domingo, 10 de noviembre de 2013

JAULA DORADA

Voy en mi medio de transporte… como todos los días, pero no dejo de pensar en un animal que me regalaron un viernes ya pasado por la tarde.

Tengo un tío, por parte de madre, que desde que decidió su jubilación anticipada se dedica a la cría de canarios de competición. No sé muy bien qué es esto, porque tampoco sé como un animal enjaulado puede competir, por lo que me cuenta (es su tema de conversación favorito)  hay tres tipos : de canto, de color y de postura. El hombre se afana mucho en explicarme cosas sobre los canarios, yo sonrío y asiento con la cabeza, como… la que lo entiende, pero en realidad no entiendo nada de lo que me dice, entre otras cosas porque me angustia verlos en las jaulas y en lugar de escucharlo lo miro y me pongo a pensar…

Cuando él era más joven, era tan distinto, jamás hubiese tenido a un animal en cautividad, era la libertad personalizada nunca quiso atarse a nadie decía que los compromisos, eran barrotes a la vida.
En algunos días de verano, era él quien nos bajaba a la playa, a dos primos míos y a mí. Jamás nos dijo no entréis tan hondo porque él se metía con nosotros y yo me sentía libre. Esto acabó, un día que mi padre llegó a la playa a recogerme y me vio con el agua por los hombros, fue él quien entró a por mí. Después estuvo hablando con mi tío, a partir de ahí ya no íbamos solos con él, o venían mis padres o mi abuelo.

Él, es una persona que nunca ha temido a nada y en su historia se cuentan varias detenciones por manifestaciones y lo que llaman “alboroto social incoherente”, demasiado implicado en algunos temas sociales, pero es una persona encantadora a la que quiero mucho. Pero eso de los pájaros de competición… no me gusta nada.

Hace dos viernes, me regaló un canario en una gran jaula dorada, que dejó en casa de mi madre para mí y ahí comenzó mi calvario por casi dos días. Dos días sufriendo por tener en mi casa a un animal en una jaula. Da igual si es dorada o de finos hilos de oro, una jaula… es una jaula.

Lo primero que le dijo : “que no se le ocurra dejarlo en libertad, moriría”.

La palabra “libertad” y “morir” se quedaron en mí, mucho después de oírlas, me parecían antónimos. Siempre asocio “libertad” con “vida” y “privación de libertad” con “muerte”.

De pequeños ¿quién no ha tenido un pollito vivo?, de los que venden en las puertas de los mercados de abastos. Mi tío debió recordar esa época mía y decidió lo de la jaula con el canario.

Cuando me regalaban un animalito de esos, decían : “no lo toques mucho, se morirá”. Pero yo lo tocaba cada vez que me acordaba de mi pequeño animal, solía transportarlo en una caja de zapatos, que llevaba a cuestas todo el santo día, hasta la noche y lo miraba una y otra vez y si por cualquier motivo tenía que separarme de él unas horas, lo dejaba a buen recaudo para que los gatos no lo encontraran y a mi vuelta me parecía verlo más grande, le pasaba el dedo suavemente por encima y me lo acercaba a la mejilla, el animal cerraba los ojos y a mí me parecía que le gustaba y además no se moría, creo que esto lo hemos hecho todos. Sabía que su muerte sería cuando tuviese la alzada suficiente y se le viese ya el nacimiento de la cresta. Entonces este animal desaparecía por arte de magia. Mi madre decía que se había ido con los de su especie, pero yo sabía que no era cierto, se lo daba a la vecina de mi abuela , que tenia gallinas.

Nunca llegué a decirlo, en mi interior estaba segura que mejor que conmigo, estaría con los suyos, donde debía estar, yo era una extraña.

Por el futuro de estos animales nunca me preocupé aun era demasiado joven. Estaba ocupada en crecer.

Siempre hemos tenido animales en mi casa, pero gozaban de una cierta libertad. Que yo recuerde hemos tenido : tortugas, dos galápagos, cuatro perros, tres gatos, peces de colores, varios patos y una infinidad de pollos, ¡ah! , y un loro, pero este fue más listo y decidió que la libertad era su familia. Hubo una época donde coincidieron muchos de ellos vivos, claro que, era la casa de mis padres y a ellos les gustaban más o casi tanto como a nosotros.

Había un pilón en el segundo patio, rodeado de helechos que era el hogar de los galápagos y las tortugas y mi madre no dejaba que los gatos se acercaran a él, bueno... ni los gatos ni yo, porque me pasaba el tiempo intentando mirarlos a los ojos fijamente y como escondían la cabeza dentro del caparazón, los tomaba en las manos y les decía a gritos  “ ¡sal, estoy aquí, te quiero ver, mi madre no está! ”, lo que ponía en alerta a mi madre y acudía rápidamente, yo más de una vez llegué a preguntarme ¿cómo sabrá mi madre que tengo a una de las tortugas en las manos?  Ella decía que los asustaba, que esos animales tenían que estar tranquilos, que por eso vivían tantos años.

