martes, 13 de agosto de 2013

" ALAS "



Hoy he visto algo que me ha indignado, no he podido intervenir, no era cosa mía. Ni tan siquiera merece que lo comente, pero que ha hecho que se confirmen mis sospechas. 
Nacemos libres como el viento pero poco a poco ese viento nos va arrancando plumas de nuestras “alas” una a una ,sin darnos cuenta, hasta dejarnos como un pájaro recién nacido…totalmente indefensos y sin capacidad de decisión.

Yo fui conquistando mi libertad poco a poco, día a día, con mucho esfuerzo, pero contaba con una gran ayuda… mi perseverancia.

Todo lo que era un poco de libertad, para mi madre era un mundo. No comprendía que me hacía grande, ella lo llamaba “rebeldía” pero yo en mi interior lo llamaba conquista de mi “ego”. Había nacido libre y esa libertad la perdería cuando yo quisiese y nada y nadie me iba a convencer que pensase de una manera distinta.

“Mamá, voy con mis amigas al cine”…yo te llevo. “Mamá, salgo con la bici por aquí, muy cerquita”…tu hermano te acompaña. “Mamá, es el cumpleaños de una amiga y después del colegio nos reunimos en su casa para celebrarlo” ¿qué amiga?, ¿cómo se llama?, ¿dónde vive?, ¿tienes su teléfono?, ¿está en tu curso?, ¿la conozco yo? Si todas estas preguntas tenían una respuesta afirmativa, posiblemente consiguiese ir al cumpleaños, pero el interrogatorio terminaba siempre igual…siempre igual, “ yo te llevo y si papá no puede ir a recogerte lo haré yo, no te muevas de la casa”.

Y yo siempre me decía lo mismo ¿qué pensará mi madre que es un cumpleaños en casa de una amiga con sus padres, sus tíos , sus abuelos y sus hermanos allí? Me daba pena tanta protección porque pensaba que mi madre debía haber ido a muy pocos cumpleaños y además no debía saber que las compañeras de cursos distintos al mío también cumplían años, ¿por qué me preguntaba, si era de mi curso?, nunca lo supe.

Mi hermano ya estaba harto de ser el guardián de la “niña” y cuando él tenía planes con sus amigos o con una chica que le gustaba, pero a mí me lo negaba, me decía: “este fin de semana que no se te ocurran ninguna saliditas de las tuyas, conmigo no cuentes, haber si te haces mayor ya de una vez y me dejas tranquilo…” ¿me estaba echando la culpa de no ser mayor? , ¡eso no era culpa mía era de mis padres!

Me dolió tanto lo que me dijo, que durante un mes no use la bici, ni los patines, ni fui al parque, ni al cine, ni mis amigas cumplían años. Pensaba seguir así toda mi vida hasta que me hiciese mayor o me marchitase de tedio, solo colegio y estudio, solo eso… ese era mi castigo para los que no me dejaban sentirme libre por un rato. 
Claro, que renuncié a todo durante casi un mes pero ellos dejaron de oír mis risas, mis bailes, mis cantos mañaneros y mis tonterías cuando los veía algo apocados. Quería dejar de ser el cascabel que tantas veces decía mi madre que era, pensé que si tomaba esa actitud pensarían que ya era mayor. Pero no fue así.

Mis padres durante esos días me preguntaban ¿qué te pasa? Y yo intentado poner la voz un poco engolada decía : ¿a mí?, ¡nada! Solamente pretendía que notasen que algo me sucedía sin decirlo.

No sabían que cuando estaba en mi habitación, toda la inactividad de la que adolecía delante de ellos se terminaba. Voy a mi cuarto decía, con los ojos algo tristes : “ voy a estudiar “cerraba la puerta me ponía los cascos con la música a todo volumen y empezaba a brincar de un lado a otro sin parar, hasta liberar toda la energía que había dentro de mí y por mi “ estrategia “tenía que contener delante de ellos.

Al cabo de casi un mes empecé a notar que mis padres se preocupaban por mí, ¡mi hermano no!, él estaba más contento y más tranquilo que nadie, el peso de la “niña” que se había quitado de su espalda lo había hecho bastante feliz e incluso se permitía gastar bromas sobre mi actitud y decía al pasar a mi lado: ¿ tus amigas ya no cumple años? o ¿ se te olvidará montar en bici? o cualquier otra tontería haciendo alusión a mi falta de libertad y que a mí me ponían de un humor insoportable…pero lo disimulaba con una sonrisa irónica y arqueando un poco las cejas, gesto que sé que siempre lo dejaba intrigado, pensando que en ese arqueamiento siempre había un trasfondo que nunca sabría.

