martes, 6 de agosto de 2013

LA BOLSA DE PLÁSTICO "AZUL"



Entonces decidí que no teniendo conexión y no pudiendo salir a la calle por el viento, me quedaban otras alternativas, leer, escribir o aprender a jugar a las cartas, algo que siempre he querido aprender pero que nunca he tenido el suficiente tiempo para hacerlo, pero este verano de Levante sin igual me ofrecía todo lo que otros años me había negado, porque mi mayor prioridad era el agua. Desde el primer momento sabía que optaría por la primera. 

No siempre puedo escribir, no siempre tengo algo que decir y hacia algún tiempo que mi pensamiento parecía que se había quedado mudo. No pensaba, no tenía nada importante que decirme, solo me indicaba: esperaba el verano, “ ¡diviértete, olvida el invierno!, es imposible olvidar el invierno, pero yo me dejaba llevar y le hacía caso”.

Tomé el libro que me había recomendado mi amigo, el bibliotecario de todos los años. Me gustaba ir por las mañanas porque estaba él y así podía comentar algunas novedades literarias, este hombre sabe mucho de libros y se conoce todas las novedades…todas. 
Por la tarde había una mujer que siempre está leyendo algo de historia y poca cuenta le hace a los usuarios de la biblioteca. A veces cuando le preguntas algo siempre te manda a la ultima estantería y como no está distribuida por temas, pues toca buscar por autor, claro está si a “Camila Lackberg” la ponen por Camila en lugar de por Lackberg, es imposible encontrarla. La biblioteca no es muy grande pero no es pequeña para el lugar, de todas formas creo que en verano es cuando tiene algo más de público.

Los jóvenes del lugar, al ser un sitio pequeño, estudian fuera del pueblo y la biblioteca en las tarde de Enero a las cinco está muerta, como dice la mujer. Así que toma los libros más voluminosos de historia que hay y como creo que en el pueblo solo los lee ella, se permite poner anotaciones a lápiz o bolígrafo y rotular frase en color amarillo.

Una vez dije que las bibliotecas no están muertas que tienen ciento de historias de todo tipo y ella parece que esperaba mi comentario, porque rápidamente dijo: “sí, pero están calladas”, eso me hizo pensar, que realmente una historia, un libro está muerto, mientras no haya nadie que lo lea y le ponga voz en su pensamiento.

Tomé el libro y volví a leer el título “ Las brujas de Esmirna” es una costumbre,  siempre leo el título antes de continuar leyendo, aunque sea el único que tenga entre manos en ese momento.
Lo abrí y leí : “el soldado se sacó un papel del bolsillo y se lo dio al otro, que se lo metió en el pecho después de mirar a uno y otro lado..."

Miré al cielo, vi algo blanco volar y creí que era una “gaviota desafiante del viento”, quise entrar a coger una cámara o un teléfono con el que hacer una foto, pero me paré, no era una gaviota, era una bolsa de plástico que el viento alzaba por los aires. Como las cometas que yo hacía cuando era niña. 

Una simple bolsa de plástico con un cordel y corría lo más rápido que podía por la playa para que se elevase y podía imaginar lo que vería ella desde esa altura y pensaba que si la bolsa pudiese pensar, estaría feliz porque nadie la había elevado nunca tanto y yo había hecho que viese un mundo distinto al de las demás bolsas, cuando en realidad era yo la que veía esos otros mundos a través de ella.

Me asomé un poco a la ventana que daba a la playa y noté como el aire corría y levantaba la arena. No había nadie en ella…nadie. Así era como me gustaba verla, sola, descansada, con su viento y su agua solo para ella, para su disfrute. Aunque todos los días la incomodara yo, con mi presencia.

Volví a la mesa que tenía en esa habitación y continué leyendo : “ si pudiera conseguir ese papelito…”
Imposible, no conseguía concentrar mi atención en ese libro, seguramente sería un buen libro pero no podía esa tarde leer tres líneas seguidas.

Entonces pensé en hacer una cometa con una bolsa. 

Bajé y me dirigí a la cocina, al cajón que estaba lleno de bolsas. Tomé una azul y busqué un cordel bastante largo para que volase más alto que ninguna bolsa azul de plástico lo hubiese hecho antes. Volví a subir corriendo las escaleras, como si el aire se fuese a enterar y pensase en retirarse. No recordé que el aire siempre tiene prisa y es sordo, solo se oye a sí mismo por eso nuca se para a pensar.

