jueves, 18 de julio de 2013

LA DUNA NUEVA



Era temprano, como siempre. A la una de la tarde la playa se acaba para mí, como mucho a la una y media. Cuando la gente viene, me voy, no soporto más sol y me he dado todos los baños posibles, hasta las ocho o las nueve de la tarde cuando suelo volver.

Las ocho y media mi primer baño. Me dirijo a la playa por la duna alta, me gusta el esfuerzo que hay que hacer para pasarla, es como un precalentamiento antes del baño. Me siento cuando llego a lo alto y me quedo no más de cinco minutos, observando.

Más de una vez, me he sorprendido perdida en la inmensidad del mar sin saber en qué pensaba, pero hoy al llegar arriba de la duna alta, la nueva, he visto a una joven sola en la playa. Dibujaba algo con un palito en la arena mojada y me quedé quieta, muy quieta como si no existiera, tenía miedo de que al verme la entretuviese de sus pensamientos y permanecí allí sentada, solo miraba.

Era tanta mi curiosidad por saber que escribía, que intenté entrar en ella, ver por sus ojos.
Yo, que no sé nada de meditación y creo que el pensamiento es para que este en continuo movimiento, por lo menos eso es lo que piensa el mío. Me suele pasar desde pequeña, cuando te pones con mucha intensidad en el lugar del otro, puedes sentir cosas, que aun no siendo extrañas, si son distintas a lo que normalmente puedes sentir tú.

Es una paradoja que nunca he podido explicar. Solo tienes que pensar lo que crees que piensa la otra persona y entrar en ella, es fácil. Su pensamiento no lo sabe y te admite.

Me acordé de mi abuelo, con él me sentaba muchas veces en la duna nueva y de mi padre con quien también lo hacía, él fue quien me puso un sobrenombre que en otro idioma significa “un millón de preguntas”.

Siempre tenía una pregunta en la boca… siempre. Y aun hoy, a mi edad, a veces siento que se me puede acabar el tiempo y que de ese millón de preguntas que me hago, muchas se quedaran sin respuestas y que necesitaría dos vidas por lo menos para encontrarle significado a todas y esa era una de ellas : ¿por qué puedo sentir por los demás? Nadie me dio nunca la respuesta. 

Mi abuelo se echaba a reír y me decía: “siempre me preguntas lo mismo y yo no lo sé, ni siquiera sé lo que me quieres decir o lo que quieres que te explique, no te entiendo… “ ¡Venga al agua boquerón…que se enfría”. Me decía boquerón por la manía que tenía mi madre o mi abuela, de que tuviese durante el día el pelo recogido y de hacerme una o dos trenzas para que en el agua no se me enredase - ¡venga!, abuelo que se enfría –respondía. Porque sabía que un día más mi pregunta quedaba sin respuesta. Nos dirigíamos al agua y me repetía : “¡ves, ya está fría!”.

Cuando en realidad el agua de Atlántico está siempre helada como la nieve. 

Mi padre no se reía, pero me aseguraba que el tiempo me daría la respuesta, que él no las tenía todas, que nadie tenía todas las respuestas a mis preguntas “el tiempo da la respuesta a todas las preguntas que nos podamos hacer” -decía. El ya no está, pero sabe que el tiempo no me ha respondido a nada de eso y que esa pregunta se irá conmigo.

Dejé de hacer el ejercicio de entrar en la chica, al fin y al cabo, quien era yo para intentar saber que escribía y en que pensaba en ese momento y además no tenía ganas de concentrarme en nada, solo quería bañarme un rato e irme, me esperaban para desayunar.

Bajé la duna por el lateral, no quería pasar cerca de ella. Quería que siguiese con sus pensamientos, además me pareció ver que se paso varias veces la mano por los ojos, por lo que supuse que estaba llorando.

Entré en el agua, pero no dejaba de pensar que estaría escribiendo. ¿Por qué no lo olvidaba ya? Soy curiosa, pero no con tanta insistencia.

Nadé un poco, ya sin ganas. El tiempo que estuve en la duna me hizo recordar cosas de mi vida, unas muy agradables y otras no tanto, así que decidí salirme. En ese momento vi que la chica se alejaba arrastrando el palito por la arena seguida de un perro que en ningún momento se había separado de su lado.

Fui hasta donde ella había estado escribiendo y leí lo que había puesto remarcándolo una y otra vez… solo había escrito: “papá”, entonces comprendí lo que le pasaba, a mí me ocurrió lo mismo y lo sentí por ella, por lo mal que tenía que estar.

Ahora era yo la que se limpiaba la cara con la mano.

No quise subir la duna y tomé la empalizada. Estaba triste por las dos.

Con todo mi corazón y sin saber siquiera como se llamaba, le dije que todo pasaría y que le quedarían los recuerdos más dulces del mundo, aunque ahora se sintiese tan mal como yo me estaba sintiendo.
Crucé y vi como me levantaban la mano, el café ya estaba listo hacia un rato, me limpié bien la cara con el pareo y puse la mejor de mis sonrisas, no tenía derecho a estropearles el día a los demás…

Desde siempre he querido decir lo que siento y hace mucho tiempo, cuando tenía doce años, me di cuenta de que solo había para mí dos tipos de “inmunidades”: la diplomática y la de la pluma.

Como por mi forma de ser y de pensar nunca podría haber pertenecido a la primera, de joven opté por la segunda. Esta, hacía libre mi  pensamiento y a ella me acogí. Puedes expresar con sinceridad, lo que sientes, lo que no sientes o lo que quisieras sentir.

Nadie o casi nadie te preguntará jamás que hay de cierto en un relato o en una novela y si lo hacen solo tienes que hacer lo que yo hago, me echo a reír y dices: “de todo un poco”. Pero solo tú sabes lo que lleva de tu realidad.

Quien lee mucho, es porque tiene mucho que contar y yo soy una incansable lectora. Quizá tú que lees esto, tengas mucho que contar…

Que nadie olvide, que es solo un relato y que cualquier parecido con la realidad, puede llegar a ser mera coincidencia o… no.




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