Mi estratagema se desvaneció cuando una tarde llamó mi hermano a la puerta de mi habitación y con la música fuerte no lo oí entrar, me sorprendió encima de la cama dando brincos. Le falto tiempo al chivato para ir a contárselo a mis padres.

Pronto noté que mi madre no había tenido ninguna libertad en su adolescencia, no hizo falta que me lo dijese lo deduje yo misma por el miedo que le daba que yo la tuviese.

Como, con mi hermano no podía contar, mi madre quedaba descarta y yo no podía conseguir lo que quería y a lo que creía que tenía derecho, busque la alianza de mi padre. 
Él, hombre liberal donde los hubiese, siempre me hablaba de libertad, de pensamientos revolucionarios, de igualdad, de derechos, de su padre… mi abuelo, al que no pude mucho tiempo conocer y admirar y de su abuelo también que fue uno de los hombres que promovió la  “Gran huelga del corcho en Andalucía”. Mi padre decía siempre que tenía el carácter igual a él, así que no me podría negar la ayuda que le pedía.

Era muy curioso, en mi casa si hacia algo que no agradaba mucho a mi madre decía que tenía el carácter de mi abuelo paterno, rebelde…rebelde, pero cuando le agradaba me parecía a mi abuela materna.

Desde ese momento cada vez que quería ir a algún sitio, se lo insinuaba. Él, me miraba y sonreía porque sabía lo que pretendía, que hablase por mí, él era mi representante ante la autoridad de mi madre. Si me decía :”hablaremos con mamá”, seguro que era un  “si”. Pero en cambio si decía : “ está lejos o es muy tarde” era tema zanjado. Esta situación duró casi dos años, dos interminables años donde veía mis alas crecer y creer que nunca oiría el batir de ellas.

Al cumplir los quince, decidí que las alas ya estaban lo suficientemente fuertes y que necesitaban ejercicios.

Mi gran afición eran los comics y concretamente una clase de ellos, afición que compartía con mi hermano y mi padre. Ese tipo de comics era novedoso cuando llegó a España y a mi padre les gustó, eran líneas delicadas, algo nuevo… distinto, él fue quien nos adentro en ese mundo, por su pasión a la pintura. 
Pensó que a mi corta edad, era un poco pronto para hablarme de los “grandes maestro” y me fue introduciendo poco a poco por la pintura en otras formas. Afición que aun hoy día conservo, además de la pintura, donde de vez en cuando logro hacer mis “pinitos” y los que los ven dicen que tienen “fuerza”, no sé si la tienen o no, yo me divierto, me relaja y me gusta. Casi no los conservo, la familia y algunos amigos los piden y como  tengo cuadros pintados por mi padre por todos lados, pues regalo los míos. De él nunca daré ninguno.

Cuando tenía quince años hubo una muestra de esos comics que tanto me gustaban cerca de mi ciudad, muy cerca. Solo tomar un autobús, era en un pueblo cercano. Mi hermano tenía planeado ir con sus amigos, pero yo quince años y el veinte, ahora era a mí a la que no le parecía correcto ir con ellos. Él iría a su “bola” y yo quería ir a la mía. Él tenía móvil, yo no.

Se lo dije a mi madre, que puso el “grito en el cielo”, ni pensarlo, ni hablar y sola, ni hablar…ni hablar…ni hablar. Lo comenté con mi padre y me dijo lo mismo, mi aliado notaba que la libertad me llevaba cada vez más lejos y creo que se asustó. En el fondo siempre han tenido miedo a perderme, lo que ellos no sabían era que siempre decidiría en mi edad adulta vivir cerca, porque ese mismo miedo lo sentía yo. No poder verlos.

Le dije a mi hermano que si podía irme con ellos, allí nos separaríamos y la vuelta la haríamos juntos, e incluso prometí que sería invisible para él. Dijo que no, que era mucha responsabilidad, que si me habían dicho los dos que no…
Volví a insistir a mi madre, no había maneras. Entonces recordé que mi hermano fue solo a mi edad y le pregunté ¿por qué él sí y yo no? Me contestó : es distinto, él es un hombre.

