jueves, 28 de febrero de 2013

MI GATO



Viernes, un día que me gusta, bueno como a casi todos. Lo que ocurre es que al tener  las horas de trabajo repartidas durante la semana, ese día libro desde hace unos meses.

Cuando me levanto, todos los miembros de mi familia han comenzado ya su día, su rutina. 
Estoy sola con toda la mañana y a veces todo el día para mi, hasta la noche donde ya todos nos reunimos.

Me preparo ese primer café reparador y siempre lo tomo en el mismo sitio, sea la época del año que sea.

En una habitación, delante de una ventana abierta, que da al patio. Siempre con la luz apagada, aún en invierno que es de noche.

Sin ver nada más que la oscuridad. Me gusta adivinar lo que veré cuando salga el sol o haya luz.

Hace un tiempo encima de la tapia que está cerca del limonero, vi unos ojos brillar, enseguida note que era el brillo inconfundible de los ojos de un gato.

Desde ese momento y aún sin conocernos paso a ser mi gato.

Me retiré de la ventana, sabía que no me vería pero no quería arriesgarme a que se asustara.

No quería que se fuera, quería que siguiera su recorrido hasta la ventana y pensé quedarme muy quieta, como si no existiera. Con la taza de café entre las dos manos, sin querer llevármela a los labios para no moverme.

Tenía miedo de que se alejara como a esos amigos nuevos a los que de pronto les cuentas toda tu vida y temes que te juzguen, aún sin haber estado en ella.

Siguió caminando y se paró justo delante de ella, por el brillo de sus ojos sabía que me estaba viendo, me veía igual que yo lo veía a él.

Comencé a tomarme el café, mirándolo tan fijamente como él a mí, noté que era así, porque ninguno de los dos parpadeábamos.

Solo con haber alargado un poco la mano a través de la reja, lo hubiese tocado. Pero no me atreví, volví a temer que se fuese.

Esto ocurrió hace unas semanas y desde entonces, cuando tomo este café los viernes voy corriendo hacia la ventana. Yo soy puntual en mi cita, no quiero que un día llegue y yo no esté, tendría miedo de que pudiese ocurrir que no me viera y dejase de acudir.

Nunca he osado alargar la mano y él siempre se ha mantenido a la misma distancia, nuestro encuentro dura lo mismo que mi café.

Después cierro la ventana y ya sabe que es la hora en la que se tiene que retirar, ya no nos veremos hasta el siguiente viernes.

Creo que al igual que yo lo miro y pienso en muchas cosas, el hará lo mismo, nunca sabremos lo que nos decimos, pero seguramente nos sentará bien a los dos si no, no estaríamos ahí mirándonos.

Con toda seguridad creo que este recorrido por encima de la tapia que está cerca del limonero, lo hará casi a diario, pero a mí me gusta pensar que solo lo hace los viernes para verme a mí.

Por eso cuando lo veo llegar siempre pienso: ya viene "mi gato".

Nos miramos y comenzamos a hablar.





martes, 26 de febrero de 2013

EL DÍA "D"



Iba rápido a mi autobús diario, el siguiente llegaría algo más tarde, no lo quería tomar. El otro vendría en unos quince minutos y estaría lleno de esta tribu tan peculiar para mí que es la “juventud”. Sus risas y sus conversaciones, no me dejarían pensar.
Era poco tiempo el que tenia.
No siempre puedo divagar libremente. Me concentro y a veces me olvido que yo también tengo una vida fuera de mi trabajo.

Al día siguiente , por la mañana tendría que hacer una llamada muy importante. Dudaba si tendría el suficiente valor. Pero como me conozco a estas alturas de la vida , algo más que los demás a mí. Sabía que al final la haría.

Era a las nueve, en eso habíamos quedado.

