordó de la que yo quería.
No me lo podía creer, un examen de última convocatoria con algo de color “amarillo pollo”, eso no me podía estar pasando a mí, era un mal sueño del que no despertaría hasta después del examen.
Fui al dichoso examen con color amarillo. 
Allí los estudiantes de medicina dicen que si pasas, por la iglesia de San Antonio antes de un examen y tocas uno de sus quicios, apruebas. Yo vivía en plena plaza, donde estaba la iglesia y por probar no perdía nada. Me dirigí a un quicio, antes de la puerta principal y de repente una paloma, me dejo una muestra del final de su proceso digestivo completo, en el hombro, pero esa paloma no debía estar bien o le habían echado los niños muchas miguitas de pan, porque la digestión la tenía muy fluida, tanto, que chorreaban los restos que me había depositado encima por toda la delantera de la chaqueta. Me empezaron a entrar sudores fríos y un calor a la vez, que no eran normales para un organismo sano como el mío, me dieron ganas de llorar y una desesperación de ¿y ahora qué hago?, que me dejó sin respuestas para mí misma.
Una señora devota que iba a entrar en la iglesia, me dijo : “ hija, que pena, con lo mona que ibas”, ¿vas a misa?, ¡no te preocupes ante Dios todos somos iguales!.
¡No! -  contesté, si hubiese hablado algo más con la mujer, me hubiese puesto a llorar. 
Por el camino pensaba, si vistos los acontecimientos, no sería lo más sensato volverme y dejarla para septiembre. Pero soy testaruda y había tomado la determinación, de hacer el dichoso examen que me amargaba, cada vez que veía el tocho de apuntes encima de la mesa de mi escritorio. Creo que le he dedicado más tiempo a esa asignatura que a ninguna otra.
Llegué a la facultad sin contar las veces que me preguntaron : ¿qué te ha pasado?, pues estaba claro, la sustancia pastosa lo decía todo. Intentaba limpiarla, pero era peor, se expandía cada vez más. Así que decidí tomarlo como una señal divina de que iba a aprobar el examen.

Entre una cosa y otra, llegue casi a la hora justa, me dirigí al aula cinco de la primera planta y no vi a nadie, pero oí hablar al profesor antiguo con alguien dentro y entré. ¿usted viene al examen de última convocatoria? –sí . Pase y siéntese – ¡no!, espero a mis compañeros afuera, ¡no, si al final la han dejado todos para septiembre!. ¡Se habían rajado!, ¡habían sido todos más listos que yo!, ¡ahora sí que no aprobaba!, un examen solo para mí. Sin oír el ambiente de examen, sin ver gestos de ¡esto de qué va!, sin el murmullo silencioso de las mentes concentradas, y sola en un aula que parecía una sala de cine. Pensé que lo de la paloma no era un presagio de buena venturanza sino de desastre total.

Me pidió el carnet de estudiante y el de identidad, me entregó el de identidad y se quedó con el de estudiante. ¿no sé de quien, iba a copiar? Me indicó un asiento a tres metros del suyo, en primera fila. Donde no me sentaba yo… ni, cuando no había sitio. Definitivamente, todo estaba en mi contra. Me miró y dijo: ¿yo a usted la conozco?, como no me iba a conocer si me había suspendido un montón de veces. Si ya no sabía cómo le iba hacer a este hombre el examen, si me suspendía con 4,7 porque decía que podía dar más y me faltaban esas “decimillas”, tan importantes en una carrera de ciencias, como él decía.
¿Qué le ha pasado en la chaqueta?- “una paloma”, dije seca, total ya me veía suspendida, qué más daba lo que me había pasado.
Me entregó una hoja de examen con diez preguntas teóricas, que cada una era un tema y cinco prácticas, que eran practicas hechas en laboratorio de comportamiento animal. Dijo, tenga, tiene dos horas y media mucha suerte. Eso era lo que yo necesitaba suerte y un milagro, pero de los grandes.