Noté como la sangre se aceleraba por todo mi cuerpo a la vez que los ojos se me llenaban de lágrimas. El corazón trabajaba a tantas revoluciones que creí que me iba explotar. Tenía tantas palabras por decir y todas a la vez, que me quedé muda. Yo que tenia respuestas agiles en cada momento…me quedé muda.

Fui a mi cuarto, me hinche de llorar era un llanto tan triste como nunca recordaba haberlo tenido. Era rabia, impotencia, me sentía indefensa, me sentí inferior. ¿por el hecho de ser mujer yo era diferente? ¿qué culpa tenía yo de ser mujer? ¿era un delito y se castigaba con la privación de libertad? ¡no hay derecho! ¡no hay derecho! Me repetía una y otra vez, mientras derramaba lágrimas amargas.

Desplegué un folio con los horarios que había copiado mientras mi hermano se los decía a los amigos por teléfono, me iría en un autobús que salía mas tarde que el suyo y llegaría en uno anterior. Me daba igual lo que pasase después, pero pensaba ir y ¡ sola ¡ y así lo hice.

Aproveché que mis padres salían algunas tardes a ver a mis abuelos y esa tarde iban. Lo tenía todo planeado. Iría aunque fuese lo último que hiciese en mi vida, me daba igual todo, su preocupación, sus pensamientos, su intranquilidad… ir, iba a ir fuese como fuese.

Dejé una nota en el frigorífico, pegado con el imán que era una onza de chocolate y puse:  “ lo siento, he decidido que voy a verla “. Llegaré antes que mi hermano ¡¡¡que es un hombre!!! No llevo teléfono ¡¡¡ no tengo!!! Os quiero.

Lo de “os quiero” lo puse para suavizar mi llegada a la vuelta.

Lo pasé bien a ratos, realmente los dibujos no me interesaban ya tanto como para ir, era una demostración de poder. Estaba más preocupada por ellos que ellos por mí, seguro. Me conocían bien y sabían que no me pasaría nada.

Vi a mi hermano, pasé a su lado adrede y dije “adiós”, contestó “adiós” sin prestar atención pero cuando recapacitó y miró atrás pronunció mi nombre tan fuerte y tan claro, que creo que retumbo todo y todo el mundo supo en ese momento como me llamaba. Se acercó a mi diciendo : ¡de mi lado ni te muevas!, ¡no te separes ni un centímetro de mí!, ¡como si fueras mi sombra! ¿lo saben en casa? – ¡claro!, he dejado una nota - ¡¡una nota!! -¡sí!, debajo del imán del chocolate.  ¡Madre mía, que valor tienes! ¡Pero niña, te la has cargado! ¡cuando llegues no te dejará mamá salir sola, en tu vida! ¡ No quiera por nada del mundo estar en tu piel!– bueno me voy, mi autobús sale dentro de un rato –dije, dándome  importancia -  ¡tú no te mueves de mi lado! ¡aquí conmigo, como si estuvieras cosida a mi sudadera! ¡vamos ni respires ni parpadees ni pienses! - ¿ cómo que no?, si he sido capaz de dejarle a mamá una nota, no me vas a retener tu, “adiós” y me fui mientras me llamaba, pero lo hice rápido y esquivando a las gentes. Mi gran triunfo sería volver sola, después de haberlo visto y que él me viese allí.

Cuando llegué a mi casa noté que el “os quiero” no había suavizado nada. Mis padres estaban avisados por mi hermano. Me reservo la conversación que tuvieron  conmigo, realmente no fue una conversación fue un monólogo de mi padre hacia mí.

Pero la sensación que sentí la primera vez que desplegué mis alas no me la pudo quitar nadie.

Aun hoy día me acuerdo de aquella primera vez, me toco los hombros y noto que aun tengo mis alas y que las plumas que le faltan son a las que yo he ido renunciando voluntariamente y con agrado por el camino.

Pero nunca he consentido que me las arrancase nadie.

Para Annia.






martes, 6 de agosto de 2013

LA BOLSA DE PLÁSTICO "AZUL"



Entonces decidí que no teniendo conexión y no pudiendo salir a la calle por el viento, me quedaban otras alternativas, leer, escribir o aprender a jugar a las cartas, algo que siempre he querido aprender pero que nunca he tenido el suficiente tiempo para hacerlo, pero este verano de Levante sin igual me ofrecía todo lo que otros años me había negado, porque mi mayor prioridad era el agua. Desde el primer momento sabía que optaría por la primera. 

