jueves, 20 de junio de 2013

EL FARO



Seguimos subiendo la interminable cuesta que nos llevaba al faro, las personas que venían conmigo hacia un rato que dejaron de seguirme, oí como entre risas dijeron: “¡sigue tu…sigue tu!  Y cuando llegues nos dice que se ve”, se habían rendido ya. Y yo seguí… porque es muy difícil que me rinda.

Me paré y abrí la pequeña mochila que siempre llevo conmigo, revisé las cosas y estaban todas: agua, protección solar de fuerza extrema ,cámara, pilas, otra gorra además de la que llevaba puesta, coleteros para el cabello… y miré más al fondo, creí que algo muy importante me lo había dejado atrás, con las protestas que escuchaba de los demás por lo empinado y accidentado del camino, pero no, estaban ahí e intactas, eran todas las ilusiones que había puesto en ese viaje y que por nada del mundo iba a dejar que me lo estropeasen.

Antes de tomar las vacaciones, todos los que venían conmigo sabían mi itinerario. No es, que siempre se haga lo que yo digo, es que nunca se hace y desde hace algún tiempo, ya no intento convencer a nadie para que me acompañe, aunque sé que no me dejan sola.

Siempre eran “las vacaciones”, pero por una vez iban a ser  “mis vacaciones”.

Me gustan los faros, pero los faros…faros. Aquellos que me recuerdan grandes historias, grandes hechos y aventuras. Ya quedan pocos de aquellos y los que quedan están controlados por máquinas, ya no hay fareros, bueno …si, pero muy pocos, pero no viven en ellos tienen una casita muy cerca y desde ahí, los trabajan. Va todo a base de botones y teclas.

Pero es igual yo cuando voy a uno y creo que conozco todos o casi todos los que hay por las costas de este país, me invento mil historias cuando llego a ellos.

Pienso en piratas, en grandes barcos con la bandera de las dos tibias sobre negro y me acuerdo, de uno de los primeros libros que leí con algo más de siete años “La Isla Misteriosa”, todos los libros de Julio Verne los teníamos en mi casa y en algunos en la contraportada venia una fotografía de él. Y pasaba tiempo mirando a este hombre, creo que ha sido uno de los pocos ídolos que he tenido.

Que yo recuerde él, Leonardo da Vinci. Un par de científicos y filósofos y ya está.

Lo miraba y veía sus ojos claros, su gran barba y lo que más me llamaba la atención era su frente. Sí, su frente a mi edad pensaba que los pensamientos salían de la frente, que era el lugar que yo sin saber porqué y con siete años creía que era donde situaba el concepto etéreo que tenia a esa edad del alma, detrás de la frente. Y como niña soñadora me imaginaba que todas esas grandes historias venían del alma de aquel hombre, tan antiguo para mí y llegaba a sentir pena de no haberlo conocido. 

Conocía tanto su rasgos faciales, que a veces se me hacían familiares y era como si ya lo hubiese conocido hacia mucho, mucho tiempo pero que no lo recordaba.

Seguí por la empinada ruta. Había una estrecha carretera que llegaba hasta el faro, pero tenía cortada el paso al “PÚBLICO NO AUTORIZADO” y como yo no tengo autorización para casi nada de lo que me gusta, pues decidí que por otro camino llegaba, además no había prohibiciones por ningún sitio del que yo había escogido, así que lo interpreté como “VÍA LIBRE”.
Miré hacia atrás creyendo que alguien me seguiría, pero no fue así y en el fondo me alegré el espectáculo sería todo y solo para mí. En silencio, no oiría ni a mis pensamientos. Esto me dio nuevas energías para continuar.

Al cabo de un cuarto de hora o algo más llegué y ¡Dios Mío! ¡qué maravilla! ¡qué hermoso es el mundo que nos tocó en el reparto!

La altura era considerable, pero hacia que el paisaje fuese más espectacular aun. Las olas chocaban con los acantilados con tanta furia como si el agua quisiera devorar aquellas milenarias rocas, aun a esa altura se oía el sonido.

Me volví y me dirigí al faro para tocarlo, siempre lo hago, me pasa como con los arboles, me gustan tantos que los toco.
Vi una casita muy pequeña con la puerta abierta y pensé: “la casa del farero y su familia”, toqué en la puerta, todavía no sé porqué lo hice, pero lo hice y no contestó nadie así que me dirigí de nuevo a contemplar el paisaje y a hacer fotos.

No llevaba allí ni diez minutos cuando vi que dos hombre de uniforme se dirigían hacia mí. Me preguntaron mi nombre y que como había llegado, dije que a pie y me contestaron que imposible. ¡Sí! A pie -insistí.

Me pidieron la documentación y la entregué, pero tampoco sé porqué lo hice. Me di cuenta que mi pequeña aventura se estaba estropeando, uno de ellos entró en la casa y el otro se quedó hablando conmigo, haciéndome muchas preguntas que yo las encontraba sin sentido ¡como echaba de menos a los que no me habían querido seguir!