El día transcurrió como un día normal, ante los ojos de los demás. Todo iba como tenía que ser.
Intentaba mostrar mi naturalidad, pero dentro de mi tenia la guerra interna del “si” o el “no”. Era un salto importante en mi vida, nunca lo había hecho, pero era algo que deseaba hacer hace tiempo.

Lo más importante: era libre para decidir.

Estaba contenta, feliz. Pero muy nerviosa.

No pensaré mas en ello, me decía una y otra vez. Cuando llegue la hora veré que hacer. Pero de nuevo me sorprendía a mí misma, al rato, pensando en lo mismo.

Ya está, tema zanjado. Lo haré. No lo pienso más. Decidido.

Fue mi último pensamiento a la hora de acostarme, aunque sabía que a la mañana siguiente cuando se fuese acercando la hora me volvería a hacer las mismas preguntas y volverían las mismas dudas a mi cabeza.

Me levanté bastante temprano. Estaba inquieta. Miraba el reloj cada 10 minutos. A las nueve menos diez llamé.

Saludé y pregunté por el monitor. Me saludó amablemente, diciéndome  preparada: esperaba tu llamada.-Si preparada-. Todo está listo, tu equipo está aquí. Bien –dije- dentro de una hora estoy en el aeródromo.

Había planeado, sin que mi familia lo supiese, algo que hacía tiempo deseaba.Saltar con paracaídas.

Llegué y el monitor que saltaría conmigo; pegado a mi espalda estuvo dándome las indicaciones correctas para que ese, mi primer salto saliese perfecto.

Oía su voz, tranquilizadora. Me relajaba oírle. Me sentía bien. Me inspiraba confianza.

Me ayudo a ponerme el equipo y nos dirigimos a una avioneta. Subimos y sus primeras palabras fueron: relájate, todo saldrá bien.

Nos fuimos elevando. No recordaba la sensación de libertad que proporciona sentirse por encima del suelo.

Más alto, más alto y más alto. Me decía yo. Hasta el final del cielo.

Al llegar a una determinada altura, engancho unos arneses que tenía en su parte delantera con los de la trasera de mi equipo.

Abrió la puerta y el fuerte viento me recordó algo muy especial.

Lo mucho que me gusta la vida y sentir sus emociones.

Ya no podía hablar, solo pensar.

Arrimándose a mi oído, me dijo: ¡salta!

No sé bien si lo hice yo o fue él, el que me ayudo a dar ese salto.

Sentí que volaba, era libre.

Se veía todo tan pequeño y tan insignificante desde esa altura, que por un momento hubiese querido que se parase el tiempo para siempre.
 
Pero no fue así. Se abrieron los paracaídas y el brusco tirón hizo que volviese a la realidad. Estábamos descendiendo y seguiríamos haciéndolo hasta llegar al suelo, donde todo sería como antes.

Fue un salto perfecto, demasiado rápido, me hubiese gustado estar más tiempo arriba. Pero quizá mis ganas y mi percepción del tiempo lo acortase.

Cuando llegamos abajo, se me saltaron las lagrimas.

Miré hacia arriba y pensé: he volado más alto que cualquier pájaro.




sábado, 23 de febrero de 2013

EL HOMBRE DEL LARGO SILENCIO



Voy de camino a mi trabajo como todos los días. Hoy no voy a decir cómo me siento , he llagado a pensar que esto es irrelevante para un relato ¿y qué más da, como me sienta yo? Lo importante es sentirse a uno mismo sea como sea.  El ánimo cambia pero la conciencia de nuestro “yo individual” no.

Me bajo hoy en mi parada, la que me corresponde. La de las “no divagaciones” que por otra parte sería, en la que me tendría que bajar todos los días.

Como cada día paso, antes de entrar en mi edificio, delante de un quiosco de prensa y chucherías y muy, muy cerca hay un pequeño puesto de venta de sorteos. De esos que hacen todos los días a las diez de la noche y que yo siempre digo:¡ un día compraré! pero que nunca lo hago.