No siempre puedo escribir, no siempre tengo algo que decir y hacia algún tiempo que mi pensamiento parecía que se había quedado mudo. No pensaba, no tenía nada importante que decirme, solo me indicaba: esperaba el verano, “ ¡diviértete, olvida el invierno!, es imposible olvidar el invierno, pero yo me dejaba llevar y le hacía caso”.

Tomé el libro que me había recomendado mi amigo, el bibliotecario de todos los años. Me gustaba ir por las mañanas porque estaba él y así podía comentar algunas novedades literarias, este hombre sabe mucho de libros y se conoce todas las novedades…todas. 
Por la tarde había una mujer que siempre está leyendo algo de historia y poca cuenta le hace a los usuarios de la biblioteca. A veces cuando le preguntas algo siempre te manda a la ultima estantería y como no está distribuida por temas, pues toca buscar por autor, claro está si a “Camila Lackberg” la ponen por Camila en lugar de por Lackberg, es imposible encontrarla. La biblioteca no es muy grande pero no es pequeña para el lugar, de todas formas creo que en verano es cuando tiene algo más de público.

Los jóvenes del lugar, al ser un sitio pequeño, estudian fuera del pueblo y la biblioteca en las tarde de Enero a las cinco está muerta, como dice la mujer. Así que toma los libros más voluminosos de historia que hay y como creo que en el pueblo solo los lee ella, se permite poner anotaciones a lápiz o bolígrafo y rotular frase en color amarillo.

Una vez dije que las bibliotecas no están muertas que tienen ciento de historias de todo tipo y ella parece que esperaba mi comentario, porque rápidamente dijo: “sí, pero están calladas”, eso me hizo pensar, que realmente una historia, un libro está muerto, mientras no haya nadie que lo lea y le ponga voz en su pensamiento.

Tomé el libro y volví a leer el título “ Las brujas de Esmirna” es una costumbre,  siempre leo el título antes de continuar leyendo, aunque sea el único que tenga entre manos en ese momento.
Lo abrí y leí : “el soldado se sacó un papel del bolsillo y se lo dio al otro, que se lo metió en el pecho después de mirar a uno y otro lado..."

Miré al cielo, vi algo blanco volar y creí que era una “gaviota desafiante del viento”, quise entrar a coger una cámara o un teléfono con el que hacer una foto, pero me paré, no era una gaviota, era una bolsa de plástico que el viento alzaba por los aires. Como las cometas que yo hacía cuando era niña. 

Una simple bolsa de plástico con un cordel y corría lo más rápido que podía por la playa para que se elevase y podía imaginar lo que vería ella desde esa altura y pensaba que si la bolsa pudiese pensar, estaría feliz porque nadie la había elevado nunca tanto y yo había hecho que viese un mundo distinto al de las demás bolsas, cuando en realidad era yo la que veía esos otros mundos a través de ella.

Me asomé un poco a la ventana que daba a la playa y noté como el aire corría y levantaba la arena. No había nadie en ella…nadie. Así era como me gustaba verla, sola, descansada, con su viento y su agua solo para ella, para su disfrute. Aunque todos los días la incomodara yo, con mi presencia.

Volví a la mesa que tenía en esa habitación y continué leyendo : “ si pudiera conseguir ese papelito…”
Imposible, no conseguía concentrar mi atención en ese libro, seguramente sería un buen libro pero no podía esa tarde leer tres líneas seguidas.

Entonces pensé en hacer una cometa con una bolsa. 

Bajé y me dirigí a la cocina, al cajón que estaba lleno de bolsas. Tomé una azul y busqué un cordel bastante largo para que volase más alto que ninguna bolsa azul de plástico lo hubiese hecho antes. Volví a subir corriendo las escaleras, como si el aire se fuese a enterar y pensase en retirarse. No recordé que el aire siempre tiene prisa y es sordo, solo se oye a sí mismo por eso nuca se para a pensar.

Até el cordel a las dos asas y la lancé por la ventana…y voló alto muy alto, daba pequeños tirones para que el aire no dejara de entrar en su interior. Dobló la esquina de la casa y la perdí, pero seguía estando unida a mi por el fino cordel, podía notar como tiraba  el viento, pero en ningún momento iba a dejar que me la arrebatase de las manos.

