viernes, 11 de enero de 2013

MI RESPETO POR EL MAR

Viernes 11 son las 4,35 es decir noche cerrada.

He decidido levantarme aunque hoy no trabajo.
No puedo dormir. 
El resfriado no me deja descansar, ni a mi marido, ni a mí. Ha decidido levantarse conmigo, pero a los cinco minutos se ha quedado en trance nocturno aquí a mi lado, en un sofá. Lo miro y pienso, ¿cómo puede una persona dormirse tan rápido?

Es algo que siempre he envidiado. No sé, será por mi inquietud, me cuesta conciliar el sueño y aún, sin tener preocupaciones mi cabeza piensa y piensa en miles de cosas.

Va de unos pensamientos a otros, creo yo, que sin llegar a conclusiones definidas. Sólo pensar por pensar.

Anoche bien tarde estuve viendo unas fotos que me manda un amigo y aunque esa no es su profesión creo que hace las mejores fotos del mundo. En ellas siempre está el cielo, la tierra, el mar…el mar… el mar y pienso.

Tenía yo apenas 16 años , cuando mis padres decidieron ese verano cambiar el lugar de vacaciones.
Nos fuimos a una playa diferente a la de todos los años. 

Era la playa de la “Jara” pertenece a un pueblo del Sur. Un lugar de ensueño, donde  he visto las mareas más bajas que jamás podríais imaginar. Puedes andar mar adentro lejos muy lejos y el agua solo llega a cubrirte por las rodillas.

Lo malo era cuando miraba a la orilla, veía al menos seis brazos indicándote que ya estaba bien, que volvieses. Los brazos como  podéis suponer eran los de mis padres y mi hermano “el responsable”.

Yo hacía como si respondiese a sus saludos, aunque tenía muy claro lo que querían y continuaba un poco más adentro y un poco más, siempre con la esperanza de llegar al final.
Nunca sabía adonde quería llegar, pero pensaba que al final habría algún desnivel brusco y ese sería para mí el final de la playa y comenzaría el mar adentro. Pero nunca llegué.

A partir de la segunda semana mi hermano se encargaba, creo yo por orden de mis padres,de acompañarme y cuando él me decía: hasta aquí, cualquiera daba un paso más.

Así que pasé el resto de las vacaciones con mi hermano y sus amigos.

Un amigo de él que era tan arriesgado como yo, siempre pensaba cosas nuevas y fantásticas.

Ahora de mayor, se dedica a la ciencia y esa creatividad le ha servido para cosechar algunos premios en esta rama.

Uno de los días que estaba más aburrida, le dije ¿y si cruzamos en barca de pedales hasta “el coto de Doñana”?
Tu hermano me mata y tus padres más, me respondió. No se tienen por qué enterar. Y urdí mi plan. Al fin y al cabo, solo necesitaba alguien que me acompañase.

A las cuatro y media alquilabamos la barca. Estaba cerca creíamos. Antes de las cinco estaríamos allí. Varios baños  y de vuelta antes que el sol intentara inclinarse.
No le pareció mala idea, era tan curioso como yo.

Le dije a mis padres que íbamos a dar una vuelta en las barquitas de pedales y lo primero que me dijo mi madres fue ¿hasta dónde?

Mientras mi pensamiento decía hasta un lugar inexplorado, mi boca se equivocó y dijo ¡por la orilla, mamá!

Miró a mi acompañante que asintió con la cabeza.
Así que nos dispusimos a alquilar la bici-barca.

La primera indicación del bici-barquero. Fue, no ir al “coto” la corriente es muy fuerte. Claro que no – dije – yo. Muy resuelta.
Estaba deseando montarme. Noté que mi compañero de aventuras había empezado a dudar de la hazaña.

Tenéis una hora, todo lo que pase de esa hora se paga el doble, bien conteste.
Nos montamos y lo mas difícil fue remontar las primeras olas. Después, pan comido, solo había que pedalear.

La verdad, es que cuando llevábamos algo más de media hora pedaleando, él me dijo:
Clara, esto está mas lejos de lo que yo pensaba, ¿nos volvemos? ni pensarlo, contesté, tenemos hecho más de medio camino. Él se volvía y decía. Yo creo que estamos más cerca de la orilla que del “coto”.

¡No!, ¡no!,  insistía yo, tenemos que seguir, vamos a pisar una tierra que nadie la ha pisado antes. Eso pensaba.
Cuando llegamos el sol ya había comenzado a inclinarse, así que un baño rápido y vuelta.

Pero como todo llama mi atención, me entretuve mirando conchitas y solo le decía mira ¡que arena más blanca!.
El empezó a ponerse nervioso y me dijo con voz firme ¡a la barca, nos vamos!
Subí de mala gana, pensando que la elección para mi aventura no había sido la correcta.

Al rato de ir pedaleando. Ninguno de los dos hablábamos. Yo estaba enfadada por el poco tiempo que había podido disfrutar mi odisea y el preocupado, por estar ya oscureciendo. Va y me dice: se me han montado los gemelos, no puedo pedalear con el pie derecho. No importa contesté, pedaleo por los dos.

Sabiendo yo, muy poco de barcos, barquitas y bici-barcas, noté como al no seguir él, dábamos vueltas casi en círculos , a lo que le dije, pedalea como puedas y rápido se hace de noche y me van a matar, vamos a mí y a ti que eres el responsable.

Me miró con los ojos más abierto que jamás había visto, se enfadó y empezó a discutir conmigo, diciéndome que la culpa era mía, que a mí era la que le gustaba explorar, que él lo había hecho para no dejarme sola.

Para no dejarme sola…. Como si eso me importase. Lo que pasa es que la bicicleta esa, era para dos y no se la alquilaban a uno solo. Mejor hubiese ido sola.

Se hizo de noche y la noche es más oscura y más fría en el mar.

A lo lejos vimos unas luces y aunque estábamos enfadados, intentamos mirarnos los dos con cara de interrogante, claro sin vernos. Que pasará le dije- no sé, habrá ocurrido algo. En la playa no hay paseo marítimo y nunca hay luz.
Vimos también como unas barcas con luces se iban acercando a nuestro punto.
Él sólo repetía, tus padres me matan… me matan y tu hermano me desintegra.

A mí aunque me producía risa la situación, intentaba controlarme. Él estaba preocupado de verdad.

La barca se aproximó a nosotros y después de decirnos uno de los hombre, cosas que una señorita no repite, ni olvida, nos invito a subir. Cuando mi acompañante iba a hacerlo, yo dije: no ya estamos cerca, llegaremos como hemos salido.

El amigo de mi hermano, se sentó con dignidad y como si ya se hubiese recuperado su gemelo, comenzó a pedalear con más fuerzas que antes.

Lo que ocurrió cuando llegamos os lo podéis imaginar.

No sé lo que recordará él de la llegada. 

Yo solo recuerdo el abrazo de mis madre llorando y yo preguntándome ¿porqué tanto alboroto?.

Ahora somos buenos amigos. El ha cambiado. Yo no.
  
El resto de las vacaciones sin nada interesante que contar, no me dejaban alejarme de ellos a más de treinta o cuarenta metros.








No hay comentarios:

Publicar un comentario