Desde hace mucho tiempo me quedo mirando al chico que se dedica a este tipo de ventas. Cada vez que lo miro invento una historia distinta para él. Me intriga.

Pero en todas le deseo suerte y un final feliz. Como a todos mis sujetos observados.

Siempre había pensado que tenía una minusvalía y que era visual.

¡Por supuesto!, ¡claro, que la culpa era de él!, siempre llevaba unas gafas negras muy negras , de protección total. Incluso en los días más oscuros, de pleno invierno.

Pasaba y me quedaba mirándolo fijamente, tan fijamente como cuando miras a alguien que sabe que no te puede devolver la mirada y que nunca sabrás que lo has mirado.
 
Así un día, otro, otro... Todos los días desde hace casi un año.

Hace unas semanas, ocurrió algo muy extraño para mí.

Como cada día, al pasar delante de su puesto y observarlo como de costumbre.
Por un instante, me pareció notar que a través de sus cristales oscuros me seguía con la mirada . No le di importancia y seguí mi camino. Será coincidencia –dije- mañana lo observaré mejor.

Al día siguiente, estaba deseando verlo, por la curiosidad que me producía intentar adivinar su mirada y efectivamente me quede más fija que nunca mirándolo.

Pasé delante de él a propósito y observándolo detenidamente, con descaro, premeditación, alevosía y no digo nocturnidad, porque ya el día había clareado.

Él, parecía que me estaba esperando, de pronto se quito las gafas . Y vi los ojos más marrones y más bonitos que nunca había podido imaginar detrás de esas gafas tan negras.

Se quedó mirándome tan descaradamente, como yo lo había hecho durante todo ese tiempo. Sentí una vergüenza inmensa. No sabía adónde mirar y de repente me dijo: ¿ya es hora que, por lo menos, me des los “buenos días”?...¿No? 

Me sentí mal, di los “buenos días” y aceleré el paso, exactamente, acelerar no era la palabra, lo más correcto sería definirlo como- correr sutil y elegantemente- y por supuesto sin mirar nunca atrás.

Estuve todo el día pensando en lo ocurrido.

Llegué a decidir cambiar mi recorrido diario, pero creí que lo mejor era afrontar la realidad. Sentía la necesidad de dar al chico una explicación de mi insistente curiosidad. Aunque por otra parte no sabría como empezar.

Por más que pensaba, no sabía que podía decirle, como iba a comenzar… Todos los comienzos me parecían excusas tontas, inútiles y propias de un crio si razonamiento.

Tomaría un autobús anterior. En él procuraría encontrar la forma idónea de disculparme.
Estos puesto abren pronto. Está cerca de un hospital y hacen mucha venta.

Llegue al suyo, le di los “buenos días” y lo siguiente era… comenzar a disculparme por ese tiempo de descaro y mala educación.
No hicieron faltas palabras, en el momento de comenzar mis disculpas, se quito las gafas y comenzó a reír a carcajadas sonoras. Yo lo miraba con perplejidad sin saber que hacer, ni que decir, espere a que acabase de reír sin dejar de mirarlo.

Tuvo que adivinar una pregunta en mi mirada, porque acto seguido, me volvió a sorprender –diciendo- llevo observándote todo este tiempo. Volvió a reír.

Al principio no sabía que mirabas. Después me di cuenta que intentabas ver mis ojos y por eso cada vez que te veo venir me pongo las gafas, aunque llueva y esté el día muy oscuro.

Comencé a reírme. No era yo la observadora, era la observada, ¡Yo era la victima de mi propia observación! ¡Era su sujeto de su estudio!

Le di los “buenos días “y  me presenté. Me alargó la mano e igualmente se presentó y me dijo: ¿amigos?  Amigos –contesté.
Desde entonces se ha convertido en un amigo entrañable, es amable, simpático y cuando lo veo se levanta las gafas si las lleva puesta para saludarme.