De pronto oí un grito agudo y lejano y me asusté, el mismo aire lo había traído hasta mí no sabía de donde y tiré con fuerza de la cuerda, recuperando la bolsa. Me apresuré a recogerla como si alguien me estuviese viendo en ese momento y la guardé en el cajón de la izquierda de la mesa, donde guardo todo lo que escribo y que se que nunca saldrá de ese cajón.

Allí hay cosas escritas desde hace bastantes años, pero que no merecen la pena ser leídas por nadie. Solo yo, a veces cuando estoy allí en invierno, me voy a esa habitación donde puedo pasar horas enteras y donde suelo perder la noción del tiempo. Abro mi cajón, leo y me rio o lloro, son cosas personales y demasiado antiguas y seguirán ahí para siempre hasta el fin de los días, solo para el cajón de la izquierda y para mí.

Esta mañana cuando he salido un vecino me ha dicho “ ¡que viento!, ¡como el de ayer no se conocía por aquí! ”. Decía que había sido tan fuerte la tarde anterior, que incluso una bolsa de plástico entró por su ventana, pero que el mismo aire hizo algo muy extrañó, tal como entró en su casa, la sacó de pronto bruscamente y llegó a pensar que se estaba formando un pequeño remolinos de esos que son frecuentes por estos lugares. Pero que había notado como estaba unida a una cuerda.

Son tus vecinos de al lado-dijo. ¡Esos niños no se cansan de jugar! – ¡claro!, son niños y a mí me gusta oírlos reír, llorar y pelearse y además la de la bolsa fui yo. ¿Tú? - ¡Sí! Fui yo. Me miró con expectación creo que toda la admiración y consideración que tenía mi vecino Antonio hacia mi persona, se esfumó al saber que era capaz de pensar además de en cosas importantes, en atar un cordel a una bolsa para que volase con el viento. Lo noté cuando se despidió porque no me dijo “hasta luego “como siempre, me dijo “adiós”. Mientras se despedía – comenté: “Sí, hizo mucho viento, vi como levantaba la arena en remolinos”.

No podía creer que yo, sin ninguna mala intención le hubiese dado a este amable hombre un susto como el que me había descrito, me sentí avergonzada pero a la vez y en el fondo estaba feliz de que mi bolsa azul hubiese volado tanto y que encontrase una ventana por la que entrar a refugiarse, había doblado ¡hasta la esquina del naranjo!, y lo había tenido que pasar por muchos metros.
Me acordé del cajón de la izquierda de los pensamientos que guardaba y que ella estaba allí como un secreto más, en ese lugar estaba segura, la dejaría ahí y cuando hiciese viento si estaba yo allí, la haría volar.
Son las seis de la tarde, salgo a tomar algo sobre las once y he pensado que en las horas que me quedan, intentaré que vuele otro rato.

Acabo de comprar fruta y me dirijo a mi casa, al entrar dije: ¡hola!, ¡subo, voy a ver algo!, dejé la compra en la cocina y fui corriendo a mi cajón izquierdo, miré la bolsa con ilusión. Me paré a pensar y me pareció tan infantil lo que iba hacer que lo cerré y recordé una frase de Paulo Coelho : “por miedo de llorar después perdemos la voluntad de sonreír ahora”. Hoy no la haré volar pero mañana… será otro día – pensé.
Tomé el libro, volví a leer el título y continué leyendo: “ ese papelito…¡ y a mí qué más me da! por mí como si se… “
¡Que no, que es imposible leer!, tengo la bolsa y su color en el pensamiento, como cuando tienes una idea fija o una canción que no te sale de la cabeza.
Me levanto de golpe y me dirijo al cajón, me acuerdo otra vez de la frase de Coelho y digo para mí: “prefiero sonreír ahora”.

Lanzo la bolsa por la ventana que rápidamente coge una velocidad de vértigo y tiro y tiro de la cuerda y ella sube como si me estuviese diciendo: déjame, suéltame quiero ir más alto aun, mas lejos. De pronto dejo de notar la tirantez del cordel y veo que ya vuela libremente, se había roto y le había tomado la libertad que yo le negaba.

Creía que la hacía libre por ayudarla a volar, sin darme cuenta que era mi prisionera por no dejarla volar sola.
Me quedé mirándola por la ventana que da a la playa y me sentí feliz.