Escribía y escribía como una máquina, ya me daba igual no razonar las respuestas, quería teoría pues teoría al canto. Hice cinco teóricas y tres prácticas y el tiempo corría en mi contra, cuando de pronto, dice, ¿aún no ha acabado?. Me ha dado poco tiempo, para tanto volumen de teoría. Señorita, solo tenía que escoger una y una. Pero usted no me ha dicho nada - comenté. Lo siento, me imaginé que lo sabría. Si usted no dice nada, yo no lo sé. Entregué el taco de folios y me dispuse a salir, de aquel sitio de tortura. ¡Espere, quiere saber su nota! –¡sí, claro!. Leyó por encima solo las prácticas y a los cinco minutos puso un 8,50 sobre diez, que me sentó como un tiro, porque era el peor examen que había hecho en mi vida, de esa asignatura.

Sentí pena por él, yo realmente era una estudiante que me consideraba del montón, salvo en algunas asignaturas que me gustaban mucho y pensé : ¡qué hombre tan triste! ¿a cuantos que realmente valen, les estará amargando la existencia? 

Por lo demás, una de ellas, cuando acabo la carrera encontró plaza en un colegio privado, otra hizo la especialidad de Etnología y yo…bueno mi vida, no tiene nada de especial interés.







jueves, 26 de septiembre de 2013

EL JUEGO



El niño aquel día se quedó muy triste, por fin se había dado cuenta que su amigo y el de su amiga, la niña china, no solo era amigo de ellos. Siempre habían sido tres, nadie más había podido nunca entrar en ese grupo, porque era hermético y cerrado, nadie lo conocía, serían amigos para siempre, solo tres, después… tenían conocidos por separados, pero solo conocidos. Y él sintió que ese círculo de amistad eterna se acababa de romper.

Julio sabía el secreto de su amiga “la china”, como la llamaban en el colegio desde que entró.

La pequeña, notaba que no era igual que sus padres, lo veía cada vez que se miraba en el alto espejo que su madre tenía en su habitación, donde siempre tenía en un lateral, colgado un pañuelo de seda con bordados de flores y que le decía que era de su abuela. Ese que ella se ponía al cuello cuando se disfrazaba de mayor o se lo ponía su madre cuando salía con su padre muy arreglada, aquel que tan bien olía, al perfume de su madre.

La diferencia que notaba la niña, nunca se lo había dicho a ellos. Sus ojos rasgados le recordaban en todo momento, que su origen era distinto y esperaba con mucho miedo a que sus padres, los que la habían criado y los únicos padres que conocía y a los que quería, les dijesen esa gran verdad que ella sabía desde hacía mucho…mucho tiempo atrás. Solo Julio sabia sus temores… solo él.
Se conocían desde hacía bastante tiempo, por lo menos desde hacía un año, que para unos niños de ocho, es una eternidad.

El primer día de clase de la chica, fue agradable para ella, por ese niño. El que sería más tarde, más que un amigo, un confidente, un hermano, un gemelo.

Él, Julio con la cara llena de pecas, los cabellos lacios y marrones, los ojos verdosos y las rodillas siempre llena de heridas, de las caídas que daba jugando. Sabía desde pequeño que no era muy agraciado en belleza, aunque sus padres se afanaban en decirle una y otra vez lo guapo que era, pero él al verse la cara con pecas, a veces lloraba sin que nadie lo notase, las odiaba. Quizá a ella le pareció tan distinto a los demás, como ella misma se sentía y eso fue lo primero que le llamó la atención de él, y seguramente a él de ella y de ahí nació una gran amistad y una gran complicidad entre ellos.
Tenían un amigo, al que conocieron casualmente, cuya única pasión era el mar y pronto fueron tres a compartir secretos, bromas y entendimientos con la mirada. Que es como mejor nos entendemos con los amigos de verdad. 

Ellos cuando se miraban no se veían los ojos, ni el color del iris, ni que su forma era diferente, ni las pecas de Julio, se miraban tan profundo al hablar que se veían las almas y cuando hablaban, casi no oían el tono de la voz, porque lo hacían con el corazón, que es la única forma de hablar que tienen los niños de esa edad. Al menos, eso era lo que hacia la niña y su amigo hacían. 