Mis grandes amigos eran los perros y los gatos…que recuerdo tengo de ellos, como nos divertíamos y como los quería a todos.

Los peces duraban poco en mi casa, mis padres los llevaban a un parque y en una fuente muy grande que hay los echaban. Lloraba, pero me hacían comprender que era inhumano tenerlos en una pecera y que la finalidad de ellos cuando los compraban en el mercado de la  “Alfalfa” era que se pusiesen un poco más grandes y fuertes para darles libertad.

Muchos pensaban como ellos y pasados varios años, tuvieron que sacar carpas de aquella fuente-estanque y hacer un traspaso a otras fuentes.
Habías tantos peces que al hacer por segunda vez el traspaso, en la fuente pusieron un enorme cartel que ponía  “PROHIBIDO DEPOSITAR PECES, NECESITAN ESPACIO ”, pero ellos siguieron haciéndolo. Era como… algo prohibido y me gustaba ir con ellos. Íbamos un domingo por la mañana temprano y aprovechando que está cerca la  “Plaza de América” con infinidad de palomas, dábamos de comer a las palomas y de paso dejábamos las carpas que habían crecido en el estanque y un par de patos de mi hermano, que era a quien le gustaban los patos, en otro estanque de al lado.

Después de hacer esto y ya en mi casa, yo la sentía vacía, como si faltasen miembros de la familia y por la noche notaba en mí una gran pena, pensando si esos animales estarían bien en sus nuevos hogares.
Me parece que mis perros lo advertían, porque los dos mayores, no se separaban de mí. Era un gran perro negro, que nunca supimos de que raza era y que se llamaba “Duque” y una vieja mastín, cruzada con alguna otra raza, que le puso mi madre el nombre de “Jamila” porque decía que era preciosa. No eran perros de razas puras, nunca ha habido en mi casa nada de pura sangre, llegaban por accidente y se quedaban allí, pero para mí, eran lo más grande del mundo que yo podía tener y por aquella época pensaba que no se podía querer más, de lo que yo quería a esos dos animales.

Pues bien, el canario naranja de pluma rizada y pico blanco en jaula dorada, pasó casi dos días en mi casa.
Dos tortuosos días, en los que cada diez o quince minutos iba a mirarlo en su jaula y pensaba lo mismo una y otra vez : “ ¡pobre animal, parece que se aburre!”. Así que decidí el domingo por la mañana, tomar la jaula y ponerla en el asiento de atrás de mi viejo “Ibiza” blanco, le pasé el cinturón por encima y lo até, por eso de la seguridad. Me dirigí hacia su casa pensando durante todo el trayecto lo mal que se iba a tomar, que le devolviese el regalo que me había hecho con tanto cariño, pero no estaba dispuesta a tener un animal en una jaula por muy dorada que fuese, en mi casa.

Me sorprendió cuando al llamar al portero, dijo : “ ¡te abro, estoy arriba, sube a la azotea, te estaba esperando! “. ¿Me estaba esperando… a mí?, pero ¿si no había hablado con él? Subí hasta donde me dijo, allí es donde él tiene sus pájaros, los estaba arreglando y aun de espaldas sin saber lo que llevaba en la mano dijo: “ponla ahí encima, que no esté en una corriente de aire, cierra la puerta”. Ya tengo preparado el café. No me esperaba sus palabras y solo atiné a decir: “hola, buenos días”, se volvió y sin mirar la jaula se aproximó y me dio dos besos, apretándome muy fuerte los hombros. Solo – comentó : “te esperaba ayer” y se echó a reír a carcajadas, tan sonoras que algunos de esos animales de competición empezaron a trinar.
Me quedé mirándolo y me eché a reír también, no comprendía nada, pero me contagió la alegría que emanó de él en ese momento y me sentí bien, cómoda.

Sabía que no te quedarías con él -  comentó -  pero pensé que como hacía tanto tiempo que no venias a verme, era una buena forma de que lo hicieses, hace mucho tiempo que no charlamos.

“Eres un hombre sabio” – pensé.

Seguí riéndome, pero dentro de mí sentí cierto temor. ¿Tan transparente y obvia era yo, que podían saber los demás mis reacciones?, quise pensar que era solo una simple coincidencia.

Me echo su brazo por los hombros y nos dispusimos a baja a la cocina, pero antes se volvió hacia mí y mirándome a los ojos, dijo : “ No todo se reduce a la libertad”.

Esa frase viniendo de él, me hizo comprender, que se sentía solo.









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