Mañana leeré con más interés, pensé.

sábado, 3 de agosto de 2013

FRUTOS DEL MAR



Desde hace unos días recuerdo bastante a Ramón y a Juana, este verano no estan por aqui. Ellos, un matrimonio que conocí hace mucho tiempo, me enseñaron cosas de las mareas, cosas que he debido olvidar porque solo sé que suben y bajan y a veces creo que es a su propio antojo.

Si yo fuese marea así lo haría, no dejaría que la luna, el sol o el propio giro de la tierra influyesen en mi. Seguramente, yo como marea sería un caos total es duro seguir normas establecidas, por eso prefiero ser ola.

Él, alfarero de Triana, uno de los barrios más populares de mi ciudad.
Sevilla y Triana están divididas por el rio Guadalquivir. Yo he vivido en ambas orillas y si estás en Triana, dices: subo a Sevilla. Al igual, si estás en el otro lado dices también subo a Triana. Nunca he sabido por qué se dice “subo” en ambos lados, cuando en realidad Triana tiene algo más bajo el nivel del terreno que el resto de la ciudad, pero es así.

Este hombre era un verdadero artista de la alfarería y Juana había dedicado toda su vida al cuidado de sus cinco hijos. De los cuales, por los amigos, la sociedad, el mundo y algún que otro consumo nocivo, uno de ellos decidió partir por propia voluntad.

Esta historia la supe el mismo día que los conocí.
En la playa con los pies en el agua y pensando si las olas eran demasiado altas para mí, se me acercó una mujer y me preguntó la hora – no llevo reloj – dije. Pero me giré y calculé… las nueve menos veinte, más o menos. ¿cómo lo sabes? – por el sol - ¿sabes calcular la hora por el sol? –¡no!, por la altura del sol.

En realidad sí calculo la hora por la altura de sol, pero mi truco son tres viejos postes de madera que están al otro lado de la carretera, cuando el sol roza el extremo del poste central son la una y media de la tarde aproximadamente. Así fue como aprendí a calcular la hora, todos los días me fijaba hasta que tuve el control de los tres postes y sus horas relativas, claro siempre que los mire desde el mismo sitio.

Esta explicación no la di, era mi gran secreto científico. Cuando estábamos en la playa, ya cansados o aburridos mis amigos me decían :¡venga! ¿qué hora es? Y yo con algo de astucia, me giraba y hacía como… la que se concentraba calculando distancias estelares, años luz y fórmulas físicas, cuando en realidad lo que hacía era mirar mis tres postes de madera vieja y agrieteada, que quedaban desapercibidos para muchos y que hacían tantos años que me conocían.

Al dar el cálculo de la hora los demás se quedaban asombrados y siempre…siempre preguntaban : ¿cómo lo haces?, me echaba a reír diciendo: “el sol me habla”, durante varios años nunca revelé mi secreto.

 
Sé que no se acercó a preguntarme la hora, estaba a punto de bañarme, ¿cómo iba a llevar un reloj encima?, con el tiempo me lo dijo. Me vio sola y se acercó, a esa hora en esa playa no hay nadie y ella necesitaba hablar.

Le dije el cálculo de la hora aproximado, pero creo que no me escuchó y pasó rápidamente a comentarme el tamaño de las olas. Son bastante altas ¿no te irás a bañar?, - ¡no, creo que no! - dije, que incluso a mí me daba miedo ver al hombre que iba con el rastrillo en la cintura tirando de él, es mi marido – comentó. Siempre vamos a  “ Las Tres Rocas” pero hoy ha querido venir aquí, a recoger frutos del mar como el lo llama.
Sí, esto está salvaje – apresuré a decir para irme ya.
¿Eres de aquí? – ¡no! contesté. Tengo cinco hijos, dijo de pronto, pero están solo cuatros.

Entonces fue cuando me di cuenta que me iba a contar una historia bastante triste, pero que era el momento en el cual esta mujer, sin saber yo como, había decidido hablar de su dolor y también sin saber yo como había decidido que yo fuera la receptora de él, quizás porque me vio sola en la playa, sin prisas.
Comenzó a hablar de su hijo, el que nunca estaría pero siempre estaba. Cada vez que decía algo de él, acababa la frase con su nombre.  “ Mi Juan “ decía con los ojos llenos de lagrimas. Yo solo la dejaba hablar y le apoyé la mano en uno de sus hombros, en señal de…” la comprendo”, pero no era así, no podía imaginar todo el dolor y la rabia que Juana sentía, hasta que me contó el trasfondo y las consecuencias que la historia de su hijo tuvo para la familia en general.