Pero ese círculo fantástico y maravilloso y que parecía que iba a ser eterno se rompió un día, cuando Julio y su amiga descubrieron que no solo ellos estaban en el alma y en el corazón de su amigo.

Tenían la costumbre de dejarse mensajes secretos que solo ellos conocían y sabían dónde estaban. Eran mensajes importantísimos, como : “ en el lateral del segundo árbol grande del patio, hay un hormiguero, con muchas hormigas y hay que dejar migas de pan, del bocadillo del recreo”, y cosas así.

Lo más divertido para los tres, era buscar los lugares secretos : debajo de una piedra de un lugar determinado, en el resquicio de una grieta de la puerta, de la vieja casa del médico del pueblo. En un lugar determinado del colegio. Cerca de la ventana que daba al patio. En la reja, a mano derecha, de la puerta de salida, e incluso en una página determinada, de un libro determinado de la biblioteca del colegio. Allí solían poner un rollito o un papel muy bien doblado, con una  letra que solía ser la inicial del que dejaba el mensaje.

Eran cosas de niños de ocho años, pero que tanta ilusión les hacían recoger.
A los tres, les ayudaba esta pobre ilusión a sobrellevar, el problema tan importante que creían tener cada uno y el día a día en el trabajo, que era el colegio. Sentían la alegría de encontrar un nuevo mensaje y quien había sido de los tres el que lo había dejado.

Pero ya la cosa había cambiado.

Fue un día, cuando Julio, pesado, testarudo y terco como una mula y un desastre para muchas cosas, decidió entrar en un juego, en un juego tonto, al que nunca lo invitaba su amigo, el niño que su única pasión era el mar.

Vio como bromeaba con otros y como se divertía y como los otros les gastaban bromas raras, como las que se les gasta a una persona que conoces desde hace mucho tiempo y notó que la amistad que tenia con uno de ellos, siempre superaría a la que tenia con la china y con el mismo.

Se lo contó con los ojos húmedos a la chica y ella notó como sus ojos, también comenzaron a lanzar, sin darse cuenta y sin querer, gotas de cristales transparentes y sintió, que algo se había roto entre los tres. El niño del mar nunca quería jugar con ella, decía que era su amigo, pero nunca quería jugar con ella, y se preguntaba una y otra vez, ¿por qué conmigo, no? Si lo puede hacer con quien quiera, ¿por qué conmigo, no?, notó que él, que decía que era su amigo, tambien la veía diferente como los demás. Se dio cuenta, que las personas nunca nos pertenecen, que solo compartimos con ellas momentos y que no podemos aférranos a esos momentos.

Julio advirtió, que los mensajes que el creía secretos para él y su amiga, eran mensajes compartidos y que no eran ni para ellos. Se lo había dicho una chica, alguien de los que jugaban en ese juego tonto, con el niño del mar.

“Abre los ojos, le dijo, no solo sois ustedes”, hay más gentes. Solo sois un entretenimiento para él. Él, nos lo ha dicho. Le resulta divertida la ingenuidad que tenéis, pero la mayoría de las veces se esconde cuando os ve porque “ya” les resultáis pesados y no sabe como decirlo.
 
La tomó de la mano y decidieron que ya nunca más lo buscarían, que si él quería algo tendría que buscarlos a ellos. Siempre sabía dónde encontrarlos pero, en ese momento se apercibieron, que nunca había hecho nada por dar con ellos. Esto les hizo pensar y recordaron que ellos siempre eran los que lo buscaban.

No sentían rabia, no… no era rabia, ni celos de amistad, ni nada de eso que decían los mayores. Era decepción y pena profunda, tan honda como la que sienten los mayores, porque la pena, no se puede medir ni pesar ni tiene edad. Se dieron cuenta que este sentimiento se produce cuando los ojos se abren demasiado ante la vida, las cosas y las situaciones, era la primera lección que habían aprendido juntos.

Volvieron a sus casas con una buena dosis de tristeza, resignación y dignidad rota. Pero conociendo lo que era el “amor propio”.

Cuando llegó a su casa, la chica fue tajante en la pregunta a sus padres, ¿de dónde soy?, lo que tanto miedo le había dado que le dijesen alguna vez, desde que notó que no era como ellos, lo dijo así, sin más, de golpe. Creyó, que ya nada le podría hacer más daño.