¿Sabes que la carretera está cortada al público? Sí –dije. Pero yo no vine por la carretera, he ido buscando un camino para llegar, quería ver el mar desde esta altura. Cuando una carretera está cerrada se supone que los alrededores también lo están –dijo- el hombre. No lo entendí así –continúe. ¡pues así es! -¡ah, vale!, lo siento. No ha sido mi atención infligir ninguna regla. Fue lo que dije a continuación.

Pensé que ya que estaba allí, pero algo asustada -aunque no es la primera vez que me piden la documentación – intentaría conseguir algo más de información de aquel faro y entonces comencé yo a hacer preguntas.
Al principio el hombre estaba algo reacio a contestar pero comencé a darle una serie de datos sobre el faro que el desconocía y me di cuenta como se iba interesando poco a poco. Creo que no sabía ni la mitad de lo que había ocurrido allí, las preguntas se convirtieron en poco tiempo en una conversación fluida, sobre hechos y anécdotas del lugar.

Al rato largo salió el otro hombre y me devolvió mi carnet sin decir nada, pero su compañero se encargó de introducirlo en la conversación y entró en ella.
Creo que tenían ya más curiosidad por lo que yo les podía contar que el hecho en sí de haber encontrado a una “intrusa” en los dominios de su reino.

Una de las preguntas en las que mentí fue cuando mirándome con ojos inquisidores dijeron : ¿y por qué te gustan tanto y sabes tanto de los faros? No podía decirles que de pequeña yo quería ser farera y encender por la noche el faro para que los barcos no se perdieran, que a mi edad no sabía que era el ron y creía que era algo mágico que le daba energías a los bucaneros para ser valientes.

Me gusta el mar, porque lo temo. 

Tampoco les podía decir, que me refugiaba en mi abuelo llorando, cuando alguien me decía que eso era imposible, que las mujeres nunca podían serlo que era una profesión de hombres y entonces yo creía que las mejores profesiones eran la de los hombres, que las mujeres debíamos conformarnos con lo que la sociedad hubiese decidido que no era para ellos, los restos serían para nosotras y que con eso tendríamos que conformarnos y ya de niña se revelaba mi interior y me dolía pensar así. 

Pero entonces mi abuelo o mi padre me consolaban diciendo: “cuando seas mayor podrás ser lo que quieras” no hay trabajos de hombres ni de mujeres y así ha sido, de mayor fui lo que quise, no farera, pero conseguí lo que quería y es cierto no hay profesiones de hombres ni de mujeres, solo de personas.

Como esto a mi edad, siendo una adulta, sería impropio contarlo solo dije: ¡no sé! Desde siempre me han llamado la atención.

Al final se presentaron, me dieron la mano y me dijeron que me bajarían por la carretera, contesté que no, que volvería a pie me esperaban a mitad de camino, ¿pero sois muchos? -seis – ¿por qué no han subido? – estaban cansados. Rieron y decidieron llevarme a mitad de la estrecha carretera, cuando divisé a los demás –dije: ¡ahí están!, avanzaron algo más y pararon el cuatro por cuatro enorme que conducían.

Las personas que se suponen que debían subir conmigo se quedaron asombrados al verme salir de un coche de la Guardia Civil.

Con los ojos antes de llegar a ellos notaba como me preguntaban: ¿qué ha pasado?, ¿qué has hecho... esta vez? Y yo también con la mirada arqueando un poco las cejas contestaba ¡nada!

Hice las presentaciones oportunas pero sin ningún tipo de entusiasmo y nos invitaron a todos a subir al vehículo. Durante el trayecto seguía notando sus miradas, las de los cinco clavadas en mí, intentando preguntar sin hablar solo haciendo gestos, pero mi rostro permanecía impenetrable, no quería hablar allí y no lo haría.
Estos, los guardias, fueron amables y nos dejaron en el centro de una zona civilizada, no sin antes darme una serie de indicaciones de lo que "yo" podría ver o no ver en un futuro, seria los miraba y asentía sin pronunciar palabra. Quería que mi boca estuviese cerrada, no sé qué podrían decir mis pensamientos sin mi consentimiento al traducirlos  en palabras.

Las cientos de preguntas que vinieron después por parte de los demás que debían subir también fueron todas seguidas y a la vez y yo solo contesté: ¡no sabéis el espectáculo que os habéis perdido!

Estas vacaciones que comienzo dentro de unos días, entre otras muchas cosa voy a ver un faro, pero esta vez iré con más cuidado…pero iré.

Dicen que subirán conmigo, creo que les hace más ilusión que alguien nos pare arriba que lo que realmente van a ver. Pero es igual me acompañaran y una vez que estén arriba lo olvidaran todo cuando vean el maravilloso mar, rugiendo entre olas para saludar a todo el que quiera mirarlo desde lo alto.  


Sé que cuando esté en lo más alto, una vez más como siempre, me asombraré de lo maravilloso que es mi mundo.

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