viernes, 23 de enero de 2015

EL MENDIGO



Fue la primera vez que lo vio. La primera impresión que tuvo de él.

Agachado, viejo, con sombrero. Debió ser alto en su juventud, pero la vida, también le había cobrado lo suyo en altura.
Ya le habían hablado de él, pero jamás pensó , que esas fuesen sus condiciones normales de vida.

Lo miró desde lejos y vio algo más que un bulto, con la frente tan cerca del suelo, que creyó que se caería. Recogía colillas, esas colillas que tenemos prohibido tirar, pero que lo seguimos haciendo, pensado que una sola más, no perjudicará el entorno y que a él le servían para continuar un poco más con su vida de fumador.

Vio sus manos y sus tres abrigos puestos como capas de cebolla y miró su cara intentando ver sus ojos. Pensó en él con ternura. Como debió ser cuando era joven, las personas que lo habrían querido. Cuando era niño, cuando reía y cuando pensaba en su futuro, sus primeras ilusiones y logros y pensó en sus padres, en la alegría de tener un hijo y desear lo mejor del mundo para él.

De pronto, se acordó del fondo de los soportales de la calle de Correos, donde cada vez que pasaba había cartones y olor a orines, donde aquella vez, acompañada, dejaron una gruesa manta y comida en una bolsa de plástico y de la avidez con la que devoró otra  vez, alguien parecido a él un bocadillo, que dio con tristeza y mano temblorosa, porque el nudo que tenía en la garganta no la dejaba tragar saliva.

La mujer, sintió mucha vergüenza por su vida, por la de ella misma. Pensaba, ¿qué había en el destino, para no ser ella la que dormía bajo cartones o esperando algo de otros? Eran dos seres humanos iguales, ¿por qué esa diferencia?
¿que había hecho uno de bueno y otro de malo, para estar así?

Y sintió una pena profunda y muy grande, más grande que una pena normal de esas que hacen llorar. Esa no limpiaba los ojos, ni mojaba la cara, esa partía el alma. Era tan fuerte, que no se podía llorar.

Pensó en los políticos, putos avaros podridos y corruptos que no tenían alma, ni ojos, ni dignidad para dejar que la pobreza y la miseria tocaran su país. Pensó en ellos como sombras dirigidas, marionetas sin caras. Como las sombras de los teatros chinos antiguos iluminadas con velas. Volvió a sentirse inundada de pena, pero no por ellos, para todo el que consentía esto, sentía odio y un asco atroz.

Pasó al lado del hombre que seguía recogiendo colillas y sin que él se diera cuenta ni lo notase quien iba con ella, lo abrazó muy fuerte y lloró en su hombro.

Al cabo de unos días, lo volvió a ver, iba con sus capas de cebolla , su mugre y su sombreo, empujando una bicicleta llena de bolsas, llevaba tantas que le era casi imposible mantenerla en equilibrio. Más allá, en la larga calle llena de gentes, un viejo con un acordeón tocaba una canción de Matt Monro “Que tiempo tan feliz”. 

Todo le pareció, una paradoja ridícula.


 
Dedicado a alguien, que jamás lo leerá.

3 comentarios:

  1. He venido a saludarte, esta vez de una forma mas formal. Me gustó tu relato y la tristeza de sentir la injusticia de la vida. No sabría decir quien merece estar en la miseria y quien rodeado de lujos y placeres, pero se que cada persona puede cambiar el mundo con pequeños gestos de amabilidad.

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  2. gracias, yjrivas, tu escribes también y sabes en las cosas que solemos fijarnos, que para los demás pasan desapercibidas.

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