Y el niño de las rodillas con heridas, cuando iba de camino a su casa, pensó : “ creo que ya soy mayor”.

Habían aprendido su primera lección fuera del colegio.

La vida, a veces, es tan agradecida con nosotros y nos quiere tanto... que nos pone en las situaciones idóneas, en el lugar justo y en el momento adecuado, para que “ un alma caritativa ” nos haga abrir los ojos y esa misma vida, nos da una “colleja” para que espabilemos y aunque duela, es de agradecer.



sábado, 21 de septiembre de 2013

" EL GRILLO"



Si yo fuese grillo, me daría cuenta que hay personas que necesitan dormir.

Pensaba, mientras me bajaba a las siete y cuarto de mi medio de transporte, con los ojos como tomates, por solo haber dormido tres horas y cansada como un zombi, de esos que salen en las películas sangrientas, oscuras y de supuesto terror y que además, siempre van andando con los brazos caídos a lo largo del cuerpo.

Tenía que andar un tramo de calle y miré a lo lejos las largas escaleras que me llevaban a mi trabajo, por un momento creí que habían añadidos más peldaños. Las observé tan bien como la primera vez, hace años. Subía todos los días esos escalones, con alegría y energías, dispuesta para lo que viniese y con la certeza de hacerlo bien, pero sentí que en lugar de subir, iba a escalar, esa era la disposición de mi ánimo, ese día. Era un día tranquilo… menos mal, y volvería antes a mi casa.

Yo, que padezco de un sueño excesivamente ligero o de lo que técnicamente se considera “insomnio ocasional o frecuente”.
Yo, que cuando tengo una preocupación, por lo que sea, doy mil vueltas en la cama y acabo levantándome.
Yo, que me conozco todos los ruidos, de una calle ruidosa y de todos los animalillos que pueden haber de noche en un patio.
Yo, si yo, esa noche… tenía sueño.

Hacía ya varios días que por la noche, preparando algo de comer, oía por el ventanal de la cocina que da al patio interior de mi casa, un grillo, haciendo lo que hacen todos los grillos del mundo y que no sé cómo se llama. Porque una oveja bala, una vaca muge, un caballo relincha…pero un grillo, no sé cómo se llama lo que hace, dicen que “cantar” pero lo que se dice cantar…cantar, el de mi patio no cantaba este “grilleaba”. Lo hacía a pleno pulmón, por el ruido que transmitía. Me lo imaginé fuerte, sano, brillante y bien criado. Y en ese momento me sentí contenta de que un grillo hubiese escogido mi patio interior, en lugar de otro, para vivir.

Terminé de preparar una ensalada y salí de la cocina sin hacer ruido, me agradaba ese “grilleo” monótono y constante, e incluso imaginé que el animal debía estar contento, por estar allí.

Esa noche, me quede dormida con su ruidito y pensando, ¿cómo no se cansa? Porque la potencia del ruido, llegaba hasta el dormitorio que está al otro lado, pero como hace calor, todas las ventanas permanecen abiertas durante la noche.
Al día siguiente, al entrar en la cocina y encender la luz, a las seis y cuarto, para preparar café. El animalito se calló, esto que me hizo sonreír y pensar: “ el pobre se calla, porque cree que ya es de día y que la luz, es el sol”. Sí, eso fue lo que pensé… “el pobre”.

Han pasado seis días y ya no pienso en él con tanta ternura, ni simpatía, no lo veo como un “pobre animalito, brillante y contento”, sino como un animal molesto, como un inquilino a la fuerza y no deseado.

Pero anoche… anoche, fue insoportable. Imagino que durante estos días que ha estado en un patio solo para él, ha debido tomar más vitaminas de la cuenta, porque los “grilleos” son más potentes, con más brío, más fuerza, con más energías. Y eso ya no me hace tanta gracia, más bien me molesta. Ya no se calla cuando se enciende la luz de la cocina, creo que le ha perdido el supuesto respeto, que creía, que le tenía al sol y que a mí al principio me hacía sonreír.