Se puso unas gafas negras, se acercó a mí y me dio dos besos pidiéndome perdón por el tiempo que me había hecho perder. No pasa nada “dos no pierden el tiempo si uno no quiere” dije sonriendo, para aliviar un poco la tensión del momento. Le aseguré que me había encantado conocerla y así había sido.

Ese día y empezar una gran amistad fue todo seguido.

Llegué a conocer la vida de Juan tan bien y con tantos pormenores que dejó de producirme curiosidad. Mi curiosidad se dirigía hacia la vida de Juana, ella era realmente la protagonista de la historia, ella y sus sentimientos.

Ramón, hombre de espíritu fuerte y firme donde los hubiese, me daba a entender a veces, que el dolor de una madre supera al de los hombres. En ningún momento estuve de acuerdo con él, pero nunca se lo hice saber, era su dolor y tenía derecho a pensar lo que quisiese para aliviarlo.

Me enseñó muchas cosas del mar y de la alfarería y en algunas ocasiones lo sentía como un sustituto de mi abuelo. Sabía que al llegar a la playa estarían y cada día me iba un poco antes y siempre los veía, ella por la orilla y el recogiendo los frutos del mar. Me alegraba, hablaba con ellos unos veinte minutos y decían : “ ya no te entretenemos más… ve al agua “, pero cuidado que la marea está subiendo, siempre me decía lo mismo Ramón, me ofrecía ese espíritu protector del que yo había huido desde pequeña. 

Y me iba pero tambien siempre intrigada, Juana tenía la costumbre de terminar las conversaciones con “puntos suspensivos”, lo que hacía que al siguiente día tuviese más ganas de verla. Era como en el cuento de las “Mil y una noche”, donde Sherezade esperaba el próximo día para continuar narrando una historia y así el sultán no la hiciera desaparecer como a todas las candidatas.
Cuando tuve suficiente confianza con la mujer se lo comenté y se rió con tantas ganas como hacía dos años, desde que lo hizo por última vez, me alegré por las dos, al fin había conseguido que por un solo instante olvidase su dolor.

Así fue como noté que no era tan mayor y que solo rozaba los sesenta años como mucho.

La conversación favorita de Ramón era… ¿que haría si fuese rico?, él se compraría un barquito blanco y rojo, ¿y qué harías tu?, preguntaba - ¿yo?, nada, nunca seré rica. Y en eso acerté de pleno, nunca he sido rica de dinero, pero tengo muchas cosas que no se pueden comprar.

Al salir el hombre del agua, siempre me hacía un gesto con la mano para que me acercase, sabía lo mucho que me gustaba ver lo que extraía del mar y se reía cuando me veía apartar diciendo… que esto o aquello era muy pequeño y había que devolverlo. 

“ Mal marinero serías”, yo empezaba liberando a los más pequeños y después a los más grandes, mientras con voz alzada exclamaba, ¡esos no, esos no! - ¡sí¡, tienen que cuidar de los pequeños ¡anda, anda!, que no ibas a pasar tu hambre buscando comida en el mar, ¡que los grandes, no!, pero sin oírlo seguía haciéndolo hasta el último - ¿si no quieres que los libere, por qué me llamas?, te veo hacerlo cuando pasas las rocas del final – ¡yo tiro lo que no sirve, eso solo! Pero no era así, los dejaba a todos y se lo dije. Me miró a los ojos y giró la cabeza, ese gesto no se me olvidará nunca porque imagino lo que pensó en ese momento, me arrepentí al decirlo, creo que me llamaba para que lo devolviese al mar todo.

No lo sabían, pero los veía de vuelta sin nada en las manos, solo ese rastrillo y el gastado cinturón ancho de cuero marrón que lo unía a él por la cintura.

Al terminar las vacaciones me despedí de ellos y casi quise adivinar un atisbo de lagrimas en los ojos de Juana y me di cuenta que me mintió cuando aseguró que ya no le quedaban lagrimas para llorar ninguna despedida.

Nos vemos a veces en la ciudad otras en la playa, son buenos amigos míos.

Cuando Ramón me quiere enseñar algo del mar, dice : ¡niña, ven! No me llama por mi nombre. Lo que indica que me consideran de su familia y eso me gusta.