jueves, 3 de enero de 2013

ENCANTADA "DORA"

Voy de camino a mi transporte diario, pensando en mis cosas que son muchas y variadas. Hoy algo nuevo; tengo que recoger a las siete a la hija de una buena amiga mía, va a celebrar su aniversario y me ha pedido, como un favor especial, que me quede con su niña por una noche.
 Yo, encantada – dije - la pequeña es buenísima me confirmó la madre. Y yo la creí.
No era la primera vez que se quedaba, ya anteriormente por causas familiares tuvo que dormir dos noches en mi casa; claro que era mucho más pequeña y yo pensaba que sería lo mismo.
 
Mis hijos estaban contentos, siempre es agradable ver a un pequeño jugar y reír.
Llegó la hora y me dirigí a recogerla, todo bien, me dio dos besos y se vino conforme.
 
En mi casa empecé a notar que preguntaba mucho por su “mami”, intentábamos distraerla poco a poco, pero algo me hizo sospechar que la noche no seria fácil, para ninguno de nosotros. Sobre todo para mí.
Ducha, cena y a dormir, como me dijo su madre. En la cena ya no empezamos bien, resulta que no le gustaba nada de lo que mi amiga me dijo que comía, porque quería que se lo diese su madre.
 
Con mil tonterías que les hicimos mis hijos y yo conseguimos que comiera algo.
 
Lo peor vino a la hora de dormir, cuando se vio en una habitación desconocida para ella, sin sus muñecos y sus cosas, todo empeoró de forma extrema, empezó por los típicos “pucheritos” de los niños con la boca arrugada, malo me dije a mi misma, esto se puede poner peor aún y como cuando algo se puede poner peor se pone. Pues se puso. Comenzó a llorar.
No sabía que hacer para tranquilizarla, y a mi familia que le hacía tanta ilusión la visita, de pronto le fueron surgiendo mil excusas de cosas, que tenían que hacer.
 
La pequeña lloraba a gritos, llamando a su madre, a su padre y hasta a su abuela con la que no había querido quedarse.
Le dije que le contaría un cuento y me miró con los ojos llenos de lagrimas preguntando ¿cuál? El que tú quieras. Hubiera hecho lo imposible por callarla.
 
Mis hijos son mayores y no recordaba bien lo persistente y estridente del llanto de un niño enrabietado.
Se calló un poco, le dije que no podía pensar si lloraba.
Por Dios que pensaba con todas mis fuerzas, que cuento le contaría para dejarla tranquila.

Hansel y Gretel, no -me dije- bosque, casita de chocolate, bruja. Descartado.
 
Blancanieves, tampoco, niña guapa perdida en el bosque. ¡Qué locura!
Caperucita, lobo malo, bosque. ¡Vamos, vamos!
 
La bella durmiente, joven bonita y narcóticos. Peor.

La cenicienta, niña pobre explotada. Ni pensarlo.
 
Los tres cerditos, desahucio climatológico. Fuera.
En todos o en casi todos los clásicos entraba el bosque de noche, que creo, que un niño de seis años imaginarse un bosque oscuro a la hora de apagar la luz para dormir le tiene que dar pavor. A mí me lo da y no tengo seis años.
 
No encontraba ningún cuento infantil clásico con buen comienzo, buen desarrollo y final feliz. Desde el desarrollo, hasta el final feliz, pasaban todas las desgracias del mundo entero.
Yo no recuerdo haberles contado a mis hijos estos cuentos nunca, les contaba historias como las que me contaba mi abuelo que por su profesión siempre estuvo cerca del mar.
 
Las historias de mi abuelo eran increíbles: grandes olas, animales marinos fantásticos, viajes interminables. El siempre sabía donde había dejado el final de una historia y si se lo preguntaba a la hora que fuese la continuaba.
Eran tan grandes los animales que describía, que durante una época de mi infancia pensaba que en el mar solo podría haber una ballena, me las imaginaba tan grandes que creía que no podía haber más de una, o dos como mucho, además de todos los animales fantásticos, que él me explicaba cómo eran con todo lujos de detalles.
 
Claro que cuando se cansaba de esa historia ponía el punto y final y por mucho que yo me empeñase en saber algo más de ella, me decía: ahora otra.
Ahora otra, era mi frase favorita... Ahora otra, quería decir, más mareas, más arena, más mar y por supuesto historias más fantástica y mucho mejores que todas las anterior.
 
Ensimismada en estos pensamientos, oigo la voz de la niña que me dice: quiero un cuento de “Dora la exploradora” ¿cómo?, ¿qué?, ¿y esa quién es?, pregunté. ¿tú no conoces a Dora la exploradora? No –le dije- no, tengo el gusto.
Entonces me señalo un asiento en su cama y empezó a contarme ella un cuento. Yo la miraba extrañada, ¿si ella sabía cuentos, para qué quería que se lo contase yo? Se quedó por fin dormida, salí de su habitación, diciéndome: ahora sí, todo va como tiene que ir.
 
Pensé- que suerte he tenido, me han contado un cuento después de tantos años y he conocido a la increíble Dora.
Ya podía dormir tranquila.







No hay comentarios:

Publicar un comentario