Voy en mi medio de transporte… como todos los días, pero no dejo de pensar
en un animal que me regalaron un viernes ya pasado por la tarde.
Tengo un tío, por parte de madre, que desde que decidió su jubilación
anticipada se dedica a la cría de canarios de competición. No sé muy bien qué
es esto, porque tampoco sé como un animal enjaulado puede competir, por lo que
me cuenta (es su tema de conversación favorito) hay tres tipos : de
canto, de color y de postura. El hombre se afana mucho en explicarme cosas
sobre los canarios, yo sonrío y asiento con la cabeza, como… la que lo
entiende, pero en realidad no entiendo nada de lo que me dice, entre otras
cosas porque me angustia verlos en las jaulas y en lugar de escucharlo lo miro y
me pongo a pensar…
Cuando él era más joven, era tan distinto, jamás hubiese tenido a un animal
en cautividad, era la libertad personalizada nunca quiso atarse a nadie decía
que los compromisos, eran barrotes a la vida.
En algunos días de verano, era él quien nos bajaba a la playa, a dos primos
míos y a mí. Jamás nos dijo no entréis tan hondo porque él se metía con
nosotros y yo me sentía libre. Esto acabó, un día que mi padre llegó a la playa
a recogerme y me vio con el agua por los hombros, fue él quien entró a por mí.
Después estuvo hablando con mi tío, a partir de ahí ya no íbamos solos con él,
o venían mis padres o mi abuelo.
Él, es una persona que nunca ha temido a nada y en su historia se cuentan
varias detenciones por manifestaciones y lo que llaman “alboroto social
incoherente”, demasiado implicado en algunos temas sociales, pero es una
persona encantadora a la que quiero mucho. Pero eso de los pájaros de
competición… no me gusta nada.
Hace dos viernes, me regaló un canario en una gran jaula dorada, que dejó en
casa de mi madre para mí y ahí comenzó mi calvario por casi dos días. Dos días
sufriendo por tener en mi casa a un animal en una jaula. Da igual si es dorada
o de finos hilos de oro, una jaula… es una jaula.
Lo primero que le dijo : “que no se le ocurra dejarlo en libertad, moriría”.
La palabra “libertad” y “morir” se quedaron en mí, mucho después de oírlas,
me parecían antónimos. Siempre asocio “libertad” con “vida” y “privación de
libertad” con “muerte”.
De pequeños ¿quién no ha tenido un pollito vivo?, de los que venden en las
puertas de los mercados de abastos. Mi tío debió recordar esa época mía y
decidió lo de la jaula con el canario.
Cuando me regalaban un animalito de esos, decían : “no lo toques mucho, se
morirá”. Pero yo lo tocaba cada vez que me acordaba de mi pequeño animal, solía
transportarlo en una caja de zapatos, que llevaba a cuestas todo el santo día,
hasta la noche y lo miraba una y otra vez y si por cualquier motivo tenía que
separarme de él unas horas, lo dejaba a buen recaudo para que los gatos no lo
encontraran y a mi vuelta me parecía verlo más grande, le pasaba el dedo
suavemente por encima y me lo acercaba a la mejilla, el animal cerraba los ojos
y a mí me parecía que le gustaba y además no se moría, creo que esto lo hemos
hecho todos. Sabía que su muerte sería cuando tuviese la alzada suficiente y se
le viese ya el nacimiento de la cresta. Entonces este animal desaparecía por
arte de magia. Mi madre decía que se había ido con los de su especie, pero yo sabía
que no era cierto, se lo daba a la vecina de mi abuela , que tenia gallinas.
Nunca llegué a decirlo, en mi interior estaba segura que mejor que conmigo,
estaría con los suyos, donde debía estar, yo era una extraña.
Por el futuro de estos animales nunca me preocupé aun era demasiado joven.
Estaba ocupada en crecer.
Siempre hemos tenido animales en mi casa, pero gozaban de una cierta
libertad. Que yo recuerde hemos tenido : tortugas, dos galápagos, cuatro
perros, tres gatos, peces de colores, varios patos y una infinidad de pollos,
¡ah! , y un loro, pero este fue más listo y decidió que la libertad era su
familia. Hubo una época donde coincidieron muchos de ellos vivos, claro que,
era la casa de mis padres y a ellos les gustaban más o casi tanto como a
nosotros.
Había un pilón en el segundo patio, rodeado de helechos que era el hogar de
los galápagos y las tortugas y mi madre no dejaba que los gatos se acercaran a
él, bueno... ni los gatos ni yo, porque me pasaba el tiempo intentando mirarlos
a los ojos fijamente y como escondían la cabeza dentro del caparazón, los
tomaba en las manos y les decía a gritos “ ¡sal, estoy aquí, te quiero
ver, mi madre no está! ”, lo que ponía en alerta a mi madre y acudía
rápidamente, yo más de una vez llegué a preguntarme ¿cómo sabrá mi madre que
tengo a una de las tortugas en las manos? Ella decía que los asustaba,
que esos animales tenían que estar tranquilos, que por eso vivían tantos años.