Me acosté, como todas las noches. Cuando estaba bastante cansada, para poder dormir, pero al contrario de lo que hacemos todos al acostarnos, que imagino que a todos nos pasará lo mismo y damos un repaso a varios asuntos antes de quedarnos dormidos, me sorprendí contando los ruiditos del grillo. Al contar el “”gric---gric”” numero quince, pensé :  ¡¡¡ pero que estoy haciendo!!!, ¿yo, contando los ruidos de un grillo?, ¡ hasta aquí, podíamos llegar, por Dios Santo !

Me pareció surrealista  y me acordé de cuando se dice que hay que contar ovejitas para relajarse y dormir. El fundamento científico, que lo tiene, es la monotonía. Un pensamiento monótono y constante produce una relajación y esta ayuda al sueño. Esto también lo he hecho, a veces, todas las ovejitas saltan una valla imaginaria, hasta que me aburro y veo una negra saltando en dirección contraria, que además es la única que tropieza con la valla y se me antoja a menudo que soy yo. Entonces pego un salto de la cama y me dirijo a la cocina, que más que una cocina parece una herboristería, porque tengo todas las tisanas de plantas, más de las nadie se pueda imaginar. Tomo la primera, la que sea y la preparo tan caliente, que con frecuencia, antes de que se enfríe, para poder tomarla, ya me ha entrado sueño y la dejo en la mesa, para ver al día siguiente, que de un color miel que debía tener, ha pasado a un tono verdoso oscuro y digo:  “ pues esto, tan sano… no debe ser tampoco”.

Anoche hice lo mismo, pero con el firme propósito de encontrar al día siguiente al animalito y transportarlo en un caja, a un parque que hay cerca de mi casa y por supuesto liberarlo, sería incapaz de matarlo, más que nada, porque soy incapaz de crear a un grillo con vida y no me siento con derecho a quitársela.
Pero antes, he querido informarme sobre su forma de vida y el tiempo que viven, porque si es poco tiempo, no pienso trasladarlo, lo dejaré donde él quiere estar.

Así que pregunté al científico que todos los que estamos leyendo esto, tenemos en nuestra casa y que se llama Profesor Google y me dijo:

El nombre científico es “ acheta domesticus” y solo cantan los machos, curioso ¿eh?

Y aunque en Méjico, grillo se refiere a una persona involucrada en política, aquí no es más que un simple animalito, depredador, territorial y que excava galerías de medio metro, para depositar sus crías. Manteniendo la entrada a su cueva muy limpia, para cantar y atraer a la hembra.
Los chillidos de un grillo, pueden servir como indicador de la temperatura, aplicando una formula matemáticas:

Temperatura del aire en ºC =  ( nº de canto por minutos / 5 ) - 9
 

No hay acuerdo sobre el tiempo que viven, pero parece ser que algunos hibernan y viven varios años.

Todo esto es información sacada de “Wikipedia”, que conste, yo no tenía idea de nada de esto. No llegan a ser mis conocimientos tan amplios en algunos asuntos. Más bien creo que solo tengo conocimientos amplios en un par de cosas en la vida, en lo demás, como la mayoría… conocimientos de “andar por casa”.

Y ahora me pregunto, ¿cómo lo voy a echar de mi casa?, si se que se llama “acheta” y ha hecho una galería, que le ha debido costar mucho trabajo y además la mantiene limpia para atraer a la hembra, ¿y si tiene ya crías?, ¿qué serían de ellas? Además parece ser que a la única a la que le molesta es a mí.

Solo encuentro una solución, lo buscaré, lo observaré e intentaremos tener una conversación sobre horarios, aunque no creo que se atenga a razones, me conozco, acabaré cediendo y sé que al final seremos buenos amigos.

Incluso cuando deje de oírlo, seguro que sentiré pena, de notar que mi amigo “acheta” ya no está en mi patio.

De momento he pensado, ser invisible para él, no lo molestaré y lo dejaré vivir en el patio hasta que  quiera y cuando se quiera marchar, a excavar otra galería, solo tendrá que irse, no tendrá la obligación ni de decirme adiós.