A veces cuando es algo temprano para mí, me detengo y charlamos un rato sobre cualquier tontería. 

Menos los lunes que él no abre el puesto lo hace un hermano suyo, al que ni siquiera miro a la cara. 
No quiero caer otra vez en una de mis propias observaciones.

Nos deseamos  “buenos días” y siempre decimos, “hasta mañana”. No sin decirme el todos los días: ¿no llevas para el sorteo de hoy? Y siempre le contesto : ¡no voy a esperar, otro año!

Dentro de poco se casa con la chica más guapa de los alrededores, con unos preciosos ojos azules. Ella a veces está con él en el puestecillo. Sabe la historia y cuando la recordamos nos reímos las dos.

En una cosa no me equivoqué le deseé toda la suerte del mundo y un final feliz. Me siento bien por ellos se ven enamorados y son mis amigos.

Ahora paso con orgullo y sin ningún tipo de vergüenza delante del puesto. Y cuando hace sol y los dos o los tres llevamos gafas, las levantamos para saludarnos.

Me siento bien sabiendo que tengo dos amigos que me esperan casi todas las mañanas para darnos un saludo.

Pienso que si hubiésemos hablado hace un año, quizá no hubiese existido la magia de la intriga.










martes, 19 de febrero de 2013

BARCO PIRATA





Desde muy pequeña la casa de mis abuelos, en verano, fue un gran refugio para mí. Allí no había estudios, todo era diversión y consentimiento por parte de ellos. Era por así decirlo mi paraíso particular cerca de lo que más me gustaba. El mar. 

Dentro de unos días volveré. Ellos ya no están, pero no me siento triste. Durante mi infancia y mi adolescencia disfrute tanto de ellos como ellos de mi. Por eso me siento llena de recuerdos a cual más grato. Recuerdos que no me producen pesadumbre sino todo lo contrario alegría y felicidad.

Tenía mi escondite, solo mío.
Siempre creí que era un secreto que guardaba en lo más escondido de mi, pero nunca comprendí, aún niña, como mis abuelos cada vez que creían que tenían que decirme algo importante , daban conmigo.

Luminoso, en la planta alta de ese antiguo caserón, con un ventanal desde donde veía el mar y también desde donde me podía pasar las horas muertas leyendo, soñando o simplemente asomada a la ventana.

Esperando que poco a poco, llegase la hora de la marea baja y viendo cuando estaba tan baja, tan baja los restos de mi barco pirata, entonces era el momento de volver corriendo a la playa.

Mi abuelo que sabía lo que me gustaba, estaba más pendiente que yo.

Aún recuerdo su voz diciendo: Clara “ya…corre, vamos”. Yo sabía lo que significaba, iba corriendo a su búsqueda y nos íbamos a ver "el barco pirata".

Siempre le preguntaba como había llegado hasta ahí y cada vez era de una forma distinta, esto hacía que deseara volver a verlo para comprobar la nueva historia.

Nunca me dejo acercarme tanto como hubiese querido.

Aún con la marea baja había que andar hasta dentro del agua un tramo.
¡No te acerques tanto! Me decía una y otra vez. “Son restos con madera y te puedes hacer daño”.

Dentro de unos días voy de nuevo. He consultado un calendario de mareas y sé que en ese lugar, estará muy baja.

Ya no me podrá decir que no me acerque, pero él siempre estará allí mirándome y yo siempre estaré pensando y dudando cual sería la nueva historia que me contaría.

Con el tiempo me di cuenta que los "barcos piratas" que todos soñamos de pequeños, no existen y que no se quedan abandonados en las orillas, para que niños curiosos como yo soñaran con historias fantásticas.

Más tarde fui descubriendo que era una de las primeras “pateras” que llegaron a aquel lugar.

Iba cargada de hombres con ilusiones y esperanzas en un mundo "nuevo y mejor".

Y que algunos de ellos no pudieron desembarcar.