Mis grandes amigos eran los perros y los gatos…que recuerdo tengo de ellos,
como nos divertíamos y como los quería a todos.
Los peces duraban poco en mi casa, mis padres los llevaban a un parque y en
una fuente muy grande que hay los echaban. Lloraba, pero me hacían comprender
que era inhumano tenerlos en una pecera y que la finalidad de ellos cuando los
compraban en el mercado de la “Alfalfa” era que se pusiesen un poco más
grandes y fuertes para darles libertad.
Muchos pensaban como ellos y pasados varios años, tuvieron que sacar carpas
de aquella fuente-estanque y hacer un traspaso a otras fuentes.
Habías tantos peces que al hacer por segunda vez el traspaso, en la fuente
pusieron un enorme cartel que ponía “PROHIBIDO DEPOSITAR PECES, NECESITAN
ESPACIO ”, pero ellos siguieron haciéndolo. Era como… algo prohibido y me
gustaba ir con ellos. Íbamos un domingo por la mañana temprano y aprovechando
que está cerca la “Plaza de América” con infinidad de palomas, dábamos de
comer a las palomas y de paso dejábamos las carpas que habían crecido en el
estanque y un par de patos de mi hermano, que era a quien le gustaban los
patos, en otro estanque de al lado.
Después de hacer esto y ya en mi casa, yo la sentía vacía, como si faltasen
miembros de la familia y por la noche notaba en mí una gran pena, pensando si
esos animales estarían bien en sus nuevos hogares.
Me parece que mis perros lo advertían, porque los dos mayores, no se
separaban de mí. Era un gran perro negro, que nunca supimos de que raza era y
que se llamaba “Duque” y una vieja mastín, cruzada con alguna otra raza, que le
puso mi madre el nombre de “Jamila” porque decía que era preciosa. No eran
perros de razas puras, nunca ha habido en mi casa nada de pura sangre, llegaban
por accidente y se quedaban allí, pero para mí, eran lo más grande del mundo
que yo podía tener y por aquella época pensaba que no se podía querer más, de
lo que yo quería a esos dos animales.
Pues bien, el canario naranja de pluma rizada y pico blanco en jaula dorada,
pasó casi dos días en mi casa.
Dos tortuosos días, en los que cada diez o quince minutos iba a mirarlo en
su jaula y pensaba lo mismo una y otra vez : “ ¡pobre animal, parece que se
aburre!”. Así que decidí el domingo por la mañana, tomar la jaula y ponerla en
el asiento de atrás de mi viejo “Ibiza” blanco, le pasé el cinturón por encima
y lo até, por eso de la seguridad. Me dirigí hacia su casa pensando durante
todo el trayecto lo mal que se iba a tomar, que le devolviese el regalo que me
había hecho con tanto cariño, pero no estaba dispuesta a tener un animal en una
jaula por muy dorada que fuese, en mi casa.
Me sorprendió cuando al llamar al portero, dijo : “ ¡te abro, estoy arriba,
sube a la azotea, te estaba esperando! “. ¿Me estaba esperando… a mí?, pero ¿si
no había hablado con él? Subí hasta donde me dijo, allí es donde él tiene sus
pájaros, los estaba arreglando y aun de espaldas sin saber lo que llevaba en la
mano dijo: “ponla ahí encima, que no esté en una corriente de aire, cierra la
puerta”. Ya tengo preparado el café. No me esperaba sus palabras y solo atiné a
decir: “hola, buenos días”, se volvió y sin mirar la jaula se aproximó y me dio
dos besos, apretándome muy fuerte los hombros. Solo – comentó : “te esperaba
ayer” y se echó a reír a carcajadas, tan sonoras que algunos de esos animales
de competición empezaron a trinar.
Me quedé mirándolo y me eché a reír también, no comprendía nada, pero me
contagió la alegría que emanó de él en ese momento y me sentí bien, cómoda.
Sabía que no te quedarías con él - comentó - pero pensé que como
hacía tanto tiempo que no venias a verme, era una buena forma de que lo
hicieses, hace mucho tiempo que no charlamos.
“Eres un hombre sabio” – pensé.
Seguí riéndome, pero dentro de mí sentí cierto temor. ¿Tan transparente y
obvia era yo, que podían saber los demás mis reacciones?, quise pensar que era
solo una simple coincidencia.
Me echo su brazo por los hombros y nos dispusimos a baja a la cocina, pero
antes se volvió hacia mí y mirándome a los ojos, dijo : “ No todo se reduce a
la libertad”.
Esa frase viniendo de él, me hizo comprender, que se sentía solo.
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