Até el cordel a las dos asas y la lancé por la ventana…y voló alto muy alto, daba pequeños tirones para que el aire no dejara de entrar en su interior. Dobló la esquina de la casa y la perdí, pero seguía estando unida a mi por el fino cordel, podía notar como tiraba  el viento, pero en ningún momento iba a dejar que me la arrebatase de las manos.

De pronto oí un grito agudo y lejano y me asusté, el mismo aire lo había traído hasta mí no sabía de donde y tiré con fuerza de la cuerda, recuperando la bolsa. Me apresuré a recogerla como si alguien me estuviese viendo en ese momento y la guardé en el cajón de la izquierda de la mesa, donde guardo todo lo que escribo y que se que nunca saldrá de ese cajón.

Allí hay cosas escritas desde hace bastantes años, pero que no merecen la pena ser leídas por nadie. Solo yo, a veces cuando estoy allí en invierno, me voy a esa habitación donde puedo pasar horas enteras y donde suelo perder la noción del tiempo. Abro mi cajón, leo y me rio o lloro, son cosas personales y demasiado antiguas y seguirán ahí para siempre hasta el fin de los días, solo para el cajón de la izquierda y para mí.

Esta mañana cuando he salido un vecino me ha dicho “ ¡que viento!, ¡como el de ayer no se conocía por aquí! ”. Decía que había sido tan fuerte la tarde anterior, que incluso una bolsa de plástico entró por su ventana, pero que el mismo aire hizo algo muy extrañó, tal como entró en su casa, la sacó de pronto bruscamente y llegó a pensar que se estaba formando un pequeño remolinos de esos que son frecuentes por estos lugares. Pero que había notado como estaba unida a una cuerda.

Son tus vecinos de al lado-dijo. ¡Esos niños no se cansan de jugar! – ¡claro!, son niños y a mí me gusta oírlos reír, llorar y pelearse y además la de la bolsa fui yo. ¿Tú? - ¡Sí! Fui yo. Me miró con expectación creo que toda la admiración y consideración que tenía mi vecino Antonio hacia mi persona, se esfumó al saber que era capaz de pensar además de en cosas importantes, en atar un cordel a una bolsa para que volase con el viento. Lo noté cuando se despidió porque no me dijo “hasta luego “como siempre, me dijo “adiós”. Mientras se despedía – comenté: “Sí, hizo mucho viento, vi como levantaba la arena en remolinos”.

No podía creer que yo, sin ninguna mala intención le hubiese dado a este amable hombre un susto como el que me había descrito, me sentí avergonzada pero a la vez y en el fondo estaba feliz de que mi bolsa azul hubiese volado tanto y que encontrase una ventana por la que entrar a refugiarse, había doblado ¡hasta la esquina del naranjo!, y lo había tenido que pasar por muchos metros.
Me acordé del cajón de la izquierda de los pensamientos que guardaba y que ella estaba allí como un secreto más, en ese lugar estaba segura, la dejaría ahí y cuando hiciese viento si estaba yo allí, la haría volar.
Son las seis de la tarde, salgo a tomar algo sobre las once y he pensado que en las horas que me quedan, intentaré que vuele otro rato.

Acabo de comprar fruta y me dirijo a mi casa, al entrar dije: ¡hola!, ¡subo, voy a ver algo!, dejé la compra en la cocina y fui corriendo a mi cajón izquierdo, miré la bolsa con ilusión. Me paré a pensar y me pareció tan infantil lo que iba hacer que lo cerré y recordé una frase de Paulo Coelho : “por miedo de llorar después perdemos la voluntad de sonreír ahora”. Hoy no la haré volar pero mañana… será otro día – pensé.
Tomé el libro, volví a leer el título y continué leyendo: “ ese papelito…¡ y a mí qué más me da! por mí como si se… “
¡Que no, que es imposible leer!, tengo la bolsa y su color en el pensamiento, como cuando tienes una idea fija o una canción que no te sale de la cabeza.
Me levanto de golpe y me dirijo al cajón, me acuerdo otra vez de la frase de Coelho y digo para mí: “prefiero sonreír ahora”.

Lanzo la bolsa por la ventana que rápidamente coge una velocidad de vértigo y tiro y tiro de la cuerda y ella sube como si me estuviese diciendo: déjame, suéltame quiero ir más alto aun, mas lejos. De pronto dejo de notar la tirantez del cordel y veo que ya vuela libremente, se había roto y le había tomado la libertad que yo le negaba.

Creía que la hacía libre por ayudarla a volar, sin darme cuenta que era mi prisionera por no dejarla volar sola.
Me quedé mirándola por la ventana que da a la playa y me sentí feliz.


Mañana leeré con más interés